Capítulo 13
El hacer nuestra parte para compartir el Evangelio
Hay muchas formas de participar en la gran obra de compartir el evangelio restaurado de Jesucristo.
De la vida de George Albert Smith
Además de servir casi cuarenta y ocho años como Autoridad General, George Albert Smith sirvió en tres misiones de tiempo completo para la Iglesia, e incluso sirvió como presidente de la Misión Europea durante dos años. Instó a los miembros de la Iglesia a prepararse espiritualmente para el servicio misional de tiempo completo y a aceptar el llamamiento cuando lo recibieran. Pero también les enseñó que, para predicar el Evangelio, no era necesario recibir un llamamiento formal. George Albert Smith fue misionero toda la vida; a menudo les recordaba a los miembros de la Iglesia las muchas oportunidades que tienen de compartir el Evangelio con los vecinos y amigos y los instó a ser buenos ejemplos como discípulos de Cristo.
El servicio del presidente Smith en la Misión Europea comenzó poco después de finalizar la Primera Guerra Mundial. Por causa de la guerra, la cantidad de misioneros en esa misión había disminuido drásticamente, y había obstáculos para aumentar el número porque no les estaban dando visados a los misioneros. Además, los enemigos de la Iglesia difundían historias falsas acerca de los Santos de los Últimos Días, con lo cual creaban prejuicios difíciles de borrar. A pesar de esas limitaciones, el presidente Smith tenía confianza en que la obra avanzaría gracias al ejemplo que daban los fieles Santos de los Últimos Días. Advirtió que cuando la gente llega a conocer mejor la Iglesia, “estima a los miembros por sus virtudes”, y las personas que nos critican “quedan despojadas rápidamente de sus prejuicios injustificados cuando tienen contacto directo con los Santos de los Últimos Días en su vida diaria… Entonces nos juzgan de acuerdo con nuestros frutos, y en base a la observación personal, y esa información que comparten tiene un solo efecto, el cual es favorable para nosotros”1.
Poco después de iniciar su servicio como presidente de misión, escribió a los miembros de la Iglesia de Europa y les recordó su responsabilidad de compartir el Evangelio y de ayudar en el progreso de la obra:
“Con plena confianza en que el Señor hará que el corazón de todas las personas dignas se incline hacia el Evangelio cuando lo entiendan, aprovechemos todos juntos la oportunidad de trabajar mientras aún haya tiempo. Diseminemos las enseñanzas del Maestro para la salvación temporal y espiritual del buen pueblo de Gran Bretaña y de los demás países de la Misión Europea”2.
Unos meses después escribió: “Todo miembro de la Iglesia debería deleitarse en enseñar la verdad. Cada uno de nosotros debe hacer algo diariamente para llevar la luz a nuestros semejantes. Todos ellos son valiosos a los ojos de nuestro Padre Celestial, y Él nos recompensará adecuadamente por iluminarlos. No podemos transferir la responsabilidad a otras personas”3.
Tras regresar de Europa en 1921, George Albert Smith dio un informe en la conferencia general: “El prejuicio que existía contra nosotros en el pasado se ha disipado en gran medida, y cientos y miles de hombres y mujeres han llegado a saber de la labor que estamos realizando”. Después amonestó a los santos a buscar constantemente formas de compartir el Evangelio con los demás. “Nuestro problema es hallar una manera de presentar el evangelio de nuestro Señor a toda la gente; es nuestro problema, y con la ayuda divina encontraremos la manera de resolverlo. Nos corresponde determinar si hay algún medio por el cual podamos hacer más de lo que ya hemos hecho, a fin de satisfacer lo que nuestro Padre Celestial espera de nosotros”4. [Véase la sugerencia 1 en la página 150.]
Las enseñanzas de George Albert Smith
Todo miembro de la Iglesia tiene la responsabilidad de compartir el Evangelio.
Me siento muy agradecido por los privilegios que tengo en la Iglesia de Jesucristo, por relacionarme con hombres y mujeres de esta Iglesia y de otras religiones. Estoy agradecido por tener un grupo de amigos en las diversas iglesias del mundo, dispersos por diferentes lugares. Estoy agradecido por esas amistades, pero no quedaré satisfecho hasta que logre compartir con ellos algunas de las cosas que aún no han recibido5.
