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Capítulo 3: La sucesión en la Presidencia


Capítulo 3

La sucesión en la Presidencia

Introducción

La sucesión en la Presidencia de la Iglesia ha sido establecida por el Señor. La Iglesia nunca tiene falta de liderazgo inspirado, y no hay razón para especulación ni controversia en cuanto a quién llegará a ser el próximo Presidente de la Iglesia. El presidente Harold B. Lee (1899–1973) explicó: “[El Señor] sabe a quién quiere para presidir esta Iglesia, y no comete errores. El Señor no hace nada por accidente. Jamás ha hecho algo al azar” (en Conference Report, octubre de 1970, pág. 153; o Improvement Era, diciembre de 1970, pág. 127). El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó que “Dios tiene conocimiento de todas las cosas, desde el principio hasta el fin, y no es por mera casualidad que un hombre pasa a ocupar el cargo de Presidente de la Iglesia de Jesucristo, ni es por azar que [permanece allí] o deja este mundo” (véase “Los dones del Señor”, Liahona, abril de 1977, pág. 23).

Por conducto del profeta José Smith (1805–1844), Dios declaró que Él “dará a los fieles línea sobre línea, precepto tras precepto” (D. y C. 98:12; véanse también D. y C. 42:61; 128:21). Este proceso de desvelar gradualmente la doctrina y los procedimientos se ve en el inspirado establecimiento de los principios para la sucesión en la Presidencia de la Iglesia.

Al estudiar este capítulo, reflexiona sobre cómo el proceso de llamar al nuevo Presidente de la Iglesia difiere de los procesos políticos para seleccionar a los funcionarios de gobierno. Comprender cómo el Señor elige un Presidente de la Iglesia nuevo aumentará tu confianza en el Presidente de la Iglesia actual.

Comentarios

3.1

El Presidente Auxiliar de la Iglesia

“El 5 de diciembre 1834, el profeta José Smith ordenó a Oliver Cowdery como Presidente Auxiliar de la Iglesia [véase History of the Church, tomo II, pág. 176]. Él había estado con el Profeta cuando se restauraron el Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec. Al organizarse la Iglesia de Jesucristo en 1830, el hermano Cowdery, como ‘segundo élder’ de la Iglesia, era el que seguía en autoridad a José Smith [véase D. y C. 20:2–3]. De ahí que cada vez que se restauraron la autoridad o las llaves del sacerdocio, Oliver Cowdery estaba con el profeta José. ‘Era necesario que, conforme a la ley de los testigos, José Smith tuviera un compañero para poseer esas llaves’ [Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, 1954, tomo I, pág. 202–203]. Oliver Cowdery no solo debía ayudar al Profeta a presidir la Iglesia, sino que también debía estar presente con el Profeta como segundo testigo de la Restauración [véase D. y C. 6:28; véase también 2 Corintios 13:1]. Para 1838, [Oliver Cowdery] había perdido su oficio de Presidente Auxiliar por su apostasía y la subsiguiente excomunión; pero en 1841 el Señor llamó a Hyrum Smith para ocupar ese cargo (véase D. y C. 124:94–96). El Presidente y el Presidente Auxiliar, o sea, el primer y el segundo testigos, sellarían su testimonio con su sangre en la cárcel de Carthage” (La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos [Manual del Sistema Educativo de la Iglesia, 2003], pág. 166; énfasis agregado).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1982) describió cómo la ley de los testigos (véase 2 Corintios 13:1) se cumplió por medio de Oliver Cowdery al estar presente cada vez que las llaves del sacerdocio fueron restauradas:

“El Señor llamó a Oliver Cowdery como segundo testigo para estar a la cabeza de esta dispensación y para ayudar al Profeta a llevar las llaves. Los registros nos informan que cada vez que el Profeta recibió autoridad y las llaves del sacerdocio procedentes de los cielos, Oliver Cowdery participó y compartió la recepción de aquellos poderes con él. Si Oliver Cowdery hubiera permanecido fiel y hubiese sobrevivido al Profeta bajo aquellas condiciones, lo habría sucedido como Presidente de la Iglesia en virtud de ese llamamiento divino” (véase Doctrina de Salvación, comp. Bruce R. McConkie, 1954, tomo I, pág. 203, énfasis agregado). El 19 de enero de 1841, debido a que Oliver no había permanecido fiel, “el Señor mandó a José Smith que ordenase a Hyrum Smith y le confiriese todas las llaves, autoridad y privilegios que habían sido otorgados anteriormente a Oliver Cowdery, y que lo hiciese ‘Segundo Presidente’ de la Iglesia” (véase Doctrina de Salvación, tomo I, pág. 209–210).

José y Hyrum Smith

José y Hyrum Smith

El presidente Brigham Young (1801–1877) dijo:

“Si Hyrum hubiera sobrevivido, no se habría interpuesto entre José y los Doce, sino que habría apoyado a José. ¿Ordenó José a algún hombre para tomar su lugar?. Sí. ¿Quién era? Era Hyrum; pero, Hyrum cayó como mártir antes que José. Si Hyrum hubiera vivido, habría actuado por José” (“Conference Minutes”, Times and Seasons, 15 de octubre de 1844, pág. 683).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó por qué ya no tenemos Presidente Auxiliar en la Iglesia:

“A veces nos preguntamos: Si Oliver Cowdery fue ordenado para poseer la llaves juntamente con el Profeta, y después de haberlas perdido por transgresión esa autoridad fue conferida sobre Hyrum Smith, ¿por qué no tenemos hoy en día el mismo orden de cosas en la Iglesia, y tenemos un Presidente Auxiliar, así como los dos consejeros en la Primera Presidencia?

