2010–2019
Mirar hacia Jesucristo
Conferencia General de abril de 2019


10:55

Mirar hacia Jesucristo

Si miramos hacia Jesucristo, Él nos ayudará a vivir nuestros convenios y magnificar nuestro llamamiento como élderes de Israel.

Mientras Jesús caminaba por una calle cerca de Capernaúm1 con una gran multitud de personas a Su alrededor, una mujer afligida por una grave enfermedad durante doce años extendió la mano y tocó el borde de Su manto. La mujer sanó al instante2.

En las Escrituras se registra que Jesús, al percibir “que ha[bía] salido poder de [Él]”3, “volviéndose a la multitud”4, “miraba… para ver a la que había hecho esto”5. “Cuando la mujer vio que no había pasado inadvertida”6, “se postró delante de él, y le dijo toda la verdad”7.

Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz”8.

Jesucristo salvó a la mujer; fue sanada físicamente, pero cuando Jesús se volvió para verla, ella declaró su fe en Él, y Él le sanó el corazón9. Le habló con amor, le confirmó Su aprobación y la bendijo con Su paz10.

Hermanos, como poseedores del Santo Sacerdocio, estamos consagrados a la obra de salvación. Durante el último año, el Señor ha puesto el liderazgo de esta obra directamente sobre los hombros de los élderes de Israel11. Tenemos un mandato inspirador del Señor: al trabajar con nuestras hermanas, debemos ministrar de una manera más santa, acelerar el recogimiento de Israel en ambos lados del velo, hacer de nuestros hogares santuarios de fe y de aprendizaje del Evangelio, y preparar el mundo para la segunda venida de Jesucristo12.

Así como en todo, el Salvador nos ha mostrado el modo: tenemos que confiar en Jesucristo y servirle tal como Él confiaba en Su Padre y lo servía13. El Salvador lo dijo de esta forma al profeta José Smith:

“Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis.

“Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos”14.

En el mundo preterrenal, Jesús prometió a Su padre que haría la voluntad del Padre y sería nuestro Salvador y Redentor. Cuando el Padre preguntó: “¿A quién enviaré?”15, Jesús respondió:

“Heme aquí; envíame”16.

“Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”17.

Durante toda Su vida terrenal, Jesús vivió aquella promesa. Con humildad, mansedumbre y amor enseñó la doctrina de Su Padre e hizo la obra de Su Padre con el poder y la autoridad que este le había dado18.

Jesús entregó el corazón a Su Padre. Dijo:

“Amo al Padre”19.

“Yo hago siempre lo que a él le agrada”20.

“He descendido… no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del [Padre,] que me envió”21.

En la agonía del Getsemaní, rogó en oración: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”22.

Cuando el Señor exhorta a los élderes de Israel a “mira[r] hacia [Él] en todo pensamiento” y “mira[r] las heridas” de Su cuerpo resucitado, se trata de un llamado a apartarnos del pecado y del mundo, y a tornarnos a Él y obedecerle. Es un llamado a enseñar Su doctrina y hacer Su obra a Su manera. Por tanto, es un llamado a confiar en Él completamente, a someter nuestra voluntad y entregar nuestro corazón a Él y, mediante Su poder redentor, llegar a ser semejantes a Él23.

Hermanos, si miramos hacia Jesucristo, Él nos bendecirá para que seamos Sus élderes de Israel, humildes, mansos, sumisos, llenos de Su amor24; y nosotros brindaremos el gozo y las bendiciones de Su evangelio y Su Iglesia a nuestra familia, y a nuestros hermanos y hermanas en ambos lados del velo.

El presidente Russell M. Nelson nos ha llamado a mirar hacia Jesucristo simplemente de esta manera: “El llegar a ser discípulos tan poderosos no es fácil ni automático. Nuestro enfoque debe estar [fijo] en el Salvador y Su evangelio. Es mentalmente riguroso esforzarnos por mirar hacia Él en todo pensamiento, pero cuando lo hacemos, nuestras dudas y temores desaparecen”25.