Enviamos misioneros a las naciones de la tierra para proclamar el Evangelio revelado en estos últimos días, pero ésa no es la totalidad de nuestro deber. A todo nuestro alrededor hay cientos y miles de hijos e hijas escogidos de nuestro Padre Celestial. Ellos viven entre nosotros y nos hacemos amigos de ellos, pero no les enseñamos todo lo que deberíamos en cuanto al Evangelio que sabemos que es el poder de Dios para salvación. La Presidencia de la Iglesia está haciendo todo lo que puede; consagra su tiempo durante el día, y a menudo hasta altas horas de la noche, a los intereses de la Iglesia. Las Autoridades Generales que trabajan con ellos dan generosamente de su tiempo, viajando y enseñando a los Santos de los Últimos Días y llevando el Evangelio a los hijos de nuestro Padre. Los presidentes de estaca, los miembros de sumos consejos, los obispos de barrios y sus asistentes trabajan incesantemente para bendecir a las personas, y su recompensa es segura. Pero ¿estamos haciendo todo lo que debemos, para que cuando nos presentemos ante el tribunal de nuestro Padre Celestial Él nos diga que hemos cumplido con nuestro pleno deber para con nuestros semejantes, Sus hijos?6.
Una de las primeras revelaciones… de Doctrina y Convenios dice lo siguiente:
“He aquí, una obra maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres…
“De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” [D. y C. 4:1, 3].
No es necesario que sean llamados al campo misional para que proclamen la verdad. Comiencen con su vecino más cercano; mediante la rectitud inspiren en él confianza y amor, y su obra misional habrá comenzado,
“pues he aquí, el campo blanco está ya para la siega” [D. y C. 4:4]7.
Diseminar la verdad no es responsabilidad de otra persona, sino que el deber de asegurarnos de que el evangelio de Jesucristo en su pureza se enseñe a los hijos de los hombres es mío y suyo. ¿No les hace sentir agradecimiento?8.
Cada uno de nosotros contamos con grandes oportunidades. Quiero hacer hincapié en la obra misional individual de cada uno de nosotros entre nuestros vecinos. Si ponemos nuestro mejor empeño, nos sorprenderá cuántos se interesarán, y no sólo sentirán agradecimiento hacia nosotros por llevarles la verdad y abrirles los ojos a las glorias y las bendiciones que nuestro Padre Celestial ha preparado, sino que también nos amarán y sentirán agradecimiento hacia nosotros por toda la eternidad.
El Señor nos ha dado muchísimas cosas que otras personas aún no han recibido. Sin duda, no vamos a ser egoístas. En nuestro corazón debemos tener el deseo de compartir con toda alma, hasta donde nos sea posible, las gozosas verdades del evangelio de Jesucristo9.
Entonces, al avanzar cada uno de nosotros, ejerciendo influencia en nuestros vecinos y amigos, no seamos demasiado tímidos. No tenemos que molestar a las personas, pero que sientan y entiendan que nos interesan, no porque deseemos que sean miembros de la Iglesia para aumentar nuestras cifras, sino para que disfruten de las mismas bendiciones que nosotros tenemos10. [Véase la sugerencia 2 en la página 150.]
Si vivimos de manera ejemplar, nuestra influencia puede motivar a otras personas a aprender acerca del Evangelio.
Recuerden, todos tenemos responsabilidades. Tal vez no se nos llame a desempeñar ningún deber determinado, pero en todo vecindario existen oportunidades de transmitir un espíritu de paz, amor y felicidad con el fin de que la gente entienda el Evangelio y se congregue en el redil11.
Hace sólo unos días, una hermana que venía de visita del Este [de los Estados Unidos] tuvo una conversación con un hombre culto que le dijo: “No puedo creer como crees tú; ojalá pudiera. Es hermoso”. Y así sucede con muchos de los hijos de nuestro Padre que, al observar la naturaleza de esta obra, al ver los hechos de los hombres y las mujeres que han aceptado la verdad, quedan asombrados por lo que se ha logrado y por la paz y la felicidad que acompañan al creyente sincero, por lo que quisieran ellos también poder participar en ella; y podrían hacerlo si tuvieran fe12.
