El profeta José Smith
Traductor del Libro de Mormón
El Libro de Mormón es un singular libro de Escrituras. Aunque lo escribieron profetas antiguos, no lo recibimos de la misma forma que recibimos la Biblia. La Biblia se registró en el Viejo Mundo, mayormente en rollos y como libros separados, y fue reproducida a mano por escribas durante muchos siglos. No fue sino hasta el cuarto siglo después de Jesucristo que esos libros se combinaron y se presentaron como un solo tomo al que nos referimos como la Santa Biblia.
Al Libro de Mormón, en cambio, lo grabaron profetas antiguos en el Nuevo Mundo sobre planchas de metal, y fue compendiado principalmente por un profeta —Mormón (de allí el título)— en el quinto siglo d. C. en un solo registro sobre planchas de oro. Su hijo Moroni posteriormente enterró las planchas, y permanecieron allí hasta 1827, cuando Moroni, como ser resucitado, se las entregó a un joven de nombre José Smith.
Lo que figura a continuación es la historia de la forma en que José recibió, tradujo y publicó los anales que ahora llevan el título “El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo”. El Salvador mismo testificó que el libro es verdadero (véase D. y C. 17:6).
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En 1820, un muchacho de catorce años llamado José Smith vivía cerca de Palmyra, Nueva York. Aunque era joven, le preocupaba saber cuál era su situación ante Dios y estaba confundido por las afirmaciones de varias religiones cristianas que trataban de obtener conversos desacreditando las afirmaciones de las demás denominaciones. Motivado por su estudio de la Biblia, José decidió pedir sabiduría preguntando a Dios, quien “da a todos abundantemente y sin reproche” (Santiago 1:5). Fue a una arboleda cerca de su hogar para orar.
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Cuando José se arrodilló y oró, descendió sobre él una brillante columna de luz, en la cual vio a dos Personajes. El Padre Celestial le habló y dijo: “…Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:17). El Señor le dijo a José que no se uniera a ninguna de las iglesias porque ninguna de ellas era verdadera, pero le prometió “que la plenitud del Evangelio se [le] daría a conocer en un tiempo futuro”1.
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Pasaron tres años durante los cuales José Smith compartió su experiencia con otras personas y, por causa de ello, fue sujeto a persecución. Él dijo: “…aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y… yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o ¿por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo” (José Smith—Historia 1:25).
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El 21 de septiembre de 1823, José estaba orando cuando una luz llenó su habitación en el ático de la casa, y se le apareció un ángel llamado Moroni, quien le habló de los escritos de unos profetas antiguos. El registro, grabado en planchas de oro, estaba sepultado en un cerro no lejos de allí. A José se le informó que él traduciría el registro.
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Finalmente, el 22 de septiembre de 1827, se le confiaron las planchas a José, quien las sacó de una caja de piedra sepultada bajo una piedra grande en un cerro cercano a Palmyra, Nueva York.
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Como era común en aquella época en las zonas rurales, José Smith tenía poca educación académica. Para ayudarle con la traducción, Dios le proporcionó un antiguo instrumento de traducción llamado Urim y Tumim. También lo bendijo con la ayuda de escribas que apuntaban lo que él dictaba mientras traducía. Algunos de esos escribas fueron su esposa Emma; Martin Harris, un próspero granjero; y Oliver Cowdery, maestro de escuela. La mayor parte de la traducción se terminó en menos de tres meses después de que Oliver comenzó a servir como escriba.
Emma describió cómo era servir en calidad de escriba de José: “Ningún hombre habría podido dictar los manuscritos si no hubiese sido inspirado; pues, cuando fui su escriba, [José] me dictaba hora tras hora; y cuando retomábamos la labor tras las comidas o tras una interrupción, inmediatamente comenzaba donde lo había dejado, sin ni siquiera ver el manuscrito ni hacer que le leyese parte alguna del mismo”2.
José explicó la importancia de la salida a luz del Libro de Mormón: “Por el poder de Dios, traduje el Libro de Mormón de jeroglíficos cuyo conocimiento se había perdido para el mundo; un acontecimiento maravilloso en el cual estuve solo, un joven sin instrucción, para combatir, con una nueva revelación, la sabiduría mundana y la ignorancia colectiva de dieciocho siglos”3.
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Durante los dieciocho meses que tuvo las planchas, José no fue el único que las vio y las tocó. Tres hombres —Oliver Cowdery, David Whitmer y Martin Harris— testificaron formalmente que el ángel Moroni les mostró las planchas de oro y que sabían que las planchas habían sido “traducidas por el don y el poder de Dios, porque así su voz nos lo declaró”. Ocho hombres más también testificaron que habían visto y palpado las planchas de oro4.
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Ya para agosto de 1829, José había establecido un contrato con el editor Egbert B. Grandin, de Palmyra, Nueva York, para que imprimiera el tomo. Martin Harris hipotecó su granja para pagar la impresión del libro, y el 26 de marzo de 1830, el Libro de Mormón salió a la venta.
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El 6 de abril de 1830, unas sesenta personas se congregaron en una casa de troncos en Fayette, Nueva York. Allí, de acuerdo con la dirección recibida del Señor Jesucristo, José Smith organizó formalmente la Iglesia del Salvador, restaurada tal como estaba organizada originalmente y dirigida por apóstoles y profetas autorizados para hablar por Dios. En una revelación posterior recibida por José Smith, se le dio el nombre a la Iglesia: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (véase D. y C. 115:4).