Capítulo 20
Andemos por la senda de caridad del Salvador
“La piedra de toque de la compasión es una forma de medir nuestro discipulado; es una medida de nuestro amor a Dios y del amor que nos tenemos unos a otros”
De la vida de Howard W. Hunter
El presidente Howard W. Hunter enseñó que el Salvador “nos dio Su amor, Su servicio y Su vida… Nosotros debemos esforzarnos por dar cual Él dio”1. En particular, el presidente Hunter instaba a los miembros de la Iglesia a seguir el ejemplo de caridad del Salvador en la vida cotidiana.
Los actos de caridad fueron un aspecto que caracterizó la carrera de Howard W. Hunter en su profesión de abogado. Un colega en la abogacía explicó:
“Pasaba mucho de su tiempo prestando asesoría legal [gratuita]… porque se le partía el alma al pensar en enviar la factura… Se le consideraba un amigo, un guía, un consejero y un profesional a quien le preocupaba mucho más ver que las personas recibieran la ayuda que necesitaban que el que se le retribuyera por ello”2.
La caridad también caracterizaba el servicio en la Iglesia del presidente Hunter. Cierta mujer, que dijo que él fue el maestro que más influencia ejerció en ella, explicó algunas de las razones:
“Siempre he observado que ese hombre amaba a los demás al darles la mayor prioridad, al escucharlos para comprender y al compartir experiencias propias con ellos, lo cual era una de las cosas que más disfrutaba. Él me ha enseñado a entender la importancia de esas virtudes y a sentir gozo al ponerlas en práctica”3.
Otra mujer, de la estaca de California [EE. UU.] del presidente Hunter, le rindió este homenaje:
“El presidente Howard W. Hunter fue nuestro presidente de estaca años atrás, cuando nuestra familia vivía en la Estaca Pasadena. Al haber fallecido mi padre, la crianza de mi hermana mayor y de mí había recaído sobre mi madre. Aun cuando no éramos una familia prominente de la estaca, la cual abarcaba un área geográfica enorme, el presidente Hunter nos conocía personalmente.
“Mi recuerdo más significativo de él contribuyó a mi autoestima. Después de cada conferencia de estaca, esperábamos en fila para estrecharle la mano. Él siempre tomaba la mano de mi madre y decía: ‘¿Cómo está, hermana Sessions?, ¿y cómo están Betty y Carolyn?’. Me emocionaba oír que nos llamara por nombre; sabía que nos conocía y se preocupaba por nuestro bienestar. Aquel recuerdo aun me reconforta el corazón”4.
El presidente Hunter dijo en una ocasión: “Creo que nuestra misión es la de servir y salvar, de edificar y exaltar”5. Los comentarios de sus hermanos de los Doce demuestran lo bien que cumplió con esa misión. Uno de ellos dijo: “Tiene la capacidad de hacer que las personas se sientan cómodas. No las domina y sabe escuchar”. Otro dijo: “Cuando uno viaja con él, siempre está pendiente de que todos estén bien y de que no se incomode a nadie ni se le causen molestias”. Otro más indicó: “Se preocupa por los demás y es sensible a sus sentimientos. Tiene caridad y un corazón que perdona. Es un estudioso del Evangelio, de la humanidad y de la naturaleza humana”6.
Enseñanzas de Howard W. Hunter
1
Los dos grandes mandamientos son la piedra de toque del Señor para evaluar nuestro discipulado
Antiguamente, una de las pruebas a las que se sometía el oro para determinar su pureza se efectuaba con una piedra lisa, silícea, de color negro llamada piedra de toque. Cuando el oro se frotaba contra ésta, dejaba una raya o marca en la superficie. El orfebre comparaba el color de la marca con una tabla que contenía distintos tonos. Cuanto más rojizo el color de la marca, más alto el porcentaje de cobre o de aleación; cuanto más amarillenta, tanto mayor el porcentaje de oro. El proceso daba muestras claras de la pureza del oro.
El método de la piedra de toque para determinar la pureza del oro era rápido y ofrecía resultados satisfactorios para la mayoría de los efectos prácticos, pero el orfebre que aun así ponía en tela de juicio la pureza llevaba a cabo una prueba más precisa mediante un proceso en el que se usaba el fuego.
Lo que sugiero es que el Señor ha preparado una piedra de toque para ustedes y para mí; una medida externa de nuestro discipulado interno que marca nuestra fidelidad y que sobrevivirá los fuegos que están por venir.
