Capítulo 2
El profeta viviente: El Presidente de la Iglesia
Introducción
El Presidente de la Iglesia preside sobre todos los cuórumes del sacerdocio y los miembros de la Iglesia. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, explicó: “… es el Apóstol mayor sobre la tierra; a él se lo ha ordenado y apartado como Profeta, Vidente y Revelador del mundo. Se lo ha sostenido como Presidente de la Iglesia.é Él es el Sumo Sacerdote presidente que preside todo el sacerdocio en la tierra. Solo él tiene y emplea todas las llaves del reino, bajo la dirección del Señor Jesucristo, quien está a la cabeza y es la piedra angular de esta Iglesia” (véase “La revelación continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 4).
El élder Mark E. Petersen (1990-1984), del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó que el profeta viviente es el portavoz del Señor para la Iglesia y el mundo: “Las personas que no son miembros de la Iglesia tal vez no perciban el gran significado inherente a su ministerio; incluso algunos de los Santos de los Últimos Días aún no lo han descubierto. Pero el Presidente de la Iglesia es, de hecho, un profeta que ha sido levantado en estos últimos días para dar guía inspirada, no solo a los Santos de los Últimos Días, sino a toda la humanidad en todas partes” (“A People of Sound Judgment”, Ensign, julio de 1972, pág. 40).
Un estudio cuidadoso de este capítulo profundizará tu aprecio por el Presidente de la Iglesia y las llaves de autoridad del sacerdocio que él posee, y te ayudará a entender cómo la seguridad viene a aquellos que eligen prestar oído a su consejo.
Comentarios
2.1
El profeta viviente posee todas las llaves del sacerdocio
El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de una oportunidad en la que el presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) declaró que, como Presidente de la Iglesia, tenía las llaves del sacerdocio:
“En 1976, después de terminar una conferencia en Copenhague, Dinamarca, el presidente Spencer W Kimball nos invitó a visitar una pequeña iglesia con el fin de ver las estatuas de Cristo y de los Doce Apóstoles esculpidas por el artista Bertel Thorvaldsen. El Christus se encuentra en un nicho detrás del altar. Las estatuas de los Doce, con Pablo reemplazando a Judas Iscariote, están colocadas en orden a los costados de la capilla.
“El presidente Kimball le dijo al anciano cuidador que, en la misma época en que Thorvaldsen creaba esas hermosas estatuas en Dinamarca, en América se llevaba a cabo la restauración del evangelio de Jesucristo con apóstoles y profetas que recibían la autoridad de quienes la poseían en la antigüedad.
“Luego, reuniéndonos a todos a su lado, le dijo al cuidador: ‘Nosotros somos apóstoles del Señor Jesucristo’; y, señalando al élder Pinegar, agregó: ‘y él es un Setenta, como los que se mencionan en el Nuevo Testamento’.
“Nos encontrábamos de pie cerca de la estatua de Pedro, al cual el escultor representó sosteniendo llaves en la mano, para simbolizar las llaves del Reino. El presidente Kimball dijo: ‘Nosotros poseemos las verdaderas llaves, tal como Pedro, y las utilizamos todos los días’.
“Luego, ocurrió algo que jamás olvidaré. El presidente Kimball, un hombre tan amable, se volvió hacia el presidente Johan H. Benthin, de la Estaca Copenhague, y con voz de mando exclamó: ‘Quiero que les diga a todos los prelados [líderes religiosos] de Dinamarca que ellos no poseen las llaves. ¡Yo poseo las llaves!’.
“Recibí entonces ese testimonio que los Santos de los Últimos Días reconocen, pero que es difícil de describir a los que no lo han experimentado —una luz, un poder que atraviesa el alma misma—, y supe que, sin ninguna duda, allí se encontraba el profeta viviente que poseía las llaves” (véase “La armadura de la fe”, Liahona, julio de 1995, págs. 7-8).
El profeta tiene los poderes, los dones y las bendiciones que le permiten oficiar en cualquier cargo de la Iglesia (véase D. y C. 46:29; 107:91–92). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, señaló las responsabilidades del Presidente de la Iglesia, el profeta viviente:
“Es la cabeza terrenal del Reino de Dios sobre la tierra, el oficial supremo de la Iglesia, el ‘presidente del sumo sacerdocio de la iglesia; o en otras palabras, el Sumo Sacerdote Presidente de todo el sumo sacerdocio de la iglesia’(D. y C. 107:65–66). Su deber es ‘presidir a toda la iglesia…’ (D. & C. 107:91).