Fijar es una palabra excelente, significa arraigar en un lugar, o sujetar algo firmemente26. Al vivir nuestros convenios, “fijamos” nuestra atención en Jesucristo y Su evangelio.

Cuando vivimos nuestros convenios, estos influyen en todo lo que decimos y hacemos. Llevamos una vida de convenios27 colmada de sencillos actos cotidianos de fe que nos centran en Jesucristo: oraciones de corazón en Su nombre, nos deleitamos en Su palabra, nos tornamos a Él para arrepentirnos de nuestros pecados, guardamos Sus mandamientos, tomamos la Santa Cena y santificamos Su día de reposo, adoramos en Su santo templo tan a menudo como sea posible y ejercemos Su santo sacerdocio para servir a los hijos de Dios.

Dichos actos de devoción por convenio nos abren el corazón y la mente al poder redentor del Salvador, y a la influencia santificadora del Espíritu Santo. Línea por línea, el Salvador cambia nuestra naturaleza misma, llegamos a estar mucho más convertidos a Él y nuestros convenios cobran vida en nuestro corazón28.

Las promesas que hacemos a nuestro Padre Celestial llegan a ser compromisos inquebrantables y nuestros deseos más profundos. El Padre Celestial nos promete colmarnos de agradecimiento y gozo29. Nuestros convenios dejan de ser reglas que seguimos, y llegan a ser principios que amamos y que nos inspiran y guían, y “fijan” nuestra atención en Jesucristo30.

Esos actos de devoción están al alcance de todos, jóvenes y mayores. A ustedes, los jóvenes que poseen el santo Sacerdocio Aarónico, les concierne todo lo que he dicho esta noche. Doy gracias a Dios por ustedes, puesto que ponen convenios y ordenanzas sagrados al alcance de millones de Santos de los Últimos Días cada semana. Al preparar, bendecir o repartir la Santa Cena; al ministrar; al bautizar en el templo; al invitar a un amigo a una actividad; o al rescatar a un miembro de su cuórum; efectúan la obra de salvación. Ustedes también pueden mirar hacia Jesucristo y vivir sus convenios a diario. Les prometo que si lo hacen, serán siervos de confianza del Señor ahora y, en un día futuro, poderosos élderes de Israel.

Hermanos, sé que todo esto puede sonar abrumador; pero recuerden estas palabras del Salvador: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”31. Así sucede con nosotros; no estamos solos; El Señor Jesucristo y nuestro Padre Celestial nos aman, y están con nosotros32. Debido a que Jesús puso Su mirada en Su Padre y realizó el gran Sacrificio Expiatorio, nosotros podemos mirar hacia Jesucristo con la certeza de que Él nos ayudará.

Ninguno de nosotros es perfecto. A veces nos quedamos estancados; nos distraemos o nos desalentamos; tropezamos; pero si miramos hacia Jesucristo con un corazón arrepentido, Él nos levantará, nos purificará del pecado, nos perdonará y nos sanará el corazón. Él es paciente y bondadoso; Su amor Redentor jamás cesa y nunca deja de ser33. Él nos ayudará a vivir nuestros convenios y a magnificar nuestro llamamiento como élderes de Israel.

Además, el Padre nos bendecirá con todo lo que se requiera para lograr Sus propósitos: “Cosas… tanto en los cielos como en la tierra, la vida y la luz, el Espíritu y el poder, enviados por la voluntad del Padre mediante Jesucristo su Hijo”34.

Cuando la luz y el poder divinos fluyen en nuestra vida, ocurren tres cosas milagrosas:

Primero, ¡vemos! Mediante la revelación, empezamos a ver tal como Jesús vio a la mujer: más allá de lo superficial, vemos el corazón35. Cuando vemos tal como Jesús ve, Él nos bendice para amar con Su amor a quienes servimos. Con Su ayuda, aquellos a quienes servimos verán al Salvador y sentirán Su amor36.

