La vida y el ministerio de George Albert Smith
Un día, mientras prestaba servicio como Presidente de la Iglesia, a George Albert Smith le enviaron una fotografía con una nota que decía: “Le envío esta fotografía porque es una ilustración gráfica de la clase de hombre que pensamos que usted es”. Se trataba de una foto del presidente Smith mientras conversaba con una madre y sus cuatro hijos pequeños. Ese día en particular, el presidente Smith estaba apresurado para llegar a tiempo al tren cuando esa madre lo detuvo, con la esperanza de que sus hijos tuvieran la oportunidad de estrechar la mano de un profeta de Dios. Un observador captó el momento en la fotografía.
La nota continuaba: “La razón por la que apreciamos tanto [esta fotografía] es porque, a pesar de que lo estaban apresurando para que subiera a su automóvil y después al tren que le esperaba, se tomó el tiempo necesario para estrechar la mano de cada uno de los niños de esa familia”1.
Los actos de bondad como éste caracterizaron la vida y el ministerio de George Albert Smith. Ya fuera que brindara amor y ánimo a un vecino que estuviera teniendo dificultades con su fe, o que organizara enormes campañas de bienestar para alimentar a miles de personas, George Albert Smith vivía de conformidad con el mandamiento del Salvador de “[amar] a [s]u prójimo como a [s]í mismo” (Marcos 12:31).
Infancia y juventud, 1870–1890
George Albert Smith, hijo de Sarah Farr y de John Henry Smith, nació el 4 de abril de 1870 en una humilde casa de Salt Lake City. La familia Smith tenía un gran legado de servicio en el reino de Dios. El padre de George Albert posteriormente prestó servicio en el Quórum de los Doce Apóstoles y en la Primera Presidencia. Su abuelo, George A. Smith, en honor a quien recibió su nombre, era primo del profeta José Smith y fue uno de los primeros pioneros Santos de los Últimos Días que entraron al Valle del Lago Salado en 1847; George A. Smith también fue apóstol y consejero del presidente Brigham Young. El bisabuelo de George Albert, llamado John Smith, prestó servicio como patriarca de la Iglesia y como el primer presidente de estaca de Salt Lake City. Y su abuelo materno, Lorin Farr, fue el primer alcalde de Ogden, Utah, y el primer presidente de estaca de esa ciudad.
George Albert Smith amaba y admiraba a sus padres. Atribuyó a su padre el mérito de haberle enseñado a tender una mano a los necesitados2, y elogió a su madre por los sacrificios que hizo para criar a su familia en el Evangelio. “Aun cuando éramos muy pobres”, recordó, “y mi padre estaba en la misión cuando yo tenía cinco años, nunca recuerdo haber escuchado a mi madre quejarse, y nunca la vi derramar ni una lágrima por las condiciones en las que se encontraba. Ella podía hacer rendir un dólar más que ninguna otra persona que yo haya conocido…
“…Cuando papá estaba ausente por estar sirviendo en una misión, mamá tomaba su lugar, y realmente era la cabeza del hogar en su ausencia. Hacíamos las oraciones, pedíamos la bendición de los alimentos y, en caso de enfermedad, llamaba a los élderes, pues tenía gran fe en las ordenanzas del Evangelio. Siempre ha sido muy estricta en el pago de los diezmos y, hasta donde he podido darme cuenta, nunca se le ha ocurrido que quizás podría haber un error y el ‘mormonismo’ no ser verdadero. Cree en él con toda su alma”3.
George Albert Smith recordaba especialmente que su madre le había enseñado a orar y a confiar en que Dios le contestaría. “Cuando pienso en la influencia de mi madre cuando era un [niño] pequeño, siento una gran reverencia y me emociono hasta las lágrimas… Recuerdo, como si hubiera sido ayer, que me tomó de la mano y subimos por las escaleras al segundo piso. Allí me arrodillé frente a ella y la tomé de la mano mientras ella me enseñaba a orar. Gracias a Dios por esas madres que tienen en el corazón el espíritu del Evangelio y el deseo de bendecir. Todavía podría repetir esa oración, y ya hace muchos años que la aprendí. Me dio la seguridad de que tenía un Padre Celestial y me dio a conocer que Él escuchaba y contestaba las oraciones. Ya un poco más mayor, todavía vivíamos en una casa de madera de dos plantas, y cuando el viento soplaba fuerte, ésta se mecía como si se fuera a caer. En esas ocasiones yo tenía demasiado miedo como para dormir; mi cama se encontraba en un pequeño cuarto donde dormía solo, y muchas noches me levanté y me arrodillé para pedirle a mi Padre Celestial que cuidara la casa y la preservara para que no se rompiera en pedazos; luego volvía a subir a mi pequeña cama con tal seguridad de que sería protegido del mal como si estuviera tomado de la mano de mi Padre”4.
Remontándose a su infancia, George Albert Smith dijo:
“Mis padres vivían en circunstancias muy humildes, pero alabo a mi Hacedor y le doy gracias con todo el corazón por enviarme a su hogar.
“…De niño aprendí que ésta es la obra del Señor. Aprendí que había profetas que vivían sobre la tierra; aprendí que la inspiración del Todopoderoso ejercería su influencia en aquellos que vivieran como para disfrutarla.
“…Estoy agradecido por mi herencia de nacimiento, agradecido por padres que me enseñaron el evangelio de Jesucristo y que dieron el ejemplo en su hogar”5.
Al joven George Albert se le conocía como un chico feliz y juguetón. Sus amigos apreciaban su naturaleza jovial, y a él le gustaba entretenerlos con la armónica, el banyo y la guitarra, así como con un repertorio de canciones divertidas. Sin embargo, también tuvo experiencias que lo ayudaron a desarrollar un fuerte sentido de responsabilidad que era extraordinario para su corta edad. Cuando tenía doce años, George Albert asistía a la Academia Brigham Young, en donde recibió un consejo que tuvo gran influencia en su vida. Más tarde recordó:
“Me siento afortunado porque parte de mi instrucción haya estado a cargo del Dr. Karl G. Maeser, ese educador sobresaliente que fue el padre de los excelentes colegios de la Iglesia… No recuerdo mucho de lo que se dijo durante el año que estuve allí, aunque hay algo que probablemente no olvidaré jamás. Lo he repetido en muchas ocasiones… En una ocasión, el Dr. Maeser se puso de pie y dijo:
“‘No sólo se les tendrá por responsables de las cosas que hagan, sino también por los pensamientos que tengan’.
