2010–2019
El deseo
Abril 2011


2:3

El deseo

A fin de lograr nuestro destino eterno, desearemos las cualidades que se requieran para convertirnos en un ser eterno y trabajaremos para obtenerlas.

He decidido hablar sobre la importancia del deseo. Espero que cada uno de nosotros examine su corazón para determinar lo que realmente desea y cómo clasifica sus deseos más importantes.

Los deseos dictan nuestras prioridades, las prioridades afectan nuestras decisiones y las decisiones determinan nuestras acciones. Los deseos sobre los que actuamos determinan las cosas que cambiamos, lo que logramos y lo que llegamos a ser.

Primero hablo sobre algunos deseos comunes. Como seres mortales, tenemos necesidades físicas básicas. Los deseos que satisfacen estas necesidades compelen nuestras decisiones y determinan nuestras acciones. Tres ejemplos demostrarán cómo anulamos esos deseos con otros deseos que consideramos más importantes.

Primero, la comida. Tenemos la necesidad básica de la comida, pero por un tiempo ese deseo puede superarse por un deseo más fuerte de ayunar.

Segundo, un techo. Como jovencito de 12 años, me resistía al deseo de refugiarme bajo un techo porque tenía un deseo mayor de cumplir con el requisito de escultismo de pasar una noche en el bosque. Yo era uno de los tantos jovencitos que dejaba las cómodas tiendas o carpas y hallaba el modo de construir un refugio y preparaba una cama primitiva de los materiales naturales que podíamos hallar.

Tercero, el dormir. Incluso este deseo básico puede anularse por un deseo aún más importante. Como joven soldado de la Guardia Nacional de Utah, aprendí un ejemplo de ello de un oficial experto en combate.

En los primeros meses de la Guerra de Corea se llamó al servicio activo a una batería de artillería de campaña de Richfield, de la Guardia Nacional de Utah. El grupo de artillería, comandado por el capitán Ray Cox constaba de unos 40 hombres mormones. Después de entrenamiento adicional y con soldados de reserva de otros lugares como refuerzo, se los envió a Corea, donde participaron en algunos de los combates más feroces de esa guerra. En una batalla, tuvieron que rechazar un asalto directo hecho por cientos de soldados de la infantería enemiga, la clase de ataque que había anulado y destruido a otros grupos de artillería de campaña.

¿Qué tiene que ver eso con el superar nuestro deseo de dormir? Durante una noche crucial, cuando la infantería enemiga había atravesado el frente y llegado a la retaguardia que estaba en manos de la artillería, el capitán hizo que las líneas telefónicas se conectaran con su tienda de campaña y ordenó que los numerosos guardias que cuidaban el perímetro lo llamaran a cada hora, en punto, a lo largo de toda la noche. Eso mantuvo a sus guardias despiertos, pero también significó que el sueño del capitán Cox se interrumpió una y otra vez. “¿Cómo lo hizo?”, le pregunté. Su respuesta demuestra el poder de un deseo abrumador:

“Sabía que si alguna vez regresábamos a casa, me encontraría con los padres de esos muchachos en las calles de nuestro pequeño pueblo y no quería tener que enfrentar a ninguno de ellos si sus hijos no regresaban a casa por algo en lo que yo hubiese fallado como su comandante”1.

¡Qué ejemplo del poder que significa un deseo abrumador en cuanto a prioridades y acciones! ¡Qué ejemplo tan poderoso para todos nosotros, que somos responsables por el bienestar de otras personas: padres, líderes y maestros de la Iglesia!

Para concluir esa ilustración, temprano en la mañana que siguió a esa noche de insomnio, el capitán Cox guió a sus hombres en una contraofensiva sobre la infantería enemiga; tomaron 800 prisioneros y sólo tuvieron dos heridos. Al capitán Cox se lo condecoró por su valentía, y a su batería se la condecoró con la Unidad con Mención Presidencial por su extraordinario heroísmo y, como los guerreros de Helamán (véase Alma 57:25–26) todos regresaron a casa2.

El Libro de Mormón contiene muchas enseñanzas sobre la importancia del deseo.

Después de muchas horas de luchar con el Señor, se le dijo a Enós que sus pecados le eran perdonados. Entonces, él “empe[zó] a anhelar” el bienestar de sus hermanos (Enos 1:9); él escribió: “Y… después que hube orado y me hube afanado con toda diligencia, me dijo el Señor: Por tu fe, te concederé conforme a tus deseos” (versículo 12). Fíjense en los tres factores esenciales que precedieron la bendición prometida: deseo, labor y fe.