Segundo, tenemos el poder del sacerdocio. Tenemos la autoridad y el poder de actuar en el nombre de Jesucristo para “bendecir, guiar, proteger, fortalecer y sanar a los demás… [y para] obrar milagros para aquellos a los que ama[mos] y [para] mantener [nuestro] matrimonio y… familia a salvo”37.

Tercero, Jesucristo nos acompaña. Adonde vamos, Él va; cuando enseñamos, Él enseña; cuando consolamos, Él consuela; cuando bendecimos, Él bendice38.

Hermanos, ¿acaso no tenemos razón para regocijarnos? ¡Sí que la tenemos! Poseemos el santo sacerdocio de Dios. Conforme miremos hacia Jesucristo, vivamos nuestros convenios y “fijemos” nuestra atención en Él, nos uniremos a nuestras hermanas y ministraremos de una manera más santa, recogeremos al Israel esparcido en ambos lados del velo, fortaleceremos y sellaremos a nuestra familia, y prepararemos el mundo para la segunda venida del Señor Jesucristo. Eso sucederá; testifico de ello.

Concluyo con esta súplica que me sale del corazón: que todos y cada uno de nosotros miremos hacia Jesucristo en todo pensamiento. No dudemos. No temamos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. James E. Talmage ubica a Jesús “en la vecindad de Capernaúm” al ocurrir esa sanación (véase Jesús el Cristo, 1975, pág. 330).

  2. Véase Lucas 8:43–44; véanse también Mateo 9:20-21; Marcos 5:25-29.

  3. Lucas 8:46.

  4. Marcos 5:30.

  5. Marcos 5:32.

  6. Lucas 8:47.

  7. Marcos 5:33.

  8. Lucas 8:48.

  9. James E. Talmage escribió que, para la mujer, la certeza de que el Salvador le había concedido el deseo de su corazón y de que aceptaba su fe fue de mayor valor que la sanación física. (véase Jesús el Cristo, pág. 340). Jesús la sanó física y espiritualmente, y le abrió el camino a la salvación.

  10. Resulta muy instructivo que Jairo, un principal de la sinagoga, estuviera con Jesús cuando se produjo esa sanación. Jesús estaba de camino a la casa de Jairo, donde levantaría a la hija de Jairo de entre los muertos. Es probable que la mujer que Jesús sanó hubiera sido expulsada de la sinagoga a causa de su enfermedad. Cuando Jesús la sanó, también dejó en claro a todos los que estaban presentes, incluso Jairo, que era una hija amada, una mujer de fe, y que estaba sana en cuerpo y en espíritu.

  11. Véase D. Todd Christofferson, “(El cuórum de élderes” (Liahona, mayo de 2018, págs. 55–58) para consultar un análisis de los cambios destinados a crear un cuórum del Sacerdocio de Melquisedec en los barrios. El propósito de dichos cambios se describió de este modo en la sección Preguntas frecuentes del sitio web Ministración: “El tener un cuórum del Sacerdocio de Melquisedec en un barrio unifica a los poseedores del sacerdocio para llevar a cabo todos los aspectos de la obra de salvación, entre ellas, la obra del templo y de historia familiar que previamente coordinaban el líder del grupo de sumos sacerdotes” (“Ministración: Preguntas frecuentes”, (“Ministrar con cuórums del Sacerdocio de Melquisedec fortalecidos y con Sociedades de Socorro fortalecidas: Preguntas Frecuentes”, nro. 8, ministering.ChurchofJesusChrist.org).