“Él es el único hombre sobre la tierra que puede tener y usar las llaves del Reino en su plenitud(véase D. y C. 132:7). Por la autoridad que se le ha investido, se realizan todas las ordenanzas; son autorizadas todas las enseñanzas de las verdades de salvación; y, por medio de las llaves que posee, se ofrece la salvación misma a los hombres en la actualidad” (véase Doctrina Mormona, 1993, pág. 585; énfasis agregado).
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) explicó cómo las llaves del sacerdocio continúan desde el profeta José Smith hasta el profeta viviente actual en esta dispensación:
“Esa misma autoridad que tuvo José, esas mismas llaves y poderes que eran de igual naturaleza que su derecho divinamente otorgado a presidir, fueron conferidos por él a los Doce Apóstoles, con Brigham Young a la cabeza. Cada Presidente de la Iglesia desde aquel entonces ha llegado a ese altísimo y sagrado oficio habiendo sido escogidos de entre el Consejo de los Doce. Cada uno de esos hombres ha sido bendecido con el espíritu y poder de revelación de lo alto. Desde José Smith, hijo, hasta Spencer W. Kimball [que era el profeta en ese momento], ha habido una cadena ininterrumpida. De esto doy solemne testimonio ante ustedes en este día. Esta Iglesia está edificada sobre la palabra cierta de la profecía y la revelación; edificada, como escribió Pablo a los efesios, ‘sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo’(Efesios 2:20)”(véase “El documento de José Smith III y las llaves del reino”, Liahona, agosto de 1981, pág. 30).
2.2
El profeta es el portavoz del Señor
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) indicó que los santos no tienen por qué ser engañados, ya que el Señor ha establecido un inconfundible canal de instrucción:
“Cuando vaya a haber algo diferente de lo que el Señor ya nos haya dicho, lo dará a Su profeta, no a algún fulano o mengano que viaje por todo el país por autoestop, como algunas personas han contado; ni por medio de alguien, como relata otra historia, que se desmayó y que al volver en sí dio una revelación. He dicho: ‘¿Suponen que teniendo el Señor a Su profeta sobre la tierra, usaría algún medio indirecto para revelar cosas a Sus hijos? Esa es la razón por la que tiene un profeta; y cuando tenga algo que dar a esta Iglesia, se lo dará al Presidente, y el Presidente verá que los presidentes de estaca y de misión lo reciban, así como las Autoridades Generales; y ellos, a su vez, harán que se informe a la gente de cualquier cambio nuevo’” (“The Place of the Living Prophet, Seer, and Revelator”, discurso dado a los maestros de religión del SEI, 8 de julio de 1964, pág. 11; énfasis agregado).
El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó que debemos valorar las palabras del profeta más que las de cualquier otra persona:
“De entre todos los mortales, nuestra mirada debe estar fija en el capitán del barco, el profeta, vidente y revelador, el Presidente de La Iglesia de los Santos de los Últimos Días. Este es el hombre que está más cerca de la fuente de ‘aguas vivas’, y hay algunas instrucciones celestiales que solo podemos recibir por su intermedio. Una buena manera de determinar nuestra posición ante el Señor, es observar el efecto que tienen en nuestros sentimientos y acciones las palabras inspiradas de Su representante terrenal, nuestro Profeta y Presidente; con ellas no podemos jugar. Todos tenemos el derecho a recibir inspiración, y cada uno puede recibirla para cumplir con su obligación particular; pero solo hay un hombre que puede reclamar el derecho de ser el vocero del Señor para la Iglesia y el mundo, y este es nuestro Profeta. De acuerdo con sus palabras inspiradas se han de medir y juzgar las de todos los demás hombres de la tierra” (véase “Los dones del Señor”, Liahona, abril de 1977, pág. 23).
2.3
El Señor guía a la Iglesia a través de la revelación continua a Su profeta
El Señor revela Su intención y voluntad a Su profeta. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) testificó que los cielos todavía están abiertos y que el Señor guía a Su Iglesia día a día:
“Hoy doy mi testimonio al mundo de que, hace ya más de un siglo y medio, aquella bóveda de hierro se rompió, los cielos se abrieron una vez más, y desde entonces la revelación ha sido continua…
“Desde aquel día memorable de 1820, hemos continuado recibiendo escritura adicional, incluso las esenciales y numerosas revelaciones que fluyen en una corriente sin fin, desde Dios a sus profetas en la tierra…
“Testificamos al mundo que la revelación continúa y que [las bóvedas] y los archivos de la Iglesia contienen esas revelaciones que se reciben mes a mes y día a día. También testificamos que, desde que se organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1830, ha habido y siempre habrá en esta tierra un profeta, reconocido por Dios y por Su pueblo, que continuará interpretando la intención y la voluntad del Señor.
