Capítulo 1
Nuestra necesidad de profetas vivientes
Introducción
Desde los días de Adán, una manera en la que el Señor ha comunicado Su voluntad a Sus hijos ha sido por medio de profetas (véase Amós 3:7). Los profetas nos enseñan la voluntad de Dios y revelan Su carácter divino; son predicadores de rectitud, denuncian el pecado y, cuando son inspirados a hacerlo, predicen eventos futuros. Más importante aun, los profetas testifican de Jesucristo. El Señor prometió que si “[damos] oído” a las palabras del profeta, “las puertas del infierno no prevalecerán contra [nosotros]; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante [nosotros], y hará sacudir los cielos para [nuestro] bien y para la gloria de su nombre” (D. y C. 21:4, 6). Al tener profetas para guiarnos, podemos estar seguros de la voluntad de Dios concerniente a nosotros; podemos estar seguros de que cuando seguimos el consejo de los profetas vivientes, navegaremos mejor a través de los tiempos difíciles en los que vivimos.
Comentarios
1.1
El Señor revela Su voluntad a los profetas vivientes hoy así como lo hizo en el pasado
El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que desde Adán hasta el Presidente de la Iglesia actual, los profetas han sido una parte importante del plan del Señor:
“La primera dispensación [del Evangelio] tuvo lugar en la época de Adán. Posteriormente, vinieron las dispensaciones de Enoc, Noé, Abraham, Moisés y otras [véase la Guía para el Estudio de las Escrituras, “Dispensaciones”]. Cada profeta tuvo el encargo divino de enseñar acerca de la divinidad y de la doctrina del Señor Jesucristo. En cada dispensación, esas enseñanzas tuvieron por objeto ayudar a las personas, pero la desobediencia de estas tuvo como resultado la apostasía…
“Así vemos que era necesaria una restauración total. Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo llamaron al profeta José Smith a ser el profeta de esta dispensación. Todos los poderes divinos de las dispensaciones anteriores debían restaurarse por conducto de él” (“El recogimiento del Israel disperso”, Liahona, noviembre de 2006, págs. 79–80; énfasis agregado).
La dispensación final del Evangelio empezó con el llamado de un profeta: José Smith. Al igual que en las dispensaciones pasadas, la voluntad de Dios se da a conocer a Sus hijos mediante el proceso de la revelación.
El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, habló sobre la necesidad de la revelación constante:
“Mucha de la revelación que se ha recibido, tanto en esta época como en el pasado, ha sido doctrinal. Parte de ella ha sido acerca de cómo dirigir la Iglesia y cómo solucionar problemas, y muy pocas han sido espectaculares. El presidente John Taylor dijo: ‘La revelación que recibió Adán no daba instrucciones a Noé para construir el arca, ni la revelación que recibió Noé mandaba a Lot que abandonase Sodoma, ni ninguna de ellas hablaba de que los hijos de Israel salieran de Egipto. Cada uno de ellos recibió revelaciones individuales’ (Millennial Star, 1 de noviembre de 1847, pág. 323)”; (véase “La revelación continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 5; énfasis agregado).
El presidente Hugh B. Brown (1883–1975), de la Primera Presidencia, describió una conversación que tuvo con un miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido y exjuez de la Corte Suprema de Inglaterra, que no era miembro de la Iglesia, acerca de la necesidad de profetas vivientes y de la revelación que ellos reciben:
“[Dije:] ‘… le afirmo, de la manera más solemne, que en los tiempos de la Biblia era costumbre que Dios hablara a los hombres’.
“[Él respondió:] ‘Creo que lo admitiré, pero eso llegó a su fin poco después del primer siglo de la era cristiana’.
“‘¿Por qué piensa que llegó a su fin?’.
“‘No lo sé’.
“‘¿Piensa que Dios no ha vuelto a hablar desde entonces?’.
“‘Estoy seguro que no’.
“‘Si se me permite, voy a sugerir algunas posibles razones [por las cuales no ha hablado]: Quizá Dios ya no hable a los hombres porque no puede hacerlo; ya ha perdido Su poder para hacerlo’.
“Él respondió: ‘Desde luego que suponer eso equivaldría a blasfemar’.
“‘Bueno, en ese caso, si no acepta esa razón, entonces quizá ya no hable a los hombres porque ya no nos ama. Ya no se interesa por los asuntos de los hombres’.
