Nutrir nuestra nueva vida
Ryan Abraham se bautizó en la Iglesia cuando tenía catorce años y vivía en la montañosa Ciudad del Cabo, en la costa de Sudáfrica. “El unirme a la Iglesia fue una gran bendición y me ayudó a atravesar los años de la adolescencia”, explica. “Sin embargo, después de unirme a la Iglesia, aprendí que uno no cambia sólo el lugar a donde asiste a las reuniones religiosas; cambia su vida”.
El camino que Ryan ha recorrido es muy similar al que recorren otros conversos: él creía en la veracidad del Evangelio, pero enfrentó la difícil tarea de hacer la transición a una nueva cultura con expectativas nuevas. “A veces me preguntaba: ‘¿Puedo hacer esto?’”, comenta. “Pero cuando vivimos lo que sabemos que es verdad, recibiremos más conocimiento y fortaleza; y el Señor hará de nosotros lo que jamás podríamos hacer de nosotros mismos”.
Este artículo es una recopilación de testimonios y experiencias de conversos. Esperamos que, entre estos siete temas, encuentren el ánimo que necesitan para mantenerse activos en la Iglesia y nutrir su nueva fe hasta que “eche raíz, crezca y… produzca fruto” (Alma 32:37).
Cómo sobreponerse a las pruebas
Si vivimos de acuerdo con la luz del Evangelio restaurado, podemos soportar la turbulencia de nuestra existencia mortal y volver a vivir con Dios. Nuestro Padre Celestial nos está esperando para decirnos: “Bien, buen siervo y fiel…” (Mateo 25:21); ésa es Su promesa, y ciertamente la cumplirá si nosotros hacemos nuestra parte.
Elson Carlos Ferreira; se bautizó en Brasil, en 1982
Cuando le parezca que es la única persona que enfrenta dificultades, deténgase a pensar en lo que Cristo hizo por usted y cuánto sufrió por usted; Él siempre estará allí para ayudarnos a saber quiénes somos y lo que se supone que debemos llegar a ser. Él nos conoce mejor de lo que nosotros mismos nos conocemos.
Elena Hunt; se bautizó en Arizona, EE. UU., en 2008
Ocuparse de lo básico
No he hecho nada extraordinario para mantenerme fiel en la Iglesia; no he tenido que caminar 80 km para ir a la reunión sacramental ni me han echado en un horno ardiente; pero el hecho de hacer constantemente las cosas sencillas, como asistir a las reuniones de la Iglesia, estudiar las Escrituras, orar y prestar servicio en llamamientos, me ha ayudado a nutrir mi testimonio (véase Alma 37:6–7).
Alcenir de Souza; se bautizó en Brasil, en 1991
Al principio, cuando me uní a la Iglesia, a los diecinueve años, estaba entusiasmada con el Evangelio, y el leer las Escrituras diariamente era una aventura asombrosa.
Sin embargo, después de haber sido miembro de la Iglesia algunos años, me sentía física y espiritualmente cansada. Me obligaba a ir a la Iglesia los domingos, sacaba muy poco de las reuniones y quería regresar a casa para dormir la siesta.
Una conversación que tuve con un amigo me ayudó a reconocer mi situación. Hice un inventario de mis hábitos espirituales y me di cuenta de que mis oraciones ya no eran sinceras y que la lectura de las Escrituras se había convertido en una tarea, no un placer. Comprendí que tenía que agregar a mi día algo de nutrición y ejercicio espiritual.
Empecé a orar todas las mañanas antes de leer las Escrituras, pidiendo específicamente que se me guiara en mi estudio. Trabajaba tiempo parcial y tenía un descanso de quince minutos por la mañana que comencé a usar para leer algunas páginas de la revista Ensign, lo cual era para mí un refrigerio espiritual del mediodía. Por la noche leía libros inspiradores y los domingos leía el manual Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia.
Al irme a acostar todas las noches, me sentía en paz, porque había saciado el hambre espiritual a lo largo del día. Por haber decidido seguir un régimen espiritual diario, he llegado a ser una persona más positiva y mi testimonio ha crecido.
Tess Hocking; se bautizó en California, EE. UU., en 1976
Asistir al templo
Desde la primera vez que oí hablar del templo, tuve un gran deseo de ir. Aprendí que es un lugar donde llevamos a cabo bautismos por los muertos, donde nos sellamos como familia y donde hacemos convenios más elevados con nuestro Padre Celestial. Me he preparado para asistir al templo y me he mantenido digna de hacerlo.
Yashinta Wulandari; se bautizó en Indonesia, en 2012
Después de mi bautismo, mi novio (que ya era miembro de la Iglesia) y yo planeamos casarnos; pero decidimos posponer nuestra boda porque yo quería tener una gran fiesta.
