Capítulo 10
Jesús llama a los Setenta, les da autoridad y los instruye — Estos predican y sanan — Aquellos que reciben a los discípulos de Cristo le reciben a Él — El Hijo revela al Padre — Jesús enseña la parábola del buen samaritano.
1 Y después de estas cosas, el Señor designó a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de sí a toda ciudad y lugar a donde él había de ir.
2 Y les dijo: La mies a la verdad es mucha, pero los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.
3 Id, he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos.
4 No llevéis bolsa, ni alforja ni calzado; y a nadie saludéis por el camino.
5 En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa.
6 Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros.
7 Y quedaos en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa.
8 Y en cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante,
9 y sanad a los enfermos que en ella haya y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.
10 Pero en cualquier ciudad donde entréis y no os reciban, salid por sus calles y decid:
11 Aun el polvo de vuestra ciudad que se ha pegado a nuestros pies lo sacudimos contra vosotros; pero sabed esto, que el reino de los cielos se ha acercado a vosotros.
12 Y os digo que en aquel día será más tolerable para los de Sodoma que para aquella ciudad.
13 ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho las maravillas que se han hecho en vosotras, ya hace tiempo que, sentados en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido.
14 Por tanto, en el juicio será más tolerable para Tiro y Sidón que para vosotras.
15 Y tú, Capernaúm, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida.
16 El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió.
17 Y volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, ¡aun los demonios se nos sujetan en tu nombre!
18 Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19 He aquí os doy potestad para hollar serpientes y escorpiones, y vencer toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
20 No obstante, no os regocijéis de esto, de que los espíritus se os sujeten, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
21 En aquella misma hora Jesús se regocijó en el espíritu y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te agradó.
22 Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
23 Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis,
24 pues os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
25 Y he aquí, un intérprete de la ley se levantó y dijo, para tentarle: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
26 Y él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Y él, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Y respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
31 Y aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y, al verle, pasó de largo.
32 Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verle, pasó de largo.
33 Mas un samaritano que iba de camino llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia;
34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él.
35 Y otro día, al partir, sacó dos denarios y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamelo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.
36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?
37 Y él dijo: El que tuvo misericordia de él. Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo.
38 Y aconteció que, prosiguiendo ellos su camino, Jesús entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
39 Y esta tenía una hermana que se llamaba María, la que, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
40 Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres; y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
41 Pero respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
42 Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.