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Hallar un sentimiento de pertenencia en el templo otra vez
No había ido al templo por años, pero acudí al Salvador para que me ayudara a ser digna de entrar de nuevo.
Me encontraba en el vestíbulo cuando el segundo consejero del obispado me pidió que hablara en la reunión sacramental acerca de la importancia de los templos. Con la mirada baja y las mejillas enrojecidas de vergüenza, pedí un tema diferente sobre el cual hablar. No había asistido al templo por varios años porque las decisiones que había tomado en mi vida me habían desconectado de mi Padre Celestial y no me sentía digna para hablar sobre él.
Después de esa experiencia, el templo seguía acudiendo a mi mente y sentía un deseo cada vez mayor de estar allí, pero también luchaba contra los sentimientos de indignidad. Tenía miedo de que el Padre Celestial no me quisiera en Su sagrada casa.
Tomar medidas para cambiar
Al acercarse la conferencia general, escuché con nerviosismo a los discursantes con la esperanza de percibir algún indicio de que Dios todavía me amaba a pesar de mis errores. Fue entonces cuando el presidente Dieter F. Uchtdorf, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, dijo: “No importa qué tan completamente arruinada parezca estar nuestra vida. No importa lo escarlata de nuestros pecados, lo profundo de nuestro resentimiento, lo solitario, abandonado o destrozado que parezca estar nuestro corazón […]. [N]o existe una vida que esté tan destrozada que no pueda ser restablecida”1.
Sentí claramente que Dios me hablaba a mí. Llevaba meses preguntándome cómo volver a Cristo y ese mensaje de conferencia era Su llamado para que yo hiciera cambios a fin de entrar de nuevo en Su casa.
Me reuní con mi obispo para conversar acerca de entrar en el templo de nuevo. Él me ayudó a entender la función que Jesucristo podía desempeñar en mi vida y la manera en que el aceptar Su expiación me ayudaría a entregarle mi carga de dolor y pecado. Comencé a orar pidiendo entendimiento, fortaleza y paciencia conmigo misma. Al confiar un poco más en Dios y mejorar un poco cada día, gradualmente volví a conectarme con la luz del Salvador.
El trabajar con mi obispo y aprender más acerca de mi Salvador aumentó mi testimonio de la identidad que tengo como hija del Padre Celestial. Comprendí que mi amoroso Redentor nunca me pediría que me apartara de Él, pero que Satanás trataría de hacerme sentir como si no hubiera lugar para mí en el templo. Con ese conocimiento, finalmente me sentí lista para entrar de nuevo en la casa de Dios.
Regresar al templo
Con una recomendación cuidadosamente doblada en la mano, caminé hacia el templo por primera vez en años, sintiéndome de pronto ansiosa en cuanto a mi lugar en la casa de Dios. Cuanto más me acercaba a las puertas, más me invadía la incertidumbre. ¿Haría el ridículo por no saber a dónde ir o qué hacer? ¿Era demasiado mayor para ir al templo a efectuar bautismos?
El hombre de la recepción sonrió cuando entré y me dio la bienvenida al templo. Esa mañana rejuveneció mi espíritu cuando los obreros del templo me reafirmaron que tengo un lugar en la casa de Dios.
Al irme del templo, uno de los obreros me saludó con la mano mientras caminaba por el pasillo para salir del bautisterio. Con una voz susurrante y alegre, dijo: “Gracias por venir al templo hoy, ¡la necesitábamos aquí!”. Le prometí que regresaría la semana siguiente mientras esperaba con ansias volver a sentir la calidez del templo.
Debido a nuestra identidad divina como hijas e hijos de padres celestiales, cada uno de nosotros puede encontrar un sentido de pertenencia en el templo. No hay nada que pueda mantenernos permanentemente fuera del amoroso alcance de Dios si deseamos estar en Su presencia. Él nos quiere allí y, al dar pequeños pasos para llegar a ser más como nuestro Salvador cada día, podemos alinear nuestra vida con la de Él y permanecer siempre dignos de entrar en el templo. Sé que gracias a la expiación de Jesucristo podemos entrar en la santa casa de Dios y recibir las bendiciones que nos esperan dentro; y, según mi experiencia, esas bendiciones son lo más valioso.