Capítulo 6
Jesús envía a los Doce — Herodes manda decapitar a Juan el Bautista — Nuestro Señor alimenta a cinco mil, anda sobre las aguas y sana a multitudes.
1 Y salió de allí y fue a su tierra, y le siguieron sus discípulos.
2 Y cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, estaban atónitos y decían: ¿De dónde saca este estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y tales maravillas que por sus manos son hechas?
3 ¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, y de José, y de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.
4 Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes y en su casa.
5 Y no pudo hacer allí ningún milagro; solamente sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos.
6 Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.
7 Y llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos.
8 Y les mandó que no llevasen nada para el camino: ni alforja, ni pan, ni dinero en la bolsa, sino solamente bastón,
9 y que calzasen sandalias y no vistiesen dos túnicas.
10 Y les dijo: Dondequiera que entréis en una casa, quedaos en ella hasta que salgáis de aquel lugar.
11 Y por todos aquellos que no os recibieren ni os oyeren, saliendo de allí, sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, en testimonio contra ellos. De cierto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad.
12 Y saliendo, predicaban que los hombres se arrepintiesen.
13 Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.
14 Y oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había hecho notorio, y dijo: Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por tanto, poderes milagrosos actúan en él.
15 Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es profeta, o alguno de los profetas.
16 Y oyéndolo Herodes, dijo: Este es Juan, el que yo decapité; él ha resucitado de los muertos.
17 Porque el mismo Herodes había enviado a apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, esposa de Felipe, su hermano; pues la había tomado por esposa.
18 Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la esposa de tu hermano.
19 Mas Herodías le acechaba y deseaba matarle. Pero no podía,
20 porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y le tenía respeto; y oyéndole, hacía muchas cosas; y le oía de buena gana.
21 Y llegó un día oportuno en que Herodes, en la fiesta de su cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos, y a los principales de Galilea;
22 y entró la hija de Herodías y danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa, y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, que yo te lo daré.
23 Y le juró: Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino.
24 Y saliendo ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el Bautista.
25 Entonces ella entró prontamente ante el rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista.
26 Y el rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desairarla.
27 Y enseguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la cabeza de Juan;
28 el guardia fue y lo decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre.
29 Y oyéndolo sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro.
30 Y los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado.
31 Y él les dijo: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y reposad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de modo que ni aun tenían oportunidad de comer.
32 Y se fueron solos en una barca a un lugar desierto.
33 Pero muchos los vieron ir y le reconocieron; y concurrieron allá muchos a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos y se reunieron con él.
34 Y saliendo Jesús, vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.
35 Y cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto y la hora ya muy entrada.
36 Despídelos para que vayan a los campos y las aldeas de alrededor y compren para sí pan, porque no tienen qué comer.
37 Y respondiendo él, les dijo: Dadles de comer vosotros. Y le dijeron: ¿Quieres que vayamos y compremos pan por doscientos denarios y les demos de comer?
38 Y él les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y al saberlo, dijeron: Cinco, y dos peces.
39 Y les mandó que hiciesen recostar a todos por grupos sobre la hierba verde.
40 Y se recostaron por grupos, de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta.
41 Y tomando los cinco panes y los dos peces, y mirando al cielo, bendijo y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió entre todos los dos peces.
42 Y comieron todos y se saciaron.
43 Y recogieron doce cestas llenas de los pedazos y de lo sobrante de los peces.
44 Y los que comieron eran cinco mil hombres.
45 Y enseguida dio prisa a sus discípulos a subir en la barca e ir delante de él a Betsaida, al otro lado, entretanto que él despedía a la multitud.
46 Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar.
47 Y cuando fue ya tarde, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.
48 Y los vio fatigados, remando, porque el viento les era contrario; y cerca de la cuarta vigilia de la noche, vino a ellos caminando sobre el mar, y quería adelantárseles.
49 Y viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron voces;
50 porque todos le veían y se turbaron. Pero enseguida habló con ellos y les dijo: ¡Tened buen ánimo; yo soy, no temáis!
51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos estaban asombrados en gran manera y se maravillaban;
52 porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
53 Y cuando pasaron al otro lado, llegaron a la tierra de Genesaret y arribaron a la orilla.
54 Y saliendo ellos de la barca, de inmediato le reconocieron.
55 Y recorriendo toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer enfermos en lechos de todas partes a donde oían que él estaba.
56 Y dondequiera que entraba, en aldeas, o en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que les permitiese tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.