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Cómo me ayudó el Señor a entender mi valor divino durante mi divorcio
Al confiar en el Salvador durante mis pruebas, aprendí a ver a los demás —y a mí misma— bajo una nueva perspectiva.
En Sudáfrica, de donde provengo, existen determinadas creencias culturales que hacen hincapié en la apariencia externa y los estándares de belleza, lo cual puede resultar abrumador y a veces me ha hecho sentir insegura sobre mi apariencia y quién soy. Además, he aprendido que muchos otros jóvenes adultos de todo el mundo también tienen dificultades con su imagen corporal y su autoestima.
Una de las tácticas poderosas de Satanás es que sintamos inseguridad con el cuerpo. Él intenta convencernos de que nos juzguemos a nosotros mismos y a los demás basándonos en la apariencia, pero he descubierto que si trato de seguir las normas del mundo en cuanto a la belleza y la autoestima, nunca me sentiré satisfecha ni en paz con quién soy.
La clave para hallar confianza ha sido esforzarme por verme a mí misma y a los demás como lo hace el Padre Celestial, lo cual me ha permitido comprender mi verdadero valor y reconocer también el valor de otras personas.
El enfoque equivocado
Cuando salía con jóvenes, vi muchas situaciones en las que el valor de las demás personas se basaba en la apariencia. Me entristecía ver que algunas de mis amigas salían menos con jóvenes que las que parecían encajar en los estándares de belleza del mundo. Lamentablemente, en mi propia búsqueda de un compañero eterno, también tenía mi propia lista de rasgos —incluso los físicos— que buscaba en un futuro esposo.
Con el tiempo, encontré a alguien con quien casarme en el templo. Al principio, pensé que teníamos un matrimonio maravilloso, pero empecé a notar que mi esposo se jactaba ante los demás de cómo se había casado con la chica más guapa, y sin embargo, nunca podía decir nada bueno sobre mi apariencia en privado. Él siempre hacía comentarios si mi peso cambiaba y me decía de qué forma debía peinarme y vestirme.
Unos meses después de tener a nuestro primer hijo, mi esposo dijo inesperadamente que quería el divorcio, y yo ni siquiera sabía que algo iba mal. A pesar de mis mejores esfuerzos, no pude convencerle de que trabajara por salvar nuestro matrimonio, y me convertí en una madre soltera.
Posteriormente, descubrí que había tenido una relación con otra mujer mientras estábamos casados, y me sorprendió ver que ella se parecía mucho a mí, pero unos años más joven y sin ninguno de los cambios que conlleva estar embarazada y dar a luz a un bebé. Comencé a preguntarme por qué no era lo suficientemente buena y a centrarme en mis defectos físicos.
Con el tiempo, aprendí que mi situación no era tan extraña, y cuando empecé a salir de nuevo, escuché muchos relatos de jóvenes que se estaban divorciando porque “perdieron el interés” en su cónyuge que había descuidado su apariencia o porque ya no había atracción física.
Me enfurecía cada vez que escuchaba a alguien decir que la apariencia era lo más importante en un cónyuge, y cada vez que pensaba en la percepción que el mundo tiene de la belleza, me preguntaba si yo no era merecedora de amor debido a los cambios que experimentó mi cuerpo durante el embarazo.
Lo que es la verdadera belleza
Al meditar sobre el significado de la verdadera belleza, encontré una cita que era contraria a la perspectiva del mundo en cuanto a ese asunto: “En medio de ‘todo el engaño’ que al principio puede ocurrir al salir con personas del sexo opuesto, —incluso el de siempre lucir lo mejor posible— debemos recordar que la apariencia y el estilo ‘son esencialmente no esenciales’”1.
Esto me ayudó a entender que ver el espíritu el uno del otro, o lo que hay en el interior, es lo que de verdad importa a la hora de encontrar un cónyuge y es la clave para amar a los demás y amarnos a nosotros mismos. Como discípulos de Jesucristo, debemos centrarnos en la fortaleza del carácter y en nuestra identidad como espíritus divinos.
Mi divorcio me causó mucho daño, pero también me brindó la oportunidad de reevaluar el significado de la verdadera belleza y del valor divino. Si te cuesta reconocer tu valor divino o el de los demás, considera los siguientes consejos, que me ayudaron a replantear mi perspectiva.
