“Aquí los mormones no me encontrarán”
En 1918, Auguste Lippelt y sus hijos se bautizaron en Bremen, Alemania. El esposo de Auguste, Robert, se oponía a su nueva religión. En 1923, la familia Lippelt emigró a Sudamérica en busca de mayores oportunidades económicas. Al enterarse de que la Iglesia aún no estaba establecida en Brasil, Robert se mudó con su familia a Ipoméia. “Aquí los mormones no me encontrarán”, razonó.
Auguste, sin dejarse intimidar por la desaprobación de Robert, les predicó a sus vecinos y les escribió a los líderes de la Iglesia fuera de Brasil para solicitar que los misioneros fueran a ese país. Reinhold Stoof, presidente de la Misión Sudamericana, pronto asignó misioneros a Brasil y luego visitó a la familia. En 1928, los misioneros llegaron a Joinville, donde se habían establecido muchos inmigrantes alemanes. Poco tiempo después, varios conversos se bautizaron y se organizó una rama. En 1930, los misioneros finalmente llegaron a Ipoméia para visitar a la familia Lippelt.
Años después de la muerte de Auguste, Robert sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó parcialmente paralizado. Su hija Georgine cuidó de él; intencionalmente, ella dejaba publicaciones de la Iglesia donde él pudiera encontrarlas. Robert leyó varios folletos y, con el tiempo, el Libro de Mormón.
“Quiero ir adonde está mi esposa”, anunció Robert un día; “quiero bautizarme”. Empezó a reunirse con los misioneros. A algunos les preocupaba que su parálisis hiciera que fuera peligroso bautizarlo. “Estoy seguro de que por medio de la infinita bondad del Señor”, les aseguró él, “saldré del agua completamente curado”. El día de su bautismo, llevaron a Robert hasta el río do Peixe, donde fue bautizado. Cuando salió del agua, su parálisis se curó y él pudo salir caminando del río sin ayuda. Robert se mantuvo fiel a la Iglesia durante el resto de su vida.