Mi peor ruptura fue en realidad una de mis más grandes bendiciones
A veces vemos los motivos de las impresiones y a veces no. De todos modos, debemos actuar con fe.
Terminé con mi primer novio en una noche despejada de verano.
Ese día más temprano, Carter (el nombre se ha cambiado) y yo habíamos estado discutiendo—algo normal en nuestra relación discontinua de tres años. Nos peleábamos por todo—desde qué comer hasta los planes para el futuro. En el principio, justifiqué nuestras diferencias con el dicho de que “los opuestos se atraen”. Sin embargo, después de un tiempo, nuestras animadas discusiones ocasionales cambiaron a una serie de desacuerdos agotadores.
Aquella noche de verano, fuimos al desierto y llevamos un telescopio para ver los planetas. Pero descubrimos que el brillo de la luna contra el cielo oscuro cubría nuestra vista. Frustrados, comenzamos a discutir—nuevamente.
Al final me alejé para tranquilizarme. “Yo no soy así”, pensé; Era conocida entre mis hermanos como la pacificadora y hablaba con gentileza y bondad a mis otros amigos. Entonces, ¿por qué le gritaba al joven que afirmaba amar?
Alcé la vista al cielo oscuro y oré para saber cómo podía mejorar mi relación con Carter. De repente, una gran paz reemplazó mi enojo y tuve la impresión de que lo mejor que podía hacer por ambos era terminar nuestra relación.
Sanar me tomó tiempo. Hubo momentos que sentí la tentación de ignorar la impresión de terminar con Carter porque extrañaba la familiaridad de nuestra relación. A veces me sentía frustrada con Dios, creyendo que Él había cerrado una puerta sin abrir otra. A pesar de esto, me aferré al consejo del élder Jeffrey R. Holland del Cuórum de los Doce Apóstoles: “En momentos de temor o duda, o en tiempos de dificultad … aférrense al conocimiento que ya tienen y manténganse firmes hasta que reciban más conocimiento” (“Creo,” Liahona,, mayo de 2013, pág. 94).
No recibí “más conocimiento” por muchos meses y empecé a preguntarme si alguna vez lo recibiría. Después de una oración sincera sobre la ruptura, el Espíritu habló a mi corazón diciendo que las impresiones de nuestro Padre Celestial son para el bienestar de Sus hijos. Los detalles de Su razonamiento no son tan importantes como mi fe en Él.
El saber que nuestro Padre Celestial tenía un plan para mí me dio esperanza para mi futuro y me ayudó a empezar a salir con otras personas nuevamente. Una mañana, leí en Doctrina y Convenios 88:40, donde el Señor nos enseña que “la luz se allega a la luz”. Repentinamente comprendí que este principio también se puede aplicar al salir con otras personas. Yo sabía que sería más feliz con alguien que compartiera mis valores y normas.
Con el tiempo, conocí a Austin. Hubo una conexión instantánea, desde nuestro amor por los tacos hasta nuestras respectivas misiones en el país. Su tierno espíritu me resultaba familiar y compatible con el mio y, al final, nos casamos. Nuestra relación no es una de pasión y drama como se puede esperar en una película popular de romance. Es encantadora y estable—algo que yo creo puede durar para siempre.
Muchos de nosotros anhelamos una explicación cuando recibimos impresiones difíciles. Yo aprendí de mi experiencia que la fe en el Señor nos puede ayudar a mantenernos obedientes sin saber el por qué. A medida que confiamos en un Dios omnisciente, podemos sentir paz en nuestras decisiones de actuar según las impresiones hasta recibir “más conocimiento” que Él ha prometido a los fieles.