2010–2019
Un hogar en el que more el Espíritu del Señor
Conferencia General de abril de 2019


19:5

Un hogar en el que more el Espíritu del Señor

Hallarán algunos de sus mayores gozos en los esfuerzos que hagan por convertir su hogar en un lugar de fe en el Señor Jesucristo y un lugar que esté lleno de amor.

Mis queridos hermanos y hermanas, me siento agradecido de que se me haya invitado a dirigirles la palabra en esta Conferencia General Anual núm. 189 de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En esta misma fecha, en 1830, José Smith organizó la Iglesia bajo la dirección del Señor, lo cual se llevó a cabo en la casa de la familia Whitmer, cerca de Fayette, Nueva York. Ese día estuvieron presentes seis miembros, además de unas cincuenta personas interesadas.

Aun cuando no sé lo que el profeta José dijo ni qué aspecto tenía cuando se puso de pie ante ese pequeño grupo, sí sé lo que sintieron esas personas que tenían fe en Jesucristo. Sintieron el Espíritu Santo y sintieron que estaban en un lugar santo, y ciertamente sintieron que eran uno.

Ese milagroso sentimiento es lo que todos deseamos tener en nuestro hogar. Es un sentimiento que se deriva de ser, como Pablo describió, de “ánimo espiritual”1.

Mi objetivo el día de hoy es enseñar lo que sé en cuanto a la forma de hacernos merecedores de ese sentimiento con mayor frecuencia e invitarlo a que perdure más tiempo en nuestra familia. Como ustedes sabrán por experiencia propia, no es algo fácil de lograr. La contención, el orgullo y el pecado deben mantenerse bajo control. El amor puro de Cristo debe penetrar el corazón de los integrantes de nuestra familia.

Adán y Eva, Lehi y Saríah, y otros padres —que conocemos de las Escrituras—, descubrieron que lograr eso era un gran desafío. No obstante, existen ejemplos alentadores de felicidad continua en familias y hogares, lo cual nos tranquiliza y nos permite ver cómo puede suceder para nosotros y nuestra familia. Recordarán el relato de 4 Nefi:

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.

“No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.

“¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperaron hasta que hubieron transcurrido ciento diez años; y la primera generación después de Cristo había muerto ya, y no había contención en toda la tierra”2.

Como saben, ese tiempo de dicha no perduró para siempre. El relato de 4 Nefi describe los síntomas de declive espiritual que, con el tiempo, surgieron entre un grupo de buenas personas. Es un modelo que se ha repetido a lo largo de todas las épocas en pueblos y congregaciones enteros y, lo que es más triste, en familias. Al estudiar ese modelo, vemos cómo podríamos proteger e incluso aumentar los sentimientos de amor en nuestra familia.

El siguiente es el modelo de declive que se manifestó después de vivir durante doscientos años en la paz perfecta que el Evangelio brinda:

Se infiltró el orgullo.

Las personas dejaron de compartir unas con otras lo que tenían.

Empezaron a considerar que pertenecían a clases superiores o inferiores.

Comenzaron a perder la fe en Jesucristo.

Empezaron a odiar.

Comenzaron a cometer todo tipo de pecados.

Los padres sabios estarán lo suficientemente alertas para notar esos síntomas cuando aparezcan entre los miembros de su familia y, por supuesto, se preocuparán. No obstante, sabrán que la causa subyacente es la influencia de Satanás, que procura guiar a las personas buenas por un camino que lleva al pecado y, por ende, a perder la influencia del Espíritu Santo. De modo que un padre o una madre sabios entenderán que la oportunidad reside en guiar a cada hijo, y a sí mismos, a aceptar más plenamente la invitación del Señor de venir a Él.

Podrían tener poco éxito al llamar a un hijo a arrepentirse, por ejemplo, del orgullo; podrían tratar de persuadir a sus hijos a que compartan lo que tienen con mayor generosidad; podrían pedirles que dejen de sentir que son mejores que otro integrante de la familia; pero, al final, se llega al síntoma que yo describí antes de que “comenzaron a perder la fe en Jesucristo”.