“Siendo joven, aún no había desarrollado demasiado el hábito de controlar mis pensamientos, y me sentí confundido y preocupado en cuanto a lo que debía hacer al respecto. De hecho, pensaba en ello constantemente. Después de una semana o diez días, comprendí de manera repentina a qué se había referido. En ese momento pude entender el fundamento detrás de ello. De repente, recibí la siguiente interpretación de lo que él había dicho: Seremos responsables por nuestros pensamientos, por supuesto, porque cuando finalice nuestra vida mortal, ésta no será más que el resultado de ellos. Esta idea se ha convertido en una gran bendición para mí durante toda mi vida, y me ha permitido en muchas oportunidades evitar los pensamientos impropios, dado que comprendo que, cuando mi obra en esta vida haya terminado, yo seré el producto de mis pensamientos”6.
El joven George Albert asumió grandes responsabilidades en su casa, en 1882, cuando su padre, que había estado prestando servicio en el Quórum de los Doce durante dos años, fue llamado a presidir la Misión Europea. La ausencia de John Henry requirió que George Albert ayudara a proveer para la familia. Cuando tenía trece años, solicitó trabajo en una fábrica y en una tienda de departamentos (grandes almacenes) en Salt Lake City, que eran propiedad de la Iglesia, pero el gerente le dijo que no podía solventar el gasto de contratar a un nuevo empleado. George Albert le respondió que no había pedido que se le pagara, sino sólo trabajar. Agregó: “Sé que si valgo algo, se me pagará”7. Su actitud positiva lo ayudó a obtener un puesto como trabajador de fábrica por $2,50 dólares a la semana, y su fuerte ética laboral lo ayudó a obtener al poco tiempo mejores puestos en la compañía.
A los dieciocho años, encontró trabajo con un grupo que realizaba topografía para el ferrocarril. Mientras estuvo empleado en ese trabajo, el reflejo del sol sobre la arena del desierto le dañó los ojos. Eso le afectó la visión de forma permanente: hizo que le fuera difícil leer y que sufriera molestias el resto de su vida.
Servicio misional y matrimonio, 1891–1894
En septiembre de 1891, el presidente Wilford Woodruff llamó a George Albert Smith a prestar servicio en una misión de corta duración en el sur de Utah. Su asignación específica era trabajar con los jóvenes de la Iglesia de esa región. Durante los siguientes cuatro meses, él y su compañero ayudaron a establecer organizaciones para la juventud en las estacas y en los barrios, discursaron en muchas reuniones y animaron a los jóvenes a vivir de conformidad con las normas de la Iglesia.
Tras volver de la misión, George Albert siguió cortejando al amor de su niñez, Lucy Woodruff, que era nieta del presidente Wilford Woodruff. Habían crecido juntos como vecinos y Lucy había observado las características que George Albert estaba desarrollando. Registró su admiración por él en su diario: “Esta noche me retiro con un corazón agradecido a Dios… y ruego que me dé la fuerza para ser más merecedora del amor de aquel quien creo firmemente es uno de los mejores jóvenes que han sido puestos sobre la tierra. Su bondad y amabilidad hacen que me broten lágrimas de los ojos”8.
Pero Lucy tenía muchos admiradores, y algunos de ellos eran muy adinerados y le ofrecían regalos extravagantes. George Albert, por el contrario, atrajo a Lucy con su dedicación al Señor. Él le escribió: “Si estás interesada en casarte con alguien por dinero, no seré yo, porque yo hace mucho decidí que no me dedicaré, ni dedicaré mi vida ni mi tiempo, a ganar dinero, sino a servir al Señor y a ayudar a Sus hijos en este mundo”9. Lucy tomó una decisión y el 25 de mayo de 1892, ella y George Albert se casaron en el Templo de Manti, Utah. El padre de George Albert llevó a cabo la ceremonia. Ese día, Lucy le dio a su esposo un pequeño medallón que tenía adentro una fotografía de ella. Él llevaba el medallón en la cadena de su reloj de bolsillo que colgaba cerca de su corazón, donde lo llevó casi todos los días por el resto de su vida10.
Los recién casados llevaban juntos menos de un mes cuando George Albert partió a servir en otra misión, en esta ocasión con una asignación de proselitismo en el sur de los Estados Unidos. A pesar de que ya sabían que su partida era inminente —había recibido el llamamiento tres semanas antes de casarse— la separación fue difícil. Los dos se llenaron de alegría cuando, cuatro meses más tarde, Lucy fue llamada a servir junto a su esposo en la oficina de la misión, donde al élder Smith se le acababa de dar la asignación de servir como secretario de la misión.
El presidente de la Misión de los Estados del Sur era J. Golden Kimball, quien al mismo tiempo estaba prestando servicio como miembro de los Setenta. En dos ocasiones durante el período de servicio del élder Smith, el presidente Kimball tuvo que dejar la misión para encargarse de asuntos importantes en Salt Lake City. La primera ocasión fue cuando el élder Smith acababa de ser llamado como el secretario de la misión y la segunda alrededor de un año después. En ambas ocasiones, el presidente Kimball le dejó al élder Smith la tremenda responsabilidad de dirigir y administrar la misión, mientras le ofrecía apoyo y consejo por medio de numerosas cartas. En total, el élder Smith prestó servicio como presidente en funciones de la misión durante aproximadamente dieciséis meses. Al presidente Kimball le preocupaba estar lejos por tanto tiempo, pero confiaba en su joven asistente. En una carta al élder Smith le dijo: “Siento que mi discernimiento e inteligencia, por limitados que sean, me permiten valorar tu integridad y valor, lo cual te aseguro que realmente valoro”11. En otra carta escribió: “Siempre permite que esta idea sea la que predomine: que agradezco tu trabajo, tu afán y tu buen espíritu”12.
El presidente Kimball tuvo muchas oportunidades de presenciar el afán y el buen espíritu del élder Smith. En una ocasión, los dos estaban viajando juntos y se les había invitado a pasar la noche en una pequeña casa de troncos. George Albert Smith más adelante recordó:
“Cerca de la medianoche, nos despertaron unos gritos y unos alaridos espantosos que provenían del exterior, y se podía escuchar un lenguaje vulgar mientras nos incorporábamos en la cama para determinar qué sucedía. Era una noche de luna clara y se veía a muchas personas en el exterior de la vivienda. El presidente Kimball se levantó de un salto y comenzó a vestirse. Los hombres golpearon la puerta y, utilizando lenguaje profano, ordenaron que salieran los mormones para poder dispararles. El presidente Kimball me preguntó si no me iba a levantar para vestirme, y le contesté que no, que permanecería en la cama porque estaba seguro de que el Señor nos protegería. Sólo unos segundos después, la habitación se llenó de disparos. Aparentemente, el populacho se había dividido en cuatro grupos y estaban disparando a las esquinas de la casa; las astillas, que volaban en todas las direcciones, nos pasaban por encima de la cabeza. Después de que se hiciera silencio por unos instantes, descargaron otra ráfaga de disparos y volaron más astillas. No sentí terror en absoluto; mientras experimentaba uno de los acontecimientos más horribles de mi vida, permanecí acostado en calma, ya que tenía la certeza de que… el Señor me protegería, y así lo hizo.