A menudo he observado, y creo que la mayoría de ustedes que han tenido experiencias misionales lo confirmarán, que ningún hombre bueno o mujer buena que esté dentro del campo de influencia de miembros fieles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días puede abstenerse de expresar su admiración por lo que observa al estar entre nosotros. Cuando las personas abandonan [la Iglesia], a veces sucede algo diferente, pero mientras estén bajo esa influencia que viene del Señor, que poseen Sus siervos que le sirven, usualmente les complace elogiar lo que han visto y sentido13.
El enemigo ha puesto su máximo esfuerzo para evitar que se extiendan las verdades del Evangelio. Nuestro deber es, mediante el tacto, el amor fraternal y la fe, vencer el prejuicio que el enemigo ha sembrado en el corazón de los hijos de nuestro Padre, derrumbar las falsas impresiones que existen en algunos casos incluso en la mente de hombres y mujeres buenos, y enseñarles el evangelio de nuestro Señor, que es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree y obedece14.
Yo pienso que esta gran organización a la que pertenecemos debería poder dar un ejemplo tal que la gente de nuestros vecindarios que no sea miembro de la Iglesia, al ver nuestras buenas obras, se sienta motivada a glorificar el nombre de nuestro Padre Celestial. Eso es lo que pienso al respecto. Lo único que tenemos que hacer es dar el ejemplo, ser hombres y mujeres buenos, y ellos lo observarán. Entonces tal vez nos den la oportunidad de enseñarles lo que no saben15.
Si nosotros, como miembros de la Iglesia, guardáramos los mandamientos de Dios, si valoráramos la verdad tanto como debemos, si nuestra vida se condujera con las bellezas de sus enseñanzas de manera que nuestros vecinos, al observar nuestra conducta, se sintieran constreñidos a buscar la verdad, haríamos una obra misional espléndida16. [Véase la sugerencia 3 en las páginas 150–151.]
Participamos en la obra misional cuando ayudamos a preparar a futuros misioneros y cuando los apoyamos durante la misión.
Nuestra misión no sólo es enseñar y vivir el evangelio de Jesucristo, sino también enviar al mundo a nuestros hijos e hijas cuando sean llamados de cuando en cuando para trabajar en el ministerio de la Iglesia. Al salir, deben haber sido capacitados de tal manera que sean firmes en resistir las tentaciones del enemigo; deben ser tan puros, virtuosos y rectos en su vida como les sea posible, y entonces las personas con quienes entren en contacto sentirán la influencia de su presencia. El Espíritu de Dios no habita en templos impuros, pero Su Espíritu morará con los que se conserven limpios y sanos.
Por tanto, [criemos] a nuestros jóvenes y jovencitas bajo la influencia del Espíritu de Dios17.
No permitan que sus hijos crezcan sin que les enseñen los principios del evangelio de Jesucristo. No permitan que salgan al campo misional sin antes haber aprendido lo que significa el Evangelio. Recuerdo que cuando yo estaba en el Sur [de los Estados Unidos como misionero], hace cincuenta y cinco o sesenta años, un hombre que venía de una familia grande dijo: “Yo no sé qué decirles a esas personas”.
“Pues bien”, dijo uno de los líderes, “enséñeles con la Biblia. Vaya por su Biblia y lea Génesis”. Él dijo: “Yo no sé dónde está Génesis en la Biblia”, y sin embargo, había salido de un… hogar Santo de los Últimos Días para llevar el mensaje de vida y salvación a esa gente del Sur. Sin embargo, antes de que pasara mucho tiempo, cambió de manera de pensar. Había recibido un testimonio de la verdad por medio del estudio y de la oración, y sabía que el Evangelio estaba aquí, y pudo ponerse de pie y dar testimonio libremente de que el evangelio de Jesucristo es la verdad18.
Considero que es muy importante prepararse para la obra. No basta con que un joven simplemente exprese el deseo, por la confianza que tiene en sus padres, de hacer lo que ellos desean de él: ir al mundo y predicar el Evangelio; no basta con que acepte los llamamientos que nuestro Padre Celestial le extienda de cuando en cuando para dar servicio misional; también es necesario que reúna los requisitos para hacer la obra, que escudriñe las Escrituras, que aprenda lo que el Señor desea que sepa. Es importante que nuestros hijos e hijas se afiancen en su fe y sepan, como saben sus padres, que ésta es la obra de nuestro Padre…
Una docena de hombres que reúnan los requisitos para la obra valen más en el campo misional que cien hombres que no conozcan la verdad y a los cuales haya que enseñarles para que sean capaces de explicarla a los demás.