“Quisiera dejarles una palabra de advertencia: no cometamos el mismo error que cometieron los antiguos habitantes de la tierra. Actualmente, gran cantidad de personas religiosas creen en Abraham, Moisés y Pablo, pero se niegan a creer en los profetas de nuestra época. Los antiguos también podían creer en profetas de tiempos remotos, pero maldijeron y condenaron a los de sus propios días.
“En la actualidad, al igual que en tiempos pasados, muchos tienden a creer que si hubiera revelación, tendría que venir acompañada por [impresionantes] y resonantes manifestaciones. Les es difícil aceptar como revelaciones las muchas recibidas en los tiempos de Moisés, de José y de nuestros propios días, las que reciben los profetas como profundas e inexpugnables impresiones que se depositan en su mente y su corazón como rocío del cielo o como el alba, que disipa las tinieblas de la noche.
“Esperando algo espectacular, uno puede no estar alerta a la constante corriente de comunicación. Yo afirmo, con la más profunda humildad, pero también con el poder y la fuerza del ardiente testimonio que hay en mi alma que, desde el Profeta de la Restauración hasta el de nuestros días, la línea de comunicación permanece ininterrumpida, la autoridad es continua y la luz sigue iluminándonos. La voz del Señor es una incesante melodía y un atronador llamado. Durante casi un siglo y medio no ha habido ninguna interrupción” (véase “La palabra del Señor a Sus profetas”, Liahona, octubre de 1977, pág. 65, énfasis agregado).
2.4
La palabra del Señor al profeta viviente es oportuna y de suma importancia para nosotros ahora
El mundo está cambiando constantemente. Problemas nuevos y diferentes, y muchas variaciones de los problemas antiguos se presentan como desafíos continuamente. Nuestro sabio y amoroso Padre Celestial sabe todas las cosas antes de que sucedan, y Él revela respuestas y soluciones a través de Su profeta cuando es necesario. Además de interpretar y reafirmar Escritura ya existente, un profeta actúa como el agente por medio del cual el Señor da Escritura nueva, según las necesidades de las personas. Al hablar bajo la dirección del Espíritu Santo, las palabras del profeta viviente toman precedencia sobre otras declaraciones en cuanto al mismo asunto. Su inspirado consejo está en armonía con las verdades eternas que se hallan en los libros canónicos, y se centra en las necesidades y condiciones de su época.
Las doctrinas son eternas y no cambian; sin embargo, el Señor, por medio de Su profeta, puede cambiar las prácticas y los programas, de acuerdo con las necesidades de la gente. Los siguientes ejemplos ilustran este principio:
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La ley de Moisés fue dada a los hijos de Israel como un “ayo para [llevarlos] a Cristo” (Gálatas 3:24; véase también Traducción de José Smith, Gálatas 3:24 [Gálatas 3:24 nota b al pie de página de la versión SUD de la Biblia en inglés] ), pero se cumplió cuando Jesucristo dio la ley del Evangelio (véanse Gálatas 3:23–25; Mosíah 13:27–35; 3 Nefi 9:15–20).
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Cuando Jesús estaba en la tierra, por lo general se enseñaba el Evangelio solo a la casa de Israel (véanse Mateo 10:5-6; 15:24; Marcos 7:25–27). Después de Su resurrección, el Salvador mandó a los apóstoles que llevaran el Evangelio a todo el mundo (véanse Marcos 16:15; Hechos 10).
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En la época de Moisés, se le quitó el Sacerdocio de Melquisedec a la población general de Israel y se dio el Sacerdocio Aarónico únicamente a los levitas (véase D. y C. 84:24–26, véanse también Números 8:10–22; Hebreos 7:5). En la época de Cristo y Sus Apóstoles, el Sacerdocio de Melquisedec volvió a estar disponible y se ofreció el Sacerdocio Aarónico a hombres que no eran levitas (véanse Lucas 6:13–16, Filipenses 1:1, Hebreos 7:11–12). Hoy en día, “todo varón que sea fiel y digno miembro de la Iglesia puede recibir el santo sacerdocio, con el poder de ejercer su autoridad divina” (Declaración Oficial — 2).
El presidente John Taylor (1808-1887) se refirió a los profetas del Antiguo Testamento para ilustrar que nuevas revelaciones son necesarias para las nuevas generaciones:
“Necesitamos un árbol viviente, una fuente viva, una inteligencia viva que provenga del sacerdocio viviente que está en los cielos por medio del sacerdocio viviente que está en la tierra… Y desde la ocasión en que Adán recibió la primera comunicación de Dios hasta la ocasión en la que la recibió Juan en la Isla de Patmos, o la ocasión en la que los cielos se abrieron para José Smith, siempre han hecho falta nuevas revelaciones, adaptadas a las circunstancias exclusivas de la Iglesia o de las personas.
