“Capítulo 3: Lección 3 — El Evangelio de Jesucristo”, Predicad Mi Evangelio: Una guía para compartir el Evangelio de Jesucristo, 2023
“Capítulo 3: Lección 3”, Predicad Mi Evangelio
Capítulo 3: Lección 3
El Evangelio de Jesucristo
El Evangelio de Jesucristo es cómo venimos a Cristo. Es lo suficientemente sencillo como para que un niño pueda entenderlo. Esta lección se centra en el Evangelio y la doctrina de Cristo, incluyendo la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin. También se centra en la forma en que el Evangelio bendice a todos los hijos de Dios.
La palabra Evangelio significa literalmente “buenas nuevas”. El Evangelio de Jesucristo son las buenas nuevas, pues proporciona la doctrina, o sea, la verdad eterna, que necesitamos para venir a Él y ser salvos (véase 1 Nefi 15:14). El Evangelio nos enseña cómo llevar una vida buena y significativa. Las buenas nuevas del Evangelio nos proporcionan el modo de que se nos perdonen los pecados, seamos santificados y regresemos a la presencia de Dios.
Sugerencias para la enseñanza
Esta sección ofrece una reseña de ejemplo que le ayudará a prepararse para enseñar. Además, incluye ejemplos de las preguntas e invitaciones que podría utilizar.
Al prepararse para enseñar, considere con espíritu de oración la situación y las necesidades espirituales de cada persona. Decida lo que será de mayor ayuda para enseñar. Prepárese para explicar las palabras que las personas podrían no entender. Planifique según la cantidad de tiempo que tendrá, y recuerde mantener breves las lecciones.
Escoja los pasajes de las Escrituras que usará al enseñar. La sección “Fundamento doctrinal” de la lección contiene muchos pasajes de las Escrituras útiles.
Considere qué preguntas hacer mientras enseña. Planifique extender invitaciones que alienten a cada persona a actuar.
Recalque las bendiciones prometidas de Dios y comparta su testimonio de lo que enseñe.
Lo que puede enseñar a las personas en 15–25 minutos
Elija uno o más de los siguientes principios para enseñarlos. El fundamento doctrinal de cada principio se da después de esta reseña.
La misión divina de Jesucristo
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Dios envió a la tierra a Su Hijo Amado, Jesucristo, a fin de redimirnos del pecado y de la muerte.
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Gracias al sacrificio expiatorio de Jesucristo, podemos ser limpios de nuestros pecados si nos arrepentimos.
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Después que Jesús fue crucificado, Él resucitó; gracias a Su Resurrección, todos resucitaremos después de que muramos. Eso significa que el espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán de nuevo, y cada uno de nosotros vivirá para siempre en un cuerpo perfeccionado y resucitado.
Fe en Jesucristo
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La fe es el primer principio del Evangelio de Jesucristo.
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La fe en Jesucristo abarca el tener confianza en que Él es el Hijo de Dios, y el confiar en Él como nuestro Salvador y Redentor.
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La fe en Jesucristo es un principio de acción y poder.
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Fortalecemos nuestra fe al orar, estudiar las Escrituras y obedecer los mandamientos.
El arrepentimiento
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La fe en Jesucristo nos lleva a arrepentirnos. El arrepentimiento es el proceso de volverse a Dios y apartarse del pecado. Al arrepentirnos, nuestras acciones, deseos y pensamientos cambian para estar más en armonía con la voluntad de Dios.
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Cuando nos arrepentimos con sinceridad, Dios nos perdona. El perdón es posible, porque Jesucristo expió nuestros pecados.
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A medida que nos arrepentimos, sentimos paz en tanto que sanamos de nuestra culpa y pesar.
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El arrepentimiento es un proceso que dura toda la vida. Dios nos recibe cada vez que nos arrepentimos; Él nunca se dará por vencido con nosotros.
El bautismo: Nuestro primer convenio con Dios
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El bautismo es el modo en que iniciamos una relación por convenio con Dios.
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Tiene dos partes: el bautismo por agua y por el Espíritu. Al ser bautizados y confirmados, somos purificados de nuestros pecados, lo cual nos brinda un nuevo comienzo en la vida.
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Somos bautizados por inmersión, siguiendo el ejemplo de Jesús.