En una ocasión, mientras Jesús enseñaba al pueblo, cierto intérprete de la ley se le acercó y le formuló esta pregunta: “…Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”.
Jesús, el Maestros de maestros, respondió al hombre, quien evidentemente era bien versado en la ley, y lo hizo con otra pregunta: “…¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”.
Entonces el hombre repitió con breves pero firmes palabras los dos grandes mandamientos: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.
Con voz de aprobación, Cristo le dijo: “…haz esto y vivirás” (Lucas 10:25–28).
La vida eterna, la vida de Dios, la vida que todos buscamos, se basa en dos mandamientos. Las Escrituras nos dicen que: “De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40). Amar a Dios y amar al prójimo. Los dos van de la mano; son inseparables. En el sentido más sublime pueden considerarse sinónimos, y son mandamientos que cada uno de nosotros puede vivir.
La respuesta de Jesús al intérprete de la ley puede considerarse como la piedra de toque del Señor. En otra ocasión dijo: “…en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). Él medirá nuestra devoción hacia Él de conformidad con la manera en que amemos y sirvamos a nuestros semejantes. ¿Qué tipo de marca dejamos en la piedra de toque del Señor? ¿Somos realmente un buen prójimo? ¿Demuestra la prueba que somos oro de 24 quilates, o pueden detectarse algunos dejos de “oro de tontos” [pirita]?7.
2
El Salvador nos enseñó a amar a todos, incluso a quienes quizás sea difícil amar
Casi como disculpándose a sí mismo por haber formulado una pregunta tan simple al Maestro, el intérprete de la ley procuró justificarse con una pregunta adicional: “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29).
Todos deberíamos estar eternamente agradecidos por esa pregunta, pues en la respuesta del Salvador encontramos una de Sus parábolas más profundas y valoradas, la cual cada uno de nosotros ha leído y escuchado una y otra vez:
“…Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
“Y aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y, al verle, pasó de largo.
“Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verle, pasó de largo.
“Mas un samaritano que iba de camino llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia;
“y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él.
“Y otro día, al partir, sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamelo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva” (Lucas 10:30–35).
Entonces Jesús le preguntó al intérprete de la ley: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?” (Lucas 10:36). Allí vemos cómo el Maestro extiende la piedra de toque del cristianismo y pide que nuestra marca se mida en ella.
En la parábola de Cristo, tanto el sacerdote como el levita deberían haber recordado lo que la ley requería: “Si ves el asno de tu hermano, o su buey, caído en el camino, no te desentenderás de ellos; le ayudarás a levantarlos” (Deuteronomio 22:4). Y si así se requiere con un buey, ¡cuánto más dispuestos deberíamos estar de ayudar a un hermano necesitado! Pero como escribió el élder James E. Talmage: “Cuán fácil es hallar disculpas [para no hacerlo]; brotan tan espontánea y abundantemente como las hierbas al lado del camino” (Jesús el Cristo, 1975, pág. 456).
El samaritano nos dio un ejemplo de amor puro cristiano. Tuvo compasión; se acercó al hombre a quien los ladrones habían herido y vendó sus heridas. Lo llevó al mesón, lo cuidó, pagó sus gastos, y ofreció pagar más si fuera necesario para su atención. Es un relato del amor de un prójimo por su prójimo.
Un antiguo adagio dice que “el egoísmo empequeñece al hombre”; el amor, de alguna manera, lo engrandece. La clave es amar al prójimo, incluso al que es difícil amar. Debemos recordar que si bien nosotros hacemos amigos, Dios ha hecho a nuestro prójimo: a todos ellos. El amor no debe tener límites; nuestra lealtad no debe ser parcial. Cristo dijo: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46)8.
3
Debemos amar y servir a los demás en sus aflicciones
José Smith escribió una carta a los santos que se publicó en el periódico Messenger and Advocate sobre el tema de amarnos unos a otros para que seamos justificados ante Dios. Dice así:
“Queridos hermanos: Uno de los deberes que todo santo debe observar libremente para con sus hermanos es el de amarlos y socorrerlos siempre. A fin de que seamos justificados delante de Dios, debemos amarnos los unos a los otros; debemos vencer el mal, visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarnos sin mancha del mundo, porque esas virtudes emanan de la gran fuente de la religión pura. Al fortalecer nuestra fe como resultado de añadir toda buena cualidad que engalana a los hijos del bendito Jesús, podemos hacer oración cuando es tiempo de orar, podemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y podemos ser fieles en la tribulación, sabiendo que el galardón de los que así obran es mayor en el reino de los cielos. ¡Qué consuelo! ¡Qué gozo! ¡Concédase que yo pueda llevar la vida de los justos, y que mi galardón sea como el de ellos!” (History of the Church, tomo II, pág. 229).
