Perfeccionismo Un juego tóxico de “Encuentra la diferencia”
El autor vive en Tasmania, Australia.
Hay momentos en los que todos sentimos que no estamos a la altura, pero tenemos que asegurarnos de que nos estemos midiendo correctamente.
Cuando era niño, me gustaba jugar a “Encuentra la diferencia” en nuestro periódico local. Dos imágenes casi idénticas, una al lado de la otra, presentaban el desafío de encontrar las pequeñas diferencias entre ellas. Si te concentrabas lo suficiente en los elementos individuales de la imagen, podías encontrar con éxito la mayoría de las diferencias, si no todas. El propósito de esa actividad no era apreciar las imágenes ni completar la segunda imagen; el propósito era encontrar cada imperfección en la copia incompleta de la primera imagen.
Un desafío común para los jóvenes adultos es la sensación de que no estamos a la altura de la norma que creemos que debemos cumplir. Cada vez más nos comparamos entre nosotros y vemos a una persona que está comenzando una carrera exitosa, otra que logra calificaciones perfectas en sus estudios, otra con un círculo más amplio de amigos y otra más a la que percibimos como más amable, más sabia, más generosa y más refinada que nosotros. ¡Y probablemente también sean más jóvenes que nosotros! Sin duda, es fácil jugar a “Encuentra la diferencia” entre nosotros y las personas que nos rodean y, seguramente, podemos preparar una larga lista de razones por las que las demás personas son “mejores” que nosotros.
Esa forma de pensar es particularmente peligrosa si creemos que nuestra valía personal la determinan nuestros logros, nuestros atributos o nuestra acumulación de riqueza mundana. Más aun, nuestro juego de “Encuentra la diferencia” rara vez descubre las fortalezas y las cualidades semejantes a las de Cristo que hemos desarrollado en nuestra vida y omite la verdad fundamental de que todos tenemos el potencial de ser perfectos como Cristo… algún día. Cuando el Señor pronunció: “… [sed] perfectos así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (3 Nefi 12:48), creo que Él buscó elevar nuestra visión y darnos esperanza; después de todo, Sus invitaciones son un llamado al arrepentimiento, así como una expresión de Su confianza en que nosotros podemos lograr lo que Él nos pide que hagamos. El gran desafío que tenemos es elevarnos por encima de las tendencias del hombre natural de ser celoso, resentido, desesperanzado y lleno de dudas, y escoger la humildad, el arrepentimiento, la fe y la esperanza.
Recto ahora, perfecto más adelante
Parte del superar el “perfeccionismo” negativo que promueve el adversario es entender qué es realmente la perfección. En un discurso del presidente Russell M. Nelson sobre el tema de la perfección, él explicó que la palabra griega original para perfecto en Mateo 5:48 significa “completo”1. Ninguno de nosotros estará “completo” en esta vida terrenal; la totalidad de ese estado llegará en las eternidades.
Cuando encontramos que la perfección es abrumadora, podemos dar pasos a lo largo del camino hacia la perfección: por ejemplo, al pagar un diezmo íntegro, podemos guardar el mandamiento de los diezmos de forma completa. Al orar a diario, podemos encontrar que somos perfectos en escoger orar cada día. Cada paso en el camino hacia la perfección (también conocido como la senda de los convenios) está diseñado para brindarnos gozo. Las autoevaluaciones personales regulares nos reafirmarán que estamos progresando y que nuestro Padre está complacido con el ímpetu espiritual que lleva nuestra vida.
Rectitud y perfección no son sinónimos. Si bien la perfección es un resultado, la rectitud es un modelo de fe y arrepentimiento que elegimos todos los días. Si la perfección es un destino, entonces nuestros convenios son nuestro pasaporte y la rectitud son los pasos en el trayecto. Si esta es nuestra perspectiva de la perfección, podemos esperar que vendrán cosas buenas a medida que desarrollemos modelos rectos con paciencia y perseverancia.
Espera el fracaso, ama el arrepentimiento
Recientemente, he reflexionado en las palabras del élder Lynn G. Robbins, de los Setenta: “El arrepentimiento no es [el] plan B [de Dios] por si fallamos. El arrepentimiento es Su plan”2. Esta vida es un período de prueba que se nos da para que nos preparemos para la eternidad. El arrepentimiento nos prepara al cambiar la forma en la que nos vemos a nosotros mismos, y nos acerca más a Dios y al Salvador. Debemos esperar fallar o cometer errores, probablemente a diario; eso no debería ser inesperado ni llevarnos a la desesperanza. De hecho, debería ponernos felices el reconocer nuestras fallas o errores, ya que tenemos la oportunidad de asociarnos con Cristo para convertir nuestras debilidades en fortalezas.
