Oré para encontrar una respuesta
A veces oramos para pedir ayuda, pero las respuestas se reciben únicamente después de que nuestra fe se ha puesto a prueba.
Un día, en una prueba de matemáticas, no lograba recordar cómo resolver uno de los problemas. Aunque me había preparado, no recordaba lo que había repasado en casa, pero tenía fe en que podía pedirle a mi Padre Celestial que me ayudara.
Tomé la decisión de que aceptaría la primera impresión que recibiera. Después de la oración, sentí que podría resolver el problema de una manera específica; sin embargo, comencé a dudar, ya que parecía una manera extraña de resolverlo, de modo que lo resolví por mi cuenta lo mejor que pude.
Una vez que se entregaron todas las pruebas, la profesora repasó el examen con nosotros. Me di cuenta de que la impresión que había sentido después de la oración me habría llevado a la respuesta correcta, pero no había escuchado.
Más adelante, durante los exámenes finales, volví a darme cuenta de que no podía resolver uno de los problemas, a pesar de que lo había practicado en casa.
Quería pedirle al Padre Celestial que me ayudara, pero recordaba la ocasión en que rotundamente había rechazado Su ayuda. Ahora me avergonzaba suplicarle, pero, dado que no se me ocurría ninguna otra solución, igualmente oré pidiendo ayuda.
Otra vez volví a dudar cuando recibí la impresión; aunque estaba más confundida que antes, le había prometido al Señor que escucharía, así que rechacé las dudas e hice exactamente lo que la impresión me indicó que hiciera.
Después de corregir los exámenes, la profesora dio las calificaciones. Comenzó con las notas más bajas hasta llegar a las mejores, lo cual hizo que la situación fuera más emocionante. Cuando no mencionó mi nombre entre los “3” —una nota baja—estaba contenta porque tendría un “2”: la mejor nota que jamás había tenido en matemáticas. Pero cuando tampoco mencionó mi nombre entre los “2”, sentí algo muy diferente: estaba completamente segura de que no había sacado un “1”, de modo que comencé a temer que mi examen hubiera sido el peor de toda la clase.
Entonces mencionó mi nombre entre los “1”. Se me hizo un nudo en la garganta al reconocer en ello la mano del Señor y saber del amor y de la paciencia que me tenía. Cuando algunos de mis compañeros de clase me felicitaron, lo único que pude hacer fue negar con la cabeza: logré salir adelante únicamente cuando seguí la impresión del Espíritu.