    Los cambios posteriores han colocado al líder misional de barrio y al nuevo líder de la obra del templo y de historia familiar de barrio bajo la dirección de la presidencia del cuórum de élderes. Con la ministración a las familias ya bajo la dirección de la presidencia, tales ajustes han dejado el liderazgo de la obra de salvación en los cuórums de élderes, ayudados por la Sociedades de Socorro. Por supuesto, el obispo posee las llaves de la obra de salvación en el barrio, pero delega responsabilidades y autoridad en dicha obra en el presidente del cuórum de élderes, a fin de poder pasar más tiempo para ministrar a su propia familia, fortalecer a los jóvenes y servir en carácter de juez en Israel.

  12. Véanse Russell M. Nelson, “Trabajemos hoy en la obra”, Liahona, mayo de 2018, págs.118–119; Russell M. Nelson, “Cómo ser Santos de los Últimos Días ejemplares”, Liahona, noviembre de 2018, págs. 113–114; Quentin L. Cook, “Una conversión profunda y duradera al Padre Celestial y al Señor Jesucristo”, Liahona, noviembre de 2018, págs. 8–12.

  13. El Padre envió a Jesucristo al mundo (véase Juan 17:18).

  14. Doctrina y Convenios 6:36–37.

  15. Abraham 3:27.

  16. Abraham 3:27.

  17. Moisés 4:2.

  18. Hay numerosas referencias en las Escrituras que registran afirmaciones que Jesús hizo en cuanto a hacer la obra de Su Padre y enseñar la doctrina de Su Padre. Véanse, por ejemplo, Juan 5:19 (Jesús hace lo que ve hacer al Padre); Juan 5:36 (el Padre dio a Su hijo obras para que cumpliese); Juan 8:26 (Jesús enseñó lo que había recibido de Su Padre); Juan 14:28 (Jesús declaró: “el Padre mayor es que yo”); 3 Nefi 11:32 (Su doctrina es la doctrina que Su Padre le dio).

  19. Juan 14:31.

  20. Juan 8:29.

  21. Juan 6:38; véase también Juan 5:30.

  22. Lucas 22:42.

  23. La palabra mirad, en este pasaje (véase Doctrina y Convenios 6:36–37) tiene significados que corresponden al llamado del Señor: volverse (o tornarse) hacia algo; dirigir la atención a algo; confiar; escudriñar; aguardar con esperanza; tener en mente como objetivo; esperar o aguardar con anhelo (véase Merriam-Webster.com, “Look” [en inglés]).

  24. Véase Doctrina y Convenios 121:41–42. Los atributos cristianos que se mencionan en las Escrituras son dones del Espíritu que se reciben mediante la misericordia y la gracia de Jesucristo. Son lo que hace de los élderes de Israel Sus élderes.

  25. Véase Russell M. Nelson, “Cómo obtener el poder de Jesucristo en nuestra vida”, Liahona, mayo de 2017, pág. 41.

  26. Véase dle.rae.es, “fijar”.

  27. Para consultar un análisis del concepto de una vida de convenios, véase Donald L. Hallstrom, “Living a Covenant Life”, Ensign, junio de 2013, págs. 46–49. El artículo se ha adaptado de un discurso más extenso pronunciado en BYU – Idaho en mayo de 2011. Para la versión completa, véase Donald L. Hallstrom, “A Covenant Life” (Brigham Young University–Idaho devotional, May 10, 2011), byui.edu.

  28. Véase Jeremías 31:31–33, donde Jehová declara que hará un nuevo convenio con la Casa de Israel, que estará escrito en sus corazones. La metáfora de los convenios escritos en nuestro corazón, o de los convenios que cobran vida en nuestro corazón, también se halla en los escritos de Pablo (véanse 2 Corintios 3:3; Hebreos 8:10). Para consultar un análisis sobre la conversión y el corazón, véase David A. Bednar, “Convertidos al Señor”, Liahona, noviembre de 2012, págs. 106–109.

