2010–2019
La hermosura de la santidad
Abril de 2017


12:12

La hermosura de la santidad

Nuestro Padre Celestial nos ha proporcionado todo lo que se requiere para que podamos llegar a ser santos como Él es santo.

Queridas hermanas, al prepararme para esta reunión, mi corazón se ha volcado hacia las muchas hermanas fieles que he conocido, tanto lejos como cerca. Para mí, se les describe de la mejor manera en un salmo de agradecimiento del rey David: “Tributad a Jehová la gloria debida a su nombre; traed ofrenda y venid delante de él; postraos delante de Jehová en la hermosura de la santidad”.

Veo la hermosura de la santidad en las hermanas cuyo corazón se centra en todo lo que es bueno, que desean llegar a ser más como el Salvador. Ofrecen toda su alma, corazón, mente y fuerza al Señor en la forma en que viven cada día. La santidad proviene del esfuerzo y la lucha por guardar los mandamientos y honrar los convenios que hemos hecho con Dios; la santidad es tomar decisiones que mantendrán al Espíritu Santo como nuestro guía; la santidad es dejar de lado nuestras tendencias naturales y llegar a ser santo por medio de la expiación de Cristo nuestro Señor. “Todo momento de [nuestra] vida debe ser de santidad al Señor”.

El Dios de los cielos mandó a los hijos de Israel: “Porque yo soy Jehová, vuestro Dios; vosotros, por tanto, os santificaréis y seréis santos, porque yo soy santo. Así que no contaminéis vuestras personas”.

El élder D. Todd Christofferson ha enseñado: “Nuestro Padre Celestial es un Dios de altas expectativas… Él se propone hacernos santos para que podamos ‘soportar una gloria celestial’ (D. y C. 88:22) y ‘morar en su presencia’ (Moisés 6:57)”. Lectures on Faith [Discursos sobre la fe] explica: “Ningún ser puede disfrutar Su gloria sin poseer Sus perfecciones y santidad”. Nuestro Padre Celestial nos conoce; Él nos ama y nos ha proporcionado todo lo que se requiere para que podamos llegar a ser santos como Él es santo.

Somos hijas del Padre Celestial, y cada una de nosotras tiene una herencia divina de santidad. Nuestro Padre Celestial ha declarado: “He aquí, yo soy Dios; Hombre de Santidad es mi nombre”. En el mundo preterrenal, amábamos a nuestro Padre y lo adorábamos; deseábamos ser como Él. Como resultado de Su perfecto amor paternal, dio a Su Hijo Amado, Jesucristo, para que fuera nuestro Salvador y Redentor. Él es el Hijo del Hombre de Santidad. Su “nombre es el Santo”,, “el Santo de Israel”.

Nuestra esperanza de lograr la santidad se centra en Cristo, en Su misericordia y Su gracia. Con fe en Jesucristo y en Su expiación, podemos llegar a ser limpias, sin mancha, cuando nos abstenemos de toda impiedad y nos arrepentimos sinceramente. Somos bautizadas por agua para la remisión de pecados, y nuestra alma se santifica cuando recibimos el Espíritu Santo con un corazón sincero. Cada semana participamos en la ordenanza de la Santa Cena. Con espíritu de arrepentimiento y con un deseo sincero de rectitud, hacemos convenio de que estamos dispuestas a tomar sobre nosotras el nombre de Cristo, recordarle y guardar Sus mandamientos para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros. Con el paso del tiempo, al esforzarnos a llegar a ser uno con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, llegamos a ser partícipes de Su naturaleza divina.

La santidad es guardar nuestros convenios

Reconocemos la infinidad de pruebas, tentaciones y tribulaciones que pudieran alejarnos de todo lo que es virtuoso y digno de alabanza ante Dios; sin embargo, nuestras experiencias terrenales nos ofrecen la oportunidad de elegir la santidad. La mayoría de las veces son los sacrificios que hacemos para guardar nuestros convenios que nos santifican y hacen que seamos santas.

Evangeline, una mujer joven de Ghana

Vi santidad en el semblante de Evangeline, una joven de trece años de Ghana. Una de las formas en que guarda sus convenios es al magnificar su llamamiento como presidenta de la clase de Abejitas. Con humildad explicó que ella va a la casa de sus amigas, las mujeres jóvenes menos activas, para hablar con sus padres a fin de que les permitan asistir a la Iglesia. Los padres le dicen que es difícil porque los domingos los hijos deben hacer quehaceres domésticos, de modo que Evangeline va y ayuda con los quehaceres, y por medio de sus esfuerzos a sus amigas a menudo se les permite ir a la Iglesia.

Si guardamos los convenios correspondientes, las sagradas ordenanzas del sacerdocio nos cambiarán, santificarán y prepararán para entrar en la presencia del Señor. Llevamos las cargas los unos de los otros; nos fortalecemos mutuamente. Retenemos la remisión de pecados cuando damos alivio espiritual y temporal al pobre, al hambriento, al desnudo y al enfermo. Nos mantenemos sin mancha del mundo cuando guardamos el día de reposo y recibimos la Santa Cena en el día santo del Señor.