En su sermón sobre la fe, Alma enseña que la fe puede comenzar aunque “más no sea [con un] deseo de creer” si “dejamos que este deseo obre en [nosotros]” (Alma 32:27).

Otra gran enseñanza sobre el deseo, especialmente sobre lo que debería ser nuestro mayor deseo, ocurre cuando el misionero Aarón le enseñó al rey lamanita. Cuando las enseñanzas de Aarón captaron su interés, el rey preguntó: “¿Qué haré para nacer de Dios…” y “…lograr esa vida eterna?” (Alma 42:15). Aarón contestó: “…si tú deseas esto… si te arrepientes de todos tus pecados, y te postras ante Dios e invocas con fe su nombre, creyendo que recibirás, entonces obtendrás la esperanza que deseas” (versículo 16).

El rey así lo hizo y en una oración potente declaró: “…abandonaré todos mis pecados para conocerte …y [ser] salvo en el postrer día” (versículo18). Con ese compromiso y esa determinación de su mayor deseo, su oración fue contestada de manera milagrosa.

El profeta Alma tuvo un gran deseo de proclamar el arrepentimiento a todo pueblo, pero finalmente entendió que él no debía desear el poder persuasivo que eso requeriría porque, concluyó él: “…un Dios justo…. concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida” (Alma 29:4). De modo similar, en la revelación moderna el Señor declara que Él “…[juzgará] a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:9).

¿Estamos realmente preparados para que nuestro Juez Eterno dé esta enorme importancia a lo que realmente deseamos?

Muchos pasajes de las Escrituras hablan sobre lo que deseamos en términos de lo que buscamos. “El que temprano me busca, me hallará, y no será abandonado” (D. y C. 88:83); “…buscad diligentemente los mejores dones” (D. y C. 46:8); “…el que con diligencia busca, hallará” (1 Nefi 10:19). “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá” (D. y C. 88:63).

Reacomodar nuestros deseos para dar la más alta prioridad a las cosas de la eternidad no es fácil. Todos somos tentados a desear ese cuarteto mundanal de propiedades, prominencia, orgullo y poder. Tal vez los deseemos, pero no debemos establecerlos como nuestras más altas prioridades.

Aquellos cuyos deseos más elevados son adquirir posesiones caen en la trampa del materialismo. No escuchan la advertencia: “No busques las riquezas ni las vanidades de este mundo…” (Alma 39:14; véase también Jacob 2:18).

Aquellos que deseen prominencia o poder deberán seguir el ejemplo del valiente capitán Moroni, cuyo servicio no fue por “poder” ni por los “honores del mundo” (Alma 60:36).

¿Cómo nacen nuestros deseos? Muy pocos tendrán el tipo de crisis que motivó a Aron Ralston3, pero su experiencia proporciona una lección valiosa sobre cómo nacen los deseos. Mientras Ralston caminaba en un remoto cañón del sur de Utah, una roca de unos 365 kilos se deslizó y atrapó su brazo derecho. Durante cinco solitarios días luchó por librarse. Cuando estaba a punto de darse por vencido y aceptar la muerte, tuvo una visión de un niño de 3 años que corría hacia él y a quien levantaba con su brazo izquierdo. Considerando eso una visión de su futuro hijo y la seguridad de que aún podría vivir, Ralston se armó de valor para tomar la medida drástica que salvaría su vida antes de quedarse sin fuerzas: quebró los dos huesos de su brazo derecho atrapado y después utilizó la navaja multiuso que tenía en la mano para cortárselo. Después, sacó fuerzas para caminar 8 kilómetros para pedir ayuda4. ¡Qué ejemplo del poder que tiene un deseo abrumador! Cuando tenemos una visión de lo que podemos llegar a ser, nuestro deseo y nuestro poder para actuar aumentan enormemente.

La mayoría de nosotros nunca afrontaremos tan extrema crisis, pero todos afrontamos trampas potenciales que impedirán el progreso hacia nuestro destino eterno. Si nuestros deseos rectos son lo suficientemente intensos, nos motivarán a cortar y a librarnos de adicciones, y de otras presiones pecaminosas y prioridades que impiden nuestro progreso eterno.

Debemos recordar que nuestros deseos rectos no pueden ser superficiales, impulsivos ni temporales. Tienen que ser sinceros, inquebrantables y permanentes; motivados de ese modo, procuraremos la condición descrita por el profeta José Smith, hasta “vencer lo malo de [nuestra vida] y [perder] todo deseo de pecar”5. Ésa es una decisión muy personal. Como el élder Neal A. Maxwell dijo:

“[Cuando] se describe a las personas como que ‘han perdido el deseo de pecar’, son ellas y solamente ellas quienes han decidido dejar en forma deliberada esos malos deseos al tener la voluntad de ‘abandonar todos [sus] pecados para llegar a conocer a Dios”.

