2010–2019
Podemos actuar mejor y ser mejores
Conferencia General de abril de 2019


Podemos actuar mejor y ser mejores

Centren su atención en el arrepentimiento diario como una parte tan integral de su vida que puedan ejercer el sacerdocio con más poder que nunca.

Mis queridos hermanos, es inspirador contemplar esta vasta congregación de poseedores del sacerdocio del batallón del Señor. ¡Qué poderosa fuerza para bien son ustedes! Los queremos; oramos por ustedes; y estamos muy agradecidos por ustedes.

Recientemente he sentido un particular interés en la instrucción del Señor dada mediante el profeta José Smith: “No prediquéis sino el arrepentimiento a esta generación”1. Esa declaración a menudo se repite a lo largo de las Escrituras2. Plantea una pregunta obvia: “¿Todos tienen necesidad de arrepentirse?” La respuesta es sí.

Demasiadas personas consideran el arrepentimiento como un castigo; algo a evitarse excepto en las circunstancias más graves; pero es Satanás quien genera ese sentimiento de castigo. Él trata de impedir que miremos hacia Jesucristo3, que espera con los brazos abiertos4, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos.

La palabra arrepentimiento en el Nuevo Testamento en griego es metanoeo. El prefijo meta- significa “cambio”; el sufijo -noeo se relaciona con palabras griegas que significan “mente”, “conocimiento”, “espíritu” y “aliento”5.

Por tanto, cuando Jesús nos pide a ustedes y a mí que nos “arrepintamos”6, nos invita a cambiar nuestra mente, conocimiento, espíritu, e incluso cómo respiramos. Nos pide que cambiemos la forma en que amamos, pensamos, servimos, invertimos el tiempo, tratamos a nuestra esposa, enseñamos a nuestros hijos, y aun cómo cuidamos nuestro cuerpo.

Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento. El arrepentimiento no es un suceso; es un proceso; es la clave de la felicidad y la paz interior; cuando lo acompaña la fe, el arrepentimiento despeja el acceso al poder de la expiación de Jesucristo7.

Ya sea que avancen con diligencia por la senda de los convenios, que hayan tropezado o se hayan apartado de tal senda, o que ni siquiera puedan ver dicha senda desde donde estén ahora, les ruego que se arrepientan. Sientan el poder fortalecedor del arrepentimiento diario; de actuar y de ser un poco mejor cada día.

Al escoger arrepentirnos, ¡escogemos cambiar! Permitimos que el Salvador nos transforme en la mejor versión de nosotros. Escogemos crecer espiritualmente y recibir gozo; el gozo de la redención en Él8. Al escoger arrepentirnos, escogemos llegar a ser más semejantes a Jesucristo9.

Hermanos, tenemos que actuar mejor y ser mejores, porque estamos en una batalla. La batalla contra el pecado es real. El adversario está cuadruplicando sus esfuerzos por desestabilizar testimonios e impedir la obra del Señor; está armando a sus secuaces con potentes armas para evitar que participemos del gozo y del amor del Señor10.

El arrepentimiento es la clave para evitar la desdicha que infligen las trampas del adversario. El Señor no espera la perfección de nuestra parte en este punto de nuestro progreso eterno; pero sí espera que seamos cada vez más puros. El arrepentimiento diario es la senda a la pureza, y la pureza proporciona poder. La pureza personal puede hacernos potentes herramientas en las manos de Dios. Nuestro arrepentimiento —nuestra pureza— nos facultará para ayudar en el recogimiento de Israel.

El Señor enseñó al profeta José Smith “que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que estos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de la rectitud”11.

Sabemos lo que nos dará mayor acceso a los poderes del cielo; también sabemos lo que obstaculizará nuestro progreso; y lo que tenemos que dejar de hacer para aumentar nuestro acceso a los poderes del cielo. Hermanos, procuren entender, con espíritu de oración, cuál es el obstáculo en la senda de su arrepentimiento. Determinen qué es lo que evita que se arrepientan; y luego, ¡cambien! ¡Arrepiéntanse! Todos podemos actuar mejor y ser mejores de lo que hemos sido12.

Hay formas específicas en las que probablemente podamos mejorar. Una es la forma en que tratamos nuestro cuerpo. Me lleno de asombro ante el milagro del cuerpo humano. Es una magnífica creación, esencial en nuestro avance gradual hacia nuestro máximo potencial divino. Sin él, no podemos progresar. Al darnos el don del cuerpo, Dios nos ha permitido dar un paso crucial para llegar a ser más semejantes a Él.

Satanás comprende eso. Le molesta el hecho de que su apostasía preterrenal lo inhabilite permanentemente para acceder a ese privilegio, lo que lo deja en un estado constante de celos y resentimiento. Por tanto, muchas —si no la mayoría— de las tentaciones que pone en nuestro camino ocasionan que maltratemos nuestro cuerpo o el de otras personas. Ya que Satanás es desdichado sin un cuerpo, quiere que nosotros seamos desdichados a causa del nuestro13.

