Ahora es el momento
”Si nosotros no... estamos dispuestos a enseñar a los demás en cuanto a la restauración del Evangelio de Jesucristo por medio del profeta José Smith, ¿quién lo hará?”
En marzo de 1839, desde el lóbrego calabozo que constituía la Cárcel de Liberty, el profeta José Smith aconsejó a la Iglesia: ”…todavía hay muchos en la tierra, entre todas las sectas, partidos y denominaciones, que son cegados por la sutil astucia de los hombres… y no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla” (D. y C. 123:12).
Años más tarde, a la edad de 15 años, el sobrino del Profeta, Joseph F. Smith, fue llamado a servir en una misión en Hawai. Recordarán que sólo tenía 5 años cuando su padre Hyrum sufrió el martirio. Su madre, Mary Fielding, falleció cuando él tenía sólo 13 años. Al llegar a la isla de Maui, el joven Joseph cayó gravemente enfermo, pero a pesar deésta y otras adversidades, escribióal Élder George A. Smith: ”Estoy listo para dar mi testimonio… en cualquier momento, o en cualquier lugar, o en cualquier circunstancia que se me ponga… Me alegra decir que estoy listo para pasar buenos y malos momentos por esta causa en la que me he embarcado” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, pág. 80).
Hoy día nos debemos preguntar: ¿Estamos listos y dispuestos a pasar buenos y malos momentos por esta causa en la que estamos embarcados? ¿Reflejamos en nuestro rostro el gozo de vivir el Evangelio de Cristo como verdaderos discípulos de Cristo? Si nosotros no entendemos ni estamos dispuestos a enseñar a los demás en cuanto a la restauración del Evangelio de Jesucristo por medio del profeta José Smith, ¿quién lo hará? No podemos poner la carga de llevar el Evangelio a todo pueblo sólo sobre los hombros de los misioneros regulares. Las familias no se fortalecerán ni tampoco se fortalecerán los testimonios individuales, no aumentarán los bautismos de conversos, ni los menos activos regresarán para recibir nuestra calurosa acogida hasta que nosotros, como miembros de la Iglesia, hagamos un esfuerzo, en forma individual y colectiva, con dedicación y hechos, por edificar el reino de Dios.
Nuestro deber está en ayudar a otras personas, por medio del poder del Espíritu, a conocer y a entender las doctrinas y los principios del Evangelio. Todos debemos llegar a sentir que las doctrinas de la Restauración son verdaderas y de gran valor. Y toda persona que acepte el mensaje debe empeñarse en vivir el Evangelio al hacer y guardar convenios sagrados y al participar en todas las ordenanzas de salvación y exaltación. A menudo pensamos que la conversión se aplica sólo a los investigadores, pero hay algunos miembros que no se han convertido totalmente y que todavía tienen que experimentar el ”gran cambio en su corazón” que se describe en las Escrituras (véase Alma 5:12).
Hermanos y hermanas, la conversión verdadera y completa es la clave para acelerar la obra de la Iglesia.
Sabemos que hay más posibilidades de que, tanto los miembros como los que no lo son, se conviertan totalmente al Evangelio de Jesucristo si están deseosos de experimentar con sus palabras (véase Alma 32:27). Ésta es una actitud tanto de la mente como del corazón y conlleva el deseo de saber la verdad y el estar dispuestos a actuar de acuerdo con tal deseo. En el caso de los que investigan la Iglesia, el experimentar puede ser tan simple como el aceptar leer el Libro de Mormón, orar al respecto y tratar de saber de todo corazón si José Smith fue el profeta del Señor.
La verdadera conversión ocurre por medio del poder del Espíritu. Cuando el Espíritu llega al corazón, el corazón cambia. Cuando las personas, tanto los miembros como los investigadores, sienten la influencia del Espíritu, o cuando ven evidencias del amor y la misericordia del Señor en su vida, se edifican y fortalecen espiritualmente y aumenta la fe que tienen en él. Estas experiencias con el Espíritu son el resultado natural del que una persona tenga el deseo de experimentar con la palabra. Así es cómo llegamos a sentir que el Evangelio es verdadero.
La evidencia más significativa de nuestra conversión y de la forma en que nos sentimos con respecto al Evangelio en nuestras vidas es el deseo que tengamos de compartirlo con los demás y de ayudar a los misioneros a encontrar a alguien a quien enseñar. La probabilidad de que una conversión sea duradera aumenta en forma considerable cuando la persona que no es miembro tiene un amigo o un pariente que irradia el gozo de ser miembro de la Iglesia. La influencia de los miembros de la Iglesia es muy poderosa y creo que ésa es la razón por la que el presidente Hinckley nos pidió que nos aseguráramos de que toda persona tuviera un amigo (véase ”Los conversos y los hombres jóvenes”, Liahona, julio de 1997, pág. 53).