Esas dos virtudes, el amor y el servicio, son las que se requieren de nosotros si hemos de ser un buen prójimo y si hemos de hallar paz en nuestra vida. Seguramente esas virtudes se hallaban en el corazón del élder Willard Richards; mientras se encontraba en la cárcel de Carthage, la tarde del martirio de José y Hyrum, el carcelero sugirió que estarían más seguros en la celda. José se volvió al élder Richards y le preguntó: “Si fuéramos a la celda, ¿vendría usted con nosotros?”.
La respuesta del élder Richards estuvo colmada de amor: “Hermano José, usted no me pidió que cruzara el río a su lado; no me pidió que viniera a Carthage ni que viniera a la cárcel con usted; ¿piensa que lo abandonaría ahora? Déjeme que le diga lo que haré; si se le condena a ser colgado por ‘traición’, yo iré a la horca en su lugar, y usted quedará en libertad”.
Debe haber sido con gran emoción y sentimiento que José contestó: “Pero no es posible que lo haga”.
A lo cual el élder Richards respondió firmemente: “Lo haré” (véase B. H. Roberts, A Comprehensive History of the Church, tomo II, pág. 283).
La prueba del hermano Richards fue seguramente mayor a la que cualquiera de nosotros tendrá que afrontar; fue una prueba de fuego más bien que la de una piedra de toque. Pero si se nos pidiera que lo hiciéramos, ¿podríamos dar nuestra vida por nuestra familia? ¿por nuestros amigos? ¿por nuestro prójimo?
La piedra de toque de la compasión es una forma de medir nuestro discipulado; es una medida de nuestro amor a Dios y del amor que nos tenemos unos a otros. ¿Dejaremos una marca de oro puro, o, al igual que el sacerdote y el levita, pasaremos de largo?9.
4
Debemos andar más firmemente por el sendero de la caridad que Jesús nos ha mostrado
En un importante mensaje dirigido a los Santos de los Últimos Días de Nauvoo tan sólo un año antes de su trágico e intempestivo martirio, el profeta José Smith dijo:
“Si deseamos ganar y cultivar el amor de los demás, nosotros debemos amar a los demás, tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos… Los cristianos deben cesar de reñir y contender los unos con los otros y cultivar los principios de la unión y la amistad entre sí” (History of the Church, tomo V, págs. 498–499).
Ese es un magnífico consejo hoy día, tal como lo fue [entonces]. El mundo en el que vivimos, ya sea cerca de nuestro hogar o lejos de él, necesita el evangelio de Jesucristo. Brinda la única forma en la cual el mundo llegará a conocer la paz. Debemos ser más bondadosos los unos con los otros, más amables y prestos a perdonar; debemos ser tardos para la ira y más prontos a prestar ayuda; debemos extender una mano de amistad y resistir el camino de la venganza. En resumen, debemos amarnos los unos a los otros con el amor puro de Cristo, con caridad y compasión genuinas y, si es necesario, compartir el sufrimiento, pues es así como Dios nos ama.
En nuestros servicios de adoración frecuentemente cantamos un hermoso himno escrito por Susan Evans McCloud. ¿Me permitirían citarles unas cuantas líneas de ese himno?
Quiero amarte, Salvador,
y por Tu senda caminar,
recibir de Ti la fuerza
para a otro levantar…
Yo a nadie juzgaré;
es imperfecto mi entender;
en el corazón se esconden
penas que no puedo ver…
Quiero a mi hermano dar,
sinceramente y con bondad,
el consuelo que añora
y aliviar su soledad.
Quiero a mi hermano dar;
Señor, yo te seguiré.
(Himnos, 1992, N° 138).
Debemos caminar más firmemente y con mayor caridad por el sendero que Cristo nos ha mostrado. Necesitamos detenernos “para a otro levantar”, y seguramente entonces recibiremos “de [Él] la fuerza”. Si hiciéramos más para aprender a dar consuelo, tendríamos muchas oportunidades para aliviar la soledad. Sí, Señor, debemos seguirte10.
