2011
Lo que el Libro de Mormón enseña acerca del amor de Dios
Octubre de 2011


Lo que el Libro de Mormón enseña acerca del amor de Dios

Algunos de los ejemplos más sublimes del amor del Señor están registrados en el Libro de Mormón.

Elder Russell M. Nelson

La mayoría de los cristianos conoce los atributos de Jesucristo según se declaran en la Biblia. Se maravillan ante el amor que Él demostró hacia los pobres, los enfermos y los oprimidos. Quienes se consideran Sus discípulos también tratan de emular Su ejemplo y de seguir Su amorosa exhortación: “…amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios… porque Dios es amor” (1 Juan 4:7–8).

El Libro de Mormón aclara este concepto; describe cómo se nace de Dios y de qué manera se obtiene el poder de amar como Él ama. Establece tres principios fundamentales que traen el poder del amor de Dios a nuestra vida.

Primero, el Libro de Mormón enseña que ejercer la fe en Cristo y hacer un convenio con Él de guardar Sus mandamientos es la clave para nacer de nuevo espiritualmente. A las personas del Libro de Mormón que habían hecho ese convenio, el rey Benjamín les dijo: “Ahora pues, a causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy él os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas” (Mosíah 5:7).

Segundo, el Salvador mismo enseña que el poder de llegar a ser más como Él viene al recibir las ordenanzas del Evangelio: “Y éste es el mandamiento: Arrepentíos, todos vosotros, extremos de la tierra, y venid a mí y sed bautizados en mi nombre, para que seáis santificados por la recepción del Espíritu Santo, a fin de que en el postrer día os presentéis ante mí sin mancha” (3 Nefi 27:20).

Tercero, Él nos exhorta a que sigamos Su ejemplo: “…¿qué clase de hombres habéis de ser?”, pregunta retóricamente. Su respuesta: “En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27). Verdaderamente, Él quiere que seamos más como Él.

En el Libro de Mormón se registran algunos de los ejemplos más sublimes de Su amor. Estos ejemplos se pueden aplicar a nuestra vida a medida que nos esforzamos por llegar a ser más como el Señor.

Fue Su amor por Lehi y su familia —y el amor de ellos por Él— lo que los trajo a las Américas, la tierra prometida, donde prosperaron1.

Fue el amor de Dios por nosotros lo que, hace siglos, lo indujo a mandar a los profetas nefitas a que conservaran un registro sagrado de su pueblo. Las lecciones de ese registro tienen que ver con nuestra salvación y exaltación. Esas enseñanzas ahora están disponibles en el Libro de Mormón. Este texto sagrado es una prueba tangible del amor de Dios por todos Sus hijos alrededor del mundo2.

Fue el amor de Cristo por Sus “otras ovejas” lo que lo trajo al Nuevo Mundo3. Del Libro de Mormón aprendemos que hubo grandes desastres naturales y tres días de oscuridad en el Nuevo Mundo después de la muerte del Señor en el Viejo Mundo. Luego, el Señor glorificado y resucitado descendió de los cielos y ministró entre la gente del Nuevo Mundo.

“…soy la luz y la vida del mundo”, les dijo; “y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo” (3 Nefi 11:11).

Entonces proporcionó una de las experiencias más íntimas que alguien podría tener con Él. Los invitó a que palparan la herida en Su costado y las marcas de los clavos en Sus manos y pies, para que supieran con certeza que Él es “…el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que [había] sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14).

Después, Jesús dio a Sus discípulos la autoridad para bautizar, para conferir el don del Espíritu Santo y para administrar la Santa Cena. Les dio poder para establecer Su Iglesia entre ellos, dirigida por doce discípulos.

Les dio algunas de las enseñanzas básicas que les había dado a Sus discípulos del Viejo Mundo; sanó a los enfermos; se arrodilló y oró al Padre con palabras tan poderosas y sagradas que no se pudieron registrar. Tan poderosa fue Su oración, que quienes lo oyeron fueron llenos de gozo. Conmovido por Su amor hacia ellos y por la fe que ellos tenían en Él, Jesús lloró. Profetizó de la obra de Dios en los siglos que precederían al advenimiento prometido de Su segunda venida4.

Luego les pidió que trajeran a sus niños a Él.

“…y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos.

“Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo;

“y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.

“Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:21–24).

Tal es la pureza y el poder del amor de Dios, como se revela en el Libro de Mormón.

En estos últimos días, nosotros, quienes gozamos del privilegio de tener el Libro de Mormón, de ser miembros de la Iglesia del Señor, de tener Su evangelio y de guardar Sus mandamientos, sabemos algo del infinito amor de Dios. Sabemos cómo podemos tener esa clase de amor; al llegar a ser Sus verdaderos discípulos, obtenemos el poder de amar como Él ama. Al guardar Sus mandamientos llegamos a ser más como Él; ampliamos nuestro círculo personal de amor al tender una mano a la gente de toda nación, tribu y lengua.

Con profunda gratitud por Su vida ejemplar, podemos hacer que este pasaje de las Escrituras sea nuestra norma: “…pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es” (Moroni 7:48)5.

Cristo se aparece en el hemisferio occidental, por Arnold Friberg © 1995 IRI.

Alma bautiza en las aguas de Mormón, por Arnold Friberg.

Jesucristo visita las Américas, por John Scott.