Ésta es la obra de nuestro Padre, y no debemos jugar con ella. Es de suma importancia para nosotros. Esforcémonos… por inculcar la fe en nuestros hijos para que estén dispuestos a aceptar todo llamado y a decir con sinceridad desde lo más profundo de su alma: “Estoy preparado para ir a donde mi Padre desee que vaya”19. [Véase la sugerencia 4 en la página 151.]
Se ha suplicado… que enviemos a nuestros hijos e hijas al campo misional… Para mí ha sido un gozo ver a hombres y mujeres economizar y planificar a fin de que sus hijos salgan al mundo. En las últimas semanas, un joven… partió para ir al campo misional y sus dos hermanas… le están enviando parte de su pequeño salario para que él disfrute de la bendición de una misión. Él es el primero de una familia de muchos hijos que va al campo misional para diseminar la verdad… Conozco el gozo que tendrán en su corazón esas dos excelentes mujeres que tienen la fe para dar de sus medios a su hermano para que él sirva al Señor en el campo. Ellas recibirán la bendición que deriva de enseñar el Evangelio, hasta donde sea posible recibirla sin rendir servicio personal20.
Estoy pensando… en nuestros representantes en el campo misional, repartidos por distintas regiones de este país y en algunas tierras extrañas. Oren por ellos, hermanos y hermanas. Ellos necesitan la ayuda del Señor y también necesitan nuestras oraciones y fe. Escríbanles y anímenlos, para que cuando reciban una carta de su casa sepan que se les recuerda todo el tiempo21.
Participamos en la obra misional cuando nos preparamos para servir en una misión.
Pronto llegará el día en que habrá una demanda de hombres y mujeres capaces de esta Iglesia para enseñar la verdad en partes de la tierra de las que hasta ahora se nos ha excluido; y si deseamos tener gozo eterno en el reino de nuestro Padre con las personas con las que nos ha bendecido aquí, no seamos egoístas en nuestra vida. Preparémonos para la obra y salgamos al mundo a proclamar la verdad cuando tengamos la oportunidad, y seamos el medio en las manos de nuestro Padre para llevar a Sus hijos de regreso a Su presencia al enseñarles las bellezas de Su evangelio22.
Pocos años atrás, muchos de mis amigos eran adinerados, tenían las necesidades cubiertas y muchos de los lujos de la vida, y cuando se les sugirió que fueran al campo misional, algunos decían: “No puedo dejar mi negocio; no puedo sobrevivir económicamente si me voy y dejo lo que tengo”. Pero sus negocios les han fallado. Las cosas que tenían, sin las cuales pensaban que no podrían vivir, han desaparecido de su control, y muchos de esos hombres serían felices hoy si pudieran retroceder diez años; entonces, si fueran llamados al servicio del Señor, podrían decir: “Arreglaré mis asuntos; me siento feliz por la oportunidad que se me ofrece de ser un ministro de vida y salvación”.
…Piensen en nuestras oportunidades y privilegios, poder sentarnos en los hogares de los hombres honorables de la tierra y enseñarles el evangelio de Jesucristo; piensen en lo que podría significar el sentarse con hombres que no poseen la autoridad divina y enseñarles el plan de salvación y explicarles la forma en que ellos también pueden disfrutar de las bendiciones de la autoridad divina que ustedes disfrutan.
Pienso que algunos de nosotros somos egoístas. Nos sentimos tan felices por disfrutar de nuestras bendiciones, de estar rodeados de las comodidades de la vida y de relacionarnos con los mejores hombres y mujeres que hay en el mundo, que nos olvidamos de nuestro deber para con los demás. Qué felices seríamos si nos esforzáramos por ejercer un bien más potente en el mundo al ministrar a los que aún no han entendido el evangelio de nuestro Señor.
Muchos ya pasamos la mitad de nuestra vida; muchos estamos finalizando nuestra obra. El Señor necesita misioneros en el campo, hombres que entiendan el Evangelio y que estén dispuestos a dar la vida por él, si fuera necesario. Y cuando digo que necesitamos misioneros, quiero decir que el mundo los necesita23.
Tenemos ante nosotros nuestro campo misional. Los hijos y las hijas de nuestro Padre nos necesitan… En esta Iglesia hay miles de hombres y mujeres capaces de enseñar el Evangelio, los cuales pueden llegar a ser más capaces al realizar su deber en el campo misional. Ellos serán bendecidos con medios suficientes que les permitan realizar la obra que el Señor desea que llevemos a cabo24.