De manera que, si bien la meta es la perfección, el camino que tomamos implica arrepentirnos y avanzar cada día con una sonrisa en nuestro rostro y gratitud en nuestro corazón.
Acude a Cristo
Fue el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, quien dijo: “… lo que persistimos en desear es lo que, con el tiempo, llegaremos a ser y lo que recibiremos en la eternidad”3. Nuestras elecciones diarias determinan en quién nos convertiremos. Si nuestro deseo sincero es llegar a ser como el Salvador y nuestra motivación es amarlo, nuestras decisiones reflejarán ese deseo y cambiaremos.
Cuando nos topamos con obstáculos, cuando cometemos errores y cuando caemos en la tentación, podemos responder apartando la mirada de Cristo o podemos mirar a Cristo con fe, esperanza, paciencia, un corazón quebrantado y un espíritu contrito. La solución o respuesta a nuestras difíciles circunstancias siempre se encuentra en Cristo y Su evangelio. Al mirar a Cristo, Él nos enseñará y nos transformará.
Muchos de los desafíos de la vida se dividen en dos categorías: los que superaremos en esta vida y los que superaremos en la venidera, como, por ejemplo, una discapacidad, depresión y ansiedad o una tentación constante. Cristo tiene el poder para sanarnos; Él tiene el poder de transformarnos. A medida que elegimos la humildad, aceptamos el tiempo del Señor y Su voluntad y buscamos activamente Su ayuda y guía, hallamos fuerza, ánimo divino y paz.
Cuídate del orgullo
El adversario nunca ofrece buenas soluciones a nuestros desafíos. Cuando descubrimos nuestras fallas y debilidades, él nos anima a esconderlos de los demás porque queremos parecer tan intachables como sea posible. Esa es una forma de orgullo. Cristo siempre ofrece buenas soluciones a nuestros desafíos; sin embargo, eso no hace que Sus soluciones sean fáciles. Por ejemplo, el Señor nos invita a confiar en Él cuando compartimos el Evangelio, mientras que Satanás nos dice que no debemos compartir el Evangelio porque no somos elocuentes; sin embargo, el Señor promete que Él nos dará lo que hemos de decir “en el momento preciso” (Doctrina y Convenios 100:6). De hecho, el adversario fomenta nuestras dudas mientras que el Señor fomenta nuestra fe.
En lugar de ocuparnos de jugar a “Encuentra la diferencia” y “Esconde la debilidad”, Cristo querría que acudiésemos a Él y participásemos en “Cambia la debilidad”. El orgullo es fundamentalmente competitivo; sin embargo, nunca se dispuso que la vida fuese una competencia. Al elegir a Cristo como nuestro ejemplo, amigo y apoyo, podemos dejar de lado nuestras comparaciones perjudiciales y hallar la paz en el camino hacia la perfección.
Recuerden, en la vida todos enfrentamos el desafío de la imperfección y las debilidades que conlleva. Si vemos que otras personas tienen dificultades, podemos ser una fuerza positiva que las eleve más. Si vemos que los demás tienen éxito, podemos brindar elogio genuino; pero en ningún momento nos beneficiaremos al tratar de determinar si nuestra rectitud o nuestro éxito se comparan favorablemente o no con los de otra persona. Tal vez los demás no vean nuestra valía, pero Dios sí lo hace: para Él tenemos valor infinito. Siempre seremos Sus hijos; Él nos ama incondicionalmente y se complace en nuestros esfuerzos rectos por llegar a ser como Él.
Jesucristo no es un espectador ausente de nuestra vida. Él está presente, al tanto y trabajando para salvarnos y llevarnos de regreso a un hogar celestial. En Su fortaleza podemos hacer todas las cosas, y por medio de Él nada es imposible. En esta vida definida por la imperfección, el Señor es nuestra esperanza y ejemplo y no nos juzgará comparándonos con nuestros hermanos y hermanas. Él ve nuestro corazón y pondrá el viento en nuestras velas en nuestro continuo trayecto para sentirnos completos. Actuemos con fe, arrepintiéndonos y mirando a Cristo con esperanza en Su promesa de que, finalmente, podemos ser “perfecciona[dos] en él” (Moroni 10:32).