“‘No’, dijo, ‘Dios ama a todos los hombres, y no hace acepción de personas’.
“‘En ese caso… la única respuesta posible, según lo veo yo, es que ya no lo necesitamos. Hemos logrado avances tan rápidos en la ciencia, somos tan cultos y educados, que ya no necesitamos a Dios’.
“Entonces él respondió con una voz temblorosa, mientras pensaba en la guerra inminente [la Segunda Guerra Mundial]: ‘Señor Brown, nunca ha habido un momento en la historia del mundo en que se haya necesitado la voz de Dios de manera tan crítica como ahora. Quizá pueda decirme usted por qué no habla’.
“Mi respuesta fue la siguiente: ‘Sí habla; Él ha hablado, pero los hombres necesitan tener fe para oírlo’.
“Procedimos, entonces, a preparar lo que llamaré ‘el perfil de un Profeta’…
“[El juez permaneció] sentado y escuchó con mucha atención; después formuló ciertas preguntas muy agudas y perspicaces, y al final dijo: ‘Señor Brown, me pregunto si su gente se da cuenta de la trascendencia de su mensaje. ¿Y usted?’. A lo que añadió: ‘Si lo que me ha dicho es verdad, se trata del mensaje más grandioso que ha llegado a la tierra desde que los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo’” (véase “El perfil de un profeta”, Liahona, junio de 2006, págs. 13, 15; énfasis agregado).
1.2
Los problemas de hoy se resuelven con soluciones divinas
El profeta José Smith (1805-1844) enseñó que necesitamos dirección divina continua “adaptada a las circunstancias” de la gente de esta dispensación (en History of the Church, tomo V, pág. 135). También enseñó que “nos encontramos en una situación completamente diferente de la de cualquier otro pueblo que haya existido sobre esta tierra” y, por tanto, necesitamos revelación y dirección exclusivas (en History of the Church, tomo II, pág.52; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 206). “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).
En una revelación dada en 1883 por medio del presidente John Taylor (1808–1887), el Señor prometió que continuaría bendiciendo a la Iglesia con revelaciones:
“… y os revelaré, de vez en cuando, mediante los canales que he señalado, todo lo que fuere necesario para el desarrollo futuro y la perfección de mi Iglesia, para el ajuste y el despliegue de mi reino, y para la edificación y el establecimiento de mi Sion” (en James R. Clark, comp., Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1965, tomo II, pág. 354).
El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, recordó a los Santos que la revelación dicta la constancia y el cambio en la Iglesia:
“En el futuro habrá cambios tal como los hubo en el pasado. El que las autoridades de la Iglesia [el Profeta y los Apóstoles] efectúen cambios o los resistan dependerá totalmente de las instrucciones que reciban por medio de los canales de la revelación, los cuales fueron establecidos desde el principio.
“Las doctrinas permanecerán inamovibles, eternas; la organización, los programas y los procedimientos se alterarán según lo indique Aquel cuya Iglesia esta es” (“La revelación en un mundo inconstante”, Liahona, enero de 1990, pág. 16).
El presidente John Taylor (1808–1887) habló de la necesidad de la revelación en el presente como parte de la verdadera religión del Señor:
“Creemos que es necesario que haya comunicación entre el hombre y Dios; que el hombre debe recibir revelación de Él y que, si no se encuentra bajo la influencia de la inspiración del Espíritu Santo, no puede saber nada referente a las cosas de Dios… ¿Quién ha oído alguna vez de la religión verdadera sin comunicación con Dios? Para mí, eso es lo más absurdo que la mente humana podría concebir. No me extraña que, al rechazar la gente en general el principio de la revelación actual, reinen el escepticismo y la infidelidad en grado tan alarmante. No me extraña que tantos hombres traten la religión con desprecio y la consideren como algo que no es digno de la atención de seres inteligentes, puesto que la religión sin revelación es una burla y una farsa…
“El principio de la revelación actual, entonces, constituye el fundamento mismo de nuestra religión” (“Discourse by Elder John Taylor,” Deseret News, 4 de marzo de 1874, pág. 68, énfasis agregado; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2002, págs. 175, 177, énfasis agregado).