Ahora que se acerca el tiempo en que se eliminarán los obstáculos y las barreras que se han alzado para entorpecer la diseminación del Evangelio, cuando el sonido de la voz del Señor les llegue, mediante Sus siervos: “Prepárense para salir al mundo a predicar el Evangelio”, no hagan lo que hizo Jonás; no traten de esconderse ni de eludir su deber; no se excusen diciendo que no tienen los medios necesarios para ir; no permitan que cosas insensatas obstruyan su visión de la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial, la cual sólo se puede recibir como resultado de la fe y la devoción a Su causa. Que todo hombre ponga su casa en orden; que todo varón que posea el sacerdocio ponga su vida en orden y, cuando llegue el llamado de los siervos del Señor pidiéndole que vaya al mundo a enseñar la verdad, a advertir a los hijos de los hombres, tal como nuestro Padre requiere que se les advierta, que ningún hombre se esconda detrás de algo insensato para ser tragado, ya sea por un gran pez o por las cosas insensatas del mundo [véase Jonás 1:1–17]25.
No es tarea fácil; no es placentero, quizás, ser llamado al mundo y dejar a nuestros seres queridos, pero les digo que a los que sean fieles, a los que cumplan con esa obligación tal y como se les requiere, les dará paz y felicidad más allá de toda comprensión, y los preparará para que en su debido momento, cuando termine la obra de la vida, estén en la presencia de su Hacedor y sean aceptados por Él, por causa de lo que han hecho26.
Ruego que Su Espíritu esté en toda [la Iglesia], que el amor de los hijos de nuestro Padre esté en nuestro corazón, que percibamos la importancia de nuestra misión en el mundo, y que mientras nos esforzamos por obtener cosas que no son nuestras, que sólo se nos prestan como mayordomos, no olvidemos el regalo inestimable, el privilegio invalorable que está a nuestro alcance, el cual es enseñar el Evangelio y salvar las almas de los hijos de los hombres27. [Véase la sugerencia 5 en la página 151.]
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Si desea más ayuda, consulte las páginas V–VIII.
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Reflexione en las palabras del presidente Smith en la sección “De la vida de George Albert Smith” (páginas 139–141). ¿Por qué piensa que era tan optimista en cuanto a la obra misional en Europa a pesar de la oposición que enfrentaba? ¿Cómo puede el ejemplo de él ayudarle a usted si sus familiares o amigos rehúsan la invitación de aprender acerca del Evangelio?
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Repase la primera sección de las enseñanzas (páginas 142–143). ¿Qué métodos han sido los más eficaces para usted en su esfuerzo por compartir el Evangelio con sus vecinos y amigos?
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Al leer la sección que comienza en la página 143, piense en un caso que conozca del ejemplo de un miembro de la Iglesia que haya llevado a otra persona a aprender más acerca de la Iglesia. ¿Por qué otras razones es tan importante para la obra misional vivir las normas de la Iglesia?
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En las páginas 145–147, busque lo que deben hacer los futuros misioneros para prepararse espiritualmente para la misión (véase también D. y C. 4). ¿Qué pueden hacer los padres para ayudar a sus hijos e hijas a prepararse? ¿Cómo pueden ayudar los quórumes del sacerdocio y las hermanas de la Sociedad de Socorro?
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Repase la última sección de enseñanzas (páginas 147–150). ¿Cuáles son algunas de las “insensateces” que podrían impedir que sirvamos en una misión? ¿Cuáles son algunas de las bendiciones que se reciben por el servicio de los misioneros mayores? Medite en lo que deba hacer para prepararse para el servicio misional.
Pasajes de las Escrituras que se relacionan con el tema: Mateo 5:14–16; Marcos 16:15–16; 1 Timoteo 4:12; Alma 17:2–3; Doctrina y Convenios 31:1–8; 38:40–41.
Ayuda para la enseñanza: “Cuando se emplea una variedad de actividades didácticas, los alumnos tienden a entender mejor los principios del Evangelio y a retener más. Un método cuidadosamente seleccionado puede presentar un principio con mayor claridad y hacerlo más interesante y memorable” (La enseñanza: El llamamiento más importante, pág. 99).