Esa es la clave para guiar a su familia a elevarse a ese lugar espiritual que ustedes desean para ellos, y para que ustedes estén con ellos. A medida que los ayuden a aumentar la fe en que Jesucristo es su amoroso Redentor, ellos sentirán el deseo de arrepentirse; conforme lo hagan, la humildad comenzará a reemplazar al orgullo. Al comenzar a sentir lo que el Señor les ha dado, querrán compartir de forma más generosa; disminuirá la rivalidad por destacarse o por obtener reconocimiento; el odio será eliminado por el amor; y, finalmente, como ocurrió con el pueblo que el rey Benjamín convirtió, el deseo de hacer lo bueno los fortificará en contra de la tentación de pecar. El pueblo del rey Benjamín testificó que ya no tenía “más disposición a obrar mal”3.

De modo que, al edificar la fe en Jesucristo, se comienza a revertir el declive espiritual en la familia y en el hogar. Esa fe tiene más probabilidades de conducir al arrepentimiento que la predicación en contra de cada síntoma del declive espiritual.

Liderarán mejor por medio del ejemplo. Los miembros de su familia y otras personas deben ver que ustedes aumentan su propia fe en Jesucristo y en Su evangelio. Hace poco se les proporcionó una gran ayuda. Los padres de la Iglesia han sido bendecidos con un inspirado curso de estudio para uso familiar e individual. A medida que lo utilicen, edificarán la fe de ustedes y la de sus hijos en el Señor Jesucristo.

Aumentar la fe

La fe de ustedes en el Salvador aumentó conforme siguieron la sugerencia del presidente Russell M. Nelson de volver a leer el Libro de Mormón. Marcaron pasajes y palabras que se referían al Salvador y su fe en Jesucristo aumentó. Pero, al igual que una planta nueva, esa fe en Jesucristo se marchitará a menos que tengan la determinación constante de meditar y orar a fin de aumentarla.

Quizá no todos los miembros de su familia sigan ahora el ejemplo que ustedes les den de aumentar la fe, pero cobren ánimo con la experiencia de Alma, hijo. Al pasar por su dolorosa necesidad de arrepentirse y obtener el perdón, recordó la fe de su padre en Jesucristo. Es posible que sus hijos recuerden la fe que ustedes tienen en el Salvador en el momento en el que, con desesperación, necesiten arrepentirse. Alma relató así ese momento:

“Y aconteció que mientras así me agobiaba este tormento, mientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos pecados, he aquí, también me acordé de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo.

“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!

“Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados”4.

Orar con amor

Además del ejemplo que ustedes den de aumentar la fe, el orar en familia puede cumplir una función crucial para hacer del hogar un lugar sagrado. Por lo general, se elige a una persona para que sea el portavoz al orar por la familia. Cuando la oración se ofrece claramente a Dios a favor de los que están arrodillados escuchando, la fe aumenta en todos ellos; pueden sentir expresiones de amor por el Padre Celestial y por el Salvador. Y cuando la persona que ora menciona a los que están arrodillados en el círculo y que tienen alguna necesidad, todos pueden sentir amor por ellos y por cada miembro de la familia.

Aun cuando los miembros de la familia no estén viviendo en casa, la oración puede crear lazos de amor. La oración en familia puede llegar al otro lado del mundo. En más de una ocasión me he enterado de que un familiar que está lejos estaba orando en el mismo momento y por el mismo motivo que yo. Para mí, el antiguo dicho que dice: “La familia que ora unida permanece unida”, se podría expandir a: “La familia que ora unida permanece unida, aun cuando estén separados por la distancia”.

Enseñar a arrepentirse rápido

Como ninguno de nosotros es perfecto y los sentimientos se pueden herir fácilmente, las familias pueden llegar a ser santuarios sagrados solo a medida que nos arrepintamos rápida y sinceramente. Los padres pueden dar el ejemplo. Uno se puede arrepentir rápida y sinceramente por haber pronunciado palabras hirientes o por haber tenido pensamientos poco amables. Un sencillo “lo siento” puede sanar heridas e incentivar tanto el perdón como el amor.

El profeta José Smith fue un modelo para nosotros en la forma en que hizo frente a ataques brutales y a traidores, e incluso a desacuerdos en su familia. Perdonó rápidamente, aun cuando sabía que el agresor podría atacar de nuevo. Pedía perdón y perdonaba sin reservas5.

Cultivar el espíritu misional

Los hijos de Mosíah estaban decididos a ofrecer el Evangelio a todos. Ese deseo surgió de su experiencia personal con el arrepentimiento. No podían soportar la idea de que persona alguna sufriera los efectos del pecado como ellos lo habían hecho; de modo que afrontaron años de rechazos, privaciones y peligros a fin de ofrecer el evangelio de Jesucristo a sus enemigos. En el proceso, hallaron gozo en los muchos que se arrepintieron y sintieron el gozo del perdón por medio de la expiación de Jesucristo.