“Al parecer, el populacho se desalentó y se retiró. A la mañana siguiente, cuando abrimos la puerta, hallamos un atado enorme de palmetas gruesas como las que utilizaba el populacho en el sur para golpear a los misioneros”13.
Años después, George Albert Smith compartió esa experiencia con sus nietos para enseñarles a confiar en el Señor. “Quiero inculcarles”, les dijo, “que el Señor los cuidará en momentos de peligro si le dan la oportunidad”14.
Vida familiar
George Albert y Lucy fueron relevados de su misión en junio de 1894. Unos meses después de su regreso a Salt Lake City, Lucy recibió una bendición de manos de su abuelo, el presidente Wilford Woodruff, en la que le prometió que tendría hijos. El 19 de noviembre de 1895, dio a luz a una hija a la que llamaron Emily, y cuatro años más tarde nació otra hija, llamada Edith. Su último hijo, George Albert, hijo, nació en 1905.
George Albert Smith era un padre cariñoso a quien sus hijos adoraban. Edith escribió lo siguiente en cuanto a él: “Para mí, mi padre tenía todos los atributos que hacen que un padre se granjee el cariño de su hija; cumplía todas mis expectativas de lo que un padre debe ser”. Para sus hijos, fue especialmente impresionante la forma en que George Albert trataba a su amada esposa. “El cariño de papá y su consideración por mamá eran hermosos”, escribió Edith. “Nunca desaprovechó ninguna oportunidad de mostrarle el aprecio que sentía por ella. Todo lo que hacían, lo hacían juntos, después de formular planes bien establecidos y de trabajar en equipo. Era muy querida para él… Aun cuando todos adorábamos a mamá, estoy segura de que la consideración y ternura de él hacia ella hizo que nosotros los hijos la amáramos más”15.
Como padre, George Albert Smith procuró encarecidamente ayudar a sus hijos a experimentar el gozo que se siente por vivir el Evangelio. Un día de Navidad, después de haber abierto los regalos, les preguntó a sus pequeñas hijas qué sentirían si regalaban algunos de sus juguetes a unos niños que no habían recibido ningún regalo de Navidad. Como acababan de recibir regalos nuevos, las niñas estuvieron de acuerdo en que podrían regalar algunos de sus juguetes viejos a los niños necesitados.
“¿No les gustaría darles algunos de los nuevos también?”, George Albert les sugirió con delicadeza.
Sus hijas vacilaron, pero finalmente estuvieron de acuerdo en regalar uno o dos de sus juguetes nuevos. George Albert entonces llevó a las niñas a la casa de los niños que tenía en mente y entregaron los regalos. La experiencia fue tan edificante que, cuando salieron de allí, una de las niñas dijo con entusiasmo en la voz: “Ahora vamos a recoger el resto de los juguetes para dárselos”16.
Quórum de los Doce Apóstoles, 1903–1945
El martes 6 de octubre de 1903, George Albert Smith tenía mucho que hacer en el trabajo y no pudo asistir a las sesiones de la conferencia general ese día. Para cuando salió de la oficina, la sesión de la tarde de la conferencia estaba por terminar, así que empezó a caminar hacia su casa con planes de llevar a sus hijos a la feria.
Cuando llegó a su casa, le sorprendió encontrar a mucha gente que estaba de visita; una de las personas se adelantó y le dio una calurosa felicitación.
“¿De qué se trata todo esto?”, preguntó.
“¿Qué? ¿No sabe?”, le respondió ella.
“¿Que si no sé qué?”.
“¡Vaya! Usted fue sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles”, exclamó la visitante.
“Eso no puede ser”, dijo George Albert. “Tiene que haber un error”.
“Yo misma lo escuché”, replicó.
“Se ha de tratar de alguna otra persona de apellido Smith”, dijo él. “A mí no se me ha dicho nada al respecto, y no puedo creer que sea cierto”.
Confundida, la visitante regresó al tabernáculo para averiguar si se había equivocado, pero allí se le informó que estaba en lo correcto: George Albert Smith era el miembro más nuevo del Quórum de los Doce Apóstoles17.
Su hija Emily más tarde recordó la escena en la casa de los Smith: “Parecía que todo el tabernáculo estaba pasando por el jardín a nuestra casa, llorando y besando a mamá. Todos decían que papá era un apóstol, y nosotros pensábamos que ser apóstol debía de ser lo peor que le podía suceder a alguien”.
Aun después de que se verificó el informe, George Albert decidió que de todos modos llevaría a sus hijas a la feria como había prometido, “aunque no pudo ver mucho de la feria”, recordó Emily. “Se pasó todo el tiempo con la espalda contra la pared hablando con la gente”18.
Dos días después, el 8 de octubre de 1903, George Albert Smith fue ordenado apóstol en la sala superior del Templo de Salt Lake por el presidente Joseph F. Smith. Tras la ordenación, se le invitó a compartir sus sentimientos con los miembros del Quórum de los Doce que estaban presentes. “Siento que soy débil y que me falta juicio en comparación con hombres de mayor edad”, dijo, “pero mi corazón está en el lugar correcto y deseo sinceramente el progreso de la obra del Señor… Tengo un testimonio viviente de la divinidad de esta obra; sé que el Evangelio ha llegado a la tierra bajo la dirección y la guía del Señor mismo y que los que han sido elegidos para presidir fueron y son realmente Sus siervos. Es mi deseo y mi oración vivir de manera pura y humilde para hacerme merecedor de las impresiones y las advertencias del Espíritu a fin de que sean mi guía durante toda la vida”19.
George Albert Smith prestó servicio en el Quórum de los Doce durante casi cuarenta y dos años, incluyendo dos años como Presidente del Quórum. Durante ese tiempo cumplió con muchas asignaciones y bendijo de muchas maneras a personas de diferentes partes del mundo.
Comparte el Evangelio y forja amistades para la Iglesia
El élder Smith tenía un talento natural para que las personas se sintieran a gusto y para convertir enemigos en amigos. Un comerciante local, que no era miembro de la Iglesia, dijo lo siguiente en cuanto a él en su funeral: “Era un hombre fácil de llegar a conocer; era un hombre al que uno querría llegar a conocer. Su amigable sonrisa, su sincero apretón de manos y la calidez de su saludo hacían que uno sintiera adentro, en el corazón, la sinceridad de su amistad para con uno y para con sus semejantes”20.
