La tarjeta de Navidad proveniente de Obregón
Robert Ramos, Oregón, EE. UU.
Durante mi misión en México, mi compañero y yo conocimos a un señor de Ciudad Obregón, ubicada en el noroeste de México, cerca del Golfo de California. Le interesó nuestro mensaje sobre la restauración del Evangelio, pero sólo podía conversar por diez minutos porque tenía que tomar un tren. Le enseñamos todo lo que pudimos en ese breve tiempo, y le dimos un ejemplar del Libro de Mormón y todos los folletos que teníamos. En ese entonces, la misión no tenía misioneros en Ciudad Obregón.
Varios meses después, recibí una tarjeta de Navidad de alguien de Ciudad Obregón. Miré la tarjeta preguntándome quién me la podía haber mandado, y entonces me di cuenta de que me la había enviado el hombre con quien habíamos conversado por diez minutos. Colgué la tarjeta en nuestro apartamento junto con las demás tarjetas de Navidad que habíamos recibido los otros misioneros y yo.
Después de Navidad, estaba a punto de deshacerme de la tarjeta cuando tuve la impresión de que debía guardarla. La impresión no era una voz audible sino un sentimiento en el corazón. En lugar de tirar la tarjeta, la guardé en mi maleta.
Unos meses después, me encontraba leyendo la carta mensual de la casa de la misión cuando vi el anuncio de que se empezaría a hacer la obra misional en Ciudad Obregón. Una vez más pensé: “¿Qué tiene que ver esa ciudad conmigo?”, y nuevamente recordé al hombre que habíamos conocido que era de allí. Me puse a buscar en mi maleta y encontré la tarjeta de Navidad, en la cual escribí: “Estos élderes son mis amigos, y los mando para que le enseñen más acerca del Evangelio”. Entonces envié la tarjeta a los élderes asignados a servir en Ciudad Obregón y les dije que fueran a visitar a ese señor y se la llevaran.
Al poco tiempo me llegó una carta de los élderes de Ciudad Obregón, la cual decía: “Estimado élder Ramos: La obra aquí ha sido tan difícil que el presidente de misión pensaba sacarnos, hasta que recibimos su tarjeta. Fuimos a visitar a este hermano, y estaba tan entusiasmado con nuestro mensaje que nos llevó a conocer a toda su familia y amigos. Por causa de este hermano, hemos organizado una rama”.
Los años han pasado, y ya se han organizado tres estacas en Ciudad Obregón. Me siento humilde al saber que, gracias a que escuché los susurros del Espíritu, tuve la bendición de participar, de manera pequeña, en ayudar a que mis hermanos de Ciudad Obregón recibiesen el evangelio de Jesucristo.