Vencer al mundo
Vencer al mundo no es un momento decisivo en la vida, sino toda una vida de momentos que definen la eternidad.
Hace muchos años, el presidente David O. McKay compartió una hermosa experiencia que tuvo mientras navegaba hacia Samoa. Después de quedarse dormido, “en una visión [contempló] algo infinitamente sublime. Vi en la distancia”, dijo él, “una bella ciudad blanca… árboles cargados de abundante fruto… y flores perfectas por todas partes… [Un] grupo grande de personas… se acercaban a la ciudad; todos llevaban puestas túnicas blancas… De inmediato, mi atención se enfocó en el líder y, aunque solo distinguía el perfil de sus rasgos… ¡en seguida lo reconocí como mi Salvador! El… resplandor de su semblante [era] glorioso… Lo rodeaba un halo de paz que… ¡era divino!”.
El presidente McKay continúa: “… la ciudad era Suya… la Ciudad Eterna; y la gente que lo seguía iba a morar allí en paz y felicidad perpetuas”.
El presidente McKay se preguntó: “¿Quiénes son? [¿Quiénes son esas personas?]”.
Él explica lo que sucedió a continuación:
“Como si hubiera leído mis pensamientos, el Salvador respondió señalando hacia un semicírculo… por encima de ellos en el cual estaban escritas con oro estas palabras:
“‘Estos son los que han vencido al mundo,
los que ciertamente han nacido de nuevo’”.
Durante décadas he recordado las palabras: “Estos son los que han vencido al mundo”.
Las bendiciones que el Señor ha prometido a quienes venzan al mundo son grandiosas. Ellos “… será[n] vestido[s] de vestiduras blancas… y [nombrados en el] libro de la vida…”. El Señor “[confesará] su nombre delante [del] Padre y delante de sus ángeles”. Cada uno de ellos tendrá “parte en la primera resurrección”, recibirá la vida eterna y “nunca más saldrá fuera” de la presencia de Dios.
¿Es posible vencer al mundo y recibir estas bendiciones? Sí, lo es.
Amor por el Salvador
Aquellos que vencen al mundo desarrollan un amor integral por nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Su nacimiento divino, Su vida perfecta, Su expiación infinita en Getsemaní y Gólgota aseguraron la Resurrección de cada uno de nosotros; y mediante nuestro arrepentimiento sincero, únicamente Él es capaz de limpiarnos de nuestros pecados y permitirnos volver a la presencia de Dios. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”.
Jesús dijo: “… confiad; yo he vencido al mundo”.
Más tarde agregó: “… es mi voluntad que venzáis al mundo…”.
Vencer al mundo no es un momento decisivo en la vida, sino toda una vida de momentos que definen la eternidad.
Puede comenzar cuando un niño aprende a orar y canta con reverencia: “Yo trato de ser como Cristo”. Continúa a medida que una persona estudia la vida del Salvador en el Nuevo Testamento y medita el poder de la Expiación del Salvador en el Libro de Mormón.
Orar, arrepentirnos, seguir al Salvador y recibir Su gracia nos ayuda a comprender mejor por qué estamos aquí y quiénes debemos llegar a ser.
Alma lo describió de la siguiente manera: “… en sus corazones también se [efectúa] un potente cambio; y se [humillan], y [ponen] su confianza en el Dios verdadero y viviente… [siendo] fieles hasta el fin…”.
Aquellos que vencen al mundo saben que deberán responder ante su Padre Celestial. El cambiar sinceramente y arrepentirnos de nuestros pecados no nos refrena sino que nos libera a medida que los “… pecados [que son] como la grana, como la nieve [son] emblanquecidos…”.
Responsabilidad ante Dios
A quienes son del mundo les cuesta asumir su responsabilidad ante Dios, tal como el joven que hace una fiesta en la casa de sus padres mientras ellos no están, disfruta el bullicio y se niega a pensar en las consecuencias cuando los padres regresen 24 horas después.
Al mundo le interesa más satisfacer al hombre natural que dominarlo.
Vencer al mundo no es una invasión mundial sino una batalla personal y privada que requiere un combate mano a mano con nuestros propios enemigos internos.