5
La caridad es el amor puro de Cristo y nunca dejará de ser
[Jesús] dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros… En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:34–35). A ese amor que debemos tener hacia todos nuestros hermanos y hermanas de la familia humana, y que Cristo tiene por cada uno de nosotros, se le llama caridad o “el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47). Es el amor que motivó el sufrimiento y el sacrificio de la expiación de Cristo. Es el máximo cenit que el alma humana puede alcanzar y la expresión más sublime del corazón humano.
…La caridad comprende todas las demás virtudes divinas. Distingue tanto el comienzo como el final del Plan de Salvación. Cuando todo lo demás deje de ser, la caridad —el amor de Cristo— no dejará de ser. Es el mayor de todos los atributos divinos.
De la abundancia de Su corazón, Jesús habló al pobre, al oprimido, a la viuda, a los niños pequeños; al granjero y al pescador, y a quienes apacentaban cabras y ovejas; al extranjero y al forastero, al rico, al que tenía poder político, así como a los hostiles fariseos y escribas. Ministró al pobre, al hambriento, al necesitado, al enfermo; bendijo al cojo, al ciego, al sordo y a otras personas con impedimentos físicos. Echó fuera los demonios y espíritus inmundos que habían causado enfermedades mentales o emocionales. Purificó a los que estaban abrumados por el pecado; enseñó lecciones de amor y demostró repetidamente servicio desinteresado por los demás. Todos fueron receptores de Su amor. Todos tenían “tanto privilegio como cualquier otro” y a “nadie [se excluía]” (2 Nefi 26:28). Todas estas son expresiones y ejemplos de Su caridad sin límites.
El mundo en que vivimos se beneficiaría enormemente si los hombres y las mujeres de todas partes pusieran en práctica el amor puro de Cristo, que es bondadoso, manso y humilde. No tiene envidia ni orgullo; es desinteresado porque no busca nada a cambio. No consiente la maldad ni la mala voluntad, ni se regocija en la iniquidad; no tiene lugar para la intolerancia, el odio ni la violencia. Se niega a tolerar la burla, la vulgaridad, el maltrato o la exclusión. Insta a las personas diferentes a vivir juntas en amor cristiano independientemente de sus creencias religiosas, raza, nacionalidad, posición económica, formación académica o cultura.
El Salvador nos ha mandado que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado, que nos vistamos “con el vínculo de la caridad” (D. y C. 88:125), como Él lo hizo. Se nos exhorta a purificar nuestros sentimientos íntimos, a cambiar el corazón, a hacer que nuestras acciones y apariencia externas concuerden con aquello que afirmamos creer y sentir interiormente. Debemos ser verdaderos discípulos de Cristo11.
6
Amar a los demás es “un camino más excelente”
El hermano Vern Crowley dijo que, de joven, aprendió algo acerca de la importante lección que el profeta José les había enseñado a los primeros santos en Nauvoo, cuando les dijo que “debemos amar a los demás, tanto a nuestros enemigos como a nuestros amigos”. Esa es una buena lección para cada uno de nosotros.
Después que su padre enfermó, Vern Crowley se hizo cargo del negocio de desguace de la familia, a pesar de que sólo tenía quince años de edad. Algunos clientes a veces se aprovechaban del jovencito, y durante la noche empezaron a desaparecer autopartes del lote. Vern estaba enojado, y prometió que atraparía a alguien y que le daría un castigo ejemplar. Iba a vengarse.
Poco después que su padre empezó a recuperarse, cierta noche Vern estaba haciendo sus rondas de vigilancia por el terreno a la hora de cerrar. Ya casi había oscurecido. En un rincón distante de la propiedad, divisó a alguien que llevaba una pieza grande de maquinaria hacia la cerca trasera. Corrió como un atleta y atrapó al joven ladrón. En lo primero que pensó fue en desquitarse la frustración a puñetazos y luego arrastrar al muchacho hasta la oficina del frente y llamar a la policía. Tenía el corazón lleno de ira y venganza; había aprehendido al ladrón y pensaba cobrar justa venganza.
Sin saber de dónde, apareció el padre de Vern, quien puso su débil y temblorosa mano sobre el hombro de su hijo y dijo: “Veo que estás un poco alterado, Vern. ¿Puedo ocuparme de esto?”. Se dirigió entonces hasta el joven y potencial ladrón, le pasó el brazo por el hombro, lo miró a los ojos un momento y dijo: “Hijo, dime, ¿por qué haces esto? ¿Por qué querías robar esa transmisión?”. Entonces el señor Crowley empezó a caminar hacia la oficina con el brazo alrededor del muchacho, preguntándole mientras caminaban sobre los problemas que tenía el automóvil de éste. Para cuando llegaron a la oficina, el padre dijo: “Bien. Creo que tu embrague está desgastado y que eso está ocasionando el problema”.