“La respuesta es bien sencilla: A causa de la condición particular que requería la existencia de dos testigos para establecer la obra, cosa que no es requerida luego que esta ya está establecida. José y Hyrum Smith están a la cabeza de esta dispensación, compartiendo conjuntamente las llaves, como los dos testigos necesarios para cumplir la ley, según fue establecida por nuestro Señor en su respuesta a los judíos [véase Mateo 18:16]. Como el Evangelio nunca más será restaurado, no habrá ocasión de que surja nuevamente esa necesidad. Todos [evocamos] a los dos testigos especiales llamados a dar testimonio, en completo acuerdo con la ley divina” (véase Doctrina de Salvación, tomo I, pág. 211, énfasis agregado).

3.2

El Cuórum de los Doce Apóstoles

“Uno de los sucesos más importantes de la restauración de la Iglesia del Salvador fue la formación del Consejo de los Doce Apóstoles. Los miembros esperaban este acontecimiento desde antes de la organización de la Iglesia… [En junio de 1829], una revelación instruyó a Oliver Cowdery y David Whitmer que buscaran a los Doce que habrían de ser ‘llamados para ir por todo el mundo a predicar mi evangelio a toda criatura’ [véase D. y C. 18:26–37]; más tarde, también se llamó a Martin Harris para ayudar a elegirlos. De acuerdo con esto, los Tres Testigos del Libro de Mormón, bajo la dirección de la Primera Presidencia, y con su consentimiento, iban a elegir a los Doce Apóstoles que servirían como testigos especiales del Salvador en esta dispensación” (véase La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, pág. 166). Esta selección se hizo durante una conferencia especial el 14 de febrero de 1835.

“Durante varios años el Señor había estado preparando al Cuórum de los Doce Apóstoles para que asumiera la dirección de la Iglesia. Cuando se llamó por primera vez a los Apóstoles, en 1835, sus deberes no incluían los asuntos de las estacas organizadas; pero con el tiempo, se ampliaron sus responsabilidades hasta que llegaron a tener autoridad sobre todos los miembros de la Iglesia…

José Smith y los Doce

El profeta José Smith instruyendo a los Doce

© 1998 Paul Mann

“La misión de los Doce a Gran Bretaña los ligó en un cuórum unido bajo la dirección de Brigham Young. Después de que regresaron a América, el Profeta extendió sus responsabilidades tanto en los asuntos temporales como en los eclesiásticos… Los Doce fueron unos de los primeros miembros que recibieron instrucciones de José Smith acerca [del matrimonio plural] y de las ordenanzas del templo; también tuvieron la responsabilidad de supervisar las publicaciones de la Iglesia; de dirigir el llamamiento de misioneros, asignarles el lugar de labor e instruirlos; presidían en las conferencias tanto de Nauvoo como de las misiones; y dirigían los asuntos de las ramas distantes.

“Y de importancia mayor fue el hecho de que José Smith, presintiendo que pronto iba a morir, se abocó con dedicación en los últimos siete meses de su vida a preparar concienzudamente a los Apóstoles; se reunía casi todos los días con el cuórum para instruirles y darles nuevas responsabilidades. En un consejo extraordinario que se llevó a cabo a fines de marzo de 1844, les dijo solemnemente que ya podía dejarlos porque había terminado su obra y ya estaba colocado el cimiento para establecer el Reino de Dios” (véase La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, págs. 320-321).

El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles en 1844. Él recordó las instrucciones de José Smith a los Doce Apóstoles de ese entonces:

“Soy un testigo viviente del testimonio que él [José Smith] dio a los Doce Apóstoles cuando todos recibimos nuestra investidura de sus manos. Recuerdo la última vez que nos habló antes de morir; fue con anterioridad a nuestra partida para las misiones del Este. Estuvo de pie ante nosotros como tres horas; el cuarto estaba como lleno de fuego consumidor, su rostro era claro como el ámbar y estaba cubierto con el manto del poder de Dios. Nos explicó nuestros deberes. Desplegó ante nuestros ojos la plenitud de esta gran obra de Dios, y en sus comentarios nos dijo: ‘Sobre mi cabeza se ha sellado toda llave, todo poder, todo principio de vida y salvación que Dios haya dado a todo hombre que haya vivido sobre la faz de la tierra. Y estos principios, y este sacerdocio y poder pertenecen a esta grandiosa y última dispensación que el Dios del cielo ha establecido con Su mano en la tierra. Y ahora’, dijo, dirigiéndose a los Doce, ‘he sellado sobre vosotros todas las llaves, todos los poderes y todos los principios que el Señor ha sellado sobre mi’…

“Después de hablarnos de esa manera, nos dijo: ‘Os digo que la carga de este reino descansa ahora sobre vuestros hombros; vosotros debéis llevarlo a todo el mundo’” (La historia de la Iglesia en el cumplimento de los tiempos, 2003, págs. 321–322; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, 2004, pág. XXXIV).

José Smith instruyendo a los Apóstoles

Antes de su muerte, el profeta José Smith preparó a los Apóstoles para dirigir la Iglesia. Esto aseguró que la obra del Señor continuaría bajo la dirección de aquellos con autoridad.

El élder Parley P. Pratt (1807-1857), quien entonces también era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que en la misma reunión el profeta José Smith “confirió las llaves del poder sellador a Brigham Young, Presidente del Cuórum de los Doce…

“Esta última llave del sacerdocio es la más sagrada de todas, y corresponde exclusivamente a la Primera Presidencia de la Iglesia” (La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos, 2003, pág. 322; también véase Millennial Star, marzo de 1845, pág. 151).

