De mzungu a amigo
El sencillo acto de servicio de un misionero mayor dejó una impresión duradera.
¿Un mzungu trepado a un árbol? ¿Qué estaba haciendo el mzungu en el árbol? ¿Y qué herramienta era aquélla con la que cortaba las ramas tan rápido?
Esas preguntas se hacían los ugandeses que contemplaban a aquel extranjero (mzungu) que estaba usando una sierra mecánica a baterías para cortar las ramas secas de un árbol gigantesco que daba sombra. La herramienta en sí era una maravilla para muchos habitantes de la localidad; nunca habían visto nada similar.
Pero, lo que los asombraba aún más, era el mzungu en sí. El élder Roland Harris, un misionero mayor que provenía de Utah, EE. UU., cortaba rama tras rama y quitaba las ramas secas de las partes altas del árbol. A la gente que lo miraba desde abajo le sorprendía que un extranjero hiciera algo así por uno de ellos.
Con el tiempo, el sencillo acto de servicio del élder Harris daría comienzo a una amistad con alguien que no había querido tener nada que ver con la Iglesia ni con nadie que perteneciera a ella.
Llegar a conocer a Godfrey
El élder Roland Harris y su esposa, Janet, estaban sirviendo en una misión de servicio de veintitrés meses en la Misión Uganda Kampala. La hermana Harris, que es enfermera titulada, recibió el llamamiento de asesora médica para los misioneros. El élder Harris, que se había jubilado como inspector en jefe de construcción y que es capaz de reparar casi cualquier cosa en el mundo, se encargaba de cuidar los edificios de la Iglesia y los vehículos de la misión.
Poco después de llegar a Uganda, el élder y la hermana Harris contrataron a una miembro local de la Iglesia, Mary, para ayudarlos con la limpieza de la casa.
Mary se había bautizado hacía tres años. “Le tomamos cariño”, dice la hermana Harris. “Ella nos enseñó las costumbres de Uganda”.
Cuanto más llegaron a conocer a Mary, más se profundizó la amistad entre ellos. Se enteraron de que Godfrey, el esposo de Mary, era un buen hombre, pero se mantenía distanciado de los miembros de la Iglesia y, especialmente, de los misioneros. “No dejaba que los misioneros entraran a su casa”, comenta la hermana Harris. A pesar de ello, Mary deseaba que él los conociera.
Invitó al matrimonio Harris a su casa para una visita breve. “No teníamos ninguna expectativa”, explica la hermana Harris. “Le dijimos a Godfrey que Mary era una amiga muy querida y que por eso deseábamos conocer a su familia”. Él conversó con ellos pero no demostró ningún deseo de conocerlos mejor.
No obstante, todo eso cambió el día en que el élder Harris apareció con sus herramientas mecánicas, una escalera y un ofrecimiento de ayuda.
El punto de inflexión
La casa de Godfrey y Mary estaba rodeada de enormes árboles que daban sombra, llenos de ramas secas y de otras que habían crecido demasiado y se inclinaban peligrosamente sobre el techo.
El élder Harris se puso a trabajar de inmediato. Se pasó cuatro horas en los árboles podando ramas y troncos de hasta 25 cm de diámetro; sin duda, la tarea tendría que haberse hecho mucho antes. “Trepé a por lo menos seis metros de altura”, comenta. La gente que pasaba por ahí no podía creerlo.
Godfrey, por su parte, estaba atónito. “Nos agradeció profusamente”, cuenta la hermana Harris. Hasta las actividades relativamente sencillas como podar un árbol pueden presentar un riesgo serio. “Ellos no tienen dinero para pagar atención médica”, explicó. Si alguien se cayese de un árbol y se fracturara un brazo o una pierna, lo más probable es que tendrían que esperar a que sanase solo.
Aquel montón grande de ramas cortadas que quedó en el suelo estableció la base de una estrecha amistad. “Desde ese día, Godfrey salía a recibirnos”, dice el élder Harris. Él y Mary también empezaron a recibir a otros miembros de la Iglesia en su casa.
Cruzar el río Nilo
El élder y la hermana Harris se acercaron más a Godfrey y Mary a media que pasaban los meses. Con el tiempo, esa amistad llegó a ser una fuente de fortaleza y apoyo para ellos cuando enfrentaron una tragedia inesperada a la mitad de su misión: un día recibieron la noticia de que su hijo Brad había muerto en un accidente en la autopista.
Tan pronto como Mary y Godfrey se enteraron, se vistieron con su mejor ropa y emprendieron el peligroso camino para estar con sus queridos amigos.
En Uganda, muy pocas personas tienen su propio vehículo, por lo que la gente camina o toma un taxi; el más común de ellos es el boda boda, un tipo de motocicleta en el que muchas veces se transporta hasta a seis personas juntas.
“Cuando está oscuro, andar en boda boda es peligroso”, explica la hermana Harris; “pero ellos cruzaron el río Nilo en un boda boda, en medio de la oscuridad”.
Después de transitar por rutas peligrosas en medio de la noche, y a considerable costo personal, Godfrey y Mary llegaron para “llorar con los que lloran” y “consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:9). Aquella noche, verdaderamente se completó el círculo de la compasión y el amor; Mary y Godfrey fueron los que prestaron servicio. “Fue extraordinario”, comenta la hermana Harris. Mary propuso que todos se arrodillaran para orar y Godfrey se unió al grupo sin vacilar.
El élder y la hermana Harris viajaron a California, EE. UU., para el funeral de su hijo Brad, y luego regresaron a Uganda para terminar la misión. Ahora, ya de regreso en su hogar en Utah, Roland y Janet Harris todavía siguen siendo buenos amigos de Mary y Godfrey.
El servicio es una llave que abre puertas que de otro modo permanecerían cerradas. Como lo enseñó el presidente Monson: “…cuando el servicio desinteresado elimina las intenciones egoístas, el poder de Dios lleva a cabo Sus propósitos” (“Dispuestos a servir y dignos de hacerlo”, Liahona, mayo de 2012, pág. 68).