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Los niños no son bautizados hasta que tienen ocho años. Los niños que mueren antes de esa edad son redimidos por medio de la Expiación de Jesucristo.
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Tomamos la Santa Cena cada semana en memoria del sacrificio de Jesús y para renovar nuestros convenios con Dios.
El don del Espíritu Santo
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El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad.
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Luego de ser bautizados, recibimos el don del Espíritu Santo mediante la ordenanza de la confirmación.
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Cuando recibimos el don del Espíritu Santo, podemos tener Su compañía a lo largo de nuestra vida, si somos fieles.
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El Espíritu Santo nos santifica, nos guía, nos consuela y nos ayuda a conocer la verdad.
Perseverar hasta el fin
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Perseverar incluye el seguir ejerciendo la fe en Cristo cada día. Seguimos guardando nuestros convenios con Dios, nos arrepentimos, procuramos la compañía del Espíritu Santo y tomamos la Santa Cena.
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Al procurar fielmente seguir a Jesucristo, Dios nos promete que tendremos la vida eterna.
El Evangelio de Jesucristo bendice a todos los hijos de Dios
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Vivir el Evangelio aumenta nuestro gozo, inspira nuestras acciones y enriquece nuestras relaciones.
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Es más probable que seamos felices —como personas y como familias— si vivimos según las enseñanzas de Jesucristo.
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Por medio del Evangelio de Jesucristo, las familias son bendecidas en esta vida, y pueden estar unidas por la eternidad y vivir en la presencia de Dios.
Preguntas que podría hacer a las personas
Se muestran a continuación unos ejemplos de preguntas que usted podría hacer a las personas. Estas preguntas pueden ayudarle a entablar conversaciones significativas y comprender las necesidades y el punto de vista de las personas.
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¿Qué sabe usted sobre Jesucristo?
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¿Qué significa para usted tener fe en Jesucristo?
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¿Qué cambios quiere hacer en su vida?
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¿Qué conoce usted sobre el arrepentimiento?
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¿Qué sabe acerca del bautismo? ¿Qué puede hacer ahora para prepararse para el bautismo?
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¿Cómo puede ayudarle el Espíritu Santo en su camino de regreso a la presencia de Dios?
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¿Qué desafíos afronta usted o su familia? ¿Nos permite explicar algunas maneras en que el Evangelio de Jesucristo podría ser de ayuda?
Algunas invitaciones que podría extender
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¿Pedirá a Dios en oración que le ayude a saber si lo que le hemos enseñado es verdad? (Véase “Ideas para enseñar: La oración” en la última sección de la lección 1).
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¿Asistirá a la Iglesia este domingo para aprender más sobre lo que le hemos enseñado?
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¿Leerá el Libro de Mormón y orará para saber que es la palabra de Dios? (Usted podría sugerir ciertos capítulos o versículos específicos).
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¿Seguirá el ejemplo de Jesús y se bautizará? (Véase “La invitación a ser bautizado y confirmado”, que precede inmediatamente a la lección 1).
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¿Podemos fijar el día y la hora de nuestra próxima visita?
Fundamento doctrinal
Esta sección le ofrece la doctrina y los pasajes de las Escrituras para su estudio a fin de fortalecer su conocimiento y testimonio del Evangelio, y para ayudarle a enseñar.
La misión divina de Jesucristo
El Padre Celestial envió a la tierra a Su Hijo Amado, Jesucristo, para hacer posible que todos nosotros experimentemos gozo en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero. “Y este es el evangelio, las buenas nuevas […]: Que [Jesucristo] vino al mundo […], para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad; para que por medio de él fuesen salvos todos” (Doctrina y Convenios 76:40–42).
Siendo seres mortales, todos pecamos y todos morimos. El pecado y la muerte nos impedirán tener la vida eterna con Dios, a no ser que tengamos un Redentor (véase 2 Nefi 9). Antes que el mundo fuera creado, el Padre Celestial eligió a Jesucristo para que fuese nuestro Salvador. En una suprema expresión de amor, Jesús vino a la tierra y cumplió esa misión divina. Él hizo posible que seamos redimidos de nuestros pecados, y garantizó que todos resucitaremos después de morir.
