Capítulo 9
Las ordenanzas de la ley de Moisés prefiguraban el ministerio de Cristo — Cristo es el Mediador del nuevo convenio.
1 Ahora bien, aun el primer convenio tenía ordenanzas de culto y un santuario terrenal.
2 Porque el tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el lugar santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición.
3 Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo,
4 en donde había un incensario de oro, y el arca del convenio recubierta de oro por todas partes, en la que había una urna de oro que contenía el maná, y la vara de Aarón que reverdeció y las tablas del convenio;
5 y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de estas cosas no se puede ahora hablar en detalle.
6 Y estas cosas estaban así ordenadas, en la primera parte del tabernáculo entraban continuamente los sacerdotes para cumplir las funciones de su ministerio;
7 pero en la segunda parte, solo el sumo sacerdote entraba una vez al año, no sin sangre, la cual ofrecía por sí mismo y por los pecados del pueblo cometidos en la ignorancia,
8 dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entretanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.
9 Lo cual era símbolo para ese tiempo, según el cual se ofrecían ofrendas y sacrificios que no podían hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que oficiaba;
10 consistiendo solo en comidas y en bebidas, y en diversos lavamientos y ordenanzas para el cuerpo, impuestas hasta el tiempo de la renovación.
11 Pero, Cristo habiendo llegado a ser sumo sacerdote de las cosas buenas por venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho por manos, a saber, no de esta creación,
12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez y para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra, rociada a los inmundos, santifica para la purificación de la carne,
14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el que mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
15 Así que, por eso es mediador del nuevo testamento, para que, al intervenir una muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer testamento, los que son llamados reciban la promesa de la herencia eterna.
16 Porque donde hay testamento, necesario es que ocurra la muerte del testador.
17 Porque el testamento con la muerte se confirma, pues no es válido entretanto que el testador vive.
18 De ahí que ni aun el primer convenio fue consagrado sin sangre.
19 Porque habiendo leído Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, y lana de grana e hisopo, y roció el libro mismo y también a todo el pueblo,
20 diciendo: Esta es la sangre del testamento que Dios os ha mandado.
21 Y además de esto, roció también con la sangre el tabernáculo y todos los utensilios del ministerio.
22 Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.
23 Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas con estas cosas; pero las cosas celestiales mismas con mejores sacrificios que estos.
24 Porque no entró Cristo en el santuario hecho por manos, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros ante Dios.
25 Y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena;
26 de otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se ha presentado una sola vez y para siempre, para anular el pecado por medio del sacrificio de sí mismo.
27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio,
28 así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y la segunda vez, sin pecado, aparecerá para salvar a los que le esperan.