Pioneros en toda tierra
Felipe encuentra el camino
“Por favor, ayúdanos a encontrar nuestro camino”, oró Felipe.
Felipe sabía que se estaba haciendo tarde. Los pájaros habían dejado de piar y los grillos cantaban fuertemente. Su madre y él habían caminado por el bosque durante más de dos horas, pero cada camino que tomaban tenía el mismo aspecto que el anterior. Estaban completamente perdidos.
Felipe se estaba asustando mucho. ¿Cuánto tiempo podrían sobrevivir en esa selva? Después de todo, él solo tenía 10 años. ¡No era lo suficientemente mayor como para pelear contra una serpiente o un jabalí! ¿Y qué otras criaturas aterradoras podrían estar al acecho tras la puesta del sol? Ese pensamiento le provocó escalofríos.
Sé valiente, se dijo a sí mismo. Sabía que tenía que serlo.
Felipe deseaba que su papá estuviera allí, pero había muerto hacía seis meses. Sin él, las cosas eran difíciles para Felipe y su mamá, no tenían ni dinero ni comida.
Felipe esperaba que pronto pudieran llegar a la casa de su hermana al otro lado de la montaña, quien podía darles algo de dinero para comprar arroz.
Hizo una oración en silencio: “Padre Celestial, por favor, ayúdanos a encontrar nuestro camino. Por favor”.
Entonces le vino un pensamiento: Busca la arboleda de cocos. Felipe levantó la mirada y allí, a lo lejos, había una arboleda de cocos. Podía verlos por encima del resto de la selva, sus hojas de palma ondeaban con la brisa. Por primera vez en horas, Felipe sintió esperanza.
“¡Mira!”, señaló a la arboleda.
Su madre entendió; el ver los cocoteros significaba que había una aldea cerca. Dios había contestado la oración de Felipe. Felipe tomó la mano de su madre. Juntos caminaron a salvo mientras el sol se ocultaba bajo los árboles.
Felipe siempre recordaba cómo Dios contestó su oración. A veces deseaba poder escuchar mejor la voz de Dios, como lo hizo esa noche en la selva.
Entonces, un día, ocho años después, Felipe conoció a unos misioneros, que eran de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Le enseñaron acerca de los profetas vivientes, quienes hablaban las palabras de Dios. ¡Eso era justo lo que Felipe había esperado!
Él estaba entusiasmado por unirse a la Iglesia y llegó a ser uno de los primeros misioneros de Filipinas que compartió el Evangelio allí. Una vez más, Dios le había mostrado a Felipe adónde ir, y él sabía que Dios siempre lo haría.