Jesucristo llevó una vida sin pecado. Al final de Su ministerio terrenal, tomó sobre Sí nuestros pecados a través de Sus padecimientos en Getsemaní y cuando fue crucificado (véase 1 Nefi 11:33). El padecimiento de Jesús fue tan grande que hizo que “temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro” (Doctrina y Convenios 19:18). Después de la crucifixión, Jesús resucitó y obtuvo la victoria sobre la muerte. El conjunto de esos acontecimientos constituyen la Expiación de Jesucristo.
Nuestros pecados nos hacen espiritualmente impuros y “ninguna cosa impura puede morar con Dios” (1 Nefi 10:21). Además, la ley de la justicia exige que nuestros pecados tengan consecuencias.
El sacrificio expiatorio de Jesús nos brinda el modo de llegar a ser limpios de pecado y santificados, en tanto nos arrepintamos. También proporciona el modo de satisfacer las demandas de la justicia (véase Alma 42:15, 23–24). El Salvador dijo:“… yo […] he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo” (Doctrina y Convenios 19:16–17). Si no fuera por Jesucristo, el pecado acabaría con toda esperanza de tener una existencia futura con el Padre Celestial.
Sin embargo, al ofrecerse a Sí mismo como sacrificio por nosotros, Jesús no nos eximió de nuestra responsabilidad personal. Debemos tener fe en Él, arrepentirnos y esforzarnos por obedecer los mandamientos. Conforme nos arrepintamos, Jesús reclamará del Padre Sus derechos de misericordia a nuestro favor (véase Moroni 7:27–28). Debido a la intercesión del Salvador, el Padre Celestial nos perdona, aliviando así la carga y la culpa de nuestros pecados (véase Mosíah 15:7–9). Somos limpiados espiritualmente y podemos, con el tiempo, ser recibidos en la presencia de Dios.
La misión divina de Jesús también consistió en salvarnos de la muerte. Gracias a que Él resucitó, todos resucitaremos después de que muramos. Eso significa que el espíritu y el cuerpo de cada persona se reunirán de nuevo, y cada uno de nosotros vivirá para siempre en un cuerpo perfeccionado y resucitado. Si no fuera por Jesucristo, la muerte acabaría con toda esperanza de tener una existencia futura con el Padre Celestial.
La fe en Jesucristo
El primer principio del Evangelio es la fe en el Señor Jesucristo. La fe es la base de todos los demás principios del Evangelio.
La fe en Jesucristo es confiar en que Él es el Hijo Unigénito de Dios. Abarca confiar en Él como nuestro Salvador y Redentor; es decir, que Él es nuestra única manera de regresar a la presencia de Dios (véanse Hechos 4:10–12; Mosíah 3:17; 4:6–8). Se nos invita a ejercer una “fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar” (2 Nefi 31:19).
La fe en Jesucristo incluye creer que Él sufrió por nuestros pecados en Su sacrificio expiatorio. Gracias a Su sacrificio, podemos ser limpios y redimidos si nos arrepentimos. Esa purificación nos ayuda a encontrar paz y esperanza en esta vida; también nos permite recibir una plenitud de gozo después de morir.
La fe en Jesucristo incluye confiar en que, por medio de Él, todos resucitaremos después de que muramos. Dicha fe puede sostenernos y consolarnos en los momentos en que suframos pérdidas. La promesa de la resurrección puede alejar la tristeza que causa la muerte.
La fe en Jesucristo incluye creer y confiar en que Él tomó sobre Sí nuestras aflicciones y debilidades (véase Isaías 53:3–5). Él sabe por experiencia propia cómo sostenernos con misericordia durante las dificultades de la vida (véanse Alma 7:11–12; Doctrina y Convenios 122:8). Conforme ejercemos la fe, Él nos ayuda a seguir adelante a través de las adversidades.
Por medio de nuestra fe en Él, Jesús puede sanarnos tanto física como espiritualmente. Él siempre está presto a ayudarnos en tanto nosotros recordamos Su invitación: “Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (Doctrina y Convenios 6:36).
Es un principio de acción y poder
La fe en Jesucristo conduce a la acción. Manifestamos nuestra fe al obedecer los mandamientos y hacer el bien cada día; nos arrepentimos de los pecados, somos leales a Él y nos esforzamos por llegar a ser semejantes a Él.