1.3
La revelación es constante en esta dispensación
El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) testificó que la revelación fluye constantemente en nuestra dispensación:
“Yo afirmo, con la más profunda humildad, pero también con el poder y la fuerza del ardiente testimonio que hay en mi alma, que desde el Profeta de la Restauración hasta el de nuestros días, la línea de comunicación permanece ininterrumpida, la autoridad es continua y la luz sigue iluminándonos. La voz del Señor es una incesante melodía y un atronador llamado” (“La palabra del Señor a Sus profetas”, Liahona, octubre de 1977, pág. 65; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 265).
El presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, enseñó:
“Esta Iglesia, desde el día de su organización hasta el presente, jamás ha tenido ni una hora, sí, podría decir, ni un momento, sin revelación, sin tener a un hombre entre nosotros que nos pueda decir, como pueblo, la intención y la voluntad de Dios; que nos pueda señalar lo que debemos hacer, que nos pueda enseñar las doctrinas de Cristo, que nos pueda señalar lo que es falso e incorrecto, y que pueda darnos la instrucción y el consejo necesarios en todos los asuntos dentro de los límites de nuestra experiencia y a los que necesitamos prestar atención. Este siempre ha sido el caso” (“Discourse by President George Q. Cannon”, Deseret News, 21 de enero de 1885, pág. 3, énfasis agregado).
1.4
La Iglesia del Señor está edificada sobre el fundamento de profetas y apóstoles
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) testificó:
“Esta es la Iglesia restaurada de Jesucristo. Nosotros somos Santos de los Últimos Días. Testificamos que los cielos se han abierto, que se ha partido el velo, que Dios ha hablado y que Jesucristo se ha manifestado a Sí mismo, a lo que siguió el otorgamiento de la autoridad divina.
“Jesucristo es la piedra angular de esta obra, y está edificada sobre un ‘fundamento de… apóstoles y profetas’ (Efesios 2:20)” (“El maravilloso fundamento de nuestra fe”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 81).
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó por qué es necesario en estos días el fundamento de apóstoles y profetas:
“[El] fundamento apostólico y profético de la Iglesia era bendecir en todo momento, pero especialmente en momentos de adversidad o peligro, cuando quizás nos sintamos como niños, confusos y desorientados, tal vez un poco temerosos; momentos en que la mano engañosa del hombre o la malicia del diablo intentan inquietar o desviar… En los tiempos del Nuevo Testamento, en los tiempos del Libro de Mormón y en estos tiempos, esos oficiales son las piedras fundamentales de la Iglesia verdadera, colocadas alrededor de la piedra del ángulo, ‘la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios’ [Helamán 5:12], y fortalecidos por ella” (véase “Profetas, Videntes y Reveladores”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 7).
1.5
Los miembros de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles son profetas, videntes y reveladores
El presidente Harold B. Lee (1899-1973) enseñó lo que significa el que sostengamos a la Primera Presidencia y al Cuórum de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores:
“Todos los miembros de la Primera Presidencia y de los Doce son regularmente sostenidos como ‘profetas, videntes y reveladores’… Eso significa que cualquiera de los apóstoles, escogido y ordenado de esa forma, podría presidir la Iglesia si fuese ‘escogido por el cuerpo nombrado [que, según ha sido interpretado, significa todo el Cuórum de los Doce] y ordenado a ese oficio, y sostenido por la confianza, fe y oraciones de la Iglesia’ —para citar una revelación sobre este tema—, con una condición, la cual es que sea el miembro más antiguo, es decir, el Presidente de ese cuerpo (véase D. y C. 107:22)” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 89–90, énfasis agregado).
El presidente J. Reuben Clark Jr., 1871–1961, de la Primera Presidencia, explicó:
“A algunas de las Autoridades Generales [los Apóstoles] se les ha asignado un llamamiento especial; poseen un don especial; se los sostiene como profetas, videntes y reveladores, lo cual les confiere una dotación espiritual especial en lo que se refiere a impartir enseñanzas a los de este pueblo. Ellos tienen el derecho, el poder y la autoridad de manifestar la intención y la voluntad de Dios a Su pueblo, sujetos al poder y a la autoridad totales del Presidente de la Iglesia” (véase Liahona, septiembre de 2001, pág. 35, énfasis agregado).
1.6
¿Qué son los profetas, videntes, y reveladores?