Ese talento fue de gran valor en una época en que la Iglesia en gran parte todavía era desconocida por todo el mundo y en que muchos le tenían desconfianza. Una vez, al estar cumpliendo una asignación en Virginia Occidental, se enteró de que los funcionarios de la ciudad habían amenazado con arrestar a cualquier persona a la que se encontrara predicando el mormonismo. El élder Smith se reunió con el secretario municipal, el Sr. Engle, para procurar cambiar la política. Más tarde escribió en su diario: “Cuando me reuní por primera vez con el Sr. Engle, su comportamiento fue muy tajante y me informó cortantemente que no se nos toleraría en esa ciudad… Le dije que me parecía que le habían informado mal y que me gustaría sentarme con él para conversar… Pasamos algo de tiempo hablando en cuanto al mormonismo. Se ablandó considerablemente antes de que yo partiera; nos dimos un apretón de manos y él me entregó su tarjeta. Salí de allí sintiéndome seguro de que había quitado algo del prejuicio”21. Tres días después, el élder Smith lo visitó nuevamente y en esa ocasión le dejó un ejemplar del Libro de Mormón22.
El élder Smith siempre estaba buscando oportunidades de hablar con las personas en cuanto a la Iglesia. Cuando sus asignaciones requerían que viajara, llevaba ejemplares del Libro de Mormón, de las revistas de la Iglesia y de otra literatura de la Iglesia que esperaba poder regalar. Debido a que el Libro de Mormón da un potente testimonio de Jesucristo, el élder Smith consideraba que era un regalo ideal de Navidad y con frecuencia mandaba por correo ejemplares a sus amigos de otras religiones e incluso a personas prominentes a las que nunca había conocido23. En una de las cartas que acompañaba a uno de esos regalos de Navidad, escribió. “En unos días, el mundo cristiano celebrará el nacimiento del Salvador y es costumbre en esa época recordar a los amigos. Confío entonces que aceptará este ejemplar del Libro de Mormón que le envío… Con la creencia de que le agradará que forme parte de su biblioteca, se lo envío como regalo de Navidad”.
Recibió la siguiente respuesta: “El libro tendrá un lugar en nuestros estantes y se leerá [de tapa a tapa] concienzudamente y con una mente abierta. Seguramente ampliará la perspectiva y aumentará el espíritu de tolerancia de todos los que lo hayan leído con reflexión”24.
Participación cívica
El élder Smith exhortó a los miembros de la Iglesia a participar en sus comunidades y a usar su influencia para mejorar las condiciones del mundo. Él mismo participaba en varias organizaciones cívicas a pesar de su tan exigente llamamiento como Autoridad General. Fue elegido como presidente del International Irrigation Congress [Congreso Internacional de Irrigación] y del Dry Farming Congress [Congreso de Agricultura de Secano], y se le eligió a seis mandatos como vicepresidente de la National Society of the Sons of the American Revolution [Sociedad Nacional de los Hijos de la Revolución Americana]. Siendo un fuerte partidario de la aviación como medio para que las Autoridades Generales cumplieran con mayor eficiencia sus asignaciones que requerían que viajaran, el élder Smith prestó servicio en la mesa directiva de la aerolínea Western Air Lines. También participó activamente en la organización de escultismo Boy Scouts of America, y en 1934 se le confirió el Silver Buffalo [Búfalo de Plata], el premio máximo que otorga dicha organización. En los años subsiguientes a la Primera Guerra Mundial, prestó servicio como presidente de la campaña del estado de Utah de Socorro para los Armenios y los Sirios, así como representante estatal de la International Housing Convention [Convención Internacional de la Vivienda], cuyo propósito era encontrar refugio para los que habían quedado sin vivienda a causa de la guerra25.
Antes de su llamamiento como apóstol, George Albert había sido activo en la política, abogando concienzudamente a favor de causas y candidatos que él pensaba que ayudarían a mejorar la sociedad. Una vez que llegó a ser Autoridad General, su participación en la política disminuyó, pero continuó apoyando las causas en las que creía. Por ejemplo, en 1923, ayudó a presentar un proyecto de ley a la Asamblea Legislativa del Estado de Utah que llevó a la construcción de un sanatorio para pacientes con tuberculosis26.
La compasión del élder Smith por los demás fue particularmente evidente en el servicio que prestó como presidente de la Society for the Aid of the Sightless [Sociedad de Auxilio para los Invidentes], puesto que ocupó de 1933 a 1949. Dado que él mismo sufría de impedimentos en la vista, el élder Smith sentía compasión especial por los ciegos. Supervisó la publicación del Libro de Mormón en braille e instituyó un programa para ayudar a los invidentes a aprender a leer braille y a adaptarse a su discapacidad de otras maneras. Sus esfuerzos hicieron que se granjeara el cariño de aquellos a quienes prestó servicio. Una miembro de la Sociedad de Auxilio para los Invidentes le expresó su agradecimiento por medio de un poema que se le presentó al élder Smith cuando cumplió 70 años:
Cuando la vida azota con furor,
y el llanto aleja la felicidad;
cuando mi alma gime y se lamenta
por la falta de amigos y de bondad,
con paso lento y titubeante,
busco con esperanza y ansiedad
un comprensivo corazón
en el que arde la amistad.
Un corazón de sabio entender,
de compasión y de bondad,
que enseña al que ciego es
la fe en Dios y la humanidad.
Aunque no logramos divisar
su tierna y amorosa facción,
vemos la piadosa sabiduría
de su comprensivo corazón.
En su alma percibimos paz
que infunde gran tranquilidad;
su oración silente advierte
que solos no hemos de caminar.
Su fe en nosotros nos fortalecerá
en senderos ocultos por recorrer;
nuestra alma la eleva un hombre
que de Dios un aliado es27.
Enfermedades y otras pruebas personales
Durante la mayor parte de su vida, George Albert no gozó de muy buena salud. Aunque le gustaba nadar, andar a caballo y participar en otras actividades físicas, su cuerpo era delicado y muchas veces débil. Además de sus problemas crónicos de la vista, el élder Smith sufrió de dolores estomacales y de la espalda, fatiga constante, problemas del corazón y muchas otras enfermedades a lo largo de su vida. El estrés y la presión de sus muchas responsabilidades también le afectaron, y al principio no estaba dispuesto a disminuir su ritmo ocupado de vida a fin de proteger su salud. Como resultado de ello, desde 1909 hasta 1912 luchó contra una enfermedad de tal gravedad que lo mantuvo en cama y no le permitió cumplir con sus deberes del Quórum de los Doce. Fue un tiempo muy difícil para el élder Smith, que deseaba desesperadamente reanudar su servicio. La muerte de su padre en 1911 y una gripe muy grave que afectó a su esposa hicieron que la recuperación del élder Smith fuera aún más difícil.
Años después compartió la siguiente experiencia que tuvo durante ese período:
“Hace varios años me encontraba muy enfermo. De hecho, creo que todos habían perdido las esperanzas de que me recuperara, excepto mi esposa… Llegué a estar tan débil que casi no me podía mover. El simple hecho de darme vuelta en la cama requería un esfuerzo lento y agotador.