Al ejercer la fe, podemos experimentar el poder de Jesús en la vida diaria. Él magnificará nuestros mejores esfuerzos; nos ayudará a crecer y a resistir la tentación.
Cómo fortalecer nuestra fe
El profeta Alma enseñó que edificar la fe puede comenzar con el simple “deseo de creer” (Alma 32:27). Luego, para que nuestra fe en Jesucristo crezca, debemos nutrirla al estudiar Sus palabras, poner en práctica Sus enseñanzas y obedecer Sus mandamientos. Alma enseñó que, a medida que nutramos paciente y diligentemente la palabra de Dios en el corazón, “echará raíz [y llegará a ser como] un árbol que brotará para vida sempiterna” (Alma 32:41; véanse los versículos 26–43).
El arrepentimiento
¿Qué es el arrepentimiento?
El arrepentimiento es el segundo principio del Evangelio. La fe en Jesucristo y nuestro amor por Él nos llevan a arrepentirnos (véase Helamán 14:13). El arrepentimiento es el proceso de volverse a Dios y apartarse del pecado. Al arrepentirnos, nuestras acciones, deseos y pensamientos cambian para estar más en armonía con la voluntad de Dios. El perdón de los pecados es posible por medio de Jesucristo y Su sacrificio expiatorio.
El arrepentimiento es mucho más que ejercer fuerza de voluntad para cambiar algún comportamiento o vencer alguna debilidad; es volvernos sinceramente a Cristo, quien nos da el poder de experimentar un “potente cambio” en el corazón (Alma 5:12–14). A medida que experimentamos ese cambio en el corazón, volvemos a nacer espiritualmente (véase Mosíah 27:24–26).
Mediante el arrepentimiento, desarrollamos una nueva forma de ver a Dios, de vernos a nosotros mismos y de ver el mundo. Sentimos una nueva percepción del amor de Dios por nosotros como Sus hijos, y del amor de nuestro Salvador por nosotros. La oportunidad de arrepentirse es una de las mayores bendiciones que Dios nos ha dado por medio de Su Hijo.
El proceso del arrepentimiento
Cuando nos arrepentimos, reconocemos nuestros pecados y sentimos remordimiento sincero. Confesamos nuestros pecados a Dios y pedimos Su perdón. Los pecados muy graves también los confesamos a líderes de la Iglesia autorizados, quienes nos apoyarán a medida que nos arrepintamos. Hacemos lo que podamos para efectuar restitución, lo que significa tratar de corregir los problemas que nuestras acciones hayan causado. El modo en que mejor se muestra el arrepentimiento genuino es mediante acciones rectas durante un período de tiempo.
El arrepentimiento es un proceso diario a lo largo de la vida. “… todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Debemos arrepentirnos constantemente, y recordar que “todo lo p[odemos] en Cristo que [nos] fortalece” (Filipenses 4:13). El Señor nos ha garantizado que “cuantas veces mi pueblo se arrepienta, le perdonaré sus transgresiones contra mí” (Mosíah 26:30).
Las bendiciones del arrepentimiento
El arrepentimiento es una experiencia positiva que produce gozo y paz. Nos conduce “al poder del Redentor, para la salvación de [nuestras] almas” (Helamán 5:11).
Cuando nos arrepentimos, somos sanados de la culpa y el pesar con el transcurso del tiempo; sentimos la influencia del Espíritu en mayor abundancia; y nuestro deseo de seguir a Dios se fortalece.
“Demasiadas personas consideran el arrepentimiento como un castigo; algo a evitarse […], pero es Satanás quien genera ese sentimiento de castigo. Él trata de impedir que miremos hacia Jesucristo, que espera con los brazos abiertos, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos” (Russell M. Nelson, “Podemos actuar mejor y ser mejores”, Liahona, mayo de 2019, pág. 67).
El bautismo: Nuestro primer convenio con Dios
La fe en Jesucristo y el arrepentimiento nos preparan para las ordenanzas del bautismo y la confirmación. El bautismo es la primera ordenanza salvadora del Evangelio de Jesucristo. Al recibir esa gozosa ordenanza de esperanza, hacemos nuestro primer convenio con Dios.