1.6.1
Profeta
Un profeta es “una persona llamada por Dios para que hable en Su nombre. En calidad de mensajero de Dios, el profeta recibe mandamientos, profecías y revelaciones de Él. La responsabilidad del profeta consiste en hacer conocer a la humanidad la voluntad y la verdadera naturaleza de Dios, y demostrar el significado que tienen Sus tratos con ellos. El profeta denuncia el pecado y predice sus consecuencias; es predicador de rectitud. En algunas ocasiones, puede recibir inspiración para predecir el futuro en beneficio del ser humano; no obstante, su responsabilidad primordial es la de dar testimonio de Cristo. El Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el profeta de Dios sobre la tierra en la actualidad. A los miembros de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles se los sostiene como profetas, videntes y reveladores” (véase Guía para el estudio de las Escrituras, “Profeta”, scriptures.lds.org; énfasis agregado).
1.6.2
Vidente
Un vidente es “una persona autorizada por Dios para ver con los ojos espirituales las cosas que Dios ha escondido del mundo (Moisés 6:35-38); es un revelador y un profeta (Mosíah 8:13–16). En el Libro de Mormón, Ammón enseñó que solo un vidente podía usar los intérpretes especiales, o sea, el Urim y el Tumim (Mosíah 8:13; 28:16). Un vidente conoce el pasado, el presente y el futuro. En los tiempos antiguos, a los profetas a menudo se los llamaba videntes (1 Samuel 9:9; 2 Samuel 24:11).
“José Smith es el gran vidente de los últimos días (D. y C. 21:1; 135:3). Además, a la Primera Presidencia y al Consejo de los Doce se los sostiene como profetas, videntes y reveladores” (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Vidente”, scriptures.lds.org; énfasis agregado).
El élder John A. Widtsoe (1872–1952), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó:
“Un vidente es alguien que ve con ojos espirituales y percibe el significado de lo que a otros les parece incomprensible; por tanto, es un intérprete y aclara la verdad eterna… En resumen, es uno que ve, que anda en la luz del Señor con los ojos abiertos [véase Mosíah 8:15–17]” (Evidences and Reconciliations, editado por G. Homer Durham, 1960, pág. 258).
El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) describió a uno de sus consejeros como alguien que poseía el don de la videncia:
“El presidente Harold B. Lee es un pilar de verdad y justicia, un verdadero vidente que posee gran fortaleza, percepción y sabiduría espiritual, y cuyo conocimiento y comprensión de la Iglesia y sus necesidades no tienen par” (Liahona, octubre de 1970, pág. 1).
1.6.3
Revelador
Como reveladores, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles dan a conocer la voluntad del Señor para la Iglesia y para la humanidad en general. Revelan Su voluntad en asuntos tanto espirituales como temporales, aunque para el Señor todas las cosas son espirituales (véase D. y C. 29:34). Ellos enseñan la doctrina, dirigen los cuórumes del sacerdocio, guían a las organizaciones auxiliares, supervisan la construcción de centros de reuniones y templos, y hacen todo lo que sea necesario para que ruede “el evangelio hasta los extremos de [la tierra], como la piedra cortada del monte, no con mano, ha de rodar, hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2).
El élder John A. Widtsoe (1872–1952) enseñó:
“Un revelador da a conocer, con la ayuda del Señor, algo que no se conocía anteriormente. Puede ser una verdad nueva o una verdad olvidada, o la aplicación nueva u olvidada de una verdad conocida para necesidad del hombre” (Evidences and Reconciliations, pág. 258).
1.7
Los profetas nos ayudan a fortalecer la fe en Jesucristo
El escuchar y seguir las palabras de los profetas vivientes fortalece nuestra fe en Jesucristo (véase Romanos 10:17). El profeta José Smith (1805–1844) enseñó: “La fe viene por oír la palabra de Dios, mediante el testimonio de los siervos de Dios; ese testimonio siempre viene acompañado del espíritu de profecía y revelación [véase Apocalipsis 19:10]” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 409; énfasis agregado). Los profetas declaran la palabra de Dios por el espíritu de profecía para que los que escuchan puedan ejercer fe en Jesucristo.
