2000–2009
Cómo tener fe en el Señor Jesucristo
Octubre 2004


Cómo tener fe en el Señor Jesucristo

Sólo la fe en el Señor Jesucristo y en Su expiación puede brindarnos paz, esperanza y comprensión.

Creer en el Salvador y en Su misión es tan esencial que es el primer principio del Evangelio: “Fe en el Señor Jesucristo”1. ¿Qué es la fe? En su epístola a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo enseñó que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”2. ¿Y cómo obtenemos la fe? ¿Cómo logramos la convicción de la realidad de nuestro Salvador, a quien no hemos visto? Las Escrituras nos enseñan esto:

“A algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo;

“a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles”3.

Desde el principio, los profetas han sabido que Jesucristo es el Hijo de Dios, han sabido de Su misión terrenal y de Su Expiación por toda la humanidad. Los registros sagrados dan profecías de miles de años, no sólo de la primera venida de nuestro Salvador, sino también de la Segunda Venida, un día glorioso que, sin duda alguna, vendrá.

Si hubiéramos vivido en los días de aquellos profetas de antaño, ¿habríamos creído en sus palabras? ¿Habríamos tenido fe en la venida de nuestro Salvador?

En la antigua América, Samuel el lamanita profetizó que la noche del nacimiento del Salvador “[habría] grandes luces en el cielo… al grado que a los hombres les parecería que es de día”4.

Muchos le creyeron a Samuel y fueron a buscar a Nefi, confesaron sus pecados, se arrepintieron y se bautizaron. “Y se aparecieron ángeles a los hombres, a hombres sabios, y les declararon buenas nuevas de gran gozo…”5.

Pero la mayor parte de los nefitas “empezó a endurecer su corazón”6 y se volvió ciega a las “señales y prodigios” de esos días. Aquellas señales se dieron para que los del pueblo “supieran que el Cristo pronto debía venir”7. No obstante, en lugar de prestarles atención, los del pueblo “empezaron a confiar en su propia… sabiduría, diciendo: Algunas cosas [los creyentes] pudieron haber adivinado acertadamente… mas he aquí… No es razonable que venga tal ser como un Cristo…”8.

En aquellos días, como en los nuestros, algunos antagonistas, llamados anticristos, convencieron a otras personas que no había necesidad de un Salvador ni de la Expiación. Cuando la profecía de Samuel por fin se cumplió, y hubo “un día y una noche y un día, como si fuera un solo día”9, ¡cuánto gozo debe de haber llenado el corazón de los que habían creído a los profetas! “Y habían acontecido, sí, todas las cosas, toda partícula, según las palabras de los profetas. Y aconteció también que apareció una nueva estrella, de acuerdo con la palabra”10.

Los que creyeron las palabras de los profetas reconocieron al Salvador durante Su vida y Su ministerio y tuvieron la bendición de seguirlo. Pero a veces aun la fe de los seguidores más devotos se puso a prueba. Después de la crucifixión, Tomás oyó a sus hermanos testificar que el Salvador se había levantado del sepulcro. Sin embargo, en lugar de creerles, Tomás dijo: “Si no viere… no creeré”11. Más adelante, al buen apóstol se le brindó la oportunidad de tocar las marcas de los clavos en las manos del Salvador, y exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!”12 El Salvador entonces le enseñó amorosamente, así como Él nos ha enseñado a todos nosotros, lo que significa tener fe: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”13.

Los creyentes del continente americano enfrentaron pruebas similares de su fe. Tal como Samuel había profetizado, hubo “truenos y relámpagos”14, y la oscuridad cubrió “la superficie de esta tierra durante tres días”15. Pero “los que recibieron a los profetas y no los apedrearon”16 no tuvieron miedo ni huyeron, sino que reconocieron que “se había dado la señal tocante a [la] muerte” del Salvador17 y se reunieron maravillados alrededor del templo. Allí, Él apareció ante ellos, diciéndoles:

“He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.

“…he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo,

“…Y sucedió que cuando Jesucristo hubo hablado estas palabras, toda la multitud cayó al suelo; pues recordaron que se había profetizado entre ellos que Cristo se les manifestaría después de su ascensión al cielo”18.

Hermanos y hermanas, las profecías de la primera venida de Cristo se cumplieron, “toda partícula” de ellas. Como resultado, hay muchas personas por todo el mundo que creen que el Salvador en verdad vino y que vivió en el meridiano de los tiempos. ¡Pero todavía quedan muchas profecías por cumplirse! En ésta y en otras conferencias, escuchamos a los profetas actuales cuando profetizan y testifican de la segunda venida de Cristo; también testifican de las señales y los prodigios que nos rodean, diciéndonos que sin duda Cristo vendrá otra vez. ¿Optamos por creer en sus palabras? O, a pesar de sus testimonios y advertencias, ¿estamos en espera de la evidencia? ¿Andamos “en tinieblas al mediodía”19, rehusando ver a la luz de la profecía moderna y negando que la Luz del Mundo volverá a gobernar y reinar entre nosotros?

