“Siempre dije que volverían otra vez”
En 1852, los misioneros, que habían llevado el Evangelio a Tubuai, Tahití y las islas Tuamotus, salieron de las islas debido a la presión que ejerció el nuevo gobierno colonial francés. Durante ese régimen, las autoridades francesas a menudo restringieron la libertad religiosa y prohibieron las reuniones de la Iglesia por muchos años.
Determinados a mantener la fe, los santos con frecuencia ignoraron esas restricciones. En el caso de la isla Anaa, un oficial de la policía hizo una redada durante una reunión y levantó su espada contra una mujer que se negó a dejar de orar. Los miembros se resistieron matando al oficial y a un sacerdote que lo había acompañado. Como resultado, cinco santos fueron ejecutados sin un juicio y muchos más fueron sentenciados a trabajos forzados.
A pesar de esas dificultades, los santos establecieron en silencio unas ”Siones” locales como centros de adoración en varias islas. Sin embargo, los líderes con frecuencia fueron arrestados cuando intentaban predicar. Cuando se le ordenó detener la enseñanza, un élder llamado Tihoni les dijo a los oficiales que él “prefería que le cortaran la garganta en lugar de abandonar su religión”, y, al final, le permitieron continuar con su obra.
En la década de 1860, se levantaron las restricciones sobre la libertad religiosa. Años de aislamiento y persecución dejaron a las comunidades mormonas en las islas divididas en facciones. En la década de 1870, los misioneros de la Iglesia Reorganizada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días llegaron a las islas y muchos miembros aceptaron su liderazgo. No obstante, otros miembros mantuvieron una identidad SUD distintiva. Por ejemplo, por el año 1881, los santos en Anaa establecieron una Sociedad de Socorro, una organización única a la Iglesia. Muchos conversos que habían conocido personalmente a los primeros misioneros esperaban con anhelo el día en que representantes de la sede de la Iglesia en Utah volvieran otra vez.
En 1892, después de cuarenta largos años, ese día llegó. Dos misioneros de la Misión Samoana llegaron a la Polinesia Francesa y les siguió el nuevo presidente de misión, James S. Brown, que había servido en las islas cuando era joven. Una mujer mayor y ciega llamada Tehuatehiapa se encontraba presente entre aquellos que dieron la bienvenida a los misioneros. “¡Siempre dije que volverían otra vez!”, les dijo. “El Señor los ha traído y ha prologado mi vida hasta que ustedes llegasen. Me regocijo en extremo por las misericordias del Señor”.