Vencer al mundo significa atesorar el principal mandamiento: “Amarás, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas…”.
El escritor cristiano C. S. Lewis lo describió de esta manera: “Cristo dice: ‘Dame todo. No quiero tanto de tu tiempo ni tanto de tu dinero ni tanto de tu trabajo: te quiero a ti’”.
Vencer al mundo es cumplir nuestras promesas a Dios: nuestro bautismo, nuestros convenios del templo y nuestro juramento de fidelidad a nuestra compañera o compañero eternos. Vencer al mundo nos conduce humildemente a la mesa sacramental cada semana, donde pedimos perdón y prometemos “… recordarle siempre, y… guardar sus mandamientos… para que siempre [podamos] tener su Espíritu [con nosotros]”.
Nuestro amor por el día de reposo no termina cuando las puertas del salón sacramental se cierran detrás de nosotros, sino que abre las puertas a un hermoso día de descanso, estudio, oración y ayuda a familiares y otras personas que necesiten nuestra atención. En vez de dar un suspiro de alivio cuando terminan las reuniones de la Iglesia, corriendo frenéticamente en busca de un televisor antes de que comience el partido de fútbol, centrémonos en el Salvador y en Su día santo.
El mundo se deja arrastrar incesantemente por un torrente de voces tentadoras y seductoras.
Vencer al mundo es confiar en la única voz que advierte, consuela, ilumina y da paz “no… como el mundo la da”.
Desinterés
Vencer al mundo significa enfocarnos en los demás, recordando el segundo mandamiento: “ El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo”. La felicidad de nuestro cónyuge es más importante que nuestro propio placer. Ayudar a nuestros hijos a amar a Dios y guardar Sus mandamientos es una prioridad absoluta. Compartimos de buena gana nuestras bendiciones materiales mediante el diezmo, las ofrendas de ayuno y el dar a los necesitados; y mientras nuestra antena espiritual apunte hacia el cielo, el Señor nos guía hacia quienes necesitan nuestra ayuda.
El mundo edifica el universo alrededor suyo, proclamando con orgullo: “¡Miren cuánto tengo comparado con mi prójimo! ¡Miren lo que es mío! ¡Miren lo importante que soy!”.
El mundo se irrita fácilmente, es indiferente y exigente, y ama las alabanzas de la multitud, mientras que vencer al mundo produce humildad, empatía, paciencia y compasión por aquellos que son diferentes a nosotros.
Seguridad en los profetas
Vencer al mundo siempre significará que este ridiculizará algunas de nuestras creencias. El Salvador dijo:
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
“Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo”.
El presidente Russell M. Nelson dijo esta mañana: “Los discípulos verdaderos de Jesucristo están dispuestos a destacarse, defender sus principios y ser diferentes a la gente del mundo”.
Un discípulo de Cristo no se alarma si un comentario sobre su fe no recibe 1.000 “Me gusta” o siquiera algunos emoticones amigables.
Vencer al mundo es preocuparse menos por nuestros vínculos en internet y más por nuestro vínculo celestial con Dios.
El Señor nos da seguridad a medida que damos oído a la guía de Sus amados profetas y apóstoles.
El presidente Thomas S. Monson ha dicho: “El mundo puede ser un lugar… desafiante… [Al ir al templo] seremos más capaces de soportar toda prueba y superar cada tentación… seremos renovados y fortalecidos”.
Con cada vez más tentaciones, distracciones y distorsiones, el mundo trata de engañar a los fieles para que desechen las profundas experiencias espirituales de su pasado, redefiniéndolas como engaños insensatos.
Vencer al mundo es recordar, aun cuando estemos desanimados, los momentos en que hemos sentido el amor y la luz del Salvador. El élder Neal A. Maxwell explicó una de esas experiencias de esta manera: “Yo había sido bendecido, y sabía que Dios sabía que yo sabía que había sido bendecido”. Aunque por un momento tal vez nos sintamos olvidados, nosotros no nos olvidamos.
Vencer al mundo no significa vivir aislados, protegidos de la injusticia y las dificultades de la vida terrenal. Más bien, amplía la visión más extensa de la fe y nos acerca al Salvador y Sus promesas.