El deseo de los miembros de nuestra familia de compartir el Evangelio aumentará a medida que sientan el gozo del perdón, gozo que pueden recibir al renovar sus convenios cuando participan de la Santa Cena. El espíritu misional aumentará en su hogar a medida que los hijos y los padres sientan el gozo del perdón en el servicio sacramental. Mediante su ejemplo de reverencia, tanto los padres como los hijos pueden ayudarse mutuamente a sentir ese gozo; y dicho gozo puede contribuir mucho a convertir nuestro hogar en un centro de capacitación misional. Quizá no todos sirvan en una misión, pero todos sentirán el deseo de compartir el Evangelio que los ha llevado a sentir perdón y paz; y, ya sea que estén sirviendo a tiempo completo o no, todos pueden sentir gozo al ofrecer el Evangelio a los demás.

Visitar el templo

Tanto para los padres como para los hijos, el templo es la mejor oportunidad de ganar conciencia de los lugares celestiales, así como para llegar a amarlos. Eso es especialmente cierto cuando los hijos son pequeños, ya que nacen con la luz de Cristo. Incluso un bebé puede sentir que un templo es sagrado. Puesto que los padres aman a sus pequeñitos, el templo representa para ellos la esperanza de tener a sus hijos para amarlos en su familia eterna por siempre.

Algunos de ustedes tienen fotografías de templos en su casa. Conforme aumenta el número de templos en la tierra, muchos padres pueden visitar los terrenos del templo con su familia. Algunos incluso podrán asistir a programas de puertas abiertas cuando se construyan templos. Los padres pueden preguntar a sus hijos cómo se sintieron al estar cerca de un templo o dentro de él.

Todos los padres y madres pueden dar testimonio de lo que el templo ha significado para ellos. El presidente Ezra Taft Benson, que amaba los templos, habló a menudo de cómo observaba a su madre planchar con cuidado su ropa del templo6. Recordaba que, siendo niño, veía a su familia salir de casa para asistir al templo.

Cuando fue Presidente de la Iglesia, asistía al templo el mismo día, cada semana, y siempre realizaba la obra del templo por un antepasado. Eso fue resultado principalmente del ejemplo de sus padres.

Mi testimonio

Hallarán algunos de sus mayores gozos en los esfuerzos que hagan por convertir su hogar en un lugar de fe en el Señor Jesucristo y un lugar que esté lleno de amor, el amor puro de Cristo. La restauración del Evangelio comenzó con una humilde pregunta meditada en una casa humilde, y puede continuar en cada uno de nuestros hogares conforme allí continuemos estableciendo y poniendo en práctica los principios del Evangelio. Esa ha sido mi esperanza y mi más profundo deseo desde que era niño. Todos ustedes han podido vislumbrar hogares de ese tipo. Muchos de ustedes, con la ayuda del Señor, los han creado.

Algunos han procurado de todo corazón esa bendición, pero no se les ha concedido. Les hago una promesa que un miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles me hizo a mí en una ocasión. Yo le había dicho que, debido a las decisiones que algunos de nuestros familiares habían tomado, yo dudaba que pudiéramos estar juntos en el mundo venidero. Él me dijo, según recuerdo: “Se está preocupando por el problema equivocado. Usted simplemente viva digno del Reino Celestial, y la situación de su familia será más maravillosa de lo que pueda imaginar”.

Pienso que él extendería esa feliz esperanza a todos los que, en la vida terrenal, hayamos hecho todo lo posible para hacernos merecedores de la vida eterna para nosotros y para nuestros familiares. Sé que el plan del Padre Celestial es un plan de felicidad. Testifico que Su plan hace posible que todos los que hayamos hecho nuestro mayor esfuerzo seamos sellados en familia por la eternidad.

Sé que las llaves del sacerdocio restauradas a José Smith han sido transmitidas en una línea ininterrumpida al presidente Russell M. Nelson. Esas llaves hacen posible el sellamiento de las familias en la actualidad. Sé que el Padre Celestial nos ama, a Sus hijos procreados en espíritu, con un amor perfecto. Sé que gracias a la expiación de Jesucristo podemos arrepentirnos, ser limpios y llegar a ser dignos de vivir en familias amorosas y para siempre con nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado, Jesucristo. De ello testifico; en el nombre de Jesucristo. Amén.