1990–1999
Perseverar Hasta El Fin Con Caridad
Octubre 1994


Perseverar Hasta El Fin Con Caridad

“Para andar sin culpa ante Dios, debemos amarnos y servirnos el uno al otro.”

Cuando un Setenta del Primer Quórum cumple setenta años, pasa a ser Autoridad Emérita, o lo que se podría llamar “emerititis”, una condición endémica; lo único que se tiene que hacer para adquirirla es seguir respirando. Parece que todo lo que he estado haciendo últimamente lo estoy haciendo por ultima vez, y así lo será al hablar en esta conferencia general.

No diría que esto me molesta, ya que nunca me he sentido demasiado cómodo al estar detrás de este micrófono.

Lo que si agradezco es la oportunidad de expresar mi amor por las Autoridades Generales, a cuya mayoría conozco desde que fueron llamados, y a los muchos miembros fieles de todo el mundo con quienes he trabajado y a quienes he tenido el privilegio de conocer.

Si, el Evangelio de Jesucristo nos hace en verdad hermanos y una gran familia de Jesucristo, a medida que tratamos de seguirle y de convertirnos en Sus hijos e hijas (véase Juan 1:12; Eter 3:14).

Como la mayoría de ustedes lo saben, soy converso a la Iglesia, habiendo sido bautizado en Tokio, Japón, en 1952, mientras prestaba servicio en la Marina de los Estados Unidos, durante el conflicto con Corea. Nací y me crié en Misuri, en donde se llevaron a cabo los primeros sucesos de la historia de la Iglesia. Pero nunca había oído nada acerca de la Iglesia Mormona. Estaba en busca de la verdad, y aunque había leído la Biblia y creía que Jesucristo había vivido en la tierra y había resucitado, aun tenía muchas preguntas para las que no tenía respuesta, preguntas tales como: )Por que no habla Dios al hombre hoy como lo hizo antiguamente cuando se estaba escribiendo la Biblia? )Cómo puede ser Jesús su propio padre y el Espíritu Santo a la vez? )Por que tuvo que ser bautizado Jesús cuando no tenía pecado? )Dónde estaba yo antes de nacer, y a dónde iré cuando muera? )En que forma puede salvarme el sólo creer en Cristo, cuando no he guardado los Diez Mandamientos de Dios?

Sabia que debía de haber respuestas que no había escuchado. Estas las recibí cuando los elderes Ted Raban y Ronald Flygare tocaron a mi puerta en San Diego, California, en julio de 1951. Mi esposa Connie les dejó entrar y aceptó de ellos un ejemplar del Libro de Mormón. Yo me encontraba en Hawai en ese tiempo, recibiendo un curso de entrenamiento de catorce semanas antes de ir a Corea.

Al volver a casa, mi esposa me dio un ejemplar del Libro de Mormón y empecé a leerlo. Antes de terminar de leer 2 Nefi, sabia que el libro contenía la verdadCNefi había conseguido un converso masCy comencé a asistir a la Iglesia en el antiguo barrio de Valencia Park, en San Diego. Debido a los preparativos para el servicio militar, no me fue posible estudiar y asistir a la iglesia como yo deseaba, y añoraba el tiempo en que pudiera hacerlo. Pero me llegó el momento cuando estaba abordo del portaaviones, en donde leí catorce de los mejores libros que jamas se hayan escrito. Estos incluían los libros canónicos, además de los escritos de cada uno de los Presidentes de la Iglesia, desde José Smith, hijo, hasta David 0. McKay, además de Parley P. y Orson Pratt, y unos cuantos autores mas. Yo era como un hombre hambriento que había encontrado comida y agua por primera vez. Me encantó. Al llegar a Japón, el grupo de miembros de la Iglesia que iba en el barco decidió que yo debía ser bautizado, de manera que fuimos a la casa de la misión en Tokio, en donde solicite que me bautizaran. Me informaron que aun no cumplía el año de espera que antes se requería de un investigador; por lo tanto, no podían hacerlo. Sin embargo, insistí y pedí que me entrevistaran. La entrevista duró hora y media, pero por fin recibí una recomendación para mi bautismo y confirmación. McDonald B. Johnson, el líder de grupo de los Santos de los Últimos Días del barco me bautizó, y Fred Gaylord Peterson me confirmó; y el 26 de febrero de 1952 pase a ser miembro de la Iglesia. Ese mismo día me ordenaron diácono y posteriormente a otros oficios en el sacerdocio cada vez que el barco regresaba a Japón, hasta que, el 26 de julio de 1952, fui ordenado elder y regrese a San Diego en agosto, donde mi esposa había sido bautizada el I Q de marzo de ese mismo año. Eramos una familia unida en el Evangelio de Jesucristo, y esperábamos con ansias el momento de sellarnos con nuestros tres hijos en el Templo de Mesa, lo cual se llevó a cabo en mayo de 1953.