“Un día, bajo esas condiciones, perdí el conocimiento de lo que ocurría a mi alrededor y pensé que había ido al otro lado del velo. Me encontré de pie frente a un gran bosque repleto de árboles y había un gran lago hermoso a mis espaldas. No había nadie a la vista, y no había ningún bote sobre el lago ni ningún otro indicio visible de cómo había llegado a ese lugar. Comprendí, o parecía comprender, que había terminado mi obra en la tierra y que había vuelto al hogar celestial…
“Comencé a explorar, y pronto encontré un sendero en el bosque que parecía haber sido muy poco transitado y que estaba casi oculto por la maleza. Lo seguí, y después de caminar durante un rato y recorrer una distancia considerable por el bosque, vi a un hombre que se dirigía hacia mí; me percaté de que era muy robusto y me apresuré a acercarme a él, pues me di cuenta de que era mi abuelo [George A. Smith]. En vida había pesado casi ciento cuarenta kilos, de modo que pueden imaginarse lo grande que era. Recuerdo la felicidad que sentí al verlo; yo llevaba su mismo nombre y siempre había estado orgulloso de ello.
“Mi abuelo se detuvo cuando llegó a una corta distancia de donde yo estaba, lo cual fue una invitación a que yo también me detuviera. Entonces, y me gustaría que ustedes niños y jóvenes nunca lo olviden, me miró con gran seriedad y me dijo:
“‘Me gustaría saber qué has hecho con mi nombre’.
“Todo lo que yo había hecho hasta entonces pasó por mi mente como si fuera en una pantalla, absolutamente todo, hasta llegar al mismo momento en el que me encontraba allí; toda mi vida había pasado ante mí. Sonreí, miré a mi abuelo y le dije:
“‘Nunca he hecho nada con tu nombre de lo que tengas que avergonzarte’.
“Entonces él caminó hacía mí y me abrazó; en ese momento, volví a tener conciencia del lugar donde me encontraba en esta tierra. La almohada estaba mojada como si le hubieran echado agua, mojada con lágrimas de gratitud por haber podido contestar a mi abuelo sin tener de qué avergonzarme.
“He pensado en esto muchas veces, y quiero decirles que he estado tratando, más que nunca desde entonces, de cuidar mi nombre. Así que quiero decirles a los niños y a las niñas, a los hombres y a las mujeres jóvenes, a la juventud de la Iglesia y de todo el mundo: Honren a su padre y a su madre. Honren el nombre que llevan”28.
Con el tiempo, el élder Smith comenzó a recuperar las fuerzas y salió de esa prueba con un sentimiento renovado de gratitud por su testimonio de la verdad. Les dijo a los santos en una conferencia general posterior: “Hace pocos años, estuve en el valle de las sombras de la muerte, tan cerca del otro lado que estoy seguro de que, [de no ser] por la bendición especial de nuestro Padre Celestial, no podría haber permanecido aquí. Pero en ningún momento se atenuó ese testimonio con el que me ha bendecido mi Padre Celestial. Mientras más cerca estaba del otro lado, más grande era mi testimonio de que el Evangelio es verdadero. Ahora que se me ha perdonado la vida, me regocijo por testificar que sé que el Evangelio es verdadero, y con toda el alma le agradezco a mi Padre Celestial el habérmelo revelado”29.
El élder Smith continuó viéndose afligido por varias dolencias físicas y otras adversidades en los años subsiguientes. Quizá su mayor prueba llegó en los años 1932 a 1937, cuando su esposa, Lucy, sufrió de artritis y neuralgia. Sufría gran dolor, y para 1937 requería cuidados casi constantes. Luego un ataque al corazón, en abril de 1937, casi le costó la vida y la dejó aún más débil que antes.
Aun cuando estaba constantemente preocupado por Lucy, el élder Smith continuó cumpliendo con sus deberes lo mejor que pudo. El 5 de noviembre de 1937 discursó en el funeral de un amigo y, cuando se sentó después de haber hablado, alguien le dio una nota que le decía que regresara inmediatamente a casa. Más tarde escribió lo siguiente en su diario: “Salí de la capilla cuanto antes, pero mi querida esposa ya había dado su último respiro antes de que yo llegara a casa. Pasó al otro mundo mientras yo estaba discursando en el funeral. Estoy ahora desprovisto de mi devota ayuda idónea y estaré muy solo sin ella”.
Cuando Lucy murió a la edad de 68 años, ella y George Albert habían estado casados por poco más de cuarenta y cinco años. Aunque extrañaba profundamente a su esposa, el élder Smith sabía que la separación era sólo provisional, y ese conocimiento le dio fortaleza. “A pesar de que mi familia está muy angustiada”, escribió, “nos consuela la seguridad de reunirnos con mamá nuevamente si seguimos siendo fieles. Ella ha sido una esposa y madre devota, servicial y considerada. Ha sufrido por seis años de una forma u otra y estoy seguro de que está feliz con su madre y otros seres queridos allá… El Señor ha sido muy bueno y me ha quitado todo mal sentimiento en cuanto a la muerte, por lo que estoy muy agradecido”30.
Presidente de la Misión Europea
En 1919, el presidente Heber J. Grant, quien hacía poco tiempo había sido sostenido como Presidente de la Iglesia, llamó al élder Smith a presidir la Misión Europea. Durante un discurso de conferencia general unos días antes de partir, el élder Smith dijo:
“Me gustaría decirles, mis hermanos y hermanas, que considero un honor —no; más que un honor, lo considero una gran bendición— que el Señor me haya levantado de la débil condición en la que me encontraba hace poco, restaurándome a una condición de salud tal que las Autoridades Generales han sentido que es posible que yo cumpla una misión en el exterior…
“…El próximo miércoles espero tomar el tren hacia la costa y después cruzar el océano al campo al que he sido llamado. Doy gracias a Dios por la oportunidad de ir. Agradezco que el conocimiento de esta verdad haya entrado en mi alma”31.
Durante ese tiempo, Europa todavía se estaba recuperando de la Primera Guerra Mundial, que había terminado unos pocos meses antes. Debido a la guerra, la cantidad de misioneros que había en Europa era muy baja y una de las tareas encomendadas al élder Smith era aumentar esa cantidad. Sin embargo, las difíciles condiciones económicas de Europa después de la guerra hicieron que los gobiernos no estuvieran dispuestos a conceder los visados necesarios. Para empeorar las cosas, aún había muchos malentendidos en cuanto a los Santos de los Últimos Días, así como prejuicios en contra de ellos. A fin de mejorar la imagen de la Iglesia, el élder Smith se reunió con varios funcionarios del gobierno y otras personas prominentes. Al explicar el propósito de los misioneros que estaban en Europa y por todo el mundo, con frecuencia decía: “Conserven todo lo bueno que tengan, conserven todo lo que Dios les ha dado que enriquezca su vida y luego dejen que compartamos algo con ustedes que aumentará su felicidad y su satisfacción”32. Según uno de los misioneros que prestó servicio con él, “por medio de su forma de ser hábil y amable, se ganó su estima y amistad y obtuvo concesiones respecto a los misioneros que anteriormente se les habían negado”33.
