¿Cómo puedo entender?
Cuando procuramos aprender anhelosa y firmemente, de corazón y con sinceridad el evangelio de Jesucristo, y nos lo enseñamos unos a otros, esas enseñanzas pueden transformar corazones.
Mis queridos hermanos y hermanas, qué gran alegría es estar juntos de nuevo en esta conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días bajo la dirección de nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson. Les testifico que, en esta conferencia, tendremos el privilegio de escuchar la voz de nuestro Salvador Jesucristo por medio de las enseñanzas de quienes oren, canten y hablen sobre las necesidades de nuestros días.
Tal como se registra en el libro de Hechos, Felipe, el Evangelista, le enseñó el Evangelio a cierto etíope, que era eunuco y estaba a cargo de todos los tesoros que correspondían a la reina de Etiopía1. Cuando el etíope regresaba, luego de haber estado adorando en Jerusalén, iba leyendo el libro de Isaías. Movido por el Espíritu, Felipe se le acercó y le dijo: “… ¿entiendes lo que lees?
“Y [el eunuco] dijo: ¿Y cómo podré si alguno no me enseña?…
“Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús”2.
La pregunta del etíope es un recordatorio del mandato divino que todos tenemos de procurar aprender y de enseñarnos unos a otros el evangelio de Jesucristo3. De hecho, en el contexto de aprender y enseñar el Evangelio, a veces todos somos como el etíope, necesitamos la ayuda de un maestro fiel e inspirado; y a veces somos como Felipe, necesitamos enseñar y fortalecer a otras personas en su conversión.
Al procurar aprender y enseñar el evangelio de Jesucristo, nuestro objetivo debe ser aumentar la fe en Dios y en Su divino plan de felicidad, aumentar la fe en Jesucristo y en Su sacrificio expiatorio y alcanzar una conversión duradera. Esta mayor fe y conversión nos ayudarán a hacer y guardar convenios con Dios, lo que fortalecerá nuestro deseo de seguir a Jesús y producirá una transformación espiritual y genuina en nosotros; en otras palabras, nos transformará en una nueva criatura, tal como enseñó el apóstol Pablo en su epístola a los corintios4. Tal transformación nos llevará a tener una vida más feliz, productiva y sana, y nos ayudará a mantener una perspectiva eterna. ¿No es eso exactamente lo que le sucedió al etíope eunuco luego de haber aprendido acerca del Salvador y de haberse convertido a Su evangelio? Las Escrituras dicen que él “siguió gozoso su camino”5.
El mandamiento de aprender el Evangelio y de enseñárnoslo unos a otros no es nuevo; y se ha repetido de manera constante desde el principio de la historia humana6. En una ocasión en particular, mientras Moisés y su pueblo estaban en los campos de Moab, antes de entrar a la tierra prometida, el Señor lo inspiró para que amonestara a su pueblo en cuanto a la responsabilidad que tenían de aprender los estatutos y convenios que habían recibido del Señor y de enseñarlos a su posteridad7, muchos de los cuales no habían vivido personalmente la experiencia de cruzar el mar Rojo ni la de recibir la revelación que se dio en el monte Sinaí.
Moisés amonestó a su pueblo:
“… oh Israel, escucha los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis y viváis, y entréis a tomar posesión de la tierra que Jehová, el Dios de vuestros padres, os da…
“las enseñarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos”8.
Después, para finalizar, Moisés dijo: “Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, que yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre”9.
Los profetas de Dios han enseñado constantemente que necesitamos criar a nuestras familias en la “disciplina y amonestación del Señor”10 y “en la luz y la verdad”11. El presidente Nelson dijo recientemente: “En esta época de inmoralidad desenfrenada y de pornografía adictiva, los padres tienen la responsabilidad sagrada de enseñar a sus hijos la importancia de Dios en su vida”12.
