El que persevere hasta el fin será salvo
Seamos fieles a lo que hemos creído y sabemos.
Queridos hermanos y hermanas, agradezco mucho poder expresarles algunos de mis sentimientos.
Hace algunos años, mi esposa y yo estuvimos presentes en la ceremonia inaugural de la exhibición interactiva para los niños, en el Museo de Historia de la Iglesia en Salt Lake City. Al terminar la misma, el presidente Monson pasó a nuestro lado y mientras nos daba la mano nos dijo: “perseveren y triunfarán”. Una enseñanza muy profunda que seguramente todos compartimos su veracidad.
Jesucristo nos asegura que “el que persevere hasta el fin, este será salvo”1.
Perseverar significa “permanecer firme en el compromiso de ser fiel a los mandamientos de Dios a pesar de la tentación, la oposición o la adversidad”2.
Aunque una persona haya tenido experiencias espirituales poderosas y prestado servicio fiel, podría, algún día, desviarse, o caer en la inactividad si no persevera hasta el fin. Ojalá que, en todo momento y en forma enfática, pongamos en nuestras mentes y corazones la frase: “ese no será mi caso”.
Cuando Jesucristo enseñó en Capernaúm, “muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él”.
“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿También vosotros queréis iros?”3.
Creo que también hoy, a todos los que hemos hecho convenios sagrados con Jesucristo, Él nos pregunta: “¿También vosotros queréis iros?”.
Ruego que todos, con una reflexión profunda sobre lo que nos deparan las eternidades, respondamos como Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”4.
Seamos fieles a lo que hemos creído y sabemos. Si no hemos vivido según nuestro conocimiento, cambiemos. El pecador que persiste en el pecado, y no se arrepiente, se va sumergiendo más y más en la inmundicia, hasta que Satanás lo toma para sí, poniendo en peligro, de manera significativa, su oportunidad de arrepentirse, de ser perdonado y de ser bendecido con todas las bendiciones de la eternidad.
He escuchado muchos justificativos de aquellos que actualmente han dejado de participar activamente en la Iglesia, que han perdido la visión correcta del propósito de nuestro paso por esta tierra. Les exhorto a que reflexionen y regresen, porque creo que ninguno será capaz de esgrimir excusas ante nuestro Señor Jesucristo.
Al bautizarnos hemos hecho convenios, no con hombre alguno, sino con el Salvador, aceptando “tomar sobre [nosotros] el nombre de [Él], con la determinación de servirle hasta el fin”5
La asistencia a la reunión sacramental es uno de los parámetros clave para apreciar nuestra determinación de servirle, nuestra fortaleza espiritual y el crecimiento de nuestra fe en Jesucristo.
La Santa Cena es lo más importante en el día de reposo. El Señor explicó esta ordenanza a Sus apóstoles poco antes de morir. Luego también lo hizo en el continente americano. Nos dice que, si participamos de esa ordenanza, entonces será un testimonio al Padre de que siempre nos acordamos de Él, y nos promete que de esa manera tendremos Su Espíritu con nosotros6.
En las enseñanzas de Alma hijo, a su hijo Shiblón, encontramos sabios consejos y advertencias que nos ayudan a permanecer fieles a nuestros convenios.
“Procura no ensalzarte en el orgullo; sí, procura no jactarte de tu propia sabiduría, ni de tu mucha fuerza.
“Usa valentía, más no prepotencia y procura también refrenar todas tus pasiones para que estés lleno de amor; procura evitar la ociosidad”7.
Hace varios años, durante unas vacaciones, tuve el deseo de andar en kayak por primera vez. Alquilé uno y con todo entusiasmo me introduje en el mar.
A los pocos minutos una ola tumbó el kayak. Con mucho esfuerzo, teniendo el remo en una mano y el kayak con la otra, logré tocar el fondo con los pies.
Intenté otra vez, pero a los pocos minutos el kayak nuevamente se dio vuelta. Ya con terquedad, insistí en reiteradas ocasiones hasta que una persona, entendida en el tema, me dijo que seguramente el kayak tenía fisuras y por consiguiente su interior se había llenado de agua, produciendo desequilibrios que impedían controlarlo. Llevé el kayak hasta la orilla y, efectivamente, luego de sacar el tapón salió una gran cantidad de agua.
Pienso que en ocasiones transitamos por la vida con pecados que, como esas fisuras, nos impiden lograr el progreso espiritual que todos anhelamos.
Si persistimos en nuestros pecados, olvidamos los convenios que hemos hecho con el Señor, a pesar de que reiteradamente caemos por el desequilibrio que esos pecados producen en nuestras vidas.
Al igual que las fisuras en el kayak, las fisuras en nuestras vidas tienen que ser reparadas. Hay algunos pecados que requerirán arrepentirse con mayor esfuerzo que otros.
Por eso, debemos preguntarnos. ¿En qué lugar nos encontramos en cuanto a nuestra actitud hacia el Salvador y Su obra? ¿Estamos en la situación de Pedro cuando negó a Jesucristo? ¿O ya hemos avanzado hasta tener la actitud y determinación que él tuvo después de la gran comisión recibida del Salvador?8.
Debemos esforzarnos por obedecer todos los mandamientos y prestar mucha atención a aquellos que más nos cuestan cumplir. El Señor estará a nuestro lado, asistiéndonos en nuestras necesidades y flaquezas, y si manifestamos un deseo sincero, y actuamos en consecuencia, entonces Él hará “que las cosas débiles sean fuertes”9.
La obediencia nos dará la fortaleza para reaccionar frente al pecado. También debemos entender que la prueba de la fe a veces requiere que obedezcamos sin conocer los resultados.
Les sugiero una fórmula que nos ayudará a perseverar hasta el fin:
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Diariamente orar y estudiar las Escrituras.
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Semanalmente participar de la Santa Cena con un corazón quebrantado y un espíritu contrito.
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Pagar nuestros diezmos y cada mes nuestras ofrendas de ayuno.
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Cada dos años, cada año para los jóvenes, renovar la recomendación para el templo.
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Durante toda nuestra vida servir en la obra del Señor.
Que las grandes verdades del Evangelio puedan afianzarse en nuestras mentes, y que podamos mantener nuestra conducta libre de fisuras, que nos impiden navegar en el mar de la vida con seguridad.
El éxito, a la manera del Señor, tiene un precio, y no existe otra alternativa que pagarlo para poder obtenerlo.
Cuán agradecido estoy porque nuestro Salvador Jesucristo perseveró hasta el fin, cumpliendo con el gran sacrificio expiatorio.
Él sufrió por nuestros pecados, dolores, depresiones, angustias, enfermedades y temores, de manera que sabe cómo ayudarnos, darnos aliento, consolarnos y darnos fuerzas para que podamos perseverar y obtener esa corona que está reservada para aquellos que no son vencidos.
Nosotros vivimos hoy nuestras realidades. Cada uno tiene su tiempo de pruebas, dichas, decisiones que tomar, obstáculos que vencer, oportunidades que aprovechar.
Sea cual fuere nuestra situación personal, testifico que nuestro Padre Celestial constantemente nos está diciendo: “Te amo, te sostengo, estoy contigo. No te des por vencido. Arrepiéntete y persevera en el camino que te he señalado. De esa manera te aseguro que nos volveremos a ver en nuestro hogar celestial”. En el nombre de Jesucristo. Amén.