Para cuando terminó su servicio en 1921, el élder Smith había obtenido éxito en aumentar la cantidad de misioneros que prestaban servicio en Europa y en cambiar algunas de las ideas erróneas que tenían en cuanto a los Santos de los Últimos Días. También había hecho amigos para la Iglesia y se mantuvo en contacto con ellos por medio de cartas durante muchos años.
Preservación de lugares históricos de la Iglesia
Al élder Smith le encantaba contarles a otras personas en cuanto a la Iglesia y los grandes acontecimientos de su historia. A lo largo de su ministerio, hizo mucho por ayudar a preservar esa historia por medio de la creación de monumentos y el marcado de lugares de interés de la historia de la Iglesia. Tal como escribió uno de sus colegas: “Ha creído que al atraer la atención de la nueva generación a los logros de sus antepasados estaría prestando un importante servicio”34.
Siendo un joven apóstol fue a Palmyra, Nueva York, y negoció la compra de la granja de Joseph Smith en nombre de la Iglesia. Estando en Nueva York también habló con un hombre llamado Pliny Sexton, que era dueño del Cerro Cumorah, el lugar donde José Smith obtuvo las planchas de oro. El Sr. Sexton no quería vender el terreno a la Iglesia, pero él y el élder Smith de todos modos se hicieron amigos. Gracias en gran parte a la relación que el élder Smith mantuvo con el Sr. Sexton, con el tiempo la Iglesia pudo comprar la propiedad y dedicar allí un monumento.
En 1930, en el centenario de la organización de la Iglesia, el élder Smith ayudó a establecer la Utah Pioneer Trails and Landmarks Association [Asociación de Utah de Senderos y Lugares Sobresalientes de los Pioneros] y se le eligió como el primer presidente. Durante los siguientes veinte años, esa organización colocó más de cien monumentos y marcadores, muchos de ellos en conmemoración al trayecto de los pioneros al Valle del Lago Salado. El élder Smith ofició en las dedicaciones de la mayoría de esos monumentos35.
Con el fin de explicar el interés que tenía la Iglesia en los lugares históricos, escribió: “Ha sido costumbre construir monumentos en conmemoración de personas a fin de que se conserve su recuerdo. También se han establecido grandes acontecimientos en forma permanente en la mente de las personas por medio de la construcción de monumentos… Hay muchos puntos de interés que se están olvidando y la gente ha sentido que era deseable marcarlos en una forma considerable para que futuras generaciones dirijan su atención a los acontecimientos importantes”36.
Como alguien cuyo abuelo había caminado a Utah con los pioneros, el élder Smith sentía un profundo respeto por los primeros miembros de la Iglesia que sacrificaron tanto por su fe. En un discurso pronunciado para la Sociedad de Socorro, compartió la siguiente experiencia que tuvo cuando estuvo siguiendo la ruta de los pioneros de los carros de mano:
“Llegamos a la parte del sendero en la que la Compañía de Carros de Mano de Martin perdió tantas vidas. Encontramos, con la mayor exactitud que nos fue posible, el lugar donde acamparon. Los que eran descendientes de ese grupo estuvieron allí para colocar el marcador. Luego llegamos a Rock Creek; el año anterior habíamos colocado allí un marcador temporario. En esa época particular del año había hermosas flores silvestres que crecían por todos lados; había una abundancia de lirios silvestres, y algunos integrantes del grupo juntaron algunas de esas flores y las pusieron con cariño sobre un montón de piedras que habíamos puesto el año anterior… En ese lugar se había enterrado a quince miembros de esta Iglesia en una sola tumba; ellos habían muerto de hambre y de frío.
“Ustedes saben que hay momentos y lugares en los que parece que estamos más cerca de nuestro Padre Celestial. Al estar sentados alrededor de la fogata en ese pequeño valle de Rock Creek, donde la Compañía de Carros de Mano de Willie se encontró con el desastre —nosotros, que éramos descendientes de los pioneros, de los que habían cruzado las planicies en el calor del verano y el frío del invierno— se relataron historias de las experiencias de nuestros antepasados… Fue una ocasión muy agradable. Se estaba repitiendo la historia para nuestro beneficio.
“…Me pareció a mí que estábamos en la presencia misma de aquellos que lo habían ofrecido todo para que nosotros tuviéramos las bendiciones del Evangelio. Nos parecía sentir la presencia del Señor.
“Al alejarnos del lugar, después de haber derramado lágrimas —pues dudo que hubiera alguien que no las hubiera derramado en el grupo de unas treinta o cuarenta personas— la influencia que sentimos como resultado de esa pequeña reunión había conmovido nuestros corazones, y una de las buenas hermanas me tomó del brazo y me dijo: ‘Hermano Smith, voy a ser una mejor mujer de ahora en adelante’. Esa mujer… es una de las mejores mujeres que conozco, pero me parece que se sintió conmovida al igual que probablemente la mayoría de nosotros, por el hecho de que en ciertas cosas sentimos que no estábamos a la altura de los ideales que debieran haber sido parte de nuestra alma. Las personas que estaban allí enterradas no sólo habían dado días de su vida, sino que habían dado la vida misma como prueba de su creencia en la divinidad de esta obra…
“Si las hermanas que pertenecen a esta organización [la Sociedad de Socorro] llegan a ser tan fieles como los que fueron enterrados en las planicies, quienes enfrentaron sus problemas con fe en el Señor, tendrán muchos más logros y el favor de un amoroso Padre fluirá hacia ustedes y los suyos”37.
Presidente de la Iglesia, 1945–1951
Muy temprano la mañana del 15 de mayo de 1945, mientras iba en un tren con destino al este de los Estados Unidos, al élder Smith lo despertó un agente del ferrocarril con un mensaje: el presidente Heber J. Grant, que era el Presidente de la Iglesia en esa época, había fallecido. El élder Smith cambió de tren en cuanto pudo y regresó a Salt Lake City. Unos pocos días después, George Albert Smith, el miembro de mayor antigüedad en el Quórum de los Doce Apóstoles, fue apartado como el octavo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En su primer discurso de conferencia general como Presidente de la Iglesia, dijo a los santos que lo acababan de sostener: “Me pregunto si alguna otra persona aquí se siente tan débil y tan humilde como el hombre que está frente a ustedes”38. Expresó sentimientos similares a los miembros de su familia. “No he deseado este puesto. No me siento a la altura de él. Pero ahora lo tengo y lo cumpliré lo mejor que pueda. Quiero que todos sepan que, sin importar qué hagan en la Iglesia, desde la orientación [familiar] hasta presidir una estaca, si hacen su mayor esfuerzo, su puesto es tan importante como el mío”39.