Una ordenanza es un acto o una ceremonia sagrada que se lleva a cabo mediante la autoridad del sacerdocio. Algunas ordenanzas, como el bautismo, son esenciales para nuestra salvación.
Por medio de las ordenanzas hacemos convenios con Dios. Dichos convenios son promesas sagradas entre nosotros y Dios. Él promete bendecirnos conforme nosotros cumplamos las promesas que le hacemos. Debemos asumir el firme compromiso de cumplir nuestras promesas a Dios.
Dios ha proporcionado ordenanzas y convenios para ayudarnos a venir a Él y recibir la vida eterna. Al recibir las ordenanzas del sacerdocio y guardar los convenios que las acompañan, podemos experimentar el poder de la divinidad en nuestra vida (Doctrina y Convenios 84:20).
El convenio bautismal
El Salvador enseñó que el bautismo es necesario para que entremos en el reino de los cielos (véase Juan 3:5). Además, es necesario para que seamos miembros de la Iglesia de Jesucristo. Nuestro Salvador dio el ejemplo al bautizarse (véase Mateo 3:13–17).
Cuando somos bautizados y guardamos ese convenio, Dios promete perdonar nuestros pecados (véanse Hechos 22:16; 3 Nefi 12:1–2). Esa gran bendición es posible por medio del sacrificio expiatorio de Jesucristo, quien “nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). Dios también promete bendecirnos con la compañía del Espíritu Santo para que se nos pueda santificar, guiar y consolar.
En nuestra parte del convenio bautismal, testificamos que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. También prometemos recordarle siempre y guardar Sus mandamientos. Prometemos amar y servir a los demás; “llorar con los que lloran […]; consolar a los que necesitan de consuelo[;] y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9; véanse los versículos 8–10, 13). Expresamos la determinación de servir a Jesucristo hasta el fin de nuestra vida (véanse Doctrina y Convenios 20:37; Mosíah 2:17).
Nuestros compromisos por convenio correspondientes al bautismo son una gran responsabilidad; además, son inspiradores y gozosos. Crean una relación especial entre nosotros y el Padre Celestial mediante la cual, Él nos extiende Su amor perpetuamente.
Bautismo por inmersión
Jesús enseñó que tenemos que bautizarnos por inmersión para la remisión de nuestros pecados (véase Doctrina y Convenios 20:72–74). El bautismo por inmersión es un símbolo de la muerte, sepultura y Resurrección de Jesucristo (véase Romanos 6:3–6).
El bautismo por inmersión también tiene gran simbolismo para nosotros en lo individual. Representa la muerte de nuestra vida anterior, la sepultura de esa vida y el emerger en un renacimiento espiritual. Cuando nos bautizamos, comenzamos el proceso de nacer de nuevo y llegar a ser hijos e hijas de Cristo en espíritu (véanse Mosíah 5:7–8; Romanos 8:14–17).
Los niños
Los niños no se bautizan sino hasta que llegan a la edad de responsabilidad, que es a los ocho años (véase Doctrina y Convenios 68:27). Los que mueren antes de esa edad son redimidos por medio de la Expiación de Jesucristo (véanse Moroni 8:4–24; Doctrina y Convenios 137:10). Antes de que los niños se bauticen, se les debe enseñar el Evangelio a fin de que estén preparados para ese importante paso de la vida de hacer un convenio con Dios.
La Santa Cena
Nuestro Padre Celestial quiere que seamos fieles a los convenios que hacemos con Él. Para ayudarnos a ello, nos ha mandado reunirnos con frecuencia para tomar la Santa Cena. La Santa Cena es una ordenanza del sacerdocio que Jesús estableció y mostró a Sus apóstoles poco antes de Su Expiación.
Tomar la Santa Cena es el propósito principal de la reunión sacramental cada semana. Se bendicen el pan y el agua, y luego se reparten entre la congregación. El pan representa el sacrificio que el Salvador hizo de Su cuerpo por nosotros. El agua representa Su sangre, la cual derramó por nosotros.
Participamos de estos emblemas en memoria del sacrificio del Salvador y para renovar nuestros convenios con Dios; y recibimos de nuevo la promesa de que el Espíritu estará con nosotros.