El Cuórum de los Doce Apóstoles posee todas las llaves, los poderes y la autoridad del sacerdocio necesarios para guiar la Iglesia (véanse D. y C. 107:23-24; 112:14-15). A cada miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles le son entregadas las llaves del sacerdocio en el momento de su ordenación como Apóstol y llamamiento al Cuórum. Solo el Presidente de la Iglesia tiene la autoridad para ejercer todas las llaves del sacerdocio, pero como el presidente Gordon B. Hinckley (1910-2008) explicó, cada miembro del Cuórum de los Doce “posee en reserva latente las llaves de esta dispensación… El propósito de esta divina provisión es el asegurar la continuación del liderazgo de la Iglesia” (“No se adormecerá ni dormirá”, Liahona, julio de 1983, pág. 3; énfasis agregado).

3.3

El Señor confirmó a los santos que Brigham Young era el sucesor de José Smith

Brigham Young parecía ser José Smith

Cientos de santos estuvieron presentes cuando Brigham Young pareció ser José Smith. Esa manifestación fue una clara señal de que Brigham Young tenía las llaves del sacerdocio para dirigir la Iglesia.

Después de la muerte del profeta José Smith, había cierta confusión en cuanto a quién debía dirigir la Iglesia. Sidney Rigdon, un miembro de la Primera Presidencia, estuvo entre los que afirmaban ser el sucesor de José. El 8 de agosto de 1844, el Señor manifestó públicamente a los Santos que Brigham Young, el Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, había sido elegido para ser el nuevo profeta de la Iglesia.

El presidente George Q. Cannon (1827-1901), quien más tarde serviría en la Primera Presidencia, describió esta manifestación milagrosa del Señor:

“Después del martirio del Profeta, los Doce pronto regresaron a Nauvoo y se enteraron de las aspiraciones de Sidney Rigdon. Él había afirmado que la Iglesia necesitaba un guardián, y que él era ese guardián. Había designado el día en que el guardián sería elegido y, por supuesto, estuvo presente en la reunión, que se celebró al aire libre. El viento soplaba hacia el estrado con tanta fuerza en ese momento, que usaron un vagón como estrado improvisado; lo trasladaron hasta la parte posterior de la congregación y él, [William] Marks y algunos otros lo ocuparon. Intentó hablar, pero se sintió muy avergonzado. Él había sido ‘el orador’ de la Iglesia; pero, en esa ocasión, su oratoria le falló y su discurso sonó monótono. Mientras tanto, el presidente Young y algunos de sus hermanos vinieron y subieron al estrado. Para ese entonces, el viento había cesado de soplar. Después de que Sidney Rigdon hubo hablado, el presidente Young se levantó y se dirigió a la congregación, que giró hacia él para verlo y oírlo, dando la espalda al vagón ocupado por Sidney” (Deseret News, 21 de febrero de 1883, pág. 67).

“Fue el primer sonido de su voz [la de Brigham] que la gente había oído desde que se había ido al este a su misión, y el efecto sobre ellos fue el más maravilloso. ¡Quién, de los que estuvieron presentes en esa ocasión, puede olvidar la impresión que tuvo sobre ellos! Si José se hubiera levantado de los muertos y les hubiera dirigido la palabra, el efecto no habría sido más sorprendente de lo que fue para muchos de los presentes en aquella reunión. Era la voz de José mismo, y no solo fue la voz de José que se oyó, sino que a los ojos de la gente era como si fuera José mismo el que estaba ante ellos. Nunca hemos oído de un acontecimiento más maravilloso y milagroso que el que tuvo lugar ese día en presencia de aquella congregación. El Señor dio a los de Su pueblo un testimonio que no dejó lugar a dudas con respecto a quién era el hombre que Él había escogido para dirigirlos. Vieron y oyeron con sus ojos y oídos naturales, y luego las palabras que fueron pronunciadas, acompañadas por el poder convincente de Dios, llegaron a su corazón y fueron llenos del Espíritu y de gran gozo. Había habido oscuridad y, en algunos corazones, probablemente duda e incertidumbre; pero ahora era claro para todos los que allí estaban el hombre sobre quien el Señor había conferido la autoridad necesaria para actuar en medio de ellos en lugar de José” (“José Smith, el Profeta”, Juvenile Instructor, 29 de octubre de 1870, págs. 174–175).

Cientos de miembros de la Iglesia fueron testigos del milagro que Zera Pulsipher (1789–1872), de la Presidencia de los Setenta, indicó que había tenido lugar en la reunión:

“Brigham Young empezó a hablar, y en ese momento yo estaba sentado con la espalda hacia el estrado al igual que muchos otros. Cuando Brigham habló, lo hizo con la voz de José, y nos dimos vuelta para ver a Brigham hablando con la voz de José; y he aquí, el manto de José había caído sobre él. La gente lo percibió de la misma manera. Brigham estaba a la cabeza de los Doce; por lo tanto, la Iglesia se volvió hacia él” (en Lynne Watkins Jorgensen y el personal de BYU Studies, “The Mantle of the Prophet Joseph Passes to Brother Brigham: A Collective Spiritual Witness”, BYU Studies, tomo XXXVI, nro. 4, 1996–1997, pág. 173; énfasis agregado).

Drusilla Dorris Hendricks también escribió su experiencia:

“El presidente Brigham Young comenzó a hablar. Me levanté de golpe para mirar y ver si no era el hermano José, porque ciertamente eran su voz y sus gestos. Todo Santo de los Últimos Días fácilmente podía ver sobre quién descendió el sacerdocio, pues Brigham Young poseía las llaves” (en Jorgensen y el personal de BYU Studies, “The Mantle of the Prophet Joseph”, pág. 163; énfasis agregado).