Hermanos y hermanas, la advertencia de nuestro profeta es un recordatorio adicional de la responsabilidad que tenemos individualmente de procurar aprender y de enseñar a nuestra familia que hay un Padre Celestial que nos ama y que ha creado un divino plan de felicidad para Sus hijos; que Jesucristo, Su Hijo, es el Redentor del mundo y que la salvación se logra por la fe en Su nombre13. Es preciso que nuestras vidas estén fundadas en la roca de nuestro Redentor, Jesucristo, lo que nos ayudará personalmente y como familias a tener grabadas en el corazón nuestras propias impresiones espirituales, ayudándonos a perseverar en nuestra fe14.
Recordarán que dos discípulos de Juan el Bautista siguieron a Jesucristo después de escuchar a Juan dar testimonio de que Jesús era el Cordero de Dios, el Mesías. Esos buenos hombres aceptaron la invitación de Jesús de “Venid y ved”15, y se quedaron con Él aquel día. Ellos llegaron a saber que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, y lo siguieron por el resto de su vida.
De manera similar, cuando aceptamos la invitación del Salvador: “Venid y ved”, debemos permanecer junto a Él, sumergiéndonos en las Escrituras, regocijándonos en ellas, aprendiendo Su doctrina y procurando vivir de la manera en que Él vivió. Solo entonces llegaremos a conocerlo a Él, Jesucristo, y a reconocer Su voz, sabiendo que al venir a Él y creer en Él nunca más tendremos hambre ni sed16. Seremos capaces de discernir la verdad en todo momento, tal como ocurrió con los dos discípulos que permanecieron con Jesús aquel día.
Hermanos y hermanas, esto no sucede por casualidad. El sintonizarnos con las influencias más elevadas de la divinidad no es un asunto sencillo; requiere que clamemos a Dios y aprendamos a poner el evangelio de Jesucristo en el centro de nuestra vida. Si lo hacemos, les prometo que la influencia del Espíritu Santo transmitirá la verdad a nuestro corazón y mente, nos dará testimonio de ello17 y nos enseñará todas las cosas18.
La pregunta del etíope: “¿Y cómo podré [entender] si alguno no me enseña?” también tiene un significado especial en el contexto de la responsabilidad individual que tenemos de poner en práctica en nuestra vida los principios del Evangelio que hemos aprendido. Por ejemplo, en el caso del etíope, él actuó de conformidad con la verdad que aprendió de Felipe y pidió ser bautizado. Llegó a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios19.
Hermanos y hermanas, nuestras acciones deben reflejar lo que aprendemos y enseñamos. Tenemos que demostrar nuestras creencias por medio de la forma en que vivimos. El mejor maestro es el que da un buen ejemplo. Enseñar algo que nosotros en verdad vivimos puede marcar la diferencia en el corazón de aquellos a quienes enseñamos. Si deseamos que las personas, ya sea un familiar o cualquier otra persona, atesoren con gozo las Escrituras y las enseñanzas de los Apóstoles y Profetas vivientes de nuestra época, es preciso que vean que nuestras almas se deleitan en ellas. Del mismo modo, si queremos que sepan que el presidente Russell M. Nelson es el profeta, vidente y revelador de nuestra época, es preciso que nos vean levantar la mano para sostenerlo y que se den cuenta de que nosotros seguimos sus enseñanzas inspiradas. Como dice el conocido refrán: “Las acciones hablan más que las palabras”.
Quizás en este preciso momento algunos se pregunten: “Élder Soares: yo he estado haciendo todas estas cosas y he estado siguiendo ese modelo personalmente y en familia, pero desafortunadamente, algunos de mis amigos o seres queridos se han distanciado del Señor. ¿Qué debo hacer?”. Aquellos de entre ustedes que tengan esos sentimientos de tristeza, agonía y hasta de remordimiento, por favor, sepan que ellos no están totalmente perdidos, porque el Señor sabe dónde están y vela por ellos. ¡Recuerden que ellos también son hijos de Él!
