Respuestas a las oraciones
El Padre está al tanto de nosotros, conoce nuestras necesidades y nos ayudará de manera perfecta.
Una importante y reconfortante doctrina del evangelio de Jesucristo es que nuestro Padre Celestial tiene un amor perfecto por Sus hijos. Debido a ese amor perfecto, Él nos bendice no solo de acuerdo con nuestros deseos y necesidades, sino también según Su infinita sabiduría. Como lo dijo con sencillez el profeta Nefi: “Sé que [Dios] ama a sus hijos”1.
Uno de los aspectos de ese amor perfecto es la participación del Padre Celestial en los detalles de nuestra vida, incluso cuando no seamos conscientes de ello ni lo comprendamos. Buscamos la guía divina y la ayuda del Padre mediante la oración sincera y ferviente. Cuando honramos nuestros convenios y nos esforzamos por ser más como nuestro Salvador, tenemos derecho a un flujo constante2 de guía divina por medio de la influencia e inspiración del Espíritu Santo.
Las Escrituras nos enseñan: “… porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis”3, y Él “conoce todas las cosas, porque todas están presentes ante [Sus] ojos”4.
El profeta Mormón es un ejemplo de eso. Él no vivió para ver los resultados de su obra; sin embargo, entendió que el Señor lo estaba guiando con cuidado. Cuando se sintió inspirado a incluir las planchas menores de Nefi en su registro, Mormón escribió: “Y hago esto para un sabio propósito; pues así se me susurra, de acuerdo con las impresiones del Espíritu del Señor que está en mí. Y ahora bien, no sé todas las cosas; mas el Señor sabe todas las cosas que han de suceder; por tanto, él obra en mí para que yo proceda conforme a su voluntad”5. Aunque Mormón no sabía sobre la futura pérdida de las 116 páginas manuscritas, el Señor sí lo sabía y preparó una manera de superar ese obstáculo mucho antes de que ocurriera.
El Padre está al tanto de nosotros, conoce nuestras necesidades y nos ayudará de manera perfecta. A veces, esa ayuda se da en el momento exacto —o al menos poco después— en que pedimos la ayuda divina. Otras veces, nuestros deseos más fervientes y dignos no se responden de la manera que esperamos, pero descubrimos que Dios tiene mayores bendiciones reservadas para nosotros. Y en ocasiones, nuestros deseos justos no se nos conceden en esta vida. Voy a ilustrar por medio de tres relatos diferentes las formas en las que nuestro Padre Celestial puede responder a nuestras fervientes súplicas a Él.
Nuestro hijo menor fue llamado a prestar servicio como misionero en la Misión Francia París. En preparación para servir, fuimos con él a comprar las habituales camisas, trajes, corbatas, calcetines y un abrigo. Lamentablemente, el abrigo que él quería no estaba inmediatamente disponible en el tamaño que necesitaba. Sin embargo, el empleado de la tienda indicó que el abrigo estaría disponible pocas semanas después y que lo entregarían en el Centro de Capacitación Misional de Provo antes de la partida de nuestro hijo hacia Francia. Pagamos por el abrigo y no pensamos más en ello.
Nuestro hijo ingresó al Centro de Capacitación Misional en junio, y el abrigo fue entregado pocos días antes de su partida programada para agosto. No se probó el abrigo, sino que lo guardó apresuradamente en su equipaje junto con su ropa y otros artículos.
Al aproximarse el invierno en París, donde servía nuestro hijo, él nos escribió diciendo que había sacado el abrigo y se lo había probado, pero descubrió que era demasiado pequeño. Por lo tanto, tuvimos que depositar fondos adicionales en su cuenta bancaria para que pudiera comprar otro abrigo en París, y eso fue lo que hizo. Algo enfadado, le escribí y le dije que regalara el primer abrigo, ya que él no podía usarlo.
Más tarde recibimos este correo electrónico de él: “Hace mucho, mucho frío aquí… El viento parece atravesarnos, aunque mi nuevo abrigo es de lo mejor y bastante pesado… Le di el anterior a [otro misionero de nuestro apartamento], que dijo que había estado orando para encontrar una manera de conseguir un mejor abrigo. Él es un converso de varios años y solo tiene a su madre… y al misionero que lo bautizó que lo sostienen en su misión, de modo que el abrigo fue la respuesta a una oración, y yo me sentí muy feliz por eso”6.