Aunque la perfección no es completa en esta vida, vencer al mundo mantiene encendida nuestra esperanza de que algún día “[estaremos] delante de [nuestro Redentor]; [y veremos] su faz con placer…” y escucharemos Su voz: “… Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros…”.
El ejemplo del élder Bruce D. Porter
El 28 de diciembre pasado, nuestro querido amigo y estimada Autoridad General, el élder Bruce D. Porter, terminó su vida terrenal. Tenía 64 años.
Conocí a Bruce cuando éramos alumnos de la Universidad Brigham Young. Él era uno de los mejores y más inteligentes. Después de recibir un doctorado de la Universidad de Harvard, con énfasis en asuntos rusos, Bruce alcanzó, por medio de su pensamiento y sus publicaciones, un protagonismo que podría haberlo desviado, pero la riqueza y la alabanza del mundo nunca nublaron su vista. Su lealtad era para con su Salvador Jesucristo, su compañera eterna, Susan, sus hijos y sus nietos.
Bruce nació con un defecto en los riñones. Se sometió a una operación, pero con el tiempo sus riñones siguieron empeorando.
Poco después de que Bruce fue llamado como Autoridad General en 1995, prestamos servicio junto con nuestras familias en Frankfurt, Alemania, donde su labor se centró en Rusia y Europa Oriental.
La vida del élder Porter cambió drásticamente en 1997, cuando el funcionamiento de sus riñones y su salud comenzaron a fallar. La familia Porter regresó a Salt Lake City.
Durante sus 22 años de servicio en los Setenta, Bruce fue hospitalizado varias veces, entre ellas 10 operaciones. En dos ocasiones los médicos le dijeron a Susan que él no sobreviviría la noche, pero lo hizo.
Durante más de doce años de su servicio como Autoridad General, Bruce se sometió a diálisis para que se le limpiara la sangre. Durante gran parte de ese tiempo, la diálisis le consumía cinco tardes a la semana, cuatro horas cada tratamiento, a fin de que pudiera servir en su llamamiento durante el día y aceptar asignaciones de conferencias los fines de semana. Cuando su salud no mejoró, después de varias bendiciones del sacerdocio, Bruce quedó desconcertado, pero sabía en quién confiaba.
En 2010 Bruce recibió un riñón de su hijo David; esta vez su cuerpo no rechazó el trasplante. Fue un milagro que renovó su salud y con el tiempo permitió que él y Susan regresaran a su amada Rusia, sirviendo él en la Presidencia de Área.
El 26 de diciembre del año pasado, después de luchar contra continuas infecciones en un hospital de Salt Lake City, le pidió a los médicos que abandonaran el cuarto. Bruce le dijo a Susan “que él sabía por el Espíritu que no había nada que los médicos pudieran hacer para salvarle la vida. Él sabía… que el Padre Celestial lo llevaría a casa. Estaba lleno de paz”.
El 28 de diciembre Bruce regresó a su casa. Unas horas después, rodeado por sus seres queridos, regresó tranquilamente a su hogar celestial.
Hace años, Bruce Porter escribió estas palabras a sus hijos:
“El testimonio que poseo de la realidad y el amor de Jesucristo ha sido la brújula de mi vida… [Es] un testimonio puro y ardiente del Espíritu de que Él vive, que Él es mi Redentor y Amigo en cada momento de necesidad…”.
“Nuestro desafío… es llegar a conocer [al Salvador] y, mediante la fe en Él, vencer las pruebas y tentaciones de este mundo”
“Seamos fieles y verídicos, y confiemos en Él”
Bruce Douglas Porter venció al mundo.
Ruego que cada uno de nosotros se esfuerce un poco más por vencer al mundo, sin justificar las ofensas graves pero sí siendo paciente con los pequeños errores y caídas, apresurando el paso con fervor y ayudando a los demás con generosidad. Al confiar más plenamente en el Salvador, les prometo las bendiciones de más paz en esta vida y una mayor seguridad de su destino divino, en el nombre de Jesucristo. Amén.