A lo largo de mi vida, he conocido muchas personas buenas y generosas que se adhieren a los valores cristianos; sin embargo, a algunas les falta la fe de que Él vive, que es el Salvador del mundo y que Su Iglesia ha sido restaurada en la tierra. Debido a que no creen en las palabras de los profetas, se pierden el gozo del Evangelio y de sus ordenanzas salvadoras.

Tengo un querido amigo que un día, no hace mucho, en un momento de afecto fraternal, me preguntó: “Élder Hales, deseo creer, siempre lo he deseado, ¿pero cómo lo logro?”. Esta mañana quiero contestar esa pregunta.

El apóstol Pablo escribió esto a los Romanos: “…la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”20. El hecho mismo de que ustedes estén mirando, escuchando o leyendo el desarrollo de esta conferencia significa que están oyendo la palabra de Dios. El primer paso hacia la fe en el Señor Jesucristo es dejar que la palabra de Él —dicha por boca de Sus siervos, los profetas— penetre en su corazón. Pero no basta con dejar que esas palabras le pasen por encima, como si sólo oírlas pudiera transformarlo; debemos hacer algo de nuestra parte, o, como el Salvador mismo dijo: “El que tiene oídos para oír, oiga”21. En otras palabras, el oír exige un esfuerzo activo. “La fe sin obras está muerta”22. Significa tomar en serio lo que se nos enseña, considerarlo cuidadosamente, estudiarlo con atención. Como aprendió el profeta Enós, significa dejar que el testimonio que otras personas tengan del Evangelio nos penetre el “corazón profundamente”23. Repasemos algunos de los elementos de la experiencia profunda y promovedora de fe que tuvo Enós:

Primero, él había oído las verdades del Evangelio de boca de su padre, tal como ustedes las oyen en sus familias y en esta conferencia. Segundo, dejó que las enseñanzas del padre sobre “la vida eterna y el gozo de los santos”24 le penetraran profundamente el corazón. Tercero, se llenó de deseos de saber él mismo si esas enseñanzas eran verdaderas y en qué posición se encontraba ante su Hacedor. Sus palabras fueron: “Y mi alma tuvo hambre…”25. Por ese intenso apetito espiritual, Enós se hizo merecedor del cumplimiento de esta promesa del Salvador: “…bienaventurados son todos los que padecen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo”26. Cuarto, Enós obedeció los mandamientos de Dios, lo cual le dio el poder de ser receptivo al Espíritu del Espíritu Santo. Quinto, Enós escribe: “…me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos”27. No fue fácil. La fe no le vino al instante. De hecho, él describió su experiencia en la oración como una “lucha que [tuvo] ante Dios”28. Pero recibió la fe. Por el poder del Espíritu Santo, recibió su propio testimonio.

No podemos tener una fe como la de Enós sin nuestra propia lucha ante Dios en la oración. Testifico que la recompensa vale la pena el esfuerzo. Recuerden este modelo: (1) Oír la palabra de Dios, hablada y escrita por Sus siervos; (2) dejar que esa palabra les penetre profundamente el corazón; (3) sentir hambre de rectitud en el alma; (4) seguir con obediencia las leyes, las ordenanzas y los convenios del Evangelio; y (5) levantar la voz en potente oración y súplica, pidiendo con fe saber que Jesucristo es nuestro Salvador. Les prometo que si lo hacen sincera e incesantemente, estas palabras de Cristo a Sus discípulos se cumplirán para ustedes: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”29.

Una vez que comenzamos a tener fe en Jesús, nuestro Padre Celestial permite que nuestra fe se fortalezca. Esto ocurre de muchas formas, incluso mediante la experiencia con la adversidad. Una conocida mía me escribió hace poco:

“Perdimos un nietecito de dos años y medio por la leucemia… Mis hijos todavía no han sacado su pequeña cama, y pronto hará siete años de su muerte. Es difícil tener fe. Perdí a un amigo de sesenta y nueve años. En diez años tuvo tres tipos de cáncer, y dos veces quedaron en remisión. Primero, lo encontraron en los riñones, después en el cerebro y por último en los pulmones. Ya no pudo luchar más. Hizo todo lo humanamente posible, y hace seis años halló la fe… pero eso no le dio ni un día extra; así que supongo que es difícil creer”.