Porque Él ama a sus hijos, y “sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra” (D. y C. 1:17), el Padre Celestial proveyó una solución: Él restauró la plenitud del evangelio de Jesucristo por medio del profeta José Smith. De ese modo, el Señor preparó el camino “para que… la fe aumente en la tierra” (D. y C. 1:21). Él prometió: “aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Cuando escuchamos la palabra del Señor mediante las enseñanzas de los profetas y vemos su cumplimiento, nuestra fe crece. La fe nos trae paz, esperanza y regocijo, aun en un mundo atormentado por la duda, la maldad y las calamidades.
1.8
Los profetas enseñan para nuestro beneficio
A quienes estén tentados a resistir los consejos y advertencias de los profetas, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) aseguró:
“Pido a todos que entiendan que nuestros ruegos no son motivados por deseos egoístas; ruego que entiendan que nuestras advertencias no carecen de peso y razón; ruego que entiendan que no se llega a la decisión de hablar de ciertos asuntos sin [deliberación, análisis y oración]; ruego que entiendan que nuestra única ambición es ayudar a cada uno [de ustedes] con sus problemas, sus dificultades, su familia y su vida…
“No tenemos [ningún] deseo egoísta… sino el deseo de que nuestros hermanos sean felices, que en su hogar se encuentren la paz y el amor, que sean bendecidos por el poder del Todopoderoso en todas las actividades que emprendan con rectitud” (véase “La Iglesia sigue su curso establecido”, Liahona, enero de 1993, pág. 66).
1.9
Encontramos seguridad al conocer y aplicar las enseñanzas de los profetas vivientes
Los peligros temporales y espirituales que enfrenta el mundo hoy en día son evidencia de lo mucho que necesitamos la guía profética. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, describió cómo podemos mantenernos a salvo de esos peligros:
“Se nos ha prometido que el Presidente de la Iglesia, como revelador de esta, recibirá guía para todos nosotros. Estaremos seguros si obedecemos lo que él dice y seguimos su consejo” (“La revelación continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 6; énfasis agregado).
El élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dio un ejemplo de cómo una enseñanza profética protegió a fieles miembros de la Iglesia del peligro:
“Los profetas son inspirados a darnos prioridades proféticas para protegernos de los peligros. Como ejemplo, el presidente Heber J. Grant, profeta entre 1918 y 1945, recibió inspiración para recalcar la obediencia a la Palabra de Sabiduría [véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Heber J. Grant, 2003, págs. 203-213], el principio con promesa que el Señor reveló al profeta José [véase D. y C. 89]. Él recalcó la importancia de no fumar ni tomar bebidas alcohólicas y pidió a los obispos que repasaran estos principios en las entrevistas para la recomendación para el templo.
“En esa época, la sociedad aceptaba el fumar como una conducta adecuada y glamorosa. La profesión médica aceptaba el fumar sin preocupación ya que los estudios científicos que vincularían el humo del cigarrillo con varios tipos de cáncer aparecerían en un futuro distante. El presidente Grant aconsejó con gran vigor, y llegamos a ser conocidos como un pueblo que se abstiene de beber y fumar…
“La obediencia a la Palabra de Sabiduría dio a nuestros miembros, sobre todo a los jóvenes, una vacuna preventiva contra el uso de las drogas, los problemas de salud y los peligros morales resultantes” (véase “Demos oído a las palabras del profeta”, Liahona, mayo de 2008, pág. 48; énfasis agregado).
El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, advirtió que, debido a que encontramos seguridad al seguir las palabras del profeta viviente, debemos evitar los obstáculos que han causado que algunos no prestasen atención a las palabras del profeta:
“No es cosa insignificante, mis hermanos y hermanas, el tener un profeta de Dios entre nosotros… Cuando escuchamos el consejo del Señor expresado por medio de las palabras del Presidente de la Iglesia, nuestra respuesta debe ser positiva y pronta. La historia ha demostrado que hay seguridad, paz, prosperidad y felicidad cuando respondemos al consejo profético tal como lo hizo Nefi de la antigüedad: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado” (1 Nefi 3:7).
“Sabemos en cuanto a la experiencia de Naamán, quien sufría de lepra y que finalmente se puso en contacto con el profeta Eliseo y se le dijo: ‘Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará y serás limpio’ (2 Reyes 5:10).