Dieciséis años después de mi bautismo, el presidente David 0. McKay me llamo para integrar el Primer Consejo de los Setenta; eso fue en abril de 1968. Fui el primer converso llamado como Autoridad General después de John Morgan, o sea, un período de ochenta y seis años. He servido en este llamamiento durante veintiséis años.

He descubierto que el evangelio es muy sencillo, pero a la vez muy profundo. Una vez que tenemos la fe suficiente en el Señor Jesucristo, y que creemos que El pago por nuestros pecados, entonces nos arrepentimos. Nadie se arrepiente verdaderamente hasta que cree en Cristo.

Como ya sabrán, hay una diferencia entre dejar de pecar y arrepentirse. En el primer caso, aun somos culpables; en el otro, somos libres del pecado y de la culpa. Las personas dejan de pecar todo el tiempo, porque tienen miedo de enfermar del Sida, de morir de cáncer pulmonar, o por alguna otra razón, pero no desechan sus pecados. Esto ocurre solamente cuando la persona que no es miembro sigue a Jesucristo y entra en las aguas del bautismo, luego sale de ellas y recibe el Espíritu Santo por la imposición de manos, mediante la autoridad del Sacerdocio. Esa es la forma en que nos purificamos delante del Señor (véase D. y C. 84:74). Repito, en el primer caso, aun seguimos en el pecado; en el segundo caso, nos vemos libres del pecado. La palabra del Padre a Nefi fue: Arrepentíos, arrepentíos, y sed bautizados en el nombre de mi Amado Hijo”. Además, Nefi dice que oyó la voz del Padre que decía: “Si, las palabras de mi Amado son verdaderas y fieles. Aquel que persevere hasta el fin, este será salvo” (2 Nefi 31:11, 15).

Después del bautismo de agua y del Espíritu, parece que todo lo que el Padre requiere es que “perseveremos hasta el fin”. ¿Que significa esto? Creo que básicamente significa tres cosas. Uno: Debemos continuar arrepintiéndonos durante el resto de nuestra vida, ya que seguiremos cometiendo errores, y tenemos que ser puros para volver a nuestro hogar celestial; de no ser así, no podemos morar con el Padre y el Hijo (véase D. y C. 84:74).

Dos: Debemos continuar perdonando a los demás. Si no perdonamos a otros, no podemos obtener perdón para nosotros mismos (véase D. y C. 64:910).

Y tres: Si, debemos ser buenos. Si no lo somos, dudo que logremos la salvación. En otras palabras, debemos tener caridad, que significa en realidad tener amor por los demás y estar dispuestos a sacrificarnos por ellos. Debemos servir a nuestro prójimo-mujeres y niños-; y aunque hagamos muchas otras obras buenas, pero no servimos al pobre, al necesitado, al afligido, al oprimido, al enfermo y al que sufre, tanto temporal como espiritualmente, según sus necesidades, no podemos retener la remisión de nuestros pecados de día en día. Si no servimos a los demás, no podemos “and[ar] sin culpa ante Dios” (véase Mosíah 4:26).

Es un hecho de que Dios no hace acepción de personas. El ama a todos Sus hijos y creo que los ama a todos por igual. Naturalmente, no puede bendecir a Sus hijos si no guardan Sus mandamientos, ya que ha dicho:

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; “y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D.y C. 130:2021, cursiva agregada).

Dios nos dice que no puede negar Sus palabras; y es obvio que El esta mas complacido con nosotros cuando guardamos los mandamientos, y se deleita en bendecirnos cuando lo hacemos. Pero si no guardamos Sus mandamientos, nos castigara. Eso no significa que no nos ama, como no lo es así cuando los padres disciplinan a sus hijos. De hecho, es porque si nos ama que nos disciplina a fin de que aprendamos la obediencia (véase Hebreos 12:6; D. y C. 95: 1).

Por lo tanto, para andar sin culpa ante Dios, debemos amarnos y servirnos el uno al otro. Las palabras que dijo mediante el rey Benjamín de que “… cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17), muy bien podrían alterarse para que dijeran que “si no os halléis al servicio de vuestros semejantes, no estaréis al servicio de vuestro Dios”. Mormón expreso este pensamiento que su hijo Moroni registró cuando dijo:

“Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser … y a quien la posea en el postrer día. le ira bien. Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que el ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando el aparezca, seamos semejantes a el, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como el es puro” (Moroni 7:46–48).

Creo que únicamente esta caridad, este amor puro de Cristo, este amor y sacrificio, que se manifiesta haciendo la obra que se lleva a cabo en nuestros templos, es lo único que salvara a esta nación, y de hecho, al mundo, cuando venga el Señor. El estuvo dispuesto a perdonar a Sodoma y a Gomorra si Abraham podía encontrar a solamente diez hombres buenos, cosa que no pudo hacer. Creo que no podría esperar nada mejor para ustedes ni para mi que el poder estar llenos de esta caridad, de este amor puro de Cristo, que el poder servir a nuestro prójimo. Esto lo digo en el santo nombre de Jesucristo. Amén.