El don del Espíritu Santo
Recibir el don del Espíritu Santo
El bautismo tiene dos partes. Jesús enseñó que tenemos que “nac[er] de agua y del Espíritu” para entrar en el reino de Dios (Juan 3:5; cursiva agregada). José Smith enseñó: “El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir el bautismo del Espíritu Santo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 100).
Al bautismo en el agua le debe seguir el bautismo del Espíritu Santo a fin de que sea completo. Cuando recibimos ambos bautismos, quedamos limpios de nuestros pecados y volvemos a nacer espiritualmente. Entonces empezamos una nueva vida espiritual como discípulos de Cristo.
Recibimos el bautismo del Espíritu mediante una ordenanza que se llama confirmación. Esta ordenanza la efectúan uno o más poseedores del sacerdocio, quienes colocan las manos sobre nuestra cabeza. Primero nos confirman miembros de la Iglesia y luego nos confieren el don del Espíritu Santo; es la misma ordenanza que se menciona en el Nuevo Testamento y en el Libro de Mormón (véanse Hechos 8:14–17; 3 Nefi 18:36–37).
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad. El Espíritu obra en unidad con el Padre Celestial y Jesucristo. Cuando recibimos el don del Espíritu Santo, podemos tener Su compañía a lo largo de la vida, si somos fieles.
La manera en que el Espíritu Santo nos bendice
El don del Espíritu Santo es uno de los mayores dones del Padre Celestial. El Espíritu Santo nos limpia y nos santifica, haciéndonos más santos, más completos y más semejantes a Dios (véase 3 Nefi 27:20). Nos ayuda a cambiar y crecer espiritualmente a medida que procuramos seguir los preceptos de Dios.
El Espíritu Santo nos ayuda a aprender y a reconocer la verdad (véase Moroni 10:5). Además, nos confirma la verdad en el corazón y en la mente. Asimismo, el Espíritu Santo nos ayuda a enseñar la verdad (véase Doctrina y Convenios 42:14). Cuando aprendemos y enseñamos la verdad por el poder del Espíritu Santo, Él la lleva hasta nuestro corazón (véase 2 Nefi 33:1).
A medida que procuremos con humildad la guía del Espíritu Santo, Él nos guiará (véase 2 Nefi 32:5); lo cual incluye que nos inspirará sobre cómo podemos servir a los demás.
El Espíritu Santo proporciona fortaleza espiritual para ayudarnos a vencer la debilidad. Nos ayuda a resistir la tentación. Puede advertirnos de peligros espirituales y físicos.
El Espíritu Santo nos ayudará a lo largo de las dificultades de la vida. Nos consolará durante los momentos de prueba o de pesar, llenándonos de esperanza (véase Moroni 8:26). Por medio del Espíritu Santo, podemos sentir el amor que Dios nos tiene.
Perseverar hasta el fin
Cuando somos bautizados y confirmados, entramos en un convenio con Dios. Entre otras cosas, prometemos guardar Sus mandamientos y servirle por el resto de la vida (véanse Mosíah 18:8–10, 13; Doctrina y Convenios 20:37).
Después de haber entrado en la senda del Evangelio por medio del bautismo y la confirmación, nos esforzamos al máximo para mantenernos en ella. Cuando nos apartamos de la senda, aunque sea un poquito, ejercemos la fe en Cristo para arrepentirnos. La bendición del arrepentimiento nos permite regresar a la senda del Evangelio y retener las bendiciones de nuestros convenios con Dios. En tanto nos arrepentimos sinceramente, Dios siempre está dispuesto a perdonar y a recibirnos de nuevo.
Perseverar hasta el fin significa permanecer fieles a Dios hasta el final de nuestra vida; en los buenos tiempos, así como en los difíciles; en la prosperidad, así como en la adversidad. Permitimos con humildad que Cristo nos moldee y nos haga más semejantes a Él. Miramos hacia Cristo con fe, confianza y esperanza, independientemente de lo que suceda en nuestra vida.
Perseverar hasta el fin no significa simplemente resistir hasta que muramos; más bien significa centrar la vida, los pensamientos y las acciones en Jesucristo. Incluye seguir ejerciendo fe en Cristo cada día. Además, seguimos arrepintiéndonos, guardando los convenios que hicimos con Dios y buscando la compañía del Espíritu Santo.