“Al principio, Naamán no deseaba seguir el consejo de Eliseo. No pudo entender lo que se le había pedido hacer: Lavarse siete veces en el río Jordán. En otras palabras, su orgullo y porfía evitaban que recibiera la bendición del Señor a través de Su profeta. Afortunadamente, al final bajó y ‘se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio’ (2 Reyes 5:14).
“Qué humilde debe haberse sentido Naamán al darse cuenta de que estaba a punto de dejar que su orgullo y su poco deseo de escuchar el consejo del profeta le impidieran recibir tan gran bendición de limpieza. Y cuánta humildad debe ocasionarnos el contemplar cuántos de nosotros podríamos privarnos de las grandes y prometidas bendiciones porque no escuchamos y luego no hacemos las cosas relativamente simples que nuestro profeta nos dice que hagamos hoy día…
“Hoy día les hago una promesa; es simple, pero es verdadera: Si escuchan al profeta viviente y a los apóstoles, y obedecen nuestro consejo, no se [desviarán] por mal camino” (véase “Recibiréis su palabra”, Liahona, julio de 2001, págs. 80–81; énfasis agregado).
El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, nos recordó que las bendiciones vienen cuando actuamos de acuerdo con las respuestas inspiradas que nos da el profeta:
“Tenemos un profeta viviente sobre la faz de la tierra… Él conoce nuestros retos y temores; él tiene las respuestas inspiradas…
“Los profetas nos hablan en el nombre del Señor y con toda sencillez. El Libro de Mormón lo ratifica de este modo: ‘Porque el Señor Dios ilumina el entendimiento; pues él habla a los hombres de acuerdo con el idioma de ellos, para que entiendan’ (2 Nefi 31:3).
“Tenemos la responsabilidad no solo de escuchar, sino de actuar de acuerdo con Su palabra, a fin de que podamos obtener las bendiciones de las ordenanzas y convenios del Evangelio restaurado. Él dijo: ‘Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis’ (D. y C. 82:10).
“Tal vez haya ocasiones en las que nos sintamos abrumados, heridos o al borde del desánimo [al hacer un] gran esfuerzo por ser miembros perfectos de la Iglesia. Pero tengan la seguridad de que sí hay bálsamo en Galaad. Demos oídos a los profetas de nuestros días mientras nos ayudan a fijar nuestra atención en las cosas que son fundamentales en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (véase “La Iglesia mundial es bendecida por la voz de los profetas”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 12; énfasis agregado).
1.10
Una de nuestras mayores necesidades es la de escuchar y obedecer a los profetas
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) explicó el valor de dar oído al consejo del profeta, aun cuando nuestras propias opiniones difieran de ese consejo:
“La única seguridad que tenemos los miembros de esta Iglesia es hacer exactamente lo que el Señor dijo a la Iglesia el día en que esta fue organizada. Debemos aprender a prestar oídos y obedecer las palabras y los mandamientos que el Señor dará por conducto de Su profeta: ‘… según los reciba, andando delante de mí con toda santidad… con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca’ (D. y C. 21:4–5). Habrá algunas cosas que requieran paciencia y fe. Es posible que no les guste lo que dicen las Autoridades de la Iglesia. Puede que contradiga sus opiniones políticas o sociales; puede que interfiera con su vida social; pero si escuchan esas cosas como si viniesen de la propia boca del Señor, con paciencia y fe, la promesa es que ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre’ (D. y C. 21:6)” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, pág. 92).
El élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos aseguró que estaremos libres de “innecesario dolor” si seguimos el consejo profético:
“Si siguiéramos el consejo de los profetas, tendríamos una vida terrenal libre de innecesario dolor y de autodestrucción. Eso no quiere decir que no tendremos problemas, porque igual los tendremos; no quiere decir que no seremos probados, porque lo seremos, pues eso es parte del propósito de esta vida. Pero si escuchamos el consejo de nuestro Profeta, tendremos más fortaleza y podremos sobrellevar las pruebas de esta etapa mortal; tendremos, además, esperanza y gozo. Todas las palabras de consejo de los profetas de todas las generaciones se nos han dado para fortalecernos y ponernos en condiciones de fortalecer a los demás” (véase “Escuchemos y obedezcamos la voz del Profeta”, Liahona, julio de 1995, págs. 18–19; véanse también Mosíah 2:41; D.y C. 59:23).