Nancy Naomi Alexander Tracy escribió:

“Puedo testificar que el manto de José cayó sobre Brigham aquel día como el de Elías cayó sobre Eliseo [véanse 1 Reyes 19:19; 2 Reyes 2:11-15], pues parecía que su voz, sus gestos y en todo, era José. Parecía que lo teníamos de nuevo con nosotros. Fue sostenido por la voz del pueblo para ser el profeta, vidente, y revelador” (en Jorgensen y el personal de BYU Studies, “The Mantle of the Prophet Joseph Passes”, pág. 177; énfasis agregado).

3.4

Principios importantes de la sucesión

El presidente Spencer W. Kimball con el presidente Gordon B. Hinckley

El presidente Spencer W. Kimball, con el presidente Gordon B. Hinckley sosteniéndole el brazo y el presidente Ezra Taft Benson hablando con él.

Los principios importantes de la sucesión de un presidente a otro fueron destacados en un artículo de la revista Ensign de 1996:

“Si bien los procedimientos y protocolos específicos de varias sucesiones en la Presidencia desde la muerte del profeta José Smith difieren ligeramente unos de otros, los principios fundamentales son los mismos y se basan firmemente en la revelación. Cuatro principios y prácticas fundamentales estuvieron en funcionamiento en 1844 y se han puesto de manifiesto en cada sucesión desde entonces.

1. Las llaves del Reino dadas a los Doce. El primer principio o paso en la sucesión es el otorgamiento de las llaves del Reino sobre cada hombre que es ordenado al santo apostolado y apartado como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles (véase D. y C. 27:12-13)…

2. Antigüedad: un principio que rige en la Presidencia. El factor que determina quién preside entre los Doce y quién puede ejercer de manera activa todas las llaves del Reino a la hora de la muerte del Presidente de la Iglesia es el principio de la antigüedad. En 1835, cuando se llamó al primer Cuórum de los Doce Apóstoles, la antigüedad dependía de la edad de la persona. Posteriormente, la antigüedad ha sido determinada por la fecha de ordenación al Cuórum de los Doce…

3. A la muerte del Presidente no hay Primera Presidencia sobre los Doce. Siguiendo los principios enseñados por el profeta José Smith, cuando el Presidente de la Iglesia muere, el Cuórum de la Primera Presidencia se disuelve automáticamente y los consejeros, si antes habían estado en el Cuórum de los Doce, regresan a sus respectivos lugares de antigüedad en ese cuórum. El Apóstol de más antigüedad, como Presidente de los Doce, automáticamente, en virtud de esa antigüedad, se convierte en el ‘Sumo Sacerdote Presidente’ de la Iglesia y, como tal, en forma activa posee y ejerce todas las llaves del Reino y ‘[preside] toda la iglesia’ (véase D. y C. 107:65-66, 91). ‘Igual en autoridad’ a la Primera Presidencia, este Cuórum presidente de los Doce Apóstoles es una Presidencia de la Iglesia, tal como lo es la Primera Presidencia cuando está completamente organizada y operativa (véase D. y C. 107:23-24). De igual modo, el Presidente de los Doce en ese momento es tanto el Presidente de la Iglesia en función y autoridad, como cuando llega a ser sostenido como tal, en una nueva Primera Presidencia organizada…

4. Reorganización de la Primera Presidencia. Como el oficial presidente de la Iglesia, el Presidente de los Doce tiene la prerrogativa de recibir revelación acerca de cuándo reorganizar la Primera Presidencia. Esta decisión se toma en consulta y con el apoyo unánime del Cuórum de los Doce…

“El día en que el presidente Howard W. Hunter (1907-1995) fue sostenido como Presidente de la Iglesia, él testificó:

“Cada hombre que es ordenado Apóstol y apartado como miembro del Cuórum de los Doce es sostenido como profeta, vidente y revelador. La Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles, llamados y ordenados para poseer las llaves del sacerdocio, tienen la autoridad y la responsabilidad de gobernar la Iglesia, de administrar las ordenanzas, de enseñar la doctrina y de establecer y mantener sus prácticas.

“Cuando el Presidente de la Iglesia está enfermo o no puede actuar plenamente en todos los deberes de su oficio, sus dos consejeros, quienes forman con él el Cuórum de la Primera Presidencia, llevan a cabo el trabajo de la Presidencia. Cualquier asunto, norma, programa o doctrina de importancia se trata y consulta, en oración, en concilio entre los Consejeros de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles. Ninguna decisión proviene de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce sin que haya unanimidad entre ellos.

“Siguiendo este inspirado sistema, la Iglesia seguirá adelante sin interrupción. El gobierno de la Iglesia y el ejercicio de los dones proféticos siempre se otorgarán a esas autoridades apostólicas, quienes poseen y ejercen todas las llaves del sacerdocio’ [en Conference Report, octubre de 1994, págs. 6–7; o véase Liahona, enero de 1995, págs. 7–8]” (Brent L. Top and Lawrence R. Flake, “‘The Kingdom of God Will Roll On’: Succession in the Presidency”, Ensign, agosto de 1996, págs. 29, 31–34).