Aquí tenemos entonces una importante clave para tener éxito en la aceleración de la obra del Señor. Como miembros activos de la Iglesia, y en especial como líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, tenemos que hacer más para ayudar en el proceso de conversión, retención y activación. Sabemos que los miembros fieles desean servir, pero a veces perdemos de vista los resultados esenciales que nuestra fe y nuestras obras deben producir a fin de fortalecer el compromiso que los hijos de nuestro Padre tienen hacia el Evangelio.
Obispos, ustedes son la clave. Ustedes proporcionan la visión e invitan al consejo de barrio a que le ayuden a fortalecer la conversión espiritual de los que investigan la Iglesia y a la vez a todos los miembros. Alienten a los miembros del consejo a pensar constantemente sobre las cosas específicas que pueden hacer para ayudarle a usted a ayudar a los miembros del barrio y a los amigos de ellos que no sean miembros, a conocer y a entender mejor el Evangelio. ¿Qué pueden hacer ellos para ayudarles a sentir que es verdad y para apoyarlos a medida que tratan de vivir los principios? Pregúntense ustedes mismos: ¿Qué podemos hacer, en forma específica, como líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, para alentar a una familia o a una persona a experimentar con la buena palabra de Dios? ¿Qué puede hacer el consejo, como líderes y maestros, para asegurarse de que cada persona que asiste a las reuniones de la Iglesia sienta el Espíritu y se fortalezca espiritualmente?
Apenas ahora estamos aprendiendo a centrarnos en los asuntos correctos en nuestras reunionesde consejo, pero con demasiadafrecuencia, seguimos enfocando nuestra atención sólo en las generalidades. En una estaca donde están teniendo gran éxito en bautizar y en retener a los nuevos conversos se invita a los misioneros regulares a asistir al consejo de barrio para que hablen acerca de las personas a las que estén enseñando. Los miembros del consejo buscan la inspiración para determinar qué líderes y qué miembros del barrio pueden ayudar mejor a los misioneros a hermanar a personas y a familias específicas y traerlas a la Iglesia.
Algunos de ustedes, obispos, consideran que deben participar en todo lo que concierne al consejo. Eso es un error, porque si lo hacen, nunca podrán desarrollar plenamente todos los recursos poderosos que Dios les ha dado. En la reunión general de la Sociedad de Socorro que se efectuó hace dos semanas, la hermana Sheri Dew dijo que ella cree que las hermanas son ”el arma secreta del Señor”. Creo que tiene razón. Nuestras hermanas líderes tienen la sensibilidad espiritual que les inspirará para saber cuál es la mejor forma de acercarse y nutrir espiritualmente a las personas a quienes estén enseñando los misioneros. La mejor forma de empezar a utilizar plenamente los talentos y la sabiduría de nuestras hermanas es por medio del sistema establecido de consejos de la Iglesia. Ustedes son libres de ser flexibles en la forma en que utilicen los consejos de barrio.
Apenas el año pasado, el presidente Hinckley dijo esto a los obispos de la Iglesia: ”No están limitados a determinados reglamentos, sino que tienen mucha flexibilidad. Tienen derecho a que se les contesten sus oraciones, a la inspiración y revelación del Señor (”Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 124). Quizás en algunos casos no sea suficiente llevar a cabo el consejo de barrio sólo una vez al mes para concentrarse en la conversión espiritual de los miembros y, por igual, de los que no lo son, que están bajo el ministerio de ustedes. Son libres de reunirse en consejo tan a menudo como la necesidad lo exija.
