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El Señor Jesucristo confía en nosotros
Cuando era un joven presbítero, experimenté el amor del Señor a través de la ayuda de mi obispo y a medida que yo ejercía la fe en Cristo.
Asistí a la capilla cada domingo con mi camisa y corbata, pero no me consideraba digno de cumplir con mis deberes del sacerdocio, quizás por mi apariencia externa, como el pelo largo y la barba. El obispo se percató de esto y me llamo para conversar sobre mis metas y planes, en ese momento, le manifesté mi parecer respecto a mi condición y que no me sentía un joven con las cosas claras, yo solo quería andar en patineta y estar con mis amigos. Él me respondió que sí me consideraba digno de cumplir con mis deberes y me pidió que ese mismo domingo bendijera la Santa Cena. En esa entrevista sentí la confianza de mi obispo e hizo que también yo confiara en el Señor porque Él conoce mi corazón y nos da la oportunidad de servir a otros.
Cuando llegó el momento de oficiar en las ordenanzas, sentí las miradas y murmullos de la congregación y eso me ponía inquieto y nervioso, pero confiaba en el obispo y en el Señor.
Ahora un poco más maduro y habiendo conocido de cerca al Señor, sé que cuando no tenemos todas las respuestas a nuestras preguntas, la única fuente de inspiración es la fe en el Señor Jesucristo.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “primero duden de sus dudas antes que dudar de su fe”1.
En muchas ocasiones de nuestra vida habrá momentos que quizás no sepamos todas las cosas o no tengamos todas las repuestas: por eso debemos centrarnos en lo que sabemos que es verdad: “Creed en Dios, creed que él existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender”2.
Esta experiencia me enseñó que debemos confiar en lo que sabemos que es verdad, sin preocuparnos mucho de lo que los demás piensan de nosotros, sino enfocarnos en lo que el Señor omnipotente sabe de nosotros.
Este salto de fe y confianza durante mi juventud me ayudó a asistir con seguridad a Instituto; allí conocí a personas maravillosas, amigos que sabían lo mismo que yo, encontré un lugar al que cada semana quería volver. Tal es así que fortaleció la relación con mis amigos y mi determinación de prepararme para ser un misionero de tiempo completo.
Aun en un plano elevado y eterno, fue esta misma confianza de mi obispo y el Señor en mí la que tuvo mi amada esposa Valeria, que en su momento también confió más en mi fe y testimonio que en mis dudas y apariencia externa.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: Nunca subestimen la profunda verdad de que “el Espíritu […] habla de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán”. “Él os mostrará todas las cosas que deben hacer”3.
Experiencia y testimonio de la hermana Valeria Pérez: “Utilizar la expiación de Jesucristo a diario me hace feliz”:
“Siendo aún una mujer joven, tenía una amiga conversa, y en una conversación donde ella no sabía cómo manejar la situación, me confesó que había quebrantado un mandamiento. A pesar de que había recibido el consejo de no decirlo a nadie, ella se sentía mal y me lo contó. Me preguntó: ¿qué hago? Le contesté que debía arrepentirse. Sin embargo, a pesar de mis muchos años en la Iglesia, no sabía explicarle cómo, así que le dije que juntas estudiaríamos el arrepentimiento. Ese camino nos llevó a que ella se confesara con el obispo. Cuando salió de la entrevista me dijo: ‘¡estoy muy feliz por haber usado la expiación de Jesucristo y de ahora en más lo haré siempre!’”.
Fue en ese momento que me pregunté: ¿estoy utilizando la expiación de Jesucristo todos los días?, ¿la estoy usando correctamente? A veces, por ser miembros de La Iglesia durante mucho tiempo, nos importa más el qué dirán las personas que nos rodean que el ser sinceros con nosotros mismos, y nos privamos de hallar el gozo verdadero. Testifico que el arrepentimiento no es un proceso triste sino necesario para ser felices.
El arrepentimiento y la remisión de nuestros pecados son bendiciones posibles gracias al sacrificio expiatorio infinito de nuestro Señor Jesucristo. Verdaderamente necesitamos utilizar su expiación a diario.