3.5

El Señor estableció el orden de sucesión en la Presidencia de la Iglesia

Cuando Harold B. Lee fue sostenido como Presidente de la Iglesia después de la muerte del presidente Joseph Fielding Smith, el presidente Spencer W. Kimball (1895-1985) destacó el papel de Dios en la designación de un Presidente de la Iglesia:

“Infunde seguridad el saber que el presidente Lee no fue elegido a través de comités y convenciones con todos sus conflictos y críticas, ni por medio del voto de los hombres, sino que fue llamado por Dios, y después sostenido por los miembros…

El modelo divino no da cabida a los errores, los conflictos, las ambiciones ni las intenciones ocultas. El Señor ha reservado para sí el llamar a los líderes de Su Iglesia” (véase “Te damos, Señor, nuestras gracias”, Liahona, julio de 1973, pág. 2; énfasis agregado).

Poco después de que el presidente Gordon B. Hinckley llegase a ser el Presidente de la Iglesia, él explicó el modelo sagrado instituido por el Señor:

”Con el fallecimiento del presidente Hunter, quedó disuelta la Primera Presidencia. Tanto el presidente Monson como yo, que éramos sus consejeros, asumimos nuestros lugares en el Cuórum de los Doce, que en ese momento pasó a ser la autoridad presidente de la Iglesia.

“Hace tres semanas hoy, todos los Apóstoles ordenados nos reunimos con espíritu de oración y ayuno en el salón superior del templo. Ahí entonamos un himno sagrado y oramos juntos; compartimos el sacramento de la Santa Cena, renovando en ese testamento sagrado y simbólico nuestros convenios y nuestra relación con Aquel que es nuestro divino Redentor.

Después se reorganizó la presidencia, siguiendo el precedente bien establecido a través de las generaciones del pasado.

No hubo campaña electoral, ni concurso ni ambición por el oficio; el procedimiento fue ordenado, pacífico, sencillo y sagrado; se llevó a cabo según el modelo que el Señor mismo ha establecido” (véase “Esta es la obra del Maestro”, Liahona, julio de 1995, págs. 78–79; énfasis agregado).

El presidente Harold B. Lee (1899–1973) sugirió que especular sobre la sucesión de la Presidencia “no es agradable ante la vista del Señor”. Dijo que “aquellos que tratan de adivinar de antemano quién será el próximo Presidente de la Iglesia están simplemente adivinando como lo harían en una carrera de caballos, porque solo el Señor sabe estas cosas” (véase “Admoniciones del Sacerdocio de Dios”, Liahona, septiembre de 1973, págs. 33, 34).

3.6

Antigüedad en el Cuórum de los Doce Apóstoles

El Presidente de la Iglesia es el Apóstol de mayor antigüedad. El Apóstol que es el siguiente en antigüedad es el Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, a menos que esté sirviendo en la Primera Presidencia, en cuyo caso el Apóstol siguiente en antigüedad sirve como Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles. La antigüedad entre los Apóstoles no se determina por la edad, sino por la fecha y orden de su ordenación como Apóstoles. Por ejemplo, Spencer W. Kimball y Ezra Taft Benson fueron ambos ordenados Apóstoles el 7 de octubre de 1943, siendo ordenado primero Spencer W. Kimball. Debido a ello, el presidente Kimball llegó a ser el Presidente de la Iglesia en 1973 cuando Harold B. Lee falleció.

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) explicó que, debido a que la sucesión en la Presidencia se basa en la antigüedad, solo el Señor controla el orden de sucesión:

“Desde José Smith, ha habido aproximadamente ochenta apóstoles [en 1972] investidos de tal manera [con las llaves de autoridad], a pesar de que únicamente once han ocupado el cargo de Presidente de la Iglesia, por razones de fallecimiento; y en vista de que la muerte de sus siervos se encuentra en el poder y el control del Señor, Él permite llegar al primer lugar solamente a aquel que está destinado a ejercer ese liderazgo. La muerte y la vida llegan a ser los factores de control. A su vez, el Señor selecciona a cada nuevo Apóstol y revela su nombre al entonces profeta viviente, quien lo ordena” (véase “Te damos, Señor, nuestras gracias”, Liahona, julio de 1973, pág. 3; énfasis agregado).

Cristo llama a Pedro y Andrés

El Salvador llama a Sus Apóstoles

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) describió el proceso de antigüedad y sucesión que comienza cuando un hombre es llamado al Cuórum de los Doce:

“[La] transición de autoridad, en la cual he participado varias veces, es bella en su sencillez. Es una indicación de la manera en que el Señor lleva a cabo Sus asuntos. Bajo Su procedimiento, el profeta selecciona a un hombre para actuar como miembro del Consejo de los Doce Apóstoles. [Ese hombre] no selecciona ese llamamiento como una carrera; es llamado como lo fueron los Apóstoles en el época de Jesús, a quienes el Señor dijo: ‘No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros’ (Juan 15:16). Los años pasan; es instruido y disciplinado en los deberes de su oficio. Viaja sobre la tierra para cumplir su llamamiento apostólico. Es un curso largo de preparación, en el cual llega a conocer a los Santos de los Últimos Días dondequiera que estos se encuentren, y estos lo llegan a conocer a él. El Señor pone a prueba su corazón y su devoción. En el curso natural de los acontecimientos, se ocasionan vacantes en el Cuórum y se hacen nuevos llamamientos. Bajo ese procedimiento, un hombre en particular pasa a ser el Apóstol de mayor antigüedad. Latentes en él, así como en los demás miembros del Consejo, están todas las llaves del sacerdocio, las que recibió al momento de ser ordenado. Sin embargo, la autoridad para ejercer esas llaves se limita al Presidente de la Iglesia. Cuando [el Presidente] fallece, esa autoridad descansa sobre el Apóstol de mayor antigüedad, quien entonces es nombrado, apartado y ordenado como Profeta y Presidente por el resto del Consejo de los Doce” (véase “Venid y participad”, Liahona, julio de 1986, págs. 45–46).