Bendecimos a nuestras familias y hacemos nuestros hogares lugares santos.Refrenamos nuestras pasiones para que podamos estar llenas de un amor puro y perdurable; extendemos la mano a los demás con bondad y compasión, y somos testigos de Dios; llegamos a ser un pueblo de Sion, de un solo corazón y voluntad, un pueblo puro que vive en unidad y rectitud. “Porque Sion debe aumentar en belleza y santidad”.

Hermanas, vayan al templo Si hemos de ser un pueblo santo preparado para recibir al Salvador en Su venida, debemos levantarnos y vestir nuestras ropas hermosas. Con fortaleza y honor, abandonamos los caminos del mundo y guardamos nuestros convenios para que podamos estar “[vestidas] de pureza, sí, con el manto de rectitud”.

La santidad es tomar al Espíritu Santo como nuestro guía.

La santidad es un don del Espíritu. Aceptamos ese don cuando decidimos hacer aquello que aumente el poder santificador del Espíritu Santo en nuestra vida.

María escuchó las palabras del Salvador

Cuando Marta recibió a Jesucristo en su casa, sintió un gran deseo de servir al Señor de la mejor manera posible. Su hermana María decidió sentarse “a los pies de Jesús” y escuchar Su palabra. Cuando Marta se sintió agobiada por servir sin recibir ayuda, se quejó con el Salvador: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola?”.

Me encantan las palabras de la reprimenda más moderada que pudiera imaginar. Con amor perfecto y compasión infinita, el Salvador amonestó:

“Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.

Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

Hermanas, si hemos de ser santas, debemos aprender a sentarnos a los pies del Santo de Israel y dar tiempo a la santidad. ¿Dejamos a un lado el teléfono, la lista interminable de cosas por hacer y los afanes de lo mundano? La oración, el estudio y el seguir la palabra de Dios invita Su amor purificador y sanador a entrar en nuestras almas. Dediquemos tiempo a ser santas para que seamos llenas de Su sagrado Espíritu santificador. Con el Espíritu Santo como nuestro guía, estaremos preparadas para recibir al Salvador en la hermosura de la santidad.

La santidad es llegar a ser santo mediante la expiación de Jesucristo

De acuerdo con las palabras inspiradas del rey Benjamín, los que llegan a ser santos mediante la expiación de Jesucristo son los que son sumisos, mansos, humildes, pacientes y llenos de amor, como es el Salvador. Él profetizó que Jesucristo, “el Señor Omnipotente que reina, que era y que es de eternidad en eternidad, descenderá del cielo entre los hijos de los hombres; y morará en un tabernáculo de barro”. Vino a bendecir al enfermo, al cojo, al sordo, al ciego, y a levantar a la vida a los que habían muerto; y sin embargo, sufrió “más de lo que el hombre puede sufrir sin morir”. Y aun cuando Él es el único mediante el cual viene la salvación, se burlaron de él, lo azotaron y crucificaron; pero el Hijo de Dios se levantó del sepulcro a fin de que todos podamos vencer la muerte. Es Él quien se presentará para juzgar al mundo en rectitud; Él es quien nos redimirá a todos; Él es el Santo de Israel. Jesucristo es la hermosura de la santidad.

Cuando el pueblo del rey Benjamín escuchó sus palabras, cayeron a tierra, tan grande era su humildad y reverencia por la gracia y la gloria de nuestro Dios. Reconocieron su estado carnal. ¿Nos damos cuenta de que dependemos totalmente de la gracia y la misericordia de Cristo, nuestro Señor? ¿Reconocemos que todo buen don, temporal y espiritual, viene a nosotros por medio de Cristo? ¿Recordamos que de acuerdo al plan eterno del Padre, la paz en esta vida y las glorias de la eternidad son nuestras solo en Su santo Hijo y por medio de Él?

Ruego que nos unamos al pueblo del rey Benjamín cuando clamaron a una voz: “Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados, y sean purificados nuestros corazones; porque creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios, que creó el cielo y la tierra y todas las cosas”.

Testifico que conforme venimos al Santo de Israel, Su Espíritu descenderá sobre nosotras para que seamos llenas de gozo, recibamos la remisión de pecados y tengamos paz de conciencia.

El Padre Celestial nos ha dado a cada una de nosotras la capacidad de ser santas.Que hagamos lo mejor posible por guardar nuestros convenios y hacer que el Espíritu Santo sea nuestro guía. Con fe en Jesucristo, llegamos a ser santas por medio de Su expiación, para que recibamos inmortalidad y vida eterna y le demos a Dios nuestro Padre la gloria que Su nombre se merece. Que nuestra vida sea una ofrenda sagrada para que nos presentemos ante el Señor en la hermosura de la santidad. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.