Perseverar hasta el fin significa “seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres”. Nuestro Padre Celestial promete que si perseveramos hasta el fin, “tendre[mos] la vida eterna” (2 Nefi 31:20).
El Evangelio de Jesucristo bendice a todos los hijos de Dios
El Evangelio de Jesucristo es para todos los hijos de Dios. Las Escrituras enseñan que “todos son iguales ante Dios”, sin importar las circunstancias, la procedencia ni las situaciones. Él invita “a todos […] a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha” (2 Nefi 26:33).
El Evangelio nos bendice a lo largo de nuestra vida terrenal y por toda la eternidad. Es más probable que seamos felices —como personas y como familias— si vivimos según las enseñanzas de Jesucristo (véanse Mosíah 2:41; “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, LaIglesiadeJesucristo.org). Vivir el Evangelio aumenta nuestro gozo, inspira nuestras acciones y enriquece nuestras relaciones.
Vivir el evangelio de Jesucristo también puede protegernos de tomar decisiones que podrían dañarnos física o espiritualmente. Nos ayuda a encontrar fortaleza y consuelo en momentos de pruebas y pesar. Proporciona el camino hacia una gozosa vida eterna.
Uno de los grandes mensajes del Evangelio restaurado es que todos somos parte de la familia de Dios. Somos Sus hijos e hijas amados. Independientemente de nuestra situación familiar en la tierra, cada uno de nosotros es miembro de la familia de Dios.
Otra gran parte de nuestro mensaje es que las familias pueden estar unidas por la eternidad. La familia es ordenada por Dios. El plan de felicidad del Padre Celestial permite que las relaciones familiares continúen más allá de la tumba. Las sagradas ordenanzas y convenios del templo hacen posible que las familias estén juntas para siempre.
Gracias a la luz del Evangelio, las familias pueden resolver los malentendidos, las contenciones y las dificultades. Las familias destrozadas por la discordia pueden sanar mediante el arrepentimiento, el perdón y la fe en el poder de la Expiación de Jesucristo.
El Evangelio de Jesucristo nos ayuda a entablar relaciones familiares más fuertes. El hogar es el mejor lugar para enseñar y aprender los principios del Evangelio El hogar que está establecido en los principios del Evangelio será un lugar de refugio y seguridad; será un lugar donde el Espíritu del Señor pueda morar.
Reseña de lección corta a intermedia
La siguiente reseña es un ejemplo de lo que podría enseñar a alguien si solo tuviera una cantidad de tiempo limitada. Al utilizar esta reseña, elija uno o más principios para enseñar. El fundamento doctrinal de cada principio se ha proporcionado anteriormente en la lección.
Al enseñar, haga preguntas y escuche. Extienda invitaciones que ayuden a las personas a aprender cómo acercarse más a Dios. Es importante invitar a la persona a que se reúna con ustedes nuevamente. La duración de la lección dependerá de las preguntas que usted haga y de cuánto escuche.
Lo que puede enseñar a las personas en 3–10 minutos
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Dios envió a la tierra a Su Hijo Amado, Jesucristo, a fin de redimirnos del pecado y de la muerte.
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La fe en Jesucristo es un principio de acción y poder. La fe nos ayuda a sentir el poder fortalecer del Salvador en nuestra vida.
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La fe en Jesucristo nos lleva a arrepentirnos. El arrepentimiento es el proceso de volverse a Dios y apartarse del pecado. Al arrepentirnos, nuestras acciones, deseos y pensamientos cambian para estar más en armonía con la voluntad de Dios.
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Cuando nos arrepentimos, Dios nos perdona. El perdón es posible, porque Jesucristo expió nuestros pecados.
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El bautismo tiene dos partes: el bautismo por agua y por el Espíritu. Al ser bautizados y confirmados, somos purificados de nuestros pecados, lo cual nos brinda un nuevo comienzo en la vida.
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Después de ser bautizados en el agua, recibimos el don del Espíritu Santo mediante la ordenanza de la confirmación.
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Si seguimos fielmente la senda del Evangelio hasta el fin de nuestra vida, Dios promete que tendremos la vida eterna.