Su cuerpo es su templo personal, creado para albergar a su espíritu eterno14. El cuidado que brinden a dicho templo es importante. Ahora bien, les pregunto, hermanos: ¿están más interesados en vestir y ataviar su cuerpo para ser atractivo al mundo de lo que están para complacer a Dios? Su respuesta a esta pregunta transmite un mensaje directo a Él sobre lo que sienten en cuanto al trascendental don que les ha dado. Hermanos, en lo tocante a esta reverencia hacia nuestro cuerpo, creo que podemos actuar mejor y ser mejores.

Otra manera en la que también podemos actuar y ser mejores es el modo en que honramos a las mujeres de nuestra vida, comenzando por nuestra esposa e hijas, y nuestra madre y hermanas15.

Hace meses, recibí una desgarradora carta de una querida hermana, que escribía: “[Mis hijas y yo] sentimos que estamos en una competencia feroz por la total atención de nuestros esposos e hijos, con las noticias deportivas veinticuatro horas siete días a la semana, los videojuegos, las noticias del mercado de valores, [y] el analizar y ver los partidos de todo deporte [imaginable] sin fin. Parece que dejamos de ser la prioridad para nuestros esposos e hijos debido a la prioridad permanente de [los deportes y partidos]”16.

Hermanos, su primer y principal deber como poseedor del sacerdocio es amar y cuidar de su esposa. Lleguen a ser uno con ella; sean su compañero; facilítenle a ella querer ser la suya. Ningún otro interés en la vida debe cobrar prioridad por encima de edificar una relación eterna con ella. Nada en el televisor, los dispositivos móviles ni las computadoras es más importante que el bienestar de ella. Hagan un inventario de cómo utilizan su tiempo y a qué dedican sus energías; eso les indicará dónde está puesto su corazón. Oren para tener el corazón en sintonía con el de su esposa. Procuren brindarle dicha. Busquen su consejo y escuchen. Las sugerencias de ella mejorarán el proceder de ustedes.

Si tienen la necesidad de arrepentirse por el modo en que han tratado a las mujeres más cercanas a ustedes, empiecen ahora; y recuerden que es su responsabilidad ayudar a las mujeres de su vida a recibir las bendiciones que provienen de vivir la ley de castidad del Señor. Jamás sean la razón por la que una mujer no pueda recibir sus bendiciones del templo.

Hermanos, todos necesitamos arrepentirnos. Tenemos que levantarnos del sofá, dejar el control remoto y despertar de nuestro letargo espiritual. Es hora de ponernos toda la armadura de Dios, para que podamos embarcarnos en la obra más importante de la tierra. Es hora de “mete[r] [n]uestras hoces, y cosecha[r] con todo [n]uestro poder, mente y fuerza”17. Las fuerzas del mal jamás han arrasado más ferozmente de lo que lo hacen hoy en día. Como siervos del Señor, no podemos estar dormidos mientras se desata la batalla.

Su familia necesita su liderazgo y amor; su cuórum y los de su barrio o rama necesitan su fortaleza; y todos los que los conozcan tienen que saber lo que es un verdadero discípulo del Señor y cómo ha de actuar.

Mis queridos hermanos, nuestro Padre los escogió para venir a la tierra en este momento crucial por su valentía espiritual preterrenal. Se hallan entre los más selectos y más valientes hombres que hayan venido a la tierra. Satanás sabe quiénes son y quienes eran en la vida preterrenal y comprende la obra que debe hacerse antes que el Salvador regrese; y tras milenios de practicar sus astutos artificios, el adversario es experimentado y pertinaz.

Afortunadamente, el sacerdocio que poseemos es mucho más fuerte que las asechanzas del adversario. Les ruego que sean los hombres y los hombres jóvenes que el Señor necesita que sean. Centren su atención en el arrepentimiento diario como una parte tan integral de su vida que puedan ejercer el sacerdocio con más poder que nunca. Esa es la única forma de mantenerse ustedes y su familia a salvo espiritualmente en los difíciles días venideros.

El Señor necesita hombres desinteresados que pongan el bienestar de otras personas por encima del propio. Necesita hombres que trabajen a propósito para oír la voz del Espíritu con claridad. Necesita hombres del convenio que guarden sus convenios con integridad. Necesita hombres que estén decididos a mantenerse sexualmente puros; hombres dignos a los que se pueda recurrir sin previo aviso para que den bendiciones con el corazón puro, la mente limpia y las manos dispuestas. El Señor necesita hombres deseosos de arrepentirse; hombres con afán de servir y de ser parte del batallón del Señor conformado por dignos poseedores del sacerdocio.

Los bendigo para que lleguen a ser esos hombres; los bendigo con el valor de arrepentirse a diario y aprender cómo ejercer el poder del sacerdocio en pleno; los bendigo para comunicar el amor del Salvador a su esposa e hijos, y a todos los que los conozcan; los bendigo para que actúen mejor y sean mejores; y los bendigo para que, al hacer esos esfuerzos, experimenten milagros en su vida.

Estamos dedicados a la obra de Dios Todopoderoso. Jesús es el Cristo; nosotros somos Sus siervos. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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