Mirar hacia Jesucristo
Si miramos hacia Jesucristo, Él nos ayudará a vivir nuestros convenios y magnificar nuestro llamamiento como élderes de Israel.
Mientras Jesús caminaba por una calle cerca de Capernaúm1 con una gran multitud de personas a Su alrededor, una mujer afligida por una grave enfermedad durante doce años extendió la mano y tocó el borde de Su manto. La mujer sanó al instante2.
En las Escrituras se registra que Jesús, al percibir “que ha[bía] salido poder de [Él]”3, “volviéndose a la multitud”4, “miraba… para ver a la que había hecho esto”5. “Cuando la mujer vio que no había pasado inadvertida”6, “se postró delante de él, y le dijo toda la verdad”7.
Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado; ve en paz”8.
Jesucristo salvó a la mujer; fue sanada físicamente, pero cuando Jesús se volvió para verla, ella declaró su fe en Él, y Él le sanó el corazón9. Le habló con amor, le confirmó Su aprobación y la bendijo con Su paz10.
Hermanos, como poseedores del Santo Sacerdocio, estamos consagrados a la obra de salvación. Durante el último año, el Señor ha puesto el liderazgo de esta obra directamente sobre los hombros de los élderes de Israel11. Tenemos un mandato inspirador del Señor: al trabajar con nuestras hermanas, debemos ministrar de una manera más santa, acelerar el recogimiento de Israel en ambos lados del velo, hacer de nuestros hogares santuarios de fe y de aprendizaje del Evangelio, y preparar el mundo para la segunda venida de Jesucristo12.
Así como en todo, el Salvador nos ha mostrado el modo: tenemos que confiar en Jesucristo y servirle tal como Él confiaba en Su Padre y lo servía13. El Salvador lo dijo de esta forma al profeta José Smith:
“Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis.
“Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos”14.
En el mundo preterrenal, Jesús prometió a Su padre que haría la voluntad del Padre y sería nuestro Salvador y Redentor. Cuando el Padre preguntó: “¿A quién enviaré?”15, Jesús respondió:
“Heme aquí; envíame”16.
“Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”17.
Durante toda Su vida terrenal, Jesús vivió aquella promesa. Con humildad, mansedumbre y amor enseñó la doctrina de Su Padre e hizo la obra de Su Padre con el poder y la autoridad que este le había dado18.
Jesús entregó el corazón a Su Padre. Dijo:
“Amo al Padre”19.
“Yo hago siempre lo que a él le agrada”20.
“He descendido… no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del [Padre,] que me envió”21.
En la agonía del Getsemaní, rogó en oración: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”22.
Cuando el Señor exhorta a los élderes de Israel a “mira[r] hacia [Él] en todo pensamiento” y “mira[r] las heridas” de Su cuerpo resucitado, se trata de un llamado a apartarnos del pecado y del mundo, y a tornarnos a Él y obedecerle. Es un llamado a enseñar Su doctrina y hacer Su obra a Su manera. Por tanto, es un llamado a confiar en Él completamente, a someter nuestra voluntad y entregar nuestro corazón a Él y, mediante Su poder redentor, llegar a ser semejantes a Él23.
Hermanos, si miramos hacia Jesucristo, Él nos bendecirá para que seamos Sus élderes de Israel, humildes, mansos, sumisos, llenos de Su amor24; y nosotros brindaremos el gozo y las bendiciones de Su evangelio y Su Iglesia a nuestra familia, y a nuestros hermanos y hermanas en ambos lados del velo.
El presidente Russell M. Nelson nos ha llamado a mirar hacia Jesucristo simplemente de esta manera: “El llegar a ser discípulos tan poderosos no es fácil ni automático. Nuestro enfoque debe estar [fijo] en el Salvador y Su evangelio. Es mentalmente riguroso esforzarnos por mirar hacia Él en todo pensamiento, pero cuando lo hacemos, nuestras dudas y temores desaparecen”25.
Fijar es una palabra excelente, significa arraigar en un lugar, o sujetar algo firmemente26. Al vivir nuestros convenios, “fijamos” nuestra atención en Jesucristo y Su evangelio.
Cuando vivimos nuestros convenios, estos influyen en todo lo que decimos y hacemos. Llevamos una vida de convenios27 colmada de sencillos actos cotidianos de fe que nos centran en Jesucristo: oraciones de corazón en Su nombre, nos deleitamos en Su palabra, nos tornamos a Él para arrepentirnos de nuestros pecados, guardamos Sus mandamientos, tomamos la Santa Cena y santificamos Su día de reposo, adoramos en Su santo templo tan a menudo como sea posible y ejercemos Su santo sacerdocio para servir a los hijos de Dios.
