No se dejen engañar
El Espíritu Santo nos protegerá de ser engañados, pero a fin de recibir esa maravillosa bendición, siempre debemos hacer lo necesario para retener ese Espíritu.
Estoy agradecido por hablar a esta congregación mundial de poseedores del sacerdocio. Ahora son las ocho de la mañana del domingo en Filipinas, donde he tenido mi hogar durante los últimos dos años. Saludo a todos mis amados amigos de esa nación y a todos ustedes.
Supongo que no hay niños en este público, sólo jóvenes que poseen el sacerdocio. El apóstol Pablo escribió que cuando era niño, pensaba como niño; pero cuando se hizo hombre, dejó lo que era de niño (véase 1 Corintios 13:11). Ustedes, hombres jóvenes, han hecho lo mismo y, por tanto, les hablaré como un hombre habla con otro.
I.
De donde se encuentran en el camino de la vida, jóvenes, tienen muchos kilómetros que recorrer y muchas decisiones que tomar en sus esfuerzos por regresar junto a nuestro Padre Celestial. A lo largo de la ruta, hay muchos anuncios atractivos; Satanás es el autor de algunas de esas invitaciones. Él procura confundirnos y engañarnos a fin de conducirnos a un camino que nos aleje de nuestro destino eterno.
Al principio, cuando un espíritu poderoso fue echado por rebelión, “llegó a ser Satanás… el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres y llevarlos cautivos según la voluntad de él…” (Moisés 4:4). Él y los espíritus que lo siguen todavía están engañando al mundo. La revelación de nuestros días dice que “Satanás ha intentado engañaros, para destruiros” (véase D. y C. 50:2–3). Sus métodos para engatusarnos son atractivos: la música, las películas, otros medios de comunicación y el resplandor de la diversión. Cuando tiene éxito en engañarnos, nos volvemos vulnerables a su poder.
Éstas son algunas de las formas en las que el diablo intentará engañarnos. Los mandamientos de Dios y las enseñanzas de Sus profetas nos previenen acerca de cada una.
1. Un tipo de engaño trata de despistarnos con respecto a quién debemos seguir. Refiriéndose a los últimos días, el Salvador enseñó esto: “…Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24:4–5). En otras palabras, muchos procurarán engañarnos diciendo que ellos o sus enseñanzas nos salvarán, por lo que no es necesario tener un Salvador ni Su Evangelio. El Libro de Mormón describe eso como “el poder del diablo para extraviar y engañar el corazón del pueblo… y… [hacerlo] creer que la doctrina de Cristo era una cosa insensata y vana” (3 Nefi 2:2).
2. Satanás también trata de engañarnos en cuanto a lo que está bien y lo que está mal, y de persuadirnos de que no existe el pecado; ese desvío generalmente empieza con lo que parece un pequeño giro: “Pruébalo una vez. Una cerveza o un cigarrillo o una película pornográfica no te va a hacer mal”. Lo que tienen en común todos esos giros es que causan adicción. La adicción es un estado en el cual entregamos parte de nuestra facultad de decidir; al hacerlo, damos al diablo poder sobre nosotros. El profeta Nefi describió así la situación a la cual conduce eso: El diablo dice: “no hay infierno” y también dice: “Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay rescate” (2 Nefi 28:22).
Si elegimos el camino indebido, elegimos el destino indebido. Por ejemplo, una amiga de hace muchos años me dijo que el marido, que siempre había sido un “buen muchacho” en la escuela de segunda enseñanza, tomó un día unas cuantas bebidas que él pensó le ayudarían a olvidar algunos problemas. Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, ya era adicto. Ahora es incapaz de mantener a su familia y es inepto en casi todo lo que intenta hacer. El alcohol gobierna su vida y él no parece capaz de librarse de sus garras.
3. El profeta Nefi advierte sobre otro tipo de engaño: “Y a otros los pacificará y los adormecerá con seguridad carnal, de modo que dirán: Todo va bien en Sión; sí, Sión prospera, todo va bien. Y así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno” (2 Nefi 28:21).
Los que caen en esa falsedad, quizás profesen creer en Dios, pero no toman en serio Sus mandamientos ni Su justicia. Se sienten seguros en su propia prosperidad y suponen que Dios debe de haber aceptado el camino que han elegido.
“Sí, y habrá muchos que dirán: Comed, bebed y divertíos, porque mañana moriremos; y nos irá bien.
