Los desafíos del crecimiento
En los 50 años desde su fundación en 1830 hasta 1880, el número de miembros de la Iglesia aumentó a 133 000. Para 1983, la Iglesia en Chile tenía aproximadamente 140 000 miembros después de solo 17 años en el país. Al cumplir su 50 aniversario en 2006, la Iglesia en Chile había crecido hasta sobrepasar los 540 000 miembros. Es de entender que con ese crecimiento surgieran muchos desafíos. A medida que se organizaron nuevas ramas en todo el país que no tardaron en convertirse en barrios y estacas, muchos miembros perdieron su sentido de pertenencia en su nueva fe y dejaron de ser activos en la Iglesia.
El presidente Gordon B. Hinckley estaba profundamente preocupado por esos desafíos en todo el mundo y pidió a los miembros de la Iglesia que ayudaran a fortalecer a los nuevos conversos, asegurándose de que cada uno tuviera “un amigo, una responsabilidad y [fuese] nutrido por ‘la buena palabra de Dios’”. Más tarde asignó al élder Jeffrey R. Holland a vivir en Chile de 2002 a 2004 y servir como Presidente de Área para obtener conocimiento de primera mano en cuanto a los desafíos relacionados con el crecimiento y trabajar con los miembros chilenos para que innovaran soluciones. Durante ese período, muchos santos chilenos participaron en la capacitación de liderazgo a medida que se reorganizaban unidades de la Iglesia en el país. Un número cada vez mayor de jóvenes también hizo caso al llamado a prepararse para servir en misiones de tiempo completo.
Una década después, los miembros de la Iglesia y los misioneros continuaron los esfuerzos para ayudar a los miembros a volver a la actividad en la Iglesia, invitándolos con frecuencia a cumplir pequeñas responsabilidades específicas en sus ramas y barrios. Después de prepararse diligentemente durante una semana para dar un pensamiento espiritual y un breve testimonio en una clase de Principios del Evangelio, una hermana comenzó a asistir a la clase de manera tan fiel que le pidieron que fuera la maestra. Cuando se les pidió que proporcionaran el pan para la Santa Cena, un hombre y su familia fueron a la Iglesia con todo el suministro de pan que la familia tenía para la semana, creyendo que el Señor se ocuparía de sus necesidades. Sin conocer su situación, la madre del hombre les dio 20 kilos de harina al día siguiente. Se le pidió a un miembro con talento musical que dirigiera un coro de barrio recién formado. En la primera práctica, anunció que estaría con el coro durante más de un año e incorporaría muchas ideas que tenía. Al aceptar asignaciones en sus barrios, muchos miembros que se habían alejado de la Iglesia regresaron.