2011
Mi servicio como miembro soltera
Diciembre de 2011


El prestar servicio en la Iglesia

Mi servicio como miembro soltera

Al recibir el nuevo llamamiento, quedé atónita. “¿Podré hacerlo?”, me pregunté.

Hace aproximadamente siete años, cuando tenía veintinueve años de edad, me mudé de Oregón a Utah, EE. UU. Después de sopesar las opciones, decidí asistir al barrio local de familias que me correspondía, ya que sentía que necesitaba un cambio después del barrio de solteros al que había estado asistiendo.

Mis padres me enseñaron que siempre debía aceptar los llamamientos de la Iglesia, así que concerté una entrevista con el obispo para presentarme como alguien que quería que la pusieran a trabajar. No pasó mucho tiempo antes de que me llamaran a enseñar a los niños de cinco años en la Primaria, lo cual disfrutaba mucho. Cinco meses después, el obispo me llamó para que fuera la presidenta de la Primaria. Quedé atónita. “¿Podré hacerlo?”, me pregunté.

El ser soltera y no tener hijos me hacía dudar de que estuviera capacitada para servir en ese llamamiento. En los barrios de familias a los que había asistido en el pasado, las presidentas de la Primaria estaban felizmente casadas y eran madres buenas y dedicadas. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que mis padres me habían enseñado, acepté la nueva asignación. El obispo había tomado muy seriamente el mandato de que los obispos deben “encontrar llamamientos significativos para todos los jóvenes adultos solteros”1. Aunque quizá el llamamiento fuera un poco más significativo de lo que yo esperaba, estaba agradecida por él.

Al servir en mi nuevo llamamiento, pasé momentos dulces, divertidos e inspiradores con los niños. Un año, durante la época de Navidad, representamos el nacimiento de Jesús para una presentación especial del Tiempo para compartir. Entonamos canciones, conseguimos túnicas y turbantes para los pastores y para José, usamos cintas brillantes para la cabeza de los ángeles e hicimos coronas de cartón forradas con papel metálico para los reyes magos.

Mientras representábamos el relato de la Navidad y entonábamos canciones sagradas de la época navideña, presté atención a la hermosa niña que hacía de María. Me emocionó su ejemplo de reverencia y ternura mientras estaba arrodillada sosteniendo el muñeco que representaba al niño Jesús. El espíritu de ese momento me hizo sentir agradecimiento hacia nuestro amoroso Padre Celestial por el Salvador, y me ayudó a fortalecer mi testimonio de Su intensa y tierna misión. También hizo que me sintiera agradecida por las enormes bendiciones que había recibido al ser llamada a servir, y por un obispo inspirado que ayudó a que ese servicio fuera posible.

En Doctrina y Convenios dice: “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” (D. y C. 4:3). Aunque por lo general este versículo se relaciona con la obra misional, me gusta pensar que puede referirse a cualquier forma de servicio en el Evangelio.

Sin importar cuál sea nuestro estado civil o posición social, cada uno de nosotros es, primero que nada, hijo o hija de un amoroso Padre Celestial que desea que progresemos, que nos sintamos integrados, que desarrollemos nuestros talentos, que nos sirvamos unos a otros y que nos ayudemos mutuamente a regresar a Él.

La aceptación y el amor que experimenté en ese barrio fueron inmediatos y aún permanecen en mi corazón. Mi deseo de servir se reconoció y se utilizó, muchas personas me tendieron una mano de ayuda y me dieron la bienvenida, y el Padre Celestial realmente me bendijo. Gracias a líderes bondadosos y solícitos, tuve la bendición de enseñar a algunos de los hijos más maravillosos del Padre y aprender de ellos.

Nota

  1. Manual de Instrucciones 2: Administración de la Iglesia, 2010, 16.3.3.

Ilustración por Roger Motzkus.