“Por lo tanto, todo eso que deseamos insistentemente, con el tiempo, es lo que finalmente llegaremos a ser y lo que recibiremos en la eternidad”6.

Aun con lo importante que es perder todo el deseo de pecar, la vida eterna requiere más. A fin de lograr nuestro destino eterno, desearemos las cualidades que se requieran para convertirnos en un ser eterno y trabajaremos para obtenerlas. Por ejemplo, los seres eternos perdonan a todos los que les han hecho daño; ellos ponen el bienestar de los demás por delante de sí mismos; y aman a todos los hijos de Dios. Si eso parece demasiado difícil, y en verdad no es fácil para ninguno de nosotros, entonces debemos comenzar con un deseo de tener dichas cualidades e implorar a nuestro amado Padre Celestial ayuda en cuanto a nuestros sentimientos. El Libro de Mormón nos enseña que debemos “… [pedir] al Padre con toda la energía de nuestros corazones, que [seamos] llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo” (Moroni 7:48).

Termino con un ejemplo final de un deseo que debería ser primordial para todos los hombres y las mujeres, los que están casados y los que están solteros. Todos debemos desear y trabajar seriamente para asegurarnos un matrimonio por la eternidad. Aquellos que ya han logrado un matrimonio en el templo deben hacer todo lo posible por conservarlo. Aquellos que estén solteros deben desear un matrimonio en el templo y realizar esfuerzos prioritarios para obtenerlo. Los jóvenes y jóvenes adultos solteros deben resistir el concepto políticamente correcto, pero eternamente falso, que desacredita la importancia de casarse y de tener hijos7.

Hombres solteros, tengan a bien considerar el reto de esta carta escrita por una hermana soltera. Ella rogaba por “las justas hijas de Dios que están sinceramente buscando una ayuda idónea digna; sin embargo, los hombres parecen estar ciegos y confundidos en cuanto a si es su responsabilidad o no buscar a esas maravillosas y escogidas hijas de nuestro Padre Celestial, cortejarlas y estar dispuestos a hacer convenios sagrados en la casa del Señor”. Ella termina: “Hay muchos jóvenes Santos de los Últimos Días que están felices de salir y divertirse, y de tener citas y pasar tiempo juntos, pero no tienen ningún deseo de establecer un compromiso con una mujer”8.

Estoy seguro de que a algunos jóvenes les gustaría que yo agregara que hay algunas señoritas cuyos deseos de un matrimonio digno y de tener hijos se encuentran muy por debajo de sus deseos de lograr una carrera u otras distinciones terrenales. Tanto los hombres como las mujeres necesitan deseos rectos que los conduzcan a la vida eterna.

Recordemos que los deseos dictan nuestras prioridades, las prioridades afectan nuestras decisiones y las decisiones determinan nuestras acciones. Además, son nuestras acciones y nuestros deseos los que hacen que lleguemos a ser algo, tanto un amigo sincero, un maestro talentoso o uno que merezca la vida eterna.

Testifico de Jesucristo, cuyo amor, cuyas enseñanzas y cuya Expiación lo hacen todo posible. Ruego que, sobre todo, deseemos llegar a ser como Él, de modo que un día podamos regresar a Su presencia para recibir la plenitud de Su gozo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Notas personales de mi entrevista con Ray Cox, Mt. Pleasant, Utah, 1 de agosto de 1985, quien confirmó lo que me dijo en Provo, Utah, alrededor de 1953.

  2. Véase Richard C. Roberts, Legacy: The History of the Utah National Guard, 2003, págs. 307–314; “Self-Propelled Task Force,” The National Guardsman, ejemplar de la revista de mayo de 1971, cubierta posterior; “Miracle at Kap Yong: The Story of the 213th” (película producida por la Universidad Southern Utah, 2002).

  3. Véase Aron Ralston, Between a Rock and a Hard Place, 2004.

  4. Aron Ralston, Between a Rock and a Hard Place, pág. 248.

  5. Véase Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 222.

  6. Véase Neal A. Maxwell, “Según nuestros deseos”, Liahona, enero de 1997, págs. 21–24.

  7. Véase Julie B. Beck, “Enseñar la doctrina de la familia”, Liahona y Ensign, marzo de 2011, págs. 32–37.

  8. Carta del 14 de septiembre de 2006.