Repartiendo estuches de regreso a casa
La autora vive en Mindanao, Filipinas.
Llovía torrencialmente y soplaba un viento frío; vi árboles arrancados de sus raíces y que habían perdido todo el follaje. En varias zonas no había energía eléctrica debido a los daños en los cables eléctricos; el panorama ante mí era fantasmal; el viento había barrido con todo y las personas estaban muertas de hambre y buscaban refugio desesperadamente.
En el corazón tenía el deseo de servir. Mi familia y otros miembros de la Iglesia nos habíamos trasladado a una comunidad pobre donde un tifón había devastado millares de viviendas y había cobrado miles de vidas; estábamos allí para brindar auxilio a las víctimas.
Apenas llegamos, pude ver los rostros afligidos de las personas; en ese momento me di cuenta de que habíamos sido bendecidos, ya que nuestros hogares no habían sido destruidos.
Continuaba lloviendo cuando empezamos a repartir los estuches de emergencia en un gimnasio empantanado y sin techo, pero no nos importó; los estuches de emergencia contenían bandejas plásticas, ollas, platos, cucharas, tenedores, termos; nosotros los llamamos “estuches de regreso a casa”. A medida que nuestra familia iba repartiendo los estuches de emergencia, las personas nos agradecían y sonreían afectuosamente.
La gratitud inestimable de las personas me inspiraba y sentía la influencia del Espíritu; sus sonrisas manifestaban que hay esperanza y que el Padre Celestial y Jesucristo nunca nos abandonarán y siempre traerán luz a nuestros días sombríos.
Sé que si prestamos servicio y nos amamos unos a otros, obtendremos bendiciones eternas y heredaremos atributos semejantes a los de Cristo. Las bendiciones del servicio no siempre se reciben en forma inmediata, pero llegarán si seguimos sirviendo a los demás con un corazón sincero. Sé que “cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17).