El poder del Espíritu
Jesús enseñó que el Espíritu, al igual que el viento, “sopla de donde quiere, y oyes su sonido; pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va” (Juan 3:8). Poco después de que se estableció la Iglesia en Chile, el Espíritu comenzó a hacerse sentir en las personas de todo el país.
Un día en 1961, el viento sopló algunas páginas de la revista Selecciones de Reader’s Digest hacia Juan Benavidez, de Arica, en las que se describía la Iglesia. Él recogió las páginas y las leyó. Los misioneros aún no habían llegado a Arica, una de las ciudades del extremo norte de Chile pero, poco después de esa experiencia, Benavidez visitó a su hermana en Santiago. Al estar allí, se enteró de que ella se había unido a la Iglesia y aceptó la invitación que ella le hizo para asistir a una conferencia especial. Benavidez más tarde testificó que comenzó a recibir su testimonio cuando escuchó la primera oración. “Un gran gozo me recorrió todo el cuerpo”, dijo, “y reconocí la influencia del Espíritu Santo”.
Cuando Benavidez regresó a Arica, compartió su experiencia con su novia y futura esposa, Gladys Aguilar. Solo dos días después, Aguilar vio pasar a dos misioneros, y ella y Benavidez acudieron a ellos. Benavidez, Aguilar y la familia de esta fueron los primeros en ser bautizados in Arica. “Estoy muy agradecido al Señor por esa ráfaga de viento que sopló hacia mis manos la información sobre la Iglesia”, comentó Benavidez más tarde.
En un período tormentoso de su vida, Irma de McKenna, de Quilpué, recibió consuelo de una notable manifestación. A pesar de la falta de apoyo de su esposo y su madre, ella se había unido a la Iglesia. Aunque estaba feliz de ser miembro, el antagonismo de su familia le causaba “un dolor que le desgarraba el alma”.
Una noche, después de sentirse particularmente insuficiente para defender la Iglesia de los ataques de su familia, su dolor era casi más de lo que podía soportar. Derramó sus sentimientos en oración y se comprometió a estudiar las Escrituras para estar mejor preparada. Más tarde escribió: “Vi en visión una mano blanca, luminosa, perfecta, hermosa, colocada suavemente sobre mi cabeza […]. Toda la tristeza se alejó de mi corazón. Esa fue una señal para mí de que […], aunque el mundo entero luchara contra mí, mi amado Señor estaría allí para consolarme”. McKenna cumplió su promesa de estudiar “con plena dedicación” y se regocijó cinco años después cuando su madre fue bautizada.
Cuando Nilda Pinto conoció a los misioneros, les prometió que oraría y le preguntaría a Dios si lo que enseñaban era verdadero. Más tarde esa noche, se despertó con un profundo sentimiento de culpa: se había olvidado de orar e inmediatamente comenzó a hacerlo. “Si hay un Dios y Él escucha las oraciones”, oró, “necesito saber que Jesús es el Cristo”. Después de terminar su oración, permaneció de rodillas por un tiempo. Finalmente, se le mostró una visión de un bloque de madera en el que estaban grabadas las palabras “Jesús es el Cristo”; pero Nilda seguía dudando. “¡Qué imaginación tengo!”, pensó. Nilda continuó orando cada noche y cada vez se le mostraba la misma visión. En la tercera noche, Nilda aceptó que había recibido su respuesta. Sollozando, ofreció una oración de agradecimiento y prometió que nunca más dudaría.
Poco después de su bautismo, Nilda fue llamada a enseñar en la Primaria y comenzó a asistir a actividades para jóvenes adultos con miembros jóvenes de todas las ramas de la región de Santiago. Los padres de Nilda, Luis y Olga Pinto, inicialmente recibieron a los misioneros, pero Olga no tardó en preocuparse de que Nilda estuviera pasando demasiado tiempo en las actividades de la Iglesia y se opuso cada vez más a la Iglesia. A pesar de las objeciones de su madre, Nilda no dudó. En una actividad de la Iglesia, conoció a Lloyd Castleton, un joven miembro de la Iglesia que prestaba servicio en el Cuerpo de Paz. Ambos decidieron casarse en el templo después de que él terminara su servicio y se comunicaron por correo cuando Nilda se mudó para ir a la universidad en Utah.
Poco después de irse, Nilda recibió una llamada telefónica de Santiago. En el otro extremo de la línea estaba Lloyd Castleton, emocionado. “He bautizado a tus padres”, afirmó. A los pocos meses, el padre de Nilda, Luis Pinto, fue llamado como presidente de la rama.