Hace poco un presidente de estaca me contó un tierno relato que demuestra el poder del sistema de consejos en la edificación de la Iglesia. Dijo que tanto la Sociedad de Socorro como el sacerdocio habían estado trabajando con una familia en la estaca, pero que sus esfuerzos con los padres no habían tenido éxito. Las líderes de la Primaria encontraron la respuesta. Los padres consintieron en que su hija menor asistiera a la Primaria; la única condición fue que el deseo que la niña tenía de ir a la Primaria debía ser tal, que tendría que llegar allí por su cuenta; nadie podía llevarla. Dado que tenía que pasar por un sector peligroso de la ciudad, el consejo de barrio se aseguró de que alguien manejara en auto al lado de ella mientras iba en una vieja bicicleta en camino a la Iglesia. Bajo el calor del verano, las lluvias e incluso la nieve del invierno, persistió en ir a la Iglesia. Un joven que, junto con su familia, fueron asignados a acompañar a la niña una mañana nevosa, se quedó tan impresionado con la dedicación de la pequeña que pedaleaba a través de la nieve y el frío, que decidió ir a la misión y citó esa experiencia como el punto decisivo de su vida. En Navidad, una familia del barrio le regaló a la fiel niña una bicicleta nueva de 10 velocidades. Eso emocionó tanto a los padres que también ellos empezaron a ir a la Iglesia. La niña se bautizó en mayo de 1999. Lo que hizo que ese bautismo fuese aún más especial fue que lo efectuó el presbítero más nuevo del barrio: el padre de la niña que recientemente se había activado.
Obispos, para que puedan cumplir lo que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce les pidan, su consejo de barrio debe captar esta visión y trabajar en mayor unión en la gran obra de Dios de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de todos Sus hijos. Imagínense el poder que se lograría si cada miembro de la Iglesia extendiera su mano para ayudar a todos los miembros e investigadores a disfrutar de la compañía del Espíritu Santo. Trabajemos todos con más dedicación para lograr que en todas nuestras reuniones esté la presencia del Espíritu para así llevar a cabo una conversión espiritual más profunda. Esto requerirá especialmente que los consejos de barrio ayuden a los obispados a mejorar la reverencia en las reuniones sacramentales y a enseñar mejor el Evangelio de Jesucristo en todas las reuniones de la Iglesia.
Todos deberíamos pensar constantemente en que el Salvador dio Su vida por nosotros; no debemos olvidar que sufrió el rechazo, la humillación, una indecible agonía y al final la muerte para salvar del pecado a ustedes y a mí y a todo el mundo. ¿Puede alguno de nosotros presentarse ante él en un día futuro y decirle que no compartió el Evangelio ni ayudó a los misioneros a encontrar gente para enseñar porque estaba muy ocupado o fue tímido, o por cualquiera otra razón?
Ésta es la obra de Dios. Él desea que participemos con él y con Su Hijo Amado para llevar el Evangelio a la vida de todos Sus hijos. El Señor nos ha prometido que nuestro gozo será grande si le llevamos aun cuando sea una sola alma (véase D. y C. 18:15:16). Ejerzamos mayor fe y trabajemos juntos, miembros y misioneros, para llevar muchas más almas a él. Que cada familia en la Iglesia incluya como parte de sus oraciones familiares diarias un ruego al Señor para que él guíe a los miembros de su familia y les ayude a encontrar a alguien que esté preparado para recibir el mensaje del Evangelio restaurado de Jesucristo.
Ahora es el momento de que los miembros de la Iglesia sean más audaces y tiendan la mano a los demás, ayudándoles así a saber que la Iglesia es verdadera. Ahora es el momento de sostener por medio de nuestras acciones lo que el presidente Gordon B. Hinckley nos pide que hagamos.
Lucifer está desatando inmundicia vulgar, repugnante, violenta y degradante con objeto de destruir la sensibilidad espiritual de los hijos de nuestro Padre. Estamos en verdadera pugna con aquellos que se burlan de Dios y rechazan la verdad, así que guardemos nuestros convenios y respondamos al llamado a servir. Hagamos acopio de todos los recursos del Señor, entre ellos el poder de nuestros propios testimonios, y permitamos que mucha más gente los escuche; permitamos que el espíritu del presidente Joseph F. Smith esté en nuestro corazón. Digamos: ”Estoy listo para dar mi testimonio… en cualquier momento, o en cualquier lugar, o en cualquier circunstancia que se me ponga”. Para hacerlo, nos será de ayuda el leer a menudo la propia historia del profeta José Smith y luego compartir con los demás nuestro seguro conocimiento de que la plenitud del Evangelio sempiterno de Jesucristo se ha restaurado de nuevo en la tierra. Debemos avanzar con la promesa de que el Espíritu nos bendecirá para saber qué hacer y qué decir conforme ayudamos a los que están en busca de la verdad. Avancemos con más fe, sin olvidar jamás que el Señor nos ayudará cuando nos volvamos a él en potente oración. Nuestro Padre Celestial vive y ama a cada uno de Sus hijos. El Señor Jesucristo vive. La obra más importante que podemos hacer es ayudar a los hijos de Dios a lograr un pleno entendimiento del Evangelio restaurado de Jesucristo. Yo sé que esto es verdad y así lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.