Cómo acceder al poder de Dios a través de los convenios
Conforme anden por la senda de los convenios, del bautismo al templo y a lo largo de la vida, les prometo que tendrán el poder de ir contra la mundana corriente natural.
En noviembre pasado, tuve el privilegio de dedicar el Templo de Belém, Brasil. Fue un gozo estar con los consagrados miembros de la Iglesia en el norte de Brasil. En esa ocasión, aprendí que Belém es la puerta de acceso a la región que incluye el río más caudaloso del mundo: el río Amazonas.
A pesar de la fuerza del río, dos veces al año sucede algo aparentemente sobrenatural. Cuando el sol, la luna y la tierra están en cierta alineación, una potente marea fluye río arriba, contra el curso natural del agua. Se han documentado olas de hasta seis metros de altura1 que llegan a recorrer hasta cincuenta kilómetros2 corriente arriba. A ese fenómeno, conocido generalmente como macareo, se lo llama localmente pororoca o “gran rugido”, debido al fuerte ruido que produce. Podemos concluir correctamente que aun el poderoso Amazonas debe ceder ante los poderes del cielo.
Tal como el Amazonas, tenemos un curso natural en nuestras vidas; tendemos a hacer lo que surge de manera natural. Como el Amazonas, con la ayuda del cielo podemos hacer cosas sobrenaturales; después de todo, no es natural que seamos humildes o mansos, ni estemos dispuestos a someter nuestra voluntad a Dios. Sin embargo, solo al así hacerlo podemos ser transformados, regresar a vivir en la presencia de Dios y alcanzar nuestro destino eterno.
A diferencia del Amazonas, nosotros podemos escoger si cedemos ante los poderes del cielo o si “seguimos la corriente”3. Ir contra la corriente puede ser difícil, pero cuando nos sometemos “al influjo del Santo Espíritu” y ponemos de lado las tendencias egoístas del hombre o la mujer natural4, podemos recibir el poder transformador del Salvador en nuestra vida, el poder para hacer cosas difíciles.
El presidente Russell M. Nelson nos enseñó cómo hacerlo. Él prometió: “Cada persona que hace convenios en las pilas bautismales y en los templos, y los guarda, tiene un mayor acceso al poder de Jesucristo […], [a] fin de elevarnos por encima de la atracción de este mundo caído”5. En otras palabras, podemos acceder al poder de Dios, pero solo cuando nos conectamos con Él mediante convenios sagrados.
Antes de que se creara la tierra, Dios estableció convenios como el mecanismo mediante el cual nosotros, Sus hijos, podríamos unirnos a Él. Con base en una ley eterna e inmutable, Él especificó las condiciones innegociables por las cuales somos transformados, salvados y exaltados. En esta vida, hacemos dichos convenios al participar en ordenanzas del sacerdocio y prometer que haremos lo que Dios nos pida hacer y, a cambio, Dios nos promete ciertas bendiciones6.
Un convenio es un compromiso para el cual debemos prepararnos, que debemos comprender claramente y honrar absolutamente7. Hacer un convenio con Dios es diferente de hacer una promesa a la ligera. Primero, se requiere la autoridad del sacerdocio. Segundo, una promesa débil no tendrá la fuerza conectora para elevarnos por encima de la atracción de la corriente natural. Solo hacemos el convenio cuando tenemos la intención de comprometernos a cumplirlo de un modo considerablemente excepcional8. Llegamos a ser hijos de Dios por convenio y herederos de Su reino, en especial, cuando nos identificamos completamente con el convenio.
La expresión senda de los convenios se refiere a una serie de convenios mediante los cuales venimos a Cristo y nos conectamos con Él. A través de ese vínculo por convenio, tenemos acceso a Su poder eterno. La senda comienza con la fe en Jesucristo y el arrepentimiento, seguidos por el bautismo y la recepción del Espíritu Santo9. Jesucristo nos mostró cómo entrar en la senda cuando se bautizó10. Según los relatos del Nuevo Testamento en Marcos y Lucas, el Padre Celestial habló directamente a Jesús en Su bautismo, diciéndole: “… Tú eres mi Hijo Amado, en ti me complazco”. Cuando nos embarcamos en la senda de los convenios mediante el bautismo, imagino al Padre Celestial diciéndonos algo similar a cada uno de nosotros: “Tú eres mi hijo amado, en quien me deleito. Sigue avanzando”11.
En el bautismo y cuando tomamos la Santa Cena12, testificamos que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo13. En ese contexto, tengamos presente el mandamiento del Antiguo Testamento: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”14. Para nuestros oídos modernos, aquello suena como una prohibición contra el uso irreverente del nombre del Señor. El mandamiento incluye eso, pero su precepto es aún más profundo. La palabra hebrea traducida como “tomarás” significa “izar” o “portar”, como lo haríamos con un estandarte que identifique a uno mismo con una persona o con algún grupo15. La palabra traducida como “vano” significa “vacío” o “engañoso”16. Así, pues, el mandamiento de no tomar el nombre del Señor en vano puede significar: “No te identificarás como discípulo de Jesucristo a menos que te propongas representarlo bien”.
Llegamos a ser Sus discípulos y lo representamos bien cuando de manera intencional y creciente tomamos sobre nosotros el nombre de Jesucristo mediante convenios. Nuestros convenios nos dan poder para permanecer en la senda de los convenios debido a que nuestra relación con Jesucristo y nuestro Padre Celestial cambia. Nos conectamos con Ellos mediante un vínculo de convenios.
