Un fuego ardiente dentro de mí
El día en que aprendió a leer también fue el día en que Eduardo obtuvo un testimonio del Libro de Mormón y de su poder.
“Mi abuelo solía decir: ‘Si queremos llegar a ser alguien, tenemos que aprender a leer’”, dice Eduardo Contreras. “Mi abuelo tenía razón”.
Sin embargo, para Eduardo, el camino hasta llegar a leer fue largo. Al ser uno de los cinco hijos que crió su madre viuda en la ciudad de Córdoba, Argentina, dejó la escuela cuando tenía ocho años y fue a trabajar para ayudar a mantener a la familia.
“Éramos muy pobres”, recuerda. Para ayudar a cubrir los gastos, Eduardo limpiaba zapatos, hacía ladrillos, recolectaba papas (patatas), vendía periódicos y hacía otros trabajos temporales hasta que, cuando ya era un hombre joven, encontró trabajo de jornada completa para el gobierno municipal.
Con el pasar de los años, Eduardo se casó y estableció su propia familia. Cuando la mayoría de sus cinco hijos comenzaron a irse de la casa, él todavía no sabía leer y tenía muy pocas posibilidades de lograrlo. Un día eso cambió cuando él reprendió y echó a varios chicos que estaban molestando a dos misioneros Santos de los Últimos Días frente a su casa. Invitó a los misioneros a entrar a su hogar y no mucho después él y su esposa María comenzaron a escuchar las lecciones misionales.
“Me costaba entender lo que decían porque ellos no hablaban mucho castellano”, recuerda Eduardo, “pero me mostraron un folleto que tenía imágenes del Salvador y del profeta José Smith en la Arboleda Sagrada. Pensé que las imágenes que nos mostraban y las cosas que nos enseñaban eran hermosas”.
Aquellos misioneros pronto fueron reemplazados por otros, entre ellos uno cuyo idioma materno era el castellano. A Eduardo y a María, que habían perdido a una bebita no hacía muchos años, los emocionó el video de la Iglesia Las familias son eternas. Ellos, junto con su hijo menor, Osvaldo, se bautizaron poco después.
El bautismo de Eduardo en 1987 encendió el deseo de fortalecer su testimonio por medio de la lectura del Libro de Mormón. “¿Cómo puedo aprender a leer?”, le preguntó a su esposa. María le dijo que mirara las letras, las pusiera juntas en su mente, intentara decir las palabras y entonces intentara leer en voz alta. Ella le aseguró que, si practicaba, con el tiempo aprendería a leer.
Eduardo, que entonces tenía 45 años, sabía los sonidos de muchas letras, pero no había intentado leer desde que había dejado la escuela hacía ya casi cuatro décadas.
Sentí un fuego
Con una oración en el corazón, un día caluroso de verano, Eduardo se sentó a la sombra, en el jardín de su casa. “Allí”, dice él, “tomé la determinación de hacer el intento”.
María dice que nunca se hubiera imaginado lo que sucedió después. Mientras trabajaba en la cocina, escuchaba a Eduardo a ratos intentar decir en voz alta los sonidos de las letras y las palabras. “De pronto, lo oí hablar rápido”, dijo ella. “Escuché y me di cuenta de que estaba leyendo; y con fluidez. Había pasado menos de media hora, ¡y estaba leyendo!”.
Eduardo estaba tan inmerso en su intento que no se había dado cuenta de que estaba leyendo. Pero mientras leía, recuerda, “Sentí un fuego ardiente dentro de mí”. Asustado y sorprendido, Eduardo llamó a su esposa: “Mami, ¿qué me está pasando?”.
“Es el Espíritu del Señor”, contestó María. “¡Estás leyendo con fluidez!”
Al recordar la experiencia, María comenta: “Fue algo que no podemos negar”.
Eduardo añade: “El día que aprendí a leer también fue el día que obtuve mi testimonio del Libro de Mormón y de su poder”.
De allí en adelante, Eduardo comenzó a levantarse a las 4:00 de la mañana para leer el Libro de Mormón antes de ir a trabajar. Después leyó Doctrina y Convenios, y más tarde la Biblia. Ahora, los Contreras tienen una biblioteca en su hogar, mientras que antes de 1987 tenían muy pocos libros.
Al aumentar el conocimiento de Eduardo y de María en cuanto al Evangelio, también se fortalecieron sus testimonios. Cuando su hijo Osvaldo falleció después de un accidente de tránsito en 2001, sus testimonios —junto con poderosas experiencias espirituales al orar y en el Templo de Buenos Aires, Argentina, donde se habían sellado con Osvaldo— los ayudaron a sobrellevar su pérdida.
“Quizás algunos padres se hubieran vuelto locos”, dice Eduardo, “pero nosotros sentimos una calma que decía: ‘Su hijo está bien’. Por supuesto que lloramos. Él era un buen hijo y lo extrañamos. Pero nos hemos sellado en el templo, y sabemos dónde está”.
La luz de la alfabetización
Gracias a que un miembro de su barrio le enseñó, Eduardo también aprendió a escribir. “Antes”, dice él, “ni siquiera podía firmar mi nombre”.
Con la luz de la alfabetización, Eduardo llegó a comprender la verdad de las palabras de su abuelo.
“Estamos aquí en la tierra para progresar un poco cada día”, dice él. Al aprender a leer y a escribir, añade, muestra a sus hijos y nietos que nunca es demasiado tarde para aprender, progresar y llegar a ser lo que Dios quiere que seamos. “Debido a que puedo leer, aprendo algo nuevo cada día”, comenta.
Ahora, el hermano Contreras puede leer cualquier cosa que quiera, incluso los periódicos que en una época vendía cuando era un niño analfabeto. Las Escrituras siguen siendo sus libros favoritos, especialmente el Libro de Mormón. Lo ha leído de tapa a tapa ocho veces.
“Para mí, el Libro de Mormón fue la puerta”, dice él, aún agradecido por cómo la alfabetización y el Evangelio le han cambiado la vida. “El Libro de Mormón lo era todo para mí. Lo es todo para mí. Siento el Espíritu cada vez que lo abro para leer”.