Mensaje de la Primera Presidencia
Preciosas promesas del Libro de Mormón
Hace muchos años estaba junto al lecho de un padre joven que se debatía entre la vida y la muerte. Su angustiada esposa y sus dos hijos se encontraban cerca. Él me tomó de la mano y, con una mirada suplicante, dijo: “Obispo, sé que voy a morir; dígame qué le pasará a mi espíritu cuando eso suceda”.
Ofrecí una oración en silencio en busca de ayuda divina y vi sobre su mesita de noche un ejemplar de la combinación triple. Tomé el libro y hojeé sus páginas; de pronto me di cuenta de que, sin intención de mi parte, me había detenido en el capítulo 40 de Alma del Libro de Mormón. Le leí estas palabras:
“…he aquí, un ángel me ha hecho saber que los espíritus de todos los hombres, en cuanto se separan de este cuerpo mortal… son llevados de regreso a ese Dios que les dio la vida.
“Y… los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad que se llama paraíso: un estado de descanso, un estado de paz, donde descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena” (Alma 40:11–12).
Al seguir leyendo acerca de la Resurrección, el rostro del joven se iluminó y sus labios esbozaron una sonrisa. Al terminar mi visita, me despedí de esa dulce familia.
La siguiente vez que vi a la esposa y a los hijos fue en el funeral. Recuerdo esa noche en que un hombre joven suplicó saber la verdad y escuchó la respuesta por medio del Libro de Mormón.
Del Libro de Mormón surgen otras preciosas promesas, entre ellas, promesas de paz, libertad y bendiciones “…si tan sólo [servimos] al Dios de la tierra, que es Jesucristo” (Éter 2:12).
De sus páginas proviene la promesa de “interminable felicidad” a “…aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales” (Mosíah 2:41).
De sus páginas proviene la promesa de “incomprensible gozo” a aquellos que llegan a ser “[instrumentos] en las manos de Dios” al rescatar a Sus preciosos hijos e hijas (Alma 28:8; 29:9).
De sus páginas surge la promesa de que el Israel disperso será recogido, una obra en la que participamos por medio de nuestros esfuerzos misionales alrededor del mundo (véase 3 Nefi 16; 21–22).
De sus páginas procede la promesa de que si oramos al Padre en el sagrado nombre de Jesucristo, nuestra familia será bendecida (véase 3 Nefi 18:21).
Al estudiar sus páginas se cumple la promesa profética de que “recibirán personalmente y en su hogar una porción mayor del Espíritu del Señor, se fortalecerá su resolución de obedecer los mandamientos de Dios y tendrán un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios”1.
Y de las páginas del Libro de Mormón proviene la promesa de Moroni de que, por medio de la oración, la verdadera intención y la fe en Cristo, podremos saber la verdad de estas promesas “por el poder del Espíritu Santo” (véase Moroni 10:4–5).
Junto con otros profetas de los últimos días, testifico de la veracidad de éste, el libro “más correcto de todos los libros sobre la tierra”2, el Libro de Mormón, otro testamento de Jesucristo. Su mensaje se extiende sobre la tierra y trae a los lectores un conocimiento de la verdad. Es mi testimonio que el Libro de Mormón cambia vidas. Ruego que cada uno de nosotros lo lea y lo vuelva a leer, y que compartamos con gozo nuestro testimonio de sus preciosas promesas con todos los hijos de Dios.