Había muchos que pensaban que los talentos del presidente Smith eran especialmente adecuados para ese llamamiento. Una de las Autoridades Generales expresó esa confianza al poco tiempo de que el presidente Smith fuera sostenido: “Con frecuencia se dice que el Señor ha levantado a un hombre en particular para realizar cierta misión… No está en mí decir qué misión en particular le espera al presidente George Albert Smith. Sin embargo, lo que sí sé es que en este momento en particular de la historia del mundo, no se había necesitado tanto el amor entre hermanos tan desesperadamente como se necesita en la actualidad. Además, lo que sé es que no hay hombre alguno que yo conozca que ame a la familia humana, en forma colectiva e individual, más profundamente que el presidente George Albert Smith”40.
Ayuda a los necesitados en el período subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin sólo unos meses después de que George Albert Smith pasara a ser el Presidente de la Iglesia. La guerra había dejado a miles de personas de Europa indigentes y sin casa, y el presidente Smith movilizó rápidamente los recursos de bienestar de la Iglesia para darles auxilio. El presidente Gordon B. Hinckley más tarde dijo en cuanto a esa campaña: “Yo me encontraba entre aquellos que trabajaban durante las noches en la Manzana de Bienestar, en Salt Lake City, cargando los víveres en los vagones del ferrocarril que los transportaría al puerto desde donde se enviarían por barco. Durante la dedicación del Templo de Suiza [en 1955], cuando muchos de los santos de Alemania asistieron al Templo, oí a algunos de ellos expresar, con lágrimas rodándoles por las mejillas, su agradecimiento por esos alimentos que les habían salvado la vida”41.
El presidente Smith también sabía que había grandes necesidades espirituales entre los pueblos del mundo en el período que siguió a una guerra tan devastadora. En respuesta, tomó los pasos necesarios para reorganizar las misiones en los países en los que la guerra había interrumpido la obra misional y exhortó a los santos a vivir el Evangelio de paz en su vida personal. “La mejor prueba de gratitud en este momento”, dijo poco tiempo después de haberse terminado la guerra, “es hacer todo lo que podamos para llevar felicidad a este mundo triste, pues todos somos hijos de nuestro Padre y todos tenemos la obligación de hacer de este mundo un lugar más feliz por haber vivido nosotros en él.
“Ofrezcamos amabilidad y consideración a todos los que las necesiten, sin olvidarnos de aquellos que sufren privaciones; y en nuestro tiempo de regocijo por la paz, no olvidemos a los que han dado a sus seres queridos como precio por esa paz…
“Es mi oración que los hombres se vuelvan a Dios y que sean obedientes a Sus sendas y, de ese modo, salven al mundo de más conflictos y destrucción. Es mi oración que la paz que sólo proviene de nuestro Padre Celestial more en los corazones y en los hogares de todos los que lloran”42.
Más oportunidades de compartir el Evangelio
El presidente Smith continuó compartiendo el Evangelio con los demás en toda oportunidad, y las oportunidades aumentaron con su nuevo puesto. En mayo de 1946, el presidente Smith llegó a ser el primer Presidente de la Iglesia que visitó a los santos de México. Además de reunirse con miembros de la Iglesia y de discursar en una conferencia muy concurrida, el presidente Smith también se reunió con varios funcionarios de alto rango de México y les habló sobre el Evangelio restaurado. Durante una visita que realizó al presidente mexicano Manuel Ávila Camacho, el presidente Smith y el grupo que lo acompañaba explicaron: “Venimos con un mensaje especial para usted y para su pueblo. Estamos aquí para hablarles en cuanto a sus antepasados y en cuanto al evangelio restaurado de Jesucristo… Tenemos un libro que… habla de un gran profeta que, junto con su familia y otras personas, salió de Jerusalén seiscientos años antes de Cristo, y que vino a… esta gran tierra de América, que ellos conocían como una ‘tierra de promisión, una tierra escogida sobre todas las demás’. Este Libro de Mormón habla de la visita de Jesucristo a este continente y de que Él organizó Su Iglesia y escogió a Sus doce discípulos”.
El presidente Ávila Camacho, quien expresó respeto y admiración por los Santos de los Últimos Días que vivían en su país, se interesó mucho en el Libro de Mormón y preguntó: “¿Sería posible que yo obtuviera un ejemplar del Libro de Mormón? Nunca antes había oído de él”. El presidente Smith le obsequió entonces un ejemplar en español encuadernado en cuero, con una lista, al principio del libro, de pasajes de las Escrituras de particular interés. El presidente Ávila Camacho dijo: “Voy a leer todo el libro, porque es de gran interés para mí y para mi pueblo”43.
Celebración del centenario de la llegada de los pioneros
Uno de los acontecimientos más destacados de los seis años en que el presidente George Albert Smith sirvió como Presidente de la Iglesia llegó en 1947, cuando la Iglesia celebró el centenario de la llegada de los pioneros al Valle del Lago Salado. El presidente Smith supervisó la celebración, la cual obtuvo atención nacional y culminó con la dedicación del Monumento This Is the Place [Éste es el Lugar] en Salt Lake City, cerca del lugar en el que los pioneros entraron por primera vez al valle. Desde 1930, el presidente Smith había estado participando en la planificación de un monumento para honrar los logros y la fe de los pioneros. Tuvo cuidado, sin embargo, de asegurarse de que el monumento también honrara a los primeros exploradores, a los misioneros de otras religiones y a líderes amerindios de esa era.
Durante la dedicación del Monumento This Is the Place, George Q. Morris, en ese entonces presidente de la Misión de los Estados del Este, observó un espíritu de buena voluntad, el cual atribuyó a los esfuerzos del presidente Smith: “Las contribuciones del presidente Smith a la hermandad y la tolerancia se reflejaron en el servicio de dedicación… El monumento mismo había honrado en escultura —hasta donde fue posible en esculturas de personas individuales— a los hombres que habían hecho historia en la zona montañosa del oeste de los Estados Unidos antes que los pioneros mormones, sin importar cuál era su raza o su religión. Cuando se estaba preparando el programa para el servicio de dedicación, fue el deseo del presidente Smith que hubiera representantes de todos los grupos religiosos principales, además de los funcionarios estatales, del condado y de la ciudad. Entre los discursantes más prominentes se encontraban un sacerdote católico, un obispo protestante, un rabino judío y representantes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Un visitante que provenía del este de los Estados Unidos hizo el siguiente comentario: ‘El día de hoy fui rebautizado espiritualmente. Lo que he presenciado no podría haber sucedido en ningún otro lugar del mundo. El espíritu de tolerancia que se manifestó el día de hoy fue espléndido’”44.