Nuestro Padre Celestial sabía que ese misionero, que estaba sirviendo en Francia, a unos 10 000 kilómetros de su hogar, necesitaría urgentemente un nuevo abrigo para un frío invierno en París, pero que no tendría los medios para comprarlo. Nuestro Padre Celestial también sabía que nuestro hijo recibiría, de la tienda de ropa en Provo, Utah, uno que sería demasiado pequeño. Sabía que esos dos misioneros servirían juntos en París y que el abrigo sería una respuesta a la oración humilde y ferviente de un misionero que tenía una necesidad inmediata.
El Salvador enseñó:
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin saberlo vuestro Padre.
“Pues aun vuestros cabellos están todos contados.
“Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos”7.
En otras situaciones, cuando nuestros deseos dignos no se conceden de la manera en la que esperábamos, en realidad puede ser para nuestro beneficio final. Por ejemplo, José, el hijo de Jacob, era envidiado y odiado por sus hermanos hasta el punto de que tramaron su asesinato. En cambio, lo vendieron como esclavo a Egipto8. Si alguna vez una persona ha sentido que sus oraciones no eran contestadas de la manera en la que esperaba, esa persona bien pudo haber sido José. En realidad, su aparente infortunio resultó en grandes bendiciones para él y salvó a su familia de la hambruna. Más tarde, después de haberse convertido en un líder de confianza en Egipto, con gran fe y sabiduría les dijo a sus hermanos:
“Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.
“Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los que no habrá arada ni siega.
“Y Dios me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para daros vida por medio de una gran liberación.
“Así, pues, no me enviasteis vosotros acá, sino Dios”9.
Cuando estaba en la universidad, nuestro hijo mayor fue contratado para un trabajo de medio tiempo para estudiantes que era muy codiciado y que tenía el potencial de resultar en un trabajo estupendo y permanente después de graduarse. Trabajó arduamente en ese trabajo para estudiantes durante cuatro años, se volvió altamente calificado y era muy respetado por sus compañeros de trabajo y supervisores. Al final de su último año, casi como si hubiera sido planificado por el cielo (al menos según la manera de pensar de nuestro hijo), el puesto permanente quedó disponible y él era el principal candidato, con todas las señales y las expectativas de que, de hecho, obtendría el trabajo.
Pues bien… no lo contrataron. Ninguno de nosotros podía entenderlo. ¡Se había preparado bien, había tenido buenas entrevistas, era el candidato más capacitado y había orado con gran esperanza y expectativa! Él estaba devastado y desanimado, y todo el episodio nos dejó perplejos. ¿Por qué lo había abandonado Dios en su deseo justo?
No fue sino hasta varios años después que la respuesta llegó a ser muy clara. Si hubiera recibido el trabajo soñado después de graduarse, se habría perdido una oportunidad crucial que le cambió la vida y que ahora ha demostrado ser para su bendición y beneficio eternos. Dios conocía el final desde el principio (como siempre lo hace) y, en ese caso, la respuesta a muchas oraciones justas fue un no, a favor de un resultado muy superior.
Y, a veces, la respuesta a las oraciones que tan recta, desesperada y fervientemente buscamos no se da en esta vida.
La hermana Patricia Parkinson nació con la vista normal, pero a los siete años comenzó a quedar ciega. A los nueve años, Pat comenzó a asistir a las Escuelas para Sordos y Ciegos de Utah en Ogden, Utah, a unos 145 km de su casa, lo que la obligó a alojarse en la escuela, e hizo que extrañara a su familia tanto como una niña de nueve años podía llegar a extrañar.
A los 11 años, había perdido completamente la vista. Pat regresó a su hogar de forma permanente a los 15 años para asistir a su escuela secundaria local. Continuó sus estudios universitarios y se graduó con un título en trastornos de la comunicación y psicología, y después de una heroica lucha contra los escépticos oficiales de admisión universitaria, ingresó a la escuela de posgrado y completó una maestría en patología del habla y del lenguaje. Pat ahora trabaja con 53 alumnos de escuela primaria y supervisa a cuatro técnicos del lenguaje de su distrito escolar. Es dueña de su propia casa y de su propio automóvil, que los amigos y familiares conducen cuando Pat necesita trasladarse.