“Y también habrá muchos que dirán: Comed, bebed y divertíos; no obstante, temed a Dios, pues él justificará la comisión de unos cuantos pecados; sí, mentid un poco, aprovechaos de alguno por causa de sus palabras, tended trampa a vuestro prójimo; en esto no hay mal; y haced todas estas cosas, porque mañana moriremos; y si es que somos culpables, Dios nos dará algunos azotes, y al fin nos salvaremos en el reino de Dios” (2 Nefi 28:7–8).
Estoy seguro de que habrán visto y oído esos razonamientos, hermanos; les llegan en la sala de clase, en lo que leen y en los pasatiempos populares. Hay muchas personas en el mundo que niegan la necesidad de un Salvador; hay quienes niegan que haya nada bueno o malo y se burlan de la idea del pecado o de un diablo. Y hay otras personas que confían en la misericordia de Dios y pasan por alto Su justicia. El profeta dijo: “…habrá muchos que de esta manera enseñarán falsas, vanas e insensatas doctrinas…” (2 Nefi 28:9).
El apóstol Pablo hizo advertencias significativas sobre los “tiempos peligrosos” de los últimos días. “Porque habrá hombres amadores de sí mismos… desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural… aborrecedores de lo bueno… amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:1–4). También dijo que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (vers. 13). Dentro de un momento analizaré lo que Pablo le dijo al joven Timoteo acerca de la forma de evitar esa maldad.
El apóstol hizo otra advertencia en cuanto a ser engañado por el diablo y sus rehenes:
“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,
“ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9–10).
No se dejen engañar, hermanos. Escuchen las advertencias proféticas antiguas y modernas sobre el robo, la ebriedad y todas las formas de pecado sexual. El engañador procura destruir su espiritualidad por todos esos medios. Pablo nos advierte sobre los que están al acecho para engañar “por estratagema de hombres [y] las artimañas del error” (Efesios 4:14). Cuídense del aspecto atractivo y del resplandor de la diversión. Lo que el diablo hace aparecer entretenido puede ser espiritualmente fatal.
II.
Al mirar a nuestro alrededor, vemos a muchos que practican el engaño. Oímos de oficiales prominentes que han mentido sobre sus hechos secretos. Nos enteramos de héroes del deporte que han mentido sobre sus apuestas en el puntaje de sus partidos o que han empleado drogas para mejorar su rendimiento. Sabemos de personas menos conocidas que toman parte en malas acciones haciendo en secreto lo que nunca harían en público. Tal vez piensen que nadie lo sabrá nunca. Pero Dios siempre sabe. Y Él nos ha advertido repetidamente que vendrá el tiempo en que “se pregonarán [nuestras] iniquidades desde los techos de las casas, y [nuestros] hechos secretos serán revelados” (D. y C. 1:3; véase también Mormón 5:8; D. y C. 38:7).
“No os engañéis”, enseñó el apóstol Pablo. “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7–8).
En otras palabras, si nos entregamos a las drogas, a la pornografía o a otros males a los que el apóstol llamó “de la carne”, la ley eterna decreta que seguemos corrupción en lugar de vida eterna. Así es la justicia de Dios, y la misericordia no puede robar a la justicia. Si se quebranta una ley eterna, se debe sufrir el castigo correspondiente a esa ley. Algo de eso puede compensarse por la expiación del Salvador, pero la purificación misericordiosa del pecador sólo ocurre después del arrepentimiento (véase Alma 42:22–25), el cual puede ser un proceso largo y doloroso, según haya sido el pecado. De otro modo, “aquel que no ejerce la fe para arrepentimiento queda expuesto a las exigencias de toda la ley de la justicia; por lo tanto, únicamente para aquel que tiene fe para arrepentimiento se realizará el gran y eterno plan de la redención” (Alma 34:16).
Felizmente, es posible arrepentirse. Con respecto a los pecados más graves, debemos confesarlos al obispo y procurar su ayuda amorosa. Con respecto a otros pecados, puede ser suficiente que los confesemos al Señor y a quien sea que hayamos perjudicado. La mayor parte de las mentiras son de esa clase. Si ustedes han engañado a alguien, resuélvanse ahora a dejar de llevar esa carga. Rectifiquen lo que haya que rectificar y sigan adelante con su vida.
III.
