No siempre tienes que esperar una respuesta
A menudo nos cuesta tomar decisiones sin obtener la confirmación de Dios; pero, al avanzar con fe, Él nos ayudará a saber que estamos en el camino correcto.
La autora vive en Nuevo México, EE. UU.
Al volver a la universidad después de la misión, estaba considerando quién podría ser mi compañera de cuarto. Mi padre me sugirió que me pusiera en contacto con una misionera que hacía poco había servido en mi barrio y que acababa de terminar su misión. Me explicó que Holly iba a transferir sus estudios a mi facultad y que tal vez no conociera a muchas personas.
Aunque conocía un poco a Holly por el tiempo que estuvo en nuestro barrio, tenía dudas en cuanto a invitarla a vivir conmigo. Temía que pensara que era raro, ya que no nos conocíamos bien, y también porque no sabía si íbamos a conectar la una con la otra.
A pesar de mis temores, sentí que sería bueno seguir el consejo de mi padre. Había estado orando para hacer nuevas amistades al retomar los estudios, así que pensé que hallaría la mano de mi Padre Celestial en la sugerencia de mi padre, y decidí hacerlo. Holly aceptó mi invitación y durante el año que vivimos juntas llegó a ser una de mis mejores amigas. Me dio consejos y amor en momentos críticos de mi vida, y yo también fui un apoyo para ella.
La vida está llena de decisiones que pueden variar en importancia; pero, a veces, las más pequeñas tienen el mayor impacto en el futuro. Si bien al principio nuestro Padre Celestial quizás no nos revele qué opción es la mejor en cada situación, sí nos ha dado el albedrío para actuar de acuerdo con los principios del Evangelio y seguir adelante con fe. Jamás pensé que elegir a una compañera de cuarto en la universidad tendría una influencia tan duradera en mi vida, pero así fue. Solo después de preguntarle a Holly me di cuenta de que el Señor me permitió tomar mi propia decisión, y fui bendecida por ello. Debido a que seguí el camino que consideré que era el correcto, mi Padre Celestial pudo poner a una persona increíble en mi vida.
Me pregunto qué habría pasado si hubiese abordado otras decisiones pequeñas con una actitud más semejante a la de Cristo: si hubiera apagado la computadora portátil cuando una joven se sentó a mi lado para almorzar en el campus, o si hubiese sido más franca en cuanto a mis creencias cuando una amiga me dijo que se sentía insegura en cuanto a la religión. Quizás en esos momentos no haya sentido una fuerte impresión espiritual, pero sabía que eran cosas buenas que debía hacer, y estoy segura de que Dios las habría convertido en una bendición para todas las personas involucradas. Como elegí no hacer nada, nunca sabré lo que podría haber sucedido.
A menudo tenemos dificultad para tomar decisiones cuando no se nos dan indicaciones o respuestas directas. En esos momentos, en lugar de esperar una luz verde de Dios, podemos usar el don del albedrío para elegir lo bueno por nosotros mismos. Mormón enseñó: “… porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios” (Moroni 7:16).
La próxima vez que tengan que tomar una decisión, piensen: “¿Es bueno?”, porque todo lo bueno proviene de Dios. Así como el Salvador nunca dudó en hacer el bien, podemos confiar en nosotros mismos para elegir hacer el bien cada día, de maneras grandes o pequeñas; y Dios convertirá esas buenas decisiones en cosas grandes.