La senda de los convenios conduce a las ordenanzas del templo, tal como la investidura del templo17. La investidura es el don de Dios que consiste en sagrados convenios que nos conectan más plenamente con Él. En la investidura, primero, hacemos convenio de esforzarnos por guardar los mandamientos de Dios; segundo, arrepentirnos con un corazón quebrantado y un espíritu contrito; tercero, vivir el Evangelio de Jesucristo. Hacemos esto ejerciendo la fe en Él, haciendo convenios con Dios al recibir las ordenanzas de salvación y exaltación, guardando esos convenios a lo largo de nuestras vidas y esforzándonos por vivir los dos grandes mandamientos de amar a Dios y a nuestro prójimo. Cuarto, hacemos convenio de guardar la ley de castidad y, quinto, dedicarnos a nosotros mismos y todo con lo que el Señor nos ha bendecido para edificar Su Iglesia18.
Al hacer y guardar los convenios del templo, aprendemos más sobre los propósitos del Señor y recibimos una plenitud del Espíritu Santo19; recibimos dirección para nuestra vida; maduramos en nuestro discipulado para no permanecer como niños perpetuos y sin conocimiento20. Antes bien, vivimos con una perspectiva eterna y estamos más motivados a servir a Dios y a otras personas. Recibimos mayor capacidad para cumplir con nuestros propósitos en la vida terrenal. Somos protegidos de la maldad21 y obtenemos mayor poder para resistir la tentación y arrepentirnos cuando tropezamos22. Cuando flaqueamos, el recuerdo de nuestros convenios con Dios nos ayuda a volver a la senda. Al conectarnos con el poder de Dios, nos convertimos en nuestra propia pororoca, capaces de ir contra la corriente del mundo, a lo largo de nuestra vida y por las eternidades. En definitiva, nuestros destinos cambian debido a que la senda de los convenios conduce a la exaltación y la vida eterna23.
Guardar los convenios hechos en la pila bautismal y en el templo también nos proporciona la fuerza para soportar las pruebas y los pesares de la vida terrenal24. La doctrina relacionada con esos convenios facilita nuestro camino y brinda esperanza, consuelo y paz.
Mis abuelos, Lena Sofia y Matts Leander Renlund, recibieron poder de Dios mediante su convenio bautismal cuando se unieron a la Iglesia en 1912, en Finlandia. Estaban felices de ser parte de la primera rama de la Iglesia en Finlandia.
Leander murió de tuberculosis cinco años después, cuando Lena estaba esperando su décimo hijo. Aquel hijo —mi padre— nació dos meses después de la muerte de Leander. Con el tiempo, Lena sepultó no solo a su esposo, sino también a siete de sus diez hijos. Al ser una viuda pobre, tuvo dificultades. Durante veinte años no tuvo ni una noche de descanso; Durante el día, luchaba para proveerle comida a su familia. Por la noche, cuidaba a sus familiares agonizantes. Es difícil imaginar cómo pudo afrontarlo.
Lena perseveró porque sabía que su esposo y sus hijos fallecidos podrían ser suyos por las eternidades. La doctrina de las bendiciones del templo, incluida la de la familia eterna, le brindaban paz, pues confiaba en el poder para sellar. Durante su vida terrenal no recibió la investidura ni se selló a Leander, pero Leander siguió siendo una influencia vital para su vida y parte de su gran esperanza en el futuro.
En 1938, Lena envió los registros para que pudieran efectuarse las ordenanzas del templo por sus familiares fallecidos. Fueron algunos de los primeros en enviarse desde Finlandia. Después que murió, otras personas efectuaron las ordenanzas del templo a favor de ella, Leander y sus hijos fallecidos. Mediante una representante, Lena fue investida, ella y Leander se sellaron el uno al otro, y sus hijos fallecidos y mi padre se sellaron a ellos. Al igual que otros, Lena “[e]n la fe muri[ó] […] sin haber recibido las cosas prometidas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y aceptándolas”25.
Lena vivió como si ya hubiera hecho esos convenios en su vida; sabía que los convenios del bautismo y la Santa Cena la conectaban con el Salvador. “Permitió que la dulce añoranza del santuario [del Redentor] tra[jera] esperanza a [su] desolado corazón”26. Lena consideraba como una de las grandes misericordias de Dios el haber aprendido sobre la familia eterna antes de experimentar las tragedias de su vida. Mediante convenios, recibió el poder de Dios para perseverar y elevarse por encima del influjo depresivo de sus desafíos y adversidades.
Conforme anden por la senda de los convenios, del bautismo al templo y a lo largo de la vida, les prometo que tendrán el poder de ir contra la mundana corriente natural: el poder de aprender, el poder de arrepentirse y ser santificados, y el poder de hallar esperanza, consuelo e incluso gozo al afrontar los desafíos de la vida. Les prometo a ustedes y sus familias protección contra la influencia del adversario, en especial cuando hacen del templo un lugar fundamental en su vida.
Conforme vienen a Cristo y se conectan con Él y nuestro Padre Celestial por convenio, sucede algo aparentemente sobrenatural: son transformados y llegan a ser perfeccionados en Jesucristo27; llegan a ser hijos de Dios por convenio y herederos en Su reino28. Puedo imaginarlo a Él diciéndoles: “Tú eres mi hijo amado, en quien me deleito. Bienvenido a casa”. En el nombre de Jesucristo. Amén.