Ahora deseo hablar sobre la forma en que cada uno de nosotros puede evitar el ser engañado en asuntos de importancia eterna. Tengo dos temas. El primero es lo que Pablo enseñó a Timoteo después de hacerle la advertencia que cité anteriormente; “…persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste”, le escribió, “sabiendo de quién has aprendido” (2 Timoteo 3:14). En otras palabras, a ustedes se les ha enseñado lo correcto y persuadido de la verdad; persistan en ello. Al continuar, Pablo le recordó a su joven amigo “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación” por la fe en nuestro Salvador (vers. 15). Afírmense en las Escrituras, cuyas enseñanzas nos protegen del mal.
La parábola de las diez vírgenes nos enseña que, cuando el Señor venga en Su gloria, sólo la mitad de los invitados al banquete de bodas —todos seguidores de Cristo— podrán entrar. Nuestro segundo recurso de protección se revela en la explicación inspirada de esa parábola:
“Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Santo Espíritu por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que éstos no serán talados ni echados al fuego, sino que aguantarán el día” (D. y C. 45:57).
A la otra mitad se les negará la entrada por no estar preparados. No es suficiente con haber recibido la verdad, sino que también tenemos que haber “tomado al Santo Espíritu por guía, y no [haber] sido engañados”.
¿Cómo tomamos “al Santo Espíritu por guía”? Debemos arrepentirnos de nuestros pecados todas las semanas y renovar nuestros convenios tomando la Santa Cena con manos limpias y corazón puro, como se nos manda (véase D. y C. 59:8–9, 12). Sólo de esa manera se cumplirá la divina promesa de que siempre podamos “tener su Espíritu” con nosotros (véase D. y C. 20:77). Ese Espíritu es el Espíritu Santo, cuya misión es enseñarnos, guiarnos a la verdad y testificarnos del Padre y del Hijo (véase Juan 14:26; 15:26; 16:13; 3 Nefi 11:32, 36).
Para evitar ser engañados, también es preciso que sigamos las impresiones de ese Espíritu. El Señor enseñó ese principio en la sección 46 de Doctrina y Convenios:
“…lo que el Espíritu os testifique, eso quisiera yo que hicieseis con toda santidad de corazón, andando rectamente ante mí, considerando el fin de vuestra salvación, haciendo todas las cosas con oración y acción de gracias, para que no seáis seducidos por espíritus malos, ni por doctrinas de demonios, ni por los mandamientos de los hombres…
“Por tanto, cuidaos a fin de que no os engañen; y para que no seáis engañados, buscad diligentemente los mejores dones, recordando siempre para qué son dados” (vers. 7–8).
El Espíritu Santo nos protegerá de ser engañados, pero a fin de recibir esa maravillosa bendición, siempre debemos hacer lo necesario para retener ese Espíritu. Debemos guardar los mandamientos, orar pidiendo guía, asistir a la Iglesia y tomar la Santa Cena todos los domingos. Y nunca debemos hacer nada que aleje al Espíritu. En particular, tenemos que eludir la pornografía, el alcohol, el tabaco y las drogas, y evitar siempre, siempre, las violaciones de la ley de castidad. Nunca debemos tomar en nuestro cuerpo ni hacer con él nada que aleje al Espíritu del Señor y nos deje sin protección espiritual del engaño.
Para concluir, describiré otra forma sutil de engaño: el concepto de que es suficiente escuchar y creer sin llevar a la acción esa creencia. Muchos profetas han enseñado sobre ese engaño. El apóstol Santiago escribió: “…sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). El rey Benjamín enseñó: “…y ahora bien, si creéis todas estas cosas, mirad que las hagáis” (Mosíah 4:10). Y en la revelación moderna, el Señor dice: “pues si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, es preciso que os preparéis, haciendo lo que os he mandado y requerido” (D. y C. 78:7).
No es suficiente saber que Dios vive, que Jesucristo es nuestro Salvador y que el Evangelio es verdadero; debemos seguir el camino más elevado llevando a la acción ese conocimiento. No es suficiente saber que el presidente Gordon B. Hinckley es el profeta de Dios; debemos poner en práctica sus enseñanzas. No es suficiente tener un llamamiento; debemos cumplir nuestras responsabilidades. Lo que se nos ha enseñado en esta conferencia no es sólo para llenarnos la mente, sino para motivar y guiar nuestras acciones.
Testifico que estas cosas son verdaderas, y ruego que hagamos todo lo necesario para evitar los engaños del diablo, en el nombre de Jesucristo. Amén.