  29. La oración sacramental del pan expresa en forma maravillosa la naturaleza de nuestra relación de convenio con nuestro Padre Celestial. En el plan de salvación del Padre, hacemos convenios con nuestro Padre Celestial, pero los propósitos de los convenios se llevan a cabo mediante el Señor Jesucristo y es a través de Él que reunimos los requisitos para las bendiciones prometidas; Él es el Mediador. En la ordenanza de la Santa Cena, testificamos al Padre (de hecho, hacemos convenio con Él de nuevo) de que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, recordarle siempre y guardar Sus mandamientos, para que siempre podamos tener Su Espíritu (el Espíritu Santo) con nosotros.

    Los dones de las promesas del Padre se reciben mediante el poder redentor y fortalecedor de Jesucristo. Por ejemplo, como ha enseñado el presidente Russell M. Nelson, Jesucristo es la fuente de todo gozo (véase “El gozo y la supervivencia espiritual”, Liahona, noviembre de 2016, pág. 82). Por lo tanto, “fijar” nuestra atención en Jesucristo trae gozo a nuestra vida, sin importar las circunstancias.

  30. El presidente Ezra Taft Benson plasmó el resultado de ese cambio de actitud y orientación al decir: “Cuando la obediencia cese de ser motivo de fastidio y pase a ser nuestro objetivo, ese será el momento en que Dios nos investirá de poder” (véase en Donald L. Staheli, “La obediencia, el gran desafío de la vida”, Liahona, julio de 1998, pág. 89).

  31. Juan 16:32.

  32. Para consultar un análisis adicional sobre la realidad de la preocupación, el interés y el amor del Padre y del hijo por nosotros, y Su participación en nuestra vida, véanse Jeffrey R. Holland,“La grandiosidad de Dios”, Liahona, noviembre de 2003, págs. 70–73; Henry B. Eyring, “Anda conmigo”, Liahona, mayo de 2017, págs. 82–85. Véanse también Mateo 18:20; 28:20; Doctrina y Convenios 6:32; 29:5; 38:7; 61:36; 84:88.

  33. Véanse Romanos 8:35–39; 1 Corintios 13:1–8; Moroni 7:46–47.

  34. Doctrina y Convenios 50:27. Nótese que el Señor da, a cada uno que es ordenado y enviado, esta promesa perteneciente a, y circunscrita por, la asignación específica que se la ha dado:

    “El que es ordenado por Dios y enviado, este es nombrado para ser el mayor, a pesar de ser el menor y el siervo de todos.

    “Por tanto, es poseedor de todas las cosas; porque todas las cosas le están sujetas, tanto en los cielos como en la tierra, la vida y la luz, el Espíritu y el poder, enviados por la voluntad del Padre mediante Jesucristo su Hijo.

    “Pero ningún hombre posee todas las cosas, a menos que sea purificado y limpiado de todo pecado.

    “Y si sois purificados y limpiados de todo pecado, pediréis cuanto quisiereis en el nombre de Jesús y se cumplirá” (D. y C. 50:26–29).

  35. Véanse 1 Samuel 16:7; 1 Corintios 2:14. Para revisar un ejemplo de la bendición de ver cómo ve Jesús, véase el relato del presidente Henry B. Eyring sobre su experiencia como obispo de un joven que había cometido un delito. El Señor dijo a quien fuera entonces obispo Eyring: “Voy a dejar que lo veas como yo lo veo” (“Anda conmigo”, pág. 84).

  36. Esta es la promesa y el cometido que el Salvador extendió al pueblo en el templo de la tierra de Abundancia. Les mandó vivir de tal manera que Su luz y Su ejemplo estuviera en ellos, para que pudiesen sostenerlo en alto como la luz del mundo en sus vidas y en sus invitaciones a los demás a venir a Él. Tal como Sus seguidores vivieron e invitaron, otros lo sentirían y lo verían en los siervos del Señor (véase 3 Nefi 18:24–25).

  37. Véase Russell M. Nelson, “El precio del poder del sacerdocio”, Liahona, mayo de 2016, pág. 68.

  38. Véase Doctrina y Convenios 84:88.