Mientras tanto, Vern estaba furioso. “¿A quién le importa el embrague?”, pensó. “Llamemos a la policía y asunto acabado”. Pero su padre seguía hablando. “Vern, tráele un embrague; y también un rodamiento de desembrague. Y trae un disco de embrague. Eso solucionará el problema”. El padre entregó todos los repuestos al joven que había intentado robar y dijo: “Toma; y llévate también la transmisión. No tienes que robar, jovencito. Simplemente pide. Hay una solución para cada problema. La gente está dispuesta a ayudar”.
El hermano Vern Crowley dijo que aquel día aprendió una lección eterna sobre el amor. El joven regresó con frecuencia al negocio. Mes tras mes, de su propia voluntad, pagó todas las refacciones que Vic Crowley le había dado, incluso la transmisión. Durante aquellas visitas, le preguntó a Vern por qué su padre era así y por qué lo había ayudado. Vern le mencionó algo sobre las creencias de los Santos de los Últimos Días y cuánto amaba su padre al Señor y a las personas. Con el tiempo, el aspirante a ladrón fue bautizado. Más adelante, Vern dijo: “Ahora me es difícil describir lo que sentía y lo que atravesé al pasar aquella experiencia. Yo también era joven. Había logrado capturar al ladrón y lo iba a castigar lo más severamente posible, pero mi padre me enseñó otro camino”.
¿Otro camino? ¿Un camino mejor? ¿Un camino más sublime? ¿Un camino más excelente? Oh, ¡cómo se beneficiaría el mundo con esa magnífica lección! Tal como declara Moroni:
“…de modo que los que creen en Dios pueden tener la firme esperanza de un mundo mejor…
“…en el don de su Hijo, Dios ha preparado un camino más excelente” (Éter 12:4, 11)12.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Preguntas
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¿Qué quiere decir el presidente Hunter al referirse a los dos grandes mandamientos como “la piedra de toque del Señor”? (Véase la sección 1). Reflexione sobre la forma en que usted respondería las preguntas que el presidente Hunter plantea al final de la sección 1.
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Repase el recuento que hace el presidente Hunter de la parábola del buen samaritano (véase la sección 2). ¿Qué aprendemos de esas enseñanzas en cuanto a amar al prójimo? ¿Cómo podemos amar más a quienes quizás sea “difícil amar”?
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En la sección 3, el presidente Hunter enseña que debemos amar y servir a los demás en sus aflicciones. ¿En qué ocasiones ha sido bendecido por alguien que le haya brindado amor y prestado servicio en algún momento de necesidad?
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Medite en las enseñanzas del presidente Hunter sobre seguir el ejemplo de caridad del Salvador (véase la sección 4). ¿Cómo podemos cultivar un mayor amor por las demás personas? ¿Cuáles son algunas de las formas en que podemos demostrar amor de manera más activa?
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En la sección 5, el presidente Hunter menciona algunas de las maneras en que Cristo ha demostrado Su amor. ¿En qué oportunidades ha sentido usted el amor del Salvador en su vida? ¿Qué bendiciones ha recibido al “[poner] en práctica el amor puro de Cristo”?
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¿Qué aprendemos de lo que el presidente Hunter relata en cuanto a Vern Crowley? (Véase la sección 6). ¿Cómo podemos reemplazar los sentimientos de “ira y venganza” por caridad? ¿Qué experiencias ha tenido que le hayan ayudado a aprender que la caridad es “un camino más excelente”?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema
Mateo 25:31–46; 1 Corintios 13; Efesios 4:29–32; 1 Juan 4:20; Mosíah 4:13–27; Alma 34:28–29; Éter 12:33–34; Moroni 7:45–48; D. y C. 121:45–46.
Ayuda para el estudio
“Cuando usted actúe de acuerdo con lo que haya aprendido, recibirá una comprensión más profunda y perdurable (véase Juan 7:17)” (Predicad Mi Evangelio, 2004, pág. 19). Considere preguntarse a sí mismo lo que puede hacer para poner en práctica las enseñanzas en casa, en el trabajo y en sus responsabilidades eclesiásticas.