Esta súplica que se me hizo por fe, la contesté como sigue: “Su relato de la pérdida de su nieto debido a la leucemia me conmovió. Espero que usted y sus hijos encuentren paz al buscar las respuestas al propósito de la vida. Nuestra fe se consigue por medio de la oración, con un sincero deseo de acercarnos a Dios y confiar en que Él lleve nuestras cargas y dé respuesta a los misterios inexplicables del propósito de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos en esta tierra como seres mortales? ¿Y a dónde vamos después de nuestra jornada terrenal? Su pequeñito está bien, porque murió antes de la edad de responsabilidad, los ocho años, y está en la presencia de Dios. Busque la fe, y que las bendiciones de Dios la acompañen.”

Es interesante el hecho de que el que sufre obtiene fe mediante el sufrimiento y acepta la voluntad de Dios; “hágase tu voluntad”30, dice, mientras que a los familiares y a las personas que lo cuidan les es difícil aceptar el trágico final y ser capaces de fortalecer su fe con la experiencia. No podemos medir la fe por “un día extra”.

Cuando nos llegan las dificultades de la vida terrenal, y nos llegan a todos, puede ser “difícil tener fe” y “difícil creer”. En esos momentos, sólo la fe en el Señor Jesucristo y en Su expiación puede brindarnos paz, esperanza y comprensión. Solamente la fe en que Él sufrió por nosotros nos dará la fortaleza para perseverar hasta el fin. Cuando obtenemos esa fe, experimentamos un potente cambio de corazón, y, como Enós, nos fortalecemos y empezamos a desear el bienestar de nuestros hermanos. Oramos por ellos, para que ellos también se eleven y se fortalezcan por medio de la fe en la expiación de nuestro Salvador Jesucristo.

Consideremos algunos de esos testimonios proféticos de los efectos que la Expiación tiene en nosotros. Al hacerlo, les pido que dejen que penetren profundamente en su corazón y satisfagan cualquier hambre y sed que haya en su alma.

“Y en ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio… para que así como has caído puedas ser redimido”31.

Y “el Señor se le mostró [al hermano de Jared], y dijo: …He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre…”32.

Abinadí testificó: “Quisiera que entendieseis que Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo… Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto… [dándole] poder para interceder por los hijos de los hombres… habiéndolos redimido y satisfecho las exigencias de la justicia”33.

Y finalmente, está José Smith. Cuando era un muchacho de catorce años, ejerció una fe firme y siguió el consejo del profeta Santiago de “pedir a Dios”34. Debido al llamamiento profético de José, Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron ante él y le dieron instrucciones. ¡Qué gloriosa fue esa Primera Visión para el primer Profeta de esta última dispensación! Dieciséis años después, en el Templo de Kirtland, el Salvador visitó otra vez a José y él testificó así: “Vimos al Señor… y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía: Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre”35.

A mi querido amigo y a todas las almas que tienen hambre de fe, los invito “a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles”36. Dejen que el testimonio de éstos de que el Salvador dio su vida por ustedes se hunda profundamente en su corazón. Procuren con sus oraciones obtener un testimonio de la verdad por medio del Espíritu Santo; y vean luego cómo se fortalece su fe al enfrentar con ánimo las dificultades de esta vida terrenal y prepararse para la vida eterna.

Jesucristo en verdad vino. Él realmente existió. Y Él vendrá otra vez. Esto lo sé y doy mi testimonio especial en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Artículos de Fe 1:4.

  2. Hebreos 11:1.

  3. D. y C. 46:13–14; cursiva agregada.

  4. Véase Helamán 14:3.

  5. Helamán 16:14.

  6. Helamán 16:15.

  7. Helamán 16:4.

  8. Helamán 16:15–16, 18.

  9. Helamán 14:4.

  10. 3 Nefi 1:20–21.

  11. Juan 20:25.

  12. Juan 20:28.

  13. Juan 20:29.

  14. Helamán 14:21.

  15. Helamán 14:27.

  16. 3 Nefi 10:12.

  17. 3 Nefi 11:2.

  18. 3 Nefi 11:10–12.

  19. D. y C. 95:6.

  20. Romanos 10:17.

  21. Mateo 11:15.

  22. Santiago 2:26.

  23. Enós 1:3.

  24. Enós 1:3.

  25. Enós 1:4.

  26. 3 Nefi 12:6.

  27. Enós 1:4.

  28. Enós 1:2.

  29. Mateo 7:7.

  30. Mateo 26:42.

  31. Moisés 5:9.

  32. Éter 3:13–14.

  33. Mosíah 15:1, 7–9.

  34. Santiago 1:5.

  35. D. y C. 110:2–4.

  36. Éter 12:41.