Aunque el monumento de dieciocho metros de altura era impresionante, el presidente Smith enseñó que la mejor manera de honrar a los pioneros era seguir su ejemplo de fe y devoción. En la oración de dedicación del monumento, dijo: “Nuestro Padre que estás en los cielos… estamos ante Tu presencia esta mañana en esta tranquila ladera y vemos el gran monumento que se ha erigido en honor a Tus hijos e hijas y su devoción… Rogamos que podamos ser bendecidos con el mismo espíritu que caracterizó a aquellos fieles que creyeron en Ti y en Tu Hijo Amado, que vinieron a este valle porque deseaban vivir aquí y adorarte. Suplicamos que el espíritu de adoración y de gratitud continúe en nuestro corazón”45.
Reflexiones sobre la vida a los 80 años de edad
A pesar de estar avanzado en años, durante la mayor parte de su presidencia el presidente Smith pudo cumplir con sus responsabilidades sin las dolencias físicas que lo habían limitado anteriormente. En un artículo publicado en abril de 1950, cerca de su octogésimo cumpleaños, el presidente Smith echó un vistazo a su vida y observó la manera en que Dios lo había sostenido y bendecido:
“En estos ochenta años, he viajado más de un millón de kilómetros por el mundo en aras del evangelio de Jesucristo. He estado en muchos tipos de clima y en muchas tierras y naciones, y desde mi niñez la gente ha sido buena y amable conmigo, tanto los miembros de la Iglesia como los que no lo eran. Dondequiera que he ido, he encontrado hombres y mujeres nobles…
“…Cuando pienso en la persona tan débil y delicada que soy, y que fui llamado a ser el líder de esta gran Iglesia, me doy cuenta de cuánta ayuda necesito. Con gratitud reconozco la ayuda de mi Padre que está en los cielos, así como el ánimo y la compañía que durante mi vida me han dado los mejores hombres y mujeres que se puedan encontrar en cualquier parte del mundo, tanto aquí como en el extranjero”.
Prosiguió a expresar amor por las personas a quienes había prestado servicio por tantos años:
“Sin lugar a dudas, es una bendición relacionarse con esas personas, y desde lo más profundo de mi alma, aprovecho esta oportunidad para agradecerles todas sus bondades para conmigo, y también aprovecho esta ocasión para decirles a todos ustedes: Nunca sabrán cuánto los amo; no hay palabras que puedan expresarlo. Y es mi deseo sentir lo mismo por cada hijo e hija de mi Padre Celestial.
“He vivido mucho tiempo, en comparación con el ser humano promedio, y he tenido una vida feliz. No pasarán muchos años, en el curso natural de los acontecimientos, hasta que el llamado al otro lado me llegue. Espero ese momento con agradable expectativa. Y después de ochenta años en esta vida terrenal, después de haber viajado a muchas partes del mundo, de haberme relacionado con muchos grandes y buenos hombres y mujeres, les testifico que sé, con más fuerza hoy que nunca antes, que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que José Smith fue un profeta del Dios viviente, y que la Iglesia que organizó bajo la dirección de nuestro Padre Celestial, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días… funciona bajo el poder y la autoridad del mismo sacerdocio que Pedro, Santiago y Juan confirieron a José Smith y a Oliver Cowdery. Esto lo sé, tal como sé que yo vivo, y me doy cuenta de que darles este testimonio es un asunto de mucha seriedad y que mi Padre Celestial me tendrá por responsable de esto y de todas las otras cosas que he enseñado en Su nombre… Con el amor y la bondad que siento por todos, les testifico esto en el nombre de Jesucristo nuestro Señor”46.
Un año más tarde, el día que cumplió 81 años, el 4 de abril de 1951, George Albert Smith falleció tranquilamente en su hogar, teniendo al lado a su hijo y a sus hijas.
Actos sencillos de amoroso servicio
George Albert Smith tuvo muchos logros durante sus 81 años de vida, tanto en la Iglesia, como en su comunidad y por todo el mundo. Pero los que lo conocieron personalmente lo recordaron más por sus muchos y sencillos actos humildes de amabilidad y amor. El presidente David O. McKay, quien dirigió el servicio funeral del presidente Smith, dijo en cuanto a él: “Realmente era un alma noble, y sus momentos de mayor felicidad eran cuando hacía felices a los demás”47.
El élder John A. Widtsoe, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, relató una experiencia que tuvo cuando estaba tratando de resolver un asunto difícil y muy importante:
“Estaba sentado en mi oficina bastante cansado después del trabajo del día… Estaba exhausto. Justo entonces alguien tocó a la puerta y George Albert Smith entró y dijo: ‘Voy camino a casa después de haber terminado el trabajo del día, y pensé en ti y en los problemas que se espera que resuelvas. Vine para consolarte y bendecirte’.
“Ése era el estilo de George Albert Smith… Nunca lo voy a olvidar. Hablamos un rato y luego él se fue a su casa. Mi corazón fue elevado y ya no me sentía exhausto.
“El amor… no es una mera palabra o una sensación interior. Para que sea un amor digno, debe ponerse en acción. Eso fue lo que hizo el presidente Smith en esa ocasión. Me dio de su propio tiempo, me dio de su propia fuerza”48.
El élder Matthew Cowley, también miembro del Quórum de los Doce y amigo íntimo del presidente Smith, le rindió tributo en el servicio funeral de esta manera:
“Todo el que estuviera angustiado, todo el que estuviera afligido con enfermedades u otro tipo de adversidad, todo el que entrara en la presencia de este hijo de Dios, obtenía de él virtud y fuerza. Estar en su presencia equivalía a ser sanado, si no físicamente, entonces sin duda espiritualmente…
“…Dios atrae lo divino, y estoy seguro de que el viaje más corto que este hombre de Dios realizó entre todos sus viajes fue el que acaba de emprender. Dios es amor. George Albert Smith es amor. Su amor es divino y Dios se lo ha llevado con Él.
“…No es posible honrar una vida como ésta con palabras; no son adecuadas. Hay una sola manera de honrar su virtud, su dulzura de carácter, sus grandes cualidades de amor, y esa manera es por medio de nuestros hechos…
“Seamos todos nosotros un poco más dispuestos a perdonar, un poco más tiernos en nuestra relación con los demás, un poco más considerados unos con otros, un poco más generosos con los sentimientos de los demás”49.
La lápida de George Albert Smith tiene la siguiente inscripción, la cual proporciona un apropiado resumen de su vida de amoroso servicio:
“Comprendió y difundió las enseñanzas de Cristo y fue singularmente exitoso en ponerlas en práctica. Era amable, paciente, sabio, tolerante y comprensivo. Andaba haciendo bienes. Amaba Utah y los Estados Unidos, pero no era de mente estrecha. Tenía fe, sin reservas, en la necesidad que hay de amor y en el poder que éste tiene. Tenía un cariño sin límites por su Iglesia y por su familia, y sirvió a ambos apasionadamente. Sin embargo, su amor no tenía límites; abarcaba a todos los hombres, sin importar su raza, religión o clase social. Cuando hablaba con ellos o de ellos, con frecuencia decía: ‘Todos somos hijos de nuestro Padre’”.