1. Asiste al templo con regularidad
En el templo, el mundo se desvanece en el fondo y se enfoca la eternidad. Cuanto más asisto al templo y recuerdo mis convenios, más se orienta mi visión limitada hacia una perspectiva eterna. Lo que parece importante según los estándares del mundo ya no parece tan importante en el templo.
Sin embargo, este cambio no ocurre de la noche a la mañana; ocurre al pasar tiempo de forma consistente y deliberada en la Casa del Señor. Tal como enseñó el presidente Russell M. Nelson: “Guardar los convenios del templo no nos limita, sino que nos habilita; nos eleva más allá de los límites de nuestra propia perspectiva y poder”2.
2. Aprende a escuchar al Espíritu Santo
El presidente Nelson también nos invitó a que “aumente[mos] [nuestra] capacidad espiritual para recibir revelación[…]. Elijan hacer el trabajo espiritual que se necesita para disfrutar del don del Espíritu Santo y oír la voz del Espíritu con mayor frecuencia y claridad”3.
Si elegimos centrarnos en las cosas del Espíritu por encima de las cosas del mundo, estaremos más preparados para escuchar Sus impresiones y verdades.
3. Ora para recibir dones espirituales
Algunos dones espirituales pueden darnos el conocimiento y la perspectiva que necesitamos para comprender nuestro valor y el valor de los demás. El Padre Celestial nos ha instado a “busca[r] diligentemente los mejores dones” y nos ha dicho que si los deseamos y oramos por ellos, podemos recibir los que necesitemos (Doctrina y Convenios 46:8; véase también el versículo 9). Los dones del discernimiento, de la caridad y la sabiduría son dones que pueden ser útiles para estudiar y orar a medida que procuras entender mejor el significado de la verdadera belleza y el valor divino.
4. Vive la Palabra de Sabiduría
Nuestro cuerpo es un hermoso don de nuestro Padre Celestial. Satanás, que procura destruir el plan de Dios y nunca tendrá su propio cuerpo, ataca este don sagrado. Tratar el cuerpo con respeto y descubrir lo que puede hacer cuando practicamos ejercicio y evitamos sustancias dañinas puede ayudarnos a aprender a valorar nuestro cuerpo y, por medio del ejemplo, ayudar a otras personas a hacer lo mismo.
5. Céntrate en el Salvador
Cuando confiamos en Jesucristo, nos vemos como lo que realmente somos: hijos divinos de padres celestiales. A medida que aprendamos a amarnos y ser bondadosos con nosotros mismos, aunque cometamos errores, el Salvador puede ayudarnos a seguir progresando y a desarrollar Sus atributos.
La hermana Joy D. Jones, que fue Presidenta General de la Primaria, dijo: “Si el amor que sentimos por el Salvador y lo que Él hizo por nosotros es mayor que la energía que dedicamos a las debilidades, la baja autoestima, o los malos hábitos, entonces Él nos ayudará a superar las cosas que causan sufrimiento en nuestra vida”4.
Al esforzarme por ver a los demás como realmente son, comencé a practicar cómo mirarlos de manera diferente, y si me sorprendía a mí misma juzgando a alguien por su apariencia, miraba más de cerca y trataba de ver lo que el Padre Celestial veía. Me asombró la forma en que Dios pudo abrirme los ojos, así que dejé de fijarme en los atributos físicos y empecé a comprender lo que es la verdadera belleza y el valor: la Luz de Cristo dentro de cada uno de nosotros.
Acércate más a Cristo
Aunque he pasado por experiencias dolorosas, he aprendido a permitir que Cristo me sane y a amar mi cuerpo y mi espíritu. El presidente James E. Faust (1920–2007), que fue Segundo Consejero de la Primera Presidencia, enseñó: “La convicción de que son hijas [o hijos] de Dios les brinda un sentimiento de seguridad en su propia valía, lo cual significa que podrán encontrar fortaleza en el bálsamo de Cristo. Dicha convicción les ayudará a soportar las congojas y los problemas con fe y serenidad”5.
El mundo podrá tener sus propias ideas sobre el significado de la belleza y del valor divino, pero a medida que nos acerquemos más al Padre Celestial y a Jesucristo, aumentará nuestra capacidad de ver a través de la distorsión del mundo y reconocer la verdadera belleza. Ruego que seamos bendecidos para ver la belleza de los demás y de nosotros mismos con claridad, de la forma en que Ellos nos ven.