2011
Perdidos y reencontrados
Diciembre de 2011


Perdidos y reencontrados

Es fácil desviarnos del camino si nuestras decisiones diarias no están en armonía con nuestro destino eterno.

Poco antes de cumplir 30 años, Roberta Tuilimu se dio cuenta de que no era feliz; tenía tres hermosos niños y amaba al padre de ellos, Daniel Nepia; pero Roberta y Daniel no estaban casados. Daniel no era miembro de la Iglesia y hacía mucho tiempo que Roberta no asistía a ella con regularidad.

El sueño de casarse en el templo que siempre había tenido cuando era jovencita y asistía a la Iglesia todas las semanas en Auckland, Nueva Zelanda, había quedado muy distante. Pero el volver la espalda a sus metas eternas no fue una decisión que tomó de repente; había sido un cambio lento que se produjo gradualmente a causa de pequeñas decisiones que tomó día a día.

Decisiones desconectadas

Para Roberta, una de sus decisiones se destaca claramente como el momento en que por primera vez se alejó del camino del Evangelio, aunque seguramente varias otras decisiones la habían llevado a ese punto. Cuando era adolescente, Roberta dejó de ir a la Iglesia por un par de semanas para hacer tareas escolares. “Es interesante el hecho de que pueda comenzar con algo que parecía tan insignificante en ese momento”, dice ella.

Después de no ir por un par de semanas fue mucho más fácil no ir la semana siguiente. Semanas de asistir esporádicamente se convirtieron en meses. Después de que cumplió los 18 años, sus amigos la convencieron de ir a los clubes nocturnos hasta muy tarde los sábados por la noche, lo cual hacía mucho más difícil ir a la Iglesia los domingos. Eso también la condujo a comenzar a beber alcohol.

“Sabía que no estaba bien, pero pensaba que podía dejarlo de inmediato si quería”, menciona. “Trataba de justificar mis decisiones”.

Llevaba una vida que no le permitiría entrar en el templo; sin embargo, después de conocer a Daniel, lo llevó a los jardines del Templo de Hamilton, Nueva Zelanda, y le dijo que quería casarse allí.

“Sabía que ése era el lugar donde quería ir”, expresa; “pero cada decisión equivocada que tomaba parecía hacer más fácil la siguiente mala decisión, lo cual la alejaba aún más de su destino deseado. Roberta y Daniel no tardaron en empezar a vivir juntos.

“No había relación entre lo que yo quería —lo que sabía que era lo correcto— y las decisiones que tomaba”, menciona. “Vivía el momento; no asociaba las decisiones del momento con el lugar a donde me llevarían”.

El Señor busca a los perdidos

A pesar de estar lejos de donde tenía la intención de llegar, Roberta no estaba perdida para el Señor. Aunque Daniel y Roberta no se daban cuenta en ese