“Mi corazón se llenó de… entendimiento”
En 1881, un hombre santo maorí de nombre Pāora Te Potangaroa, dijo a su pueblo, que se hallaba reunido cerca de Te Ore Ore, en la isla Norte de Nueva Zelanda, que todavía no había llegado la iglesia correcta para los maoríes. Cuando lo hiciera, profetizó, la reconocerían porque provendría del este y la traerían mensajeros que viajarían de dos en dos y orarían con las manos levantadas. La profecía de Potangaroa fue una de varias profecías que hicieron los matakite, es decir, los maoríes visionarios. Cuando los primeros conversos maoríes conocieron a los misioneros Santos de los Últimos Días, vieron en ellos a los mensajeros que se habían predicho en las profecías.
Aunque los primeros conversos y ramas de Nueva Zelanda habían surgido de entre los europeos, la obra misional entre los maoríes echó raíces a principios de la década de 1880 y prosperó en las comunidades maoríes rurales, en particular, en la isla Norte. En aquel momento, muchos maoríes se habían desilusionado de otros grupos cristianos y las enfermedades, la guerra y la colonización habían alterado muchas instituciones culturales y sociales de los maoríes. Al ir de aldea en aldea, los misioneros sentían que el Señor los guiaba a las personas preparadas para recibir su mensaje. Aprendieron la lengua maorí, solicitaron la ayuda de los conversos recientes como maestros e intérpretes, y se granjearon la aprobación de los rangatira (jefes tribales), algunos de los cuales se bautizaron y a quienes les siguieron los miembros de las tribus.
Uno de ellos fue el jefe Hirini Te Rito Whaanga, de la tribu Ngāti Kahungunu. Él y su esposa, Mere, que vivían en la región de la bahía de Hawke, en la isla Norte, conocían una predicción similar, que se había pronunciado mientras vivía el abuelo de Hirini. Cuando los misioneros predicaron a los maoríes de la zona en 1884, el élder William Stewart levantó las manos para bendecir a quienes lo escuchaban. Algunas personas de la audiencia reconocieron ese hecho como el cumplimiento de una profecía y en breve se unieron a la Iglesia más de doscientas personas. Mere, y luego Hirini, se encontraban entre los que se bautizaron. “Al subir del agua, mi corazón se llenó de amor y entendimiento”, escribió Mere más adelante.
Hirini y Mere deseaban ir a Utah, tal como los conversos europeos, pero como Hirini era el jefe, su pueblo, comprensiblemente, se resistía a que se marchara. Él les recordó que la profecía acerca de los misioneros también decía que uno de ellos regresaría a la tierra de la que provenían aquellos. En junio de 1894, Hirini, Mere y cinco miembros de su familia se marcharon, dejando atrás una vida prominente, así como a sus amados familiares y amigos. Mere escribió: “Verdaderamente se me partió el corazón. Nunca me había separado de mis padres, ni de mis hermanos o familiares, ni ellos de nosotros”. En Utah, Hirini y Mere se sellaron en el Templo de Salt Lake y realizaron las ordenanzas del templo por sus antepasados. A lo largo de los años, también llevaron a cabo muchas ordenanzas del templo por los antepasados de sus familiares y amigos de Nueva Zelanda.
Cuatro años después, Hirini regresó a Nueva Zelanda como misionero, a los setenta años de edad, y consiguió abrir puertas que se habían cerrado a otros misioneros. Pocos años antes, se había expulsado a los misioneros de un pueblo en el que Hirini tenía varios amigos y familiares. Hirini relató: “Confiando en Dios y sin temer su descontento, les señalé sinceramente sus faltas y sus ideas erróneas, y aceptaron mis palabras gustosamente”. Durante tan solo un mes, Hirini y sus compañeros misioneros llevaron a cabo unos veinte bautismos. En cada zona que visitaba, recopilaba más información genealógica de los habitantes locales a fin de realizar más ordenanzas por sus antepasados cuando regresara a Utah.
Después de volver a Utah en abril de 1899, Hirini se reunió con Mere y los dos continuaron su servicio en el Templo de Salt Lake. La salud de Hirini se deterioró y falleció en 1905. En 1907, Mere misma se marchó en una misión a Nueva Zelanda, donde prestó servicio y fue un ejemplo de humildad y fidelidad para la gente. “Las personas la honran y sus palabras significan mucho para ellas”, dijo el presidente de misión, Rufus Hardy. “Su sola presencia… es un sermón”. Mere vivió hasta 1944 y vio cómo creció la Iglesia en Nueva Zelanda hasta tener unos diez mil miembros, maoríes en su mayoría.