Defendí mi fe
Karlina Peterson, Idaho, EE. UU.
Durante mi primer año de universidad, se me abrieron los ojos en cuanto a que mi vida como estudiante no iba a ser tan resguardada como antes, y que no todos aceptarían las cosas que para mí eran de valor.
Me di cuenta de que llamaba mucho la atención cuando me negaba a participar en actividades que sabía que me dañarían físicamente o que perjudicarían mi relación con nuestro Padre Celestial. Sin embargo, tenía miedo de que se me criticara por ser miembro de la Iglesia y, por lo tanto, evitaba el tema.
Un día, en una clase de la tarde, el maestro dirigía un debate sobre cómo la juventud crece en medio de la constante discriminación. La muchacha que estaba detrás de mí respondió que la charla la hacía pensar en los mormones. Me sentí incómoda, ya que cuando en una clase se hablaba de la Iglesia, por lo general le seguían comentarios inapropiados.
Al prepararme para los comentarios despectivos, el maestro preguntó si había en la clase alguna persona que fuera Santo de los Últimos Días. Estupefacta por la pregunta, miré alrededor del cuarto y me di cuenta de que todos estaban haciendo lo mismo. Antes de pensarlo dos veces, mi mano se elevó de su cómoda posición sobre el escritorio, tras lo cual se dejó oír una explosión de murmullos por todo el salón.
“Una”, dijo el maestro. La palabra resonó en mis oídos. Después de un silencio largo, se me pidió responder al debate de si los Santos de los Últimos Días son cristianos. La pregunta no era nueva para mí, y estaba lista para contestarla.
“‘Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo [y] predicamos de Cristo’” (2 Nefi 25:26), respondí con confianza. “Ciertamente, somos cristianos”.
Cesaron los murmullos, pero sentí que todos me miraban. Pensé que me sentiría sola; sin embargo, sentí como si el Salvador se hubiese sentado a mi lado y hubiese puesto Su mano sobre la mía. Nada más importaba, ya que me sentí llena de un gozo que fortaleció mi testimonio de Él. Había defendido mi fe.
En la clase, hablé más de por qué los Santos de los Últimos Días son cristianos. Entonces pensé en la ocasión en la que el presidente Thomas S. Monson compartió el Evangelio cuando viajaba en un autobús. A raíz de esa experiencia, él animó a los miembros a que “seamos valientes y estemos preparados para defender lo que creemos”1. Al pensar en sus palabras, me di cuenta de que había hecho lo que tenía tanto miedo de hacer.
No sé si las cosas que dije cambiaron la opinión de alguien acerca de la Iglesia, pero no tenemos que tener miedo de defender y compartir el Evangelio, dondequiera que estemos. Aun cuando no bendigamos a nadie más, siempre fortaleceremos nuestro testimonio y nuestra relación con nuestro Padre Celestial.