Dichos actos de devoción por convenio nos abren el corazón y la mente al poder redentor del Salvador, y a la influencia santificadora del Espíritu Santo. Línea por línea, el Salvador cambia nuestra naturaleza misma, llegamos a estar mucho más convertidos a Él y nuestros convenios cobran vida en nuestro corazón28.
Las promesas que hacemos a nuestro Padre Celestial llegan a ser compromisos inquebrantables y nuestros deseos más profundos. El Padre Celestial nos promete colmarnos de agradecimiento y gozo29. Nuestros convenios dejan de ser reglas que seguimos, y llegan a ser principios que amamos y que nos inspiran y guían, y “fijan” nuestra atención en Jesucristo30.
Esos actos de devoción están al alcance de todos, jóvenes y mayores. A ustedes, los jóvenes que poseen el santo Sacerdocio Aarónico, les concierne todo lo que he dicho esta noche. Doy gracias a Dios por ustedes, puesto que ponen convenios y ordenanzas sagrados al alcance de millones de Santos de los Últimos Días cada semana. Al preparar, bendecir o repartir la Santa Cena; al ministrar; al bautizar en el templo; al invitar a un amigo a una actividad; o al rescatar a un miembro de su cuórum; efectúan la obra de salvación. Ustedes también pueden mirar hacia Jesucristo y vivir sus convenios a diario. Les prometo que si lo hacen, serán siervos de confianza del Señor ahora y, en un día futuro, poderosos élderes de Israel.
Hermanos, sé que todo esto puede sonar abrumador; pero recuerden estas palabras del Salvador: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”31. Así sucede con nosotros; no estamos solos; El Señor Jesucristo y nuestro Padre Celestial nos aman, y están con nosotros32. Debido a que Jesús puso Su mirada en Su Padre y realizó el gran Sacrificio Expiatorio, nosotros podemos mirar hacia Jesucristo con la certeza de que Él nos ayudará.
Ninguno de nosotros es perfecto. A veces nos quedamos estancados; nos distraemos o nos desalentamos; tropezamos; pero si miramos hacia Jesucristo con un corazón arrepentido, Él nos levantará, nos purificará del pecado, nos perdonará y nos sanará el corazón. Él es paciente y bondadoso; Su amor Redentor jamás cesa y nunca deja de ser33. Él nos ayudará a vivir nuestros convenios y a magnificar nuestro llamamiento como élderes de Israel.
Además, el Padre nos bendecirá con todo lo que se requiera para lograr Sus propósitos: “Cosas… tanto en los cielos como en la tierra, la vida y la luz, el Espíritu y el poder, enviados por la voluntad del Padre mediante Jesucristo su Hijo”34.
Cuando la luz y el poder divinos fluyen en nuestra vida, ocurren tres cosas milagrosas:
Primero, ¡vemos! Mediante la revelación, empezamos a ver tal como Jesús vio a la mujer: más allá de lo superficial, vemos el corazón35. Cuando vemos tal como Jesús ve, Él nos bendice para amar con Su amor a quienes servimos. Con Su ayuda, aquellos a quienes servimos verán al Salvador y sentirán Su amor36.
Segundo, tenemos el poder del sacerdocio. Tenemos la autoridad y el poder de actuar en el nombre de Jesucristo para “bendecir, guiar, proteger, fortalecer y sanar a los demás… [y para] obrar milagros para aquellos a los que ama[mos] y [para] mantener [nuestro] matrimonio y… familia a salvo”37.
Tercero, Jesucristo nos acompaña. Adonde vamos, Él va; cuando enseñamos, Él enseña; cuando consolamos, Él consuela; cuando bendecimos, Él bendice38.
Hermanos, ¿acaso no tenemos razón para regocijarnos? ¡Sí que la tenemos! Poseemos el santo sacerdocio de Dios. Conforme miremos hacia Jesucristo, vivamos nuestros convenios y “fijemos” nuestra atención en Él, nos uniremos a nuestras hermanas y ministraremos de una manera más santa, recogeremos al Israel esparcido en ambos lados del velo, fortaleceremos y sellaremos a nuestra familia, y prepararemos el mundo para la segunda venida del Señor Jesucristo. Eso sucederá; testifico de ello.
Concluyo con esta súplica que me sale del corazón: que todos y cada uno de nosotros miremos hacia Jesucristo en todo pensamiento. No dudemos. No temamos. En el nombre de Jesucristo. Amén.