“La revelación que recibió Adán no daba instrucciones a Noé para construir el arca, ni la revelación que recibió Noé mandaba a Lot que abandonase Sodoma, ni ninguna de ellas hablaba de que los hijos de Israel salieran de Egipto. Cada uno de ellos recibió revelaciones individuales, del mismo modo que Isaías, Jeremías, Ezequiel, Jesús, Pedro, Pablo, Juan y José. Y así debe ser también con nosotros” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2002, págs. 176–177).
El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) dijo lo siguiente en cuanto a una reunión a la que asistieron el profeta José Smith y Brigham Young:
“El hermano José se volvió al hermano Brigham Young y le dijo: ‘Hermano Brigham, quiero que usted se ponga de pie y nos diga cuáles son sus puntos de vista con respecto a los oráculos vivientes y a la palabra escrita de Dios’. El hermano Brigham se puso de pie, tomó la Biblia y la puso a un lado; tomó el Libro de Mormón y lo puso a un lado; y tomó Doctrina y Convenios y lo puso a un lado; y luego dijo: ‘Ahí está la palabra escrita de Dios a nosotros, concerniente a la obra de Dios desde el principio del mundo casi hasta nuestros días’. ‘Y ahora’, agregó, ‘cuando se comparan con los oráculos vivientes [los profetas vivientes], esos libros son nada para mí; esos libros no nos comunican directamente la palabra de Dios a nosotros, como lo hacen las palabras de un profeta o un hombre que posee el santo sacerdocio en la época y generación actual. Prefiero tener a los oráculos vivientes que todos los escritos de los libros’. Sobre eso nos habló. Cuando él terminó, el hermano José dijo a la congregación: ‘El hermano Brigham les ha hablado la palabra del Señor, y les ha dicho la verdad’” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 209; énfasis agregado).
El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que los principios y las doctrinas del Evangelio permanecen constantes, aunque las prácticas de la Iglesia deben ajustarse de vez en cuando: “Los procedimientos, los programas, las normas administrativas y aun algunos esquemas de organización están sujetos a cambios. Es más, es nuestra libertad y nuestro deber alterarlos de vez en cuando; pero los principios y la doctrina nunca cambian” (véase “Principios”, Liahona, octubre/noviembre de 1985, pág. 39).
2.5
El Señor nunca permitirá que el profeta viviente guíe a la Iglesia por mal camino
El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) declaró que podemos tener plena confianza en la dirección en la que el profeta está dirigiendo la Iglesia.
“El Señor jamás permitirá que yo ni ningún otro hombre que funcione como Presidente de esta Iglesia los desvíe del camino. No es parte del programa. No está en la mente de Dios. Si yo intentara tal cosa, el Señor me quitaría de mi lugar, y así lo haría con cualquier hombre que intente desviar a los hijos de los hombres de los oráculos de Dios y de su deber” (Declaración Oficial 1, “Selecciones de tres discursos del presidente Wilford Woodruff referentes al manifiesto”, énfasis agregado).
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) enseñó el mismo principio:
“Mantengan la vista en aquel a quien llamó el Señor; y en este momento les digo, sabiendo que estoy en este puesto, que no debe preocuparles que el Presidente de la Iglesia alguna vez desvíe a la gente por mal camino, porque el Señor lo quitaría antes de permitir que pasara tal cosa” (The Teachings of Harold B. Lee, edición de Clyde J. Williams, 1996, pág. 533).
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) aseguró de manera similar a los miembros de la Iglesia:
“La Iglesia es verdadera. Aquellos que la guiamos tenemos un solo deseo, y es el de cumplir con la voluntad del Señor. Buscamos su guía en todas las cosas. No hay ni una sola decisión de importancia que afecte a la Iglesia y a sus miembros que sea adoptada sin consideración y oración, recurriendo a la fuente de toda la sabiduría. Sigan a los líderes de la Iglesia. Dios jamás permitirá que Su obra sea guiada por caminos equivocados” (“Que no os engañen”, Liahona, enero de 1984, pág. 85; énfasis agregado).