El presidente Gordon B. Hinckley y el presidente Thomas S. Monson

Después de la muerte del presidente Gordon B. Hinkley (derecha), Thomas S. Monson llegó a ser el Presidente de la Iglesia.

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló acerca de la certeza de que el Apóstol de mayor antigüedad pasa a ser el Presidente de la Iglesia:

“Poco después de la muerte del presidente Gordon B. Hinckley, los catorce hombres, los Apóstoles, a quienes se habían conferido las llaves del Reino, se congregaron en el cuarto superior del templo para reorganizar la Primera Presidencia de la Iglesia. No había duda ni vacilación en cuanto a lo que debía hacerse. Sabíamos que el Apóstol de mayor antigüedad era el Presidente de la Iglesia; y en esa sagrada reunión, Thomas Spencer Monson fue sostenido por el Cuórum de los Doce Apóstoles como el Presidente de la Iglesia” (véase “Los Doce”, Liahona, mayo de 2008, pág. 83; énfasis agregado).

3.7

Liderazgo por el Cuórum de los Doce Apóstoles y el momento de la sucesión

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) explicó la transición de la autoridad al Cuórum de los Doce Apóstoles después de la muerte del profeta actual:

“La obra del Señor es ilimitada; aun cuando fallezca un poderoso líder, ni siquiera por un instante queda la Iglesia sin dirección, gracias a la benévola Providencia que dio a Su reino continuidad y perpetuidad…

“En el momento en que muere un Presidente de la Iglesia, un cuerpo de hombres se convierte en un liderazgo combinado, hombres con experiencia y capacitación. Los nombramientos se han hecho mucho antes, se han dado la autoridad y las llaves… El Reino sigue su curso bajo este consejo autorizado de antemano. No hay lanzamiento de candidaturas, elecciones ni discursos políticos. ¡Qué plan divino! Cuán sabio nuestro Señor para organizar todo tan perfectamente más allá de las debilidades de los frágiles y desesperados seres humanos” (véase “La necesidad de un profeta”, Liahona, octubre de 1970, pág. 7).

Primera Presidencia y Cuórum de los Doce, 1870

La Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce (alrededor de 1870) con un retrato del profeta José Smith (fila superior, segundo desde la izquierda)

“Como el oficial presidente de la Iglesia, el Presidente de los Doce tiene la prerrogativa de recibir revelación acerca de cuándo reorganizar la Primera Presidencia. Esta decisión se toma en consulta con y mediante el apoyo unánime del Cuórum de los Doce” (Top y Flake, “The Kingdom of God”, pág. 33; énfasis agregado). Después de la muerte del profeta José Smith, el Cuórum de los Doce Apóstoles guió a la Iglesia por tres años y medio antes de que la Primera Presidencia fuese reorganizada. El Cuórum de los Doce guio a la Iglesia por un poco más de tres años después de la muerte del presidente Brigham Young, y por casi dos años después de la muerte del presidente John Taylor. Más recientemente, el Cuórum de los Doce Apóstoles ha guiado la Iglesia, por lo general, solo unos días antes de que la Primera Presidencia se reorganice y un nuevo Presidente sea apartado.

El 18 de septiembre de 1898, el presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, habló en cuanto a la organización de la Primera Presidencia después de la muerte del presidente Wilford Woodruff el 2 de septiembre:

“El 13 de septiembre, en una reunión de los Apóstoles, mientras se discutía la necesidad del nombramiento de un administrador fiduciario para la Iglesia, también pareció claro a los hermanos la necesidad de organizar la Primera Presidencia, y uno tras otro de los Doce se pronunció a favor de que dicha acción se adoptara en ese momento. Después de escuchar sus puntos de vista, el presidente Snow se levantó y dijo a los hermanos que, desde la muerte del presidente Woodruff, se había sentido guiado a presentarse ante el Señor en el templo, vestido con sus ropas sacerdotales, y el Señor le había revelado que se debía organizar la Primera Presidencia, y también le reveló quiénes habrían de ser sus consejeros. Sin embargo, él no había mencionado nada de ello hasta después de que los Apóstoles hablaron sobre el tema. Esa declaración del presidente Snow fue una evidencia para ellos de que el Espíritu de Dios había inspirado los comentarios que habían hecho y que había aprobado la obra que ellos se habían propuesto hacer, lo que causó que se regocijaran en gran medida. Para mí fue muy inesperado que se tomara acción en ese momento, aunque yo estaba de todo corazón a favor de ella, y siempre he pensado que la Primera Presidencia debía ser organizada lo antes posible o tan pronto como el Señor inspirara tal acción” (Deseret News, 8 de octubre de 1898, pág. 514).

3.8

La reorganización de la Primera Presidencia

En 1974, el presidente N. Eldon Tanner (1898-1982), de la Primera Presidencia, para describir la transición de la autoridad y el procedimiento por el que un nuevo Presidente de la Iglesia es sostenido por el Cuórum de los Doce Apóstoles y la Primera Presidencia es reorganizada, relató los acontecimientos que precedieron y siguieron a la muerte del presidente Harold B. Lee:

“Lo que sucedió cuando murió el presidente Lee es muy significativo. Pensando que podría estar incapacitado para su cargo por algún tiempo, el presidente Lee llamó al presidente Romney y le dijo: ‘El presidente Tanner no está, y deseo que usted se haga cargo de los asuntos de la Iglesia’. El Presidente Kimball, quien llegó más tarde, ofreció sus servicios al presidente Romney. Sin embargo, inmediatamente después del anuncio del fallecimiento del presidente Lee, el presidente Romney le dijo al presidente Kimball: ‘Como presidente del Cuórum de los Doce, todo queda en sus manos. Estoy a su disposición y preparado para hacer cualquier cosa que pueda para ayudarle’.

