Mensaje de los líderes del Área
La misión del Mediador
La palabra “mediador” proviene del latín y significa intermediario o intercesor.
En nuestra vida mortal hay ocasiones en las que necesitamos un mediador; por ejemplo, en los negocios, al comprar o alquilar una casa o un automóvil, y también en los conflictos.
Para poder tener éxito en un proceso de mediación, el mediador debe ser neutral, justo e imparcial, y debe asegurarse de que no se vulneren los derechos de ninguna de las partes implicadas.
Como parte del plan de felicidad, el Señor nos ha proporcionado una vida terrenal. Nuestro nacimiento es fruto de una decisión que tomamos con anterioridad y constituye un paso muy importante en nuestro progreso eterno.
Nuestra vida mortal, de tiempo limitado, es breve y se acorta con cada día que pasa. Pese a esto, es esencial para nuestra salvación, ya que nos permite tomar decisiones cada día que nos acercan más a nuestro Padre Celestial o nos alejan más de Él.
Del rey Benjamín aprendemos que “el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre […], a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu” (Mosíah 3:19). Solamente por nuestro esfuerzo, en nuestra naturaleza carnal, y sin ayuda, no podemos cumplir el propósito de esta vida.
Nos vemos constantemente empujados por dos fuerzas opuestas, una que nos persuade a hacer lo bueno y otra que nos persuade a hacer lo malo. “Por lo tanto, el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro” (2 Nefi 2:16).
El Señor conoce a la perfección los desafíos de esta vida mortal. Él conoce nuestras debilidades y fortalezas, sabe que en este proceso de toma de decisiones cometeremos errores y, por eso, ha proporcionado un Mediador.
“Porque hay […] un solo mediador entre Dios y los hombres” (1 Timoteo 2:5). Este Mediador es Jesucristo; Él es el Mediador de nuestros convenios con el Padre. Por medio de Él llegamos a nuestro Padre Celestial.
Cristo “es el mediador de un mejor convenio” (Hebreos 8:6). Este convenio permite que se satisfagan las demandas de la justicia y las demandas de la misericordia.
Gracias a la expiación de Jesucristo, que intercedió por nuestros pecados, tenemos la oportunidad de arrepentirnos y de cumplir con todos los requisitos del convenio. Él hizo posible ese acuerdo.
Nuestro Señor, en Su infinita sabiduría, nos dio el día a día, separado en períodos de veinticuatro horas. Cada día es un nuevo día, una nueva oportunidad, un renacimiento.
Al final de cada día podemos meditar en nuestras acciones y, en humilde oración, podemos presentar al Señor nuestros esfuerzos diarios y nuestros desafíos, darle las gracias y pedirle ayuda para el nuevo día. Cada día es un renacimiento en el que tenemos una nueva oportunidad de elegir lo correcto y ser un poco mejores de lo que fuimos el día antes.
Además de ser nuestro Maestro, Jesucristo, nuestro Mediador Supremo, sabe que, como parte del plan, en la vida hay momentos en los que necesitamos recurrir a otros mediadores que tenemos cerca. Por eso restauró Su Iglesia en estos últimos días, sobre el fundamento de los profetas y los apóstoles, que tienen todas las llaves del sacerdocio, y de los líderes locales, para que nos ayuden.
Ante todo, sé que nuestro Mediador más importante es nuestro Salvador, Jesucristo. ¡Qué maravillosa bendición es saber y sentir por medio del arrepentimiento sincero que podemos ser liberados de nuestros pecados!
Sé que, aunque todo salga mal en nuestra vida, aunque nos agravien y nos persigan, aun hasta la muerte, nuestro Mediador, Jesucristo, no nos fallará. Pongo en Él toda mi confianza. Sé que Él procurará y garantizará que, al final, se salvaguarden todos nuestros derechos, bendiciones y privilegios, y que salgamos victoriosos. En el nombre de Jesucristo. Amén.