A los 10 años, estaba programado que Pat se sometiera a otro procedimiento médico para tratar su disminución de la vista. Sus padres siempre le habían dicho exactamente lo que iba a pasar con respecto a su atención médica, pero por alguna razón no le contaron sobre ese procedimiento en particular. Cuando sus padres le dijeron que se había programado el procedimiento, Pat, en las palabras de su madre, “se puso muy mal”. Pat corrió a la otra habitación, pero regresó más tarde y les dijo a sus padres con algo de enojo: “Déjenme decirles algo. Yo lo sé, Dios lo sabe, y ustedes también deberían saberlo. ¡Voy a ser ciega por el resto de mi vida!”.
Hace varios años, Pat viajó a California para visitar a familiares que vivían allí. Mientras estaba afuera con su sobrino de tres años, este le dijo: “Tía Pat, ¿por qué no le pides al Padre Celestial que te dé nuevos ojos? Porque si le pides al Padre Celestial, Él te dará lo que quieras. Solo tienes que pedírselo”.
Pat dijo que la pregunta la desconcertó, pero respondió: “Bueno, a veces el Padre Celestial no obra así. A veces, Él necesita que aprendas algo, y por eso no te da todo lo que quieres. A veces tienes que esperar. Nuestro Padre Celestial y el Salvador saben mejor que nadie lo que es bueno para nosotros y lo que necesitamos. Por lo tanto, no van a otorgarte todo lo que deseas en el momento en que lo deseas”.
Conozco a Pat desde hace muchos años y recientemente le dije que admiraba el hecho de que siempre es positiva y está feliz. Ella respondió: “Bueno, no has estado en casa conmigo, ¿verdad? Tengo mis momentos. He tenido ataques de depresión bastante severos, y he llorado mucho”. Sin embargo, agregó: “Desde el momento en que empecé a perder la vista, fue extraño, pero sabía que el Padre Celestial y el Salvador estaban con mi familia y conmigo. Lo manejamos de la mejor manera que pudimos y, en mi opinión, lo hicimos de la manera correcta. Terminé siendo una persona lo suficientemente exitosa, y en general he sido una persona feliz. Recuerdo que Su mano ha estado en todas las cosas. A los que me preguntan si estoy enojada por ser ciega, les respondo: ‘¿Con quién estaría enojada? El Padre Celestial está en esto conmigo; no estoy sola. Él está conmigo todo el tiempo’”.
En este caso, el deseo de Pat de recuperar la vista no se le concederá en esta vida. Pero su lema, el cual aprendió de su padre, es: “Esto también pasará”10.
El presidente Henry B. Eyring declaró: “… en este momento el Padre está al tanto de ustedes, de sus sentimientos y de las necesidades espirituales y temporales de todas las personas que los rodean”11. Esta gran y reconfortante verdad se puede encontrar en las tres experiencias que he contado.
Hermanos y hermanas, a veces nuestras oraciones reciben una respuesta rápida con el resultado que esperamos. Otras veces, nuestras oraciones no se contestan de la manera que esperamos; pero, con el tiempo, aprendemos que Dios tenía preparadas para nosotros mayores bendiciones de lo que anticipamos en un comienzo; y, en ocasiones, nuestras justas peticiones a Dios no se nos concederán en esta vida12. Como dijo el élder Neal A. Maxwell: “La fe también supone confianza en la hora señalada por Dios”13.
Tenemos la seguridad de que, a Su manera y en Su propio tiempo, el Padre Celestial nos bendecirá y resolverá todas nuestras inquietudes, injusticias y decepciones.
Citando al rey Benjamín: “Y además, quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad. ¡Oh recordad, recordad que estas cosas son verdaderas!, porque el Señor Dios lo ha declarado”14.
Sé que Dios escucha nuestras oraciones15. Sé que, como Padre amoroso y omnisciente, Él responde nuestras oraciones de manera perfecta, de acuerdo con Su infinita sabiduría y en formas que serán para nuestro mayor beneficio y bendición. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.