“Así se siguió absolutamente el orden de la Iglesia, siendo este un gran ejemplo de que la misma jamás queda sin presidencia y de cuán fácilmente se realiza el cambio. Inmediatamente, el presidente Kimball, como Presidente de los Doce, se convirtió en la autoridad presidente de la Iglesia.

“Me gustaría esbozar el procedimiento seguido cuando se lo llamó y ordenó como Presidente de la Iglesia…

“Cuatro días después de la muerte de Harold B. Lee, Spencer W. Kimball, como Presidente del Consejo de los Doce, reunió al Cuórum de los Doce en el templo con el propósito de hablar de la reorganización de la Primera Presidencia y para tomar las medidas que se decidieran al respecto. Los que habíamos sido consejeros de la Presidencia —es decir, el presidente Romney y yo—, tomamos nuestros respectivos lugares en el Consejo de los Doce.

“Después de expresar su profunda pena ante la muerte del presidente Lee y su sentimiento de insuficiencia, el presidente Kimball llamó uno a uno a los miembros del Cúorum, en orden de antigüedad, para que hablaran sobre la reorganización.

“Cuando cada uno de ellos habló, dijo que sentía que la Primera Presidencia debía ser organizada inmediatamente y que el presidente Kimball era el hombre elegido por el Señor para presidir en ese momento. El dulce Espíritu del Señor se derramó allí en abundancia y existían absoluta unidad y armonía en la mente y las palabras de los Hermanos. El único propósito y deseo era hacer la voluntad del Señor, y no hubo dudas con respecto a que esta se había cumplido.

“El élder Ezra Taft Benson hizo la moción formal para reorganizar la Primera Presidencia y sostener, ordenar y apartar a Spencer W. Kimball como Presidente, profeta, vidente y revelador, y como fideicomisario de la Iglesia. La moción fue secundada y aprobada por unanimidad.

“El presidente Kimball se adelantó con toda humildad y pronunció su discurso de aceptación, rogando que el Espíritu y las bendiciones del Señor lo acompañaran a fin de llevar a cabo Su voluntad. Dijo que siempre había orado por el presidente Lee, para que tuviera salud, fortaleza y vigor, y las bendiciones del Señor como Presidente de la Iglesia. Agregó que había orado fervientemente junto con su esposa, Camilla, para que no llegara el momento en que él tuviera que ocupar ese cargo, y que estaba seguro de que el presidente Lee lo sobreviviría.

“A continuación, eligió a N. Eldon Tanner como Primer Consejero y Marion G. Romney como Segundo Consejero, cada uno de los cuales se expresó con humildad y se comprometió a apoyar y sostener al presidente Kimball como Presidente de la Iglesia, prometiendo cumplir con su cargo con todo su empeño y rogando que las bendiciones del Señor lo acompañasen.

“Después de esto, el presidente Benson fue sostenido como Presidente del Consejo de los Doce. Entonces, el presidente Kimball tomó asiento y, al colocarle las manos sobre la cabeza para ordenarlo y apartarlo, todos los presentes sentimos que el Espíritu del Señor nos acompañaba. Luego, actuando el presidente Benson como vocero del grupo, mediante una hermosa oración y bendición, Spencer W. Kimball fue ordenado y apartado como profeta, vidente y revelador, y como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días” (véase “Elegido por el Señor”, Liahona, septiembre de 1974, págs. 42–44).

3.9

¿Qué es una asamblea solemne?

asamblea solemne

Sostenimiento durante una asamblea solemne de la Iglesia

Aunque el presidente Thomas S. Monson pasó a ser el Presidente de la Iglesia el 3 de febrero de 2008, después de la muerte del presidente Gordon B. Hinckley, fue durante la sesión del sábado por la mañana de la Conferencia General de abril de 2008, designada como una asamblea solemne, que los miembros de la Iglesia, por cuórums y grupos en todo el mundo, lo sostuvieron como profeta, vidente y revelador, y Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (véase “El sostenimiento de los Oficiales de la Iglesia”, Liahona, mayo de 2008, págs. 4–7).

Durante una asamblea solemne anterior, el élder David B. Haight (1906–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló acerca de lo que es una asamblea solemne y el carácter sagrado de tal encuentro tan trascendental:

“Hoy somos testigos y participantes de un suceso sumamente sagrado: una asamblea solemne para tratar asuntos celestiales. Como ocurría en la antigüedad, los santos en todas partes del mundo han hecho mucho ayuno y oración para recibir en abundancia el Espíritu del Señor, que se ha sentido muy fuertemente aquí en esta ocasión.

“Una asamblea solemne, tal como el nombre lo indica, es una ocasión reverente, sagrada y seria en que los santos se reúnen bajo la dirección de la Primera Presidencia. Estas asambleas se realizan por tres motivos: para dedicar un templo, para dar instrucciones especiales a los líderes del sacerdocio y para sostener a un nuevo Presidente de la Iglesia. Esta que se lleva a cabo hoy, en esta sesión, tiene por objeto sostener al recién llamado Presidente de la Iglesia y a otros oficiales de ella.

