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4 maneras de acceder al poder de la comunicación positiva
Es mucho más que sonreír o decir cosas bonitas: se trata de ayudar a los demás a sentir el amor de Dios.
Aunque mis conocidos suelen creer que soy una persona optimista, nunca me he considerado un radiante rayo de sol. De hecho, en la pared de la sala de estar de mis padres hay un grande recordatorio de mi carácter a veces no tan alegre.
Durante un verano en mi niñez, mis abuelos vinieron de visita y aprovechamos la oportunidad para programar una sesión de fotos familiares. Estaba completamente preparada con mi vestido rosa a cuadros y un sombrero de ala a juego, pero las cosas se deterioraron cuando no me dieron un banquillo como en los que estaban sentados varios familiares.
Frustrada, fruncí el ceño durante toda la sesión, estropeando lo que podría haber sido una experiencia agradable con mi familia y dando lugar a décadas de bromas sobre “el vestido gruñón”.
Aunque ahora puedo reírme de ello, ese retrato familiar es un recordatorio constante del poder de la positividad. Es evidente que ser positivo hace la vida más agradable, porque ¿quién encuentra verdadero placer en estar enfadado todo el tiempo? Cabe mencionar que desde hace mucho tiempo la positividad se ha relacionado con diversos beneficios para la salud, como la reducción del estrés, un menor riesgo de enfermedades cardíacas e incluso una vida más larga1.
Sin embargo, la positividad no nos afecta solo a nosotros como personas; nuestra positividad (o la falta de ella) puede afectar a cada persona con la que interactuamos. Se nos ha mandado “ser de buen ánimo” (véase Doctrina y Convenios 61:36; 78:18), y al hacerlo en nuestras comunicaciones, nosotros mismos —y los que nos rodean— podemos sentir más abundantemente el amor de nuestro Padre Celestial y del Salvador.
A continuación se hallan algunas formas de aprovechar el poder de la comunicación positiva.
1. Seguir el modelo de comunicación del Salvador.
Para el máximo ejemplo de comunicación positiva podemos recurrir al Salvador, quien demostró Su amor por los demás al interactuar con bondad, compasión y comprensión.
El élder L. Lionel Kendrick , Setenta Autoridad General emérito, enseñó: “Esta comunicación es una expresión de afecto, no de enojo; de la verdad, no de mentiras; de compasión, no de contención; de respeto, no de burla; de consejo, no de crítica; de corrección, no de condenación. Se expresa claramente y no de manera confusa. Puede ser tierna o severa, pero siempre debe ser moderada”2.
Claramente, la forma en que decimos las cosas es tan importante como lo que decimos3, una lección que aprendí cuando era estudiante de piano. Al haber estudiado piano durante la mayor parte de mi vida, he estado expuesta a muchos estilos de enseñanza. Aunque podía ser desalentador recibir una lista interminable de piezas musicales para perfeccionarlas, tuve la suerte de contar con maestros que eran excepcionales a la hora de brindar correcciones de forma motivadora y compasiva, y aprendí el inmenso poder de una palabra amable.
2. Esforzarse por tener una perspectiva optimista.
Ya sea que nos demos cuenta o no, nuestra actitud puede influir en la forma en la que nos comunicamos con los demás y en muchos otros aspectos de nuestra vida. El presidente Thomas S. Monson (1927–2018) dijo: “Tantas cosas en la vida dependen de nuestra actitud. La forma en que escogemos ver las cosas y respondemos a los demás marca toda la diferencia. El poner nuestro mejor empeño y luego decidir ser felices en nuestras circunstancias, sean cuales sean, nos trae paz y satisfacción”4.
Una forma de cultivar una actitud positiva es invitar al Espíritu a nuestras vidas. Podemos hacerlo al reemplazar las dudas y el temor con fe (véase Doctrina y Convenios 6:36), abrazar el don del arrepentimiento, esforzarnos activamente por fortalecer nuestros testimonios y tratar de reconocer la mano del Señor en nuestras vidas. También he descubierto que cuando planifico (y dedico) un tiempo para estudiar las Escrituras, me siento más positiva a lo largo del día. Todo esto nos ayuda a sentir el Espíritu Santo más abundantemente, y nos trae sentimientos más grandes de esperanza.
Por supuesto, ser positivo tampoco significa eliminar todas las emociones negativas. A veces he caído en la trampa de pensar que me falta fe si expreso mis preocupaciones o sentimientos de tristeza. No obstante, la hermana Sharon Eubank, Primera Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, explicó: “Ser feliz no significa poner una sonrisa fingida en la cara sin importar lo que esté sucediendo, pero sí significa guardar las leyes de Dios, y edificar y animar a los demás. Cuando edificamos y levantamos la carga de los demás, eso bendice nuestras vidas en maneras que las dificultades no lo pueden evitar”5. Si bien todos experimentamos emociones negativas a lo largo de la vida, podemos encontrar mayor felicidad si evitamos pensar en nuestras aflicciones y tratamos de ayudar a los demás.
3. Considerar la proporción de positividad en la relación.
Puede que el optimismo no se pueda medir, pero hay ciertos puntos de referencia que pueden ayudarnos a medir cuán positivos somos en nuestras interacciones. Durante décadas, el psicólogo John Gottman ha estudiado lo que constituye una relación sana. Tras observar a miles de parejas, determinó una fórmula que puede ayudar a predecir si las parejas permanecerán juntas o se separarán en los próximos años con una precisión superior al 90%6.
¿Su mayor descubrimiento? En los momentos de conflicto, las parejas felices suelen seguir una proporción de al menos cinco interacciones positivas por cada una negativa. Las interacciones positivas podrían consistir en ofrecer un cumplido, sentir empatía y validar el punto de vista de la otra persona, mientras que las negativas pueden incluir expresiones de exasperación, ponerse a la defensiva o ser despreciativo y ser crítico7.
Aunque la investigación de Gottman se centra en parejas románticas, sus conclusiones pueden aplicarse a todo tipo de relaciones y ponen de manifiesto los efectos perjudiciales de la negatividad.
Las Escrituras nos enseñan: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de que dé gracia a los oyentes” (Efesios 4:29). Es posible que no siempre estemos de acuerdo, pero podemos discrepar sin ser desagradables; y cuando tratamos de ser edificantes —incluso ante un conflicto— podemos aligerar las cargas y dejar espacio para más alegría.
4. “[Ser] ejemplo de los creyentes”
Ahora sonrío para las fotos familiares (aunque tenga que estar de pie), y he comenzado a comprender cómo mi propia actitud puede afectar a los que me rodean, para bien o para mal.
Aunque estoy lejos de ser perfecta, trato de hacer un esfuerzo especial por interesarme cuando estoy conversando con alguien, expresar mi aprecio por mi marido y otros seres queridos, y, a la larga, “[ser] ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor” (1 Timoteo 4:12).
Es la combinación de esas cosas pequeñas —un oído atento, una afirmación positiva, una disculpa sincera— lo que a menudo tiene el mayor impacto. Esas cosas pequeñas que nos ayudan a emular a nuestro Salvador nos permiten compartir el amor de Dios,
y al compartir Su amor, nosotros mismos también lo sentimos.