2.6
Algunas personas creerán en los profetas del pasado pero rechazarán a los profetas vivientes
Muchas personas veneran a los profetas del pasado, pero se niegan a aceptar al profeta que el Señor ha enviado para guiarlos en su día (véase Helamán 13:24–26). El presidente Harold B. Lee (1899–1973) compartió una experiencia que ilustra esa tendencia:
“Tengo un amigo banquero en Nueva York. Hace años, cuando lo conocí junto con el presidente Jacobson, quien entonces estaba presidiendo la Misión Estados del Este, tuvimos una buena charla. El presidente Jacobson le había dado una copia del Libro de Mormón, la cual él había leído, y hablaba muy positivamente de lo que él llamó sus ‘filosofías poderosas’. Cerca del cierre de la hora de negocios, él nos invitó a volver a la casa de la misión en su limusina, y aceptamos. En el camino, mientras hablaba acerca del Libro de Mormón y la reverencia que sentía por sus enseñanzas, le dije: ‘¿Por qué no hace algo con respecto a eso? Si acepta el Libro de Mormón, ¿qué lo detiene? ¿Por qué no se une a la Iglesia? ¿Por qué no acepta a José Smith, entonces, como profeta?’. Él dijo, muy pensativa y cuidadosamente: ‘Supongo que la razón es que José Smith está demasiado cerca de mi época. Si hubiese vivido hace dos mil años, supongo que sí creería. Pero, como hace tan poco que vivió, creo que esa es la razón por la que no puedo aceptarlo [como profeta]’.
“Allí había un hombre que decía: ‘Creo en los profetas ya muertos que vivieron hace más de mil años, pero me resulta muy difícil creer en un profeta viviente’. Esa actitud también se tiene hacia a Dios. Decir que los cielos están sellados y no hay revelación hoy en día es decir que no creemos en un Cristo viviente hoy, o en un Dios viviente hoy; creemos en uno muerto y desparecido hace mucho tiempo. Entonces, ese término, ‘profeta viviente’, es de gran importancia” (“The Place of the Living Prophet, Seer, and Revelator”, discurso dado a los educadores religiosos del Sistema Educativo de la Iglesia el 8 de julio de 1964, pág. 2).
Afirmar creer en los profetas ya fallecidos pero rechazar al profeta viviente es un problema muy antiguo. Algunos de los fariseos de los días de Jesucristo rechazaron al Cristo viviente pero aceptaron al profeta Moisés, quien había guiado a Israel más de mil años antes. Ellos vilipendiaron al hombre que Jesús sanó, diciendo:
“Tú eres su discípulo, pero nosotros somos discípulos de Moisés.
“Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero este [Jesús], no sabemos de dónde es” (Juan 9:28–29, véanse también Mateo 23:29–30, 34; Helamán 13:24–29).
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) enseñó que creer en la revelación debe incluir las enseñanzas del profeta actual:
“Poco después de que el presidente David O. McKay anunciara a la Iglesia que los miembros del Primer Consejo de los Setenta serían ordenados sumo sacerdotes a fin de extender su funcionalidad y darles la autoridad de actuar cuando ninguna otra Autoridad General pudiera estar presente, un Setenta que conocí… estaba muy preocupado. Me dijo: ‘¿No dijo el profeta José Smith que eso era contrario a la orden de los cielos, nombrar sumo sacerdotes como presidentes del Primer Consejo de los Setenta?’. Yo le dije: ‘Pues, he entendido que así fue, ¿pero alguna vez ha pensado que lo que era contrario a la orden del cielo en 1840 no sea contrario a la orden de los cielos en 1960?’. Él no había pensado en eso. Él también estaba siguiendo a un profeta muerto, y se olvidaba de que hay un profeta viviente hoy en día. De ahí la importancia de hacer hincapié en la palabra viviente.
“Hace años, siendo un joven misionero, visité Nauvoo y Carthage con mi presidente de misión y tuvimos una reunión de misioneros en la celda de la prisión donde encontraron la muerte José y Hyrum Smith. El presidente de misión relató los acontecimientos históricos que llevaron al martirio y luego terminó con esta importante declaración: ‘Cuando asesinaron al profeta José Smith, hubo muchos santos que murieron espiritualmente con José’. Lo mismo sucedió al morir Brigham Young y cuando murió John Taylor… Algunos miembros murieron espiritualmente con Wilford Woodruff, con Lorenzo Snow, con Joseph F. Smith, con Heber J. Grant, con George Albert Smith. Hay algunas personas en la actualidad que están dispuestas a creer a alguien que murió y ya no está entre nosotros, y a aceptar sus palabras como si tuvieran más autoridad que las palabras de una autoridad que vive hoy en día” (Stand Ye in Holy Places, 1974, págs. 152–53; véase Liahona, enero de 1999, pág. 98; énfasis agregado).