Tal vez no entendamos todas las razones por las que algunas personas han tomado otro camino. Lo mejor que podemos hacer en esas circunstancias es simplemente amarlos y abrazarlos, orar por su bienestar y buscar la ayuda del Señor para saber qué hacer y qué decir. Regocíjense sinceramente por sus éxitos; sean sus amigos y busquen lo bueno en ellos. Nunca debemos perder la esperanza en ellos, sino preservar nuestros lazos con ellos. Nunca los rechacen ni los juzguen equivocadamente. ¡Simplemente ámenlos! La parábola del hijo pródigo nos enseña que cuando los hijos vuelven en sí, a menudo desean volver a casa. Si eso sucede con sus seres queridos, llenen su corazón de compasión, corran hacia ellos, échense sobre su cuello y bésenlos, tal como lo hizo el padre del hijo pródigo20.
Por último, sigan viviendo una vida digna, sean un buen ejemplo para ellos de lo que creen y acérquense más a nuestro Salvador Jesucristo. Él conoce y comprende nuestras penas y dolores profundos, y bendecirá sus esfuerzos y su dedicación hacia sus seres queridos, si no en esta vida, en la venidera. Hermanos y hermanas, siempre tengan presente que la esperanza es una parte importante del plan del Evangelio.
En el transcurso de muchos años de servicio a la Iglesia, he visto a miembros fieles que con empeño han aplicado estos principios en su vida. Este es el caso de una madre soltera a quien llamaré “María”. Tristemente, María pasó por un trágico divorcio. En ese momento, ella comprendió que sus decisiones más importantes, en lo que concernía a su familia, serían de orden espiritual. ¿Seguirían siendo importantes para ella la oración, el estudio de las Escrituras, el ayuno y la asistencia a la Iglesia y al templo?
María siempre había sido una miembro fiel y, en ese momento crítico, decidió aferrarse a lo que ya sabía que era verdad. Ella recibió fortaleza de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, que, entre muchos principios maravillosos, enseña que “los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud” y de siempre enseñarles a observar los mandamientos de Dios21. Continuamente buscó respuestas del Señor y las compartió con sus cuatro hijos en cada circunstancia familiar. Ellos hablaban del Evangelio con frecuencia y compartían sus experiencias y testimonios entre sí.
A pesar de las aflicciones por las que pasaron, sus hijos cultivaron un amor por el evangelio de Cristo y un deseo de servir y compartirlo con los demás. Tres de ellos han servido fielmente misiones de tiempo completo, y el menor ahora está sirviendo en Sudamérica. La hija mayor, a quien conozco muy bien y que ahora está casada y es firme en su fe, manifestó: “Nunca sentí que mi madre nos criara sola porque el Señor siempre estuvo en nuestra casa. A medida que ella nos expresaba el testimonio que tenía de Él, cada uno de nosotros comenzó a acudir a Dios con sus propias preguntas. Estoy muy agradecida de que ella nos haya demostrado lo que es el Evangelio”.
Hermanos y hermanas, esta buena madre pudo hacer de su hogar un centro de aprendizaje espiritual. Al igual que la pregunta del etíope, esa madre se preguntó varias veces: “¿Cómo pueden aprender mis hijos a menos que una madre los guíe?”.
Mis queridos compañeros en el Evangelio, les testifico que cuando procuramos aprender anhelosa y firmemente, de corazón y con sinceridad el evangelio de Jesucristo, y nos lo enseñamos unos a otros con verdadera intención y bajo la influencia del Espíritu, esas enseñanzas pueden transformar corazones e inspirar un deseo de vivir conforme a las verdades de Dios.
Testifico que Jesucristo es el Salvador del mundo. Él es nuestro Redentor y Él vive; sé que Él dirige Su Iglesia por medio de Sus profetas, videntes y reveladores. También les testifico que Dios vive y nos ama; desea que volvamos a Su presencia —cada uno de nosotros. Él escucha nuestras oraciones. Doy testimonio de estas verdades, en el nombre de Jesucristo. Amén.