“En las asambleas solemnes se sigue un modelo que las distingue de otras reuniones generales de la Iglesia en las que se hace el sostenimiento de oficiales. Ese modelo, que fue establecido por el profeta José Smith, consiste en que los cuórums del sacerdocio, empezando por el de la Primera Presidencia, se ponen de pie y, levantando la mano derecha, manifiestan su disposición a sostener al Presidente de la Iglesia como profeta, vidente y revelador, no solo con ese acto sino también con su confianza, su fe y sus oraciones. Los cuórums del sacerdocio de la Iglesia dan su voto de esa manera. Después, todos los miembros se ponen de pie y hacen la misma manifestación. Los otros líderes de la Iglesia se sostienen de igual manera en sus llamamientos respectivos.

“Cuando sostenemos al Presidente de la Iglesia con la mano levantada, no solo reconocemos ante Dios que él es el poseedor legal de todas las llaves del sacerdocio, sino que también hacemos convenio con Dios de que obedeceremos la dirección y los consejos que recibamos por medio de Su profeta. Este es un convenio solemne.

“El día en que la Iglesia fue organizada, el Señor dio este mandamiento a la Iglesia:

“‘… porque recibiréis su palabra [la del Presidente de la Iglesia] con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

“‘Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre.

“‘Porque, así dice Dios el Señor: Yo lo he inspirado para impulsar la causa de Sion con gran poder para hacer lo bueno’ (D. y C. 21:5–7).

“La primera asamblea solemne tuvo lugar en el Templo de Kirtland, el 27 de marzo de 1836. El Profeta José Smith registró que, después de seguir el procedimiento de votación que he descrito, ‘les profeticé a todos que si sostenían a esos hombres en sus llamamientos… el Señor los bendeciría… y en el nombre de Jesucristo, recibirían las bendiciones del cielo’ (History of the Church, tomo II, pág. 418).

“Hoy, ejerciendo el principio del común acuerdo, hemos expresado nuestra voluntad. ¿Cuán sagrados son ese privilegio y responsabilidad? Son tan sagrados que en la gran revelación sobre el sacerdocio, el Señor dijo que estos asuntos ‘se [podrán] presentar ante una asamblea general de los varios cuórums, los cuales constituyen las autoridades espirituales de la iglesia’ (D. y C. 107:32; cursiva agregada)” (véase “Las asambleas solemnes”, Liahona, enero de 1995, pág. 16; énfasis agregado).

3.10

Cómo sostenemos al Presidente de la Iglesia

Miembros de la Iglesia sostienen a los líderes durante la conferencia general

Uno de los privilegios de ser miembro de la Iglesia es la oportunidad de sostener a aquellos que son llamados a presidir la Iglesia.

Al finalizar la asamblea solemne, durante la cual Tomas S. Monson fue sostenido como el 16° Presidente de la Iglesia, el presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, habló de la gran bendición que tenemos y la promesa que hacemos cuando levantamos nuestra mano para sostener a nuestros líderes:

“El pueblo de Dios no siempre ha sido digno de la maravillosa experiencia que hemos tenido hoy. Tras la ascensión de Cristo, los Apóstoles continuaron ejerciendo las llaves que Él les dejó; no obstante, debido a la desobediencia y la pérdida de fe de los miembros, los Apóstoles murieron sin transferir las llaves a un sucesor. A ese trágico episodio lo llamamos ‘la Apostasía’. Si los miembros de la Iglesia de aquel tiempo hubieran tenido la oportunidad y la voluntad de ejercer la fe como ustedes lo han hecho hoy, el Señor no habría retirado las llaves del sacerdocio de la tierra; de modo que hoy es un día de trascendencia histórica e importancia eterna en la historia del mundo y para los hijos de nuestro Padre Celestial.

“Nuestra obligación ahora es permanecer dignos de la fe necesaria para cumplir nuestra promesa de sostener a los que han sido llamados… A fin de sostener a quienes se han llamado hoy, debemos examinar nuestra vida; arrepentirnos, de ser necesario; prometer guardar los mandamientos del Señor y seguir a Sus siervos. El Señor nos advierte que si no hacemos estas cosas, el Espíritu Santo se retirará, perderemos la luz que hemos recibido y no podremos cumplir la promesa que hemos hecho hoy de sostener a los siervos del Señor en Su Iglesia verdadera” (véase “La Iglesia verdadera y viviente”, Liahona, mayo de 2008, pág. 21; énfasis agregado).

Puntos para meditar

  • ¿En qué formas puede el entender el procedimiento divinamente inspirado para la sucesión en la Presidencia aumentar nuestra confianza en el Presidente de la Iglesia?

  • ¿En qué manera el conferir las llaves del sacerdocio en el momento en que un nuevo Apóstol es ordenado inicia el proceso de sucesión?

  • ¿Qué bendiciones vienen de apoyar y sostener al Apóstol de mayor antigüedad como el profeta y Presidente de la Iglesia?

Asignaciones sugeridas

  • Usando este capítulo como guía, delinea los pasos que el Señor ha establecido para seleccionar a un nuevo Presidente de la Iglesia. ¿Cómo empieza este proceso con la selección de un nuevo Apóstol?

  • Escribe tus respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué se espera de nosotros cuando sostenemos a un nuevo Presidente de la Iglesia? ¿Cómo puede aplicarse eso a nuestro sostenimiento de un obispo u otro líder de la Iglesia?

  • Brevemente, explica a un amigo o miembro de tu familia cómo el procedimiento divinamente inspirado para la sucesión en la Presidencia elimina la ambición por un oficio, los errores y los conflictos.

  • Escribe tus sentimientos acerca de cómo el entendimiento del principio de antigüedad en el Cuórum de los Doce Apóstoles puede fortalecer la confianza en que el liderazgo de la Iglesia está en las manos del Señor y que Él conoce y prepara a cada miembro de los Doce.