El martes 12 de enero de 2010, mi prometido y yo fuimos a nuestras respectivas clases. Mientras estaba sentada frente a mi computadora, esperando que el profesor comenzara, el edificio empezó a temblar y se sacudía de tal manera que no me atreví a salir corriendo.
Me quedé en un rincón, con los ojos cerrados, orando a mi Padre Celestial de todo corazón: “¡Te suplico que me des la oportunidad de casarme con mi novio en el templo!”.
Momentos después, cuando dejó de temblar y miré a mi alrededor, no podía distinguir nada por el polvo que caía. No recuerdo cómo salí del aula, pero al fin estaba afuera. Con los ojos llenos de lágrimas empecé a llamar a gritos a mi novio.
Al poco rato encontré a su hermana; me dijo: “¡Está bien! Está tratando de ayudar a algunos estudiantes que quedaron bajo los escombros”.
No me considero mejor que otras personas que no pudieron escapar, pero sé que el Padre Celestial contestó mi oración. Mi novio y yo nos casamos en el templo el 6 de abril de 2010, poco más de un año después de mi bautismo y casi tres meses después del terremoto. Fue un día de paz y gozo que jamás olvidaré; no hicimos una gran fiesta, pero fue un acontecimiento maravilloso para mí.
Marie Marjorie Labbe; se bautizó en Haití, en 2009
Compartir el Evangelio
Como nuevo miembro de la Iglesia, me encanta la obra misional. Todos podemos ser misioneros. Cada vez que comparten el Evangelio con alguien, cambia la vida de esa persona, pero también ayuda a fortalecer su propio testimonio. La gente ve la luz en sus ojos y quiere saber por qué tienen un espíritu tan admirable. El hecho de realizar la obra misional no sólo da a los demás la oportunidad de aprender sobre la Iglesia, sino también los ayuda a sentir el Espíritu y tener experiencias espirituales propias.
Elena Hunt; se bautizó en Arizona, EE. UU., en 2008
¡Me encanta la obra misional! Tres meses después de mi bautismo, viajé a Martinica para pasar tiempo con mi familia durante las vacaciones de verano. Todos los días le hablé a mi hermano del Libro de Mormón y del Evangelio.
Lo invité a ir conmigo a la Iglesia el primer domingo pero no quiso. El segundo domingo fue, pero, al terminar las reuniones, se mostró más bien indiferente, como si no hubiera sentido nada especial durante esas tres horas.
Aunque continué hablándole del Evangelio durante la semana siguiente, no lo invité a ir a la Iglesia. El sábado por la noche sucedió un milagro: mientras planchaba mi ropa para el día siguiente, noté que él hacía lo mismo.
“¿Qué estás haciendo?”, le pregunté.
Él me respondió: “Voy a ir a la Iglesia contigo mañana”.
“Yo no te obligo a ir”, le aclaré.
A lo que me contestó: “Quiero ir”.
A partir de ese día, siguió asistiendo a la Iglesia todos los domingos.
Después de regresar al sur de Francia, donde estaba estudiando, mi hermano me dijo por teléfono que se iba a bautizar. Le dije que me gustaría estar presente para su bautismo, pero que lo más importante era que él estuviera todavía activo en la Iglesia cuando yo regresara a Martinica.
Un año más tarde volví de visita. Durante la reunión sacramental, él testificó la verdad del Evangelio con gran firmeza. Se me llenan los ojos de lágrimas cuando pienso que mi hermano, con quien he compartido los momentos más hermosos de mi vida, también comparte conmigo el Evangelio de nuestro Señor (véase Alma 26:11–16).
Ludovic Christophe Occolier; se bautizó en Francia, en 2004
Hacer la obra de historia familiar
Después de recibir las lecciones misionales, oré para saber si el Evangelio era verdadero. Mi querido abuelo se me apareció en un sueño y me testificó en cuanto a la veracidad del mismo. En ese momento, comencé a comprender la divina obligación que tengo hacia mis antepasados. El presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, lo expresó de este modo: “Cuando ustedes fueron bautizados, sus antepasados los contemplaron desde allá con esperanza. Quizás, al cabo de siglos, se regocijaron al ver a uno de sus descendientes hacer el convenio de buscarlos y de brindarles la libertad… El corazón de ellos está ligado a ustedes y su esperanza está en las manos de ustedes”1.
Steven E. Nabor; se bautizó en Utah, EE. UU., en 1979
Mi esposa, Laura, y yo quedamos desolados por la muerte de nuestra primera hija, Cynthia Marie, de sólo cuatro meses, debido a complicaciones causadas por espina bífida. Esa tragedia para dos padres jóvenes y afligidos nos llevó a buscar una manera de estar nuevamente con nuestra hijita algún día. En aquella época no éramos miembros de la Iglesia.
Una mañana, Laura volcó su corazón en oración al Padre Celestial, suplicando: “Querido Padre, quiero volver a estar con mi hijita algún día, pero no sé qué hacer. Te suplico que me lo hagas saber”.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta y Laura fue a contestar, con lágrimas todavía corriéndole por las mejillas. Frente a ella había dos misioneros. Con el tiempo, Laura y yo obtuvimos un testimonio de la veracidad del Libro de Mormón y nos bautizamos.
Laura quería asegurarse de que todos los miembros de nuestra familia tuvieran la oportunidad de recibir el Evangelio. Durante los primeros quince años después de nuestro bautismo, ella preparaba los nombres para el templo y luego los llevábamos juntos para llevar a cabo la obra. Después de un tiempo, la artritis de mi esposa empezó a empeorar y yo iba solo al templo a llevar los nombres.
Laura falleció hace tres años, después de una larga lucha con su enfermedad. El buscar una manera de estar con nuestra niñita ha ocasionado que hiciéramos la obra del templo por miles de nuestros antepasados queridos. Mientras hacíamos la investigación de historia familiar y la obra en el templo, experimentamos muchos milagros (véase D. y C. 128:18, 22).
Norman Pierce; se bautizó con Laura Pierce en Louisiana, EE. UU., en 1965
Participar durante las reuniones de la Iglesia
El orar en la Iglesia, hacer comentarios en el transcurso de las lecciones y hablar en la reunión sacramental los bendice tanto a ustedes como a los que escuchan. Cuando hablan en el nombre de Jesucristo, el Santo Espíritu se comunica a través de ustedes. El Padre Celestial no habla sólo por medio de las Escrituras y los profetas y apóstoles, sino que también lo hace por medio de ustedes a fin de contestar las preguntas de alguien, de fortalecer a alguien en su debilidad o de disipar las dudas de alguna persona.
Cuando el obispo me pidió que expresara mi testimonio en la reunión sacramental después de mi bautismo, me sentí asustada e inepta. Nunca había hablado frente a una congregación.
“¿Es realmente necesario que lo haga?”, le pregunté al obispo.
“¡Sí!”, afirmó.
En la reunión sacramental, testifiqué que el Padre Celestial me ama y que contestó mis oraciones ayudándome a encontrar el Evangelio restaurado. Cuando me encontraba frente al estrado, sentí muy fuerte el Santo Espíritu. Me sentí bendecida por ser miembro de la Iglesia verdadera de Cristo. Tenía el corazón lleno de felicidad y de paz. El Padre Celestial hizo que mi temor de hablar se convirtiera en una hermosa experiencia.
Al mes siguiente tuve la oportunidad de dar un discurso en la reunión sacramental. Otra vez tuve miedo, ¿quién era yo para enseñar a los que sabían mucho más del Evangelio? No obstante, oré para que el Santo Espíritu me ayudara, y una vez más sentí que me tocaba el corazón y recibí la impresión de que mi Padre Celestial estaba complacido con mi bautismo y que mis pecados habían sido perdonados.
Por las experiencias que he tenido, sé que soy una hija preciada de Dios y que Él me ama. El hecho de hablar en la reunión sacramental fue una valiosa oportunidad para mí de servir a Dios al testificar que Jesucristo ha restaurado Su Iglesia en la tierra.
Pamella Sari; se bautizó en Indonesia, en 2012
Prestar servicio en la Iglesia
Los llamamientos en la Iglesia les ayudan a aprender el Evangelio y les dan una responsabilidad que los llevará a las reuniones y los ayudará a prestar servicio a los demás, aun cuando ustedes mismos enfrenten dificultades.
Su’e Tervola; se bautizó en Hawái, EE. UU., en 2008
El programa de maestras visitantes y el de la orientación familiar proporcionan oportunidades de sentir y poner en acción la verdadera compasión cristiana; brindan experiencias de humildad y amor que pueden cambiarlos para siempre. Como hijos de nuestro Padre Celestial, se necesita nuestro servicio para extender actos de bondad a través de Su viña2.
Cheryl Allen; se bautizó en Michigan, EE. UU., en 1980
Poco después de haberme bautizado, el presidente de la rama me llamó para ser el presidente de los Hombres Jóvenes. Fue magnífico estar con los jóvenes y ayudarlos a aprender el Evangelio; al mismo tiempo que enseñaba, yo también aprendía. Ése fue el primero de una serie de llamamientos que recibí; en cada una de mis responsabilidades, sentí gozo y placer ante los desafíos nuevos. El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Recuerden que a quien el Señor llama, el Señor prepara y capacita”3. Yo tuve que confiar y creer con humildad que tendría la capacidad; y así, en menos de seis meses de ser miembro, tuve la gran oportunidad de familiarizarme con los programas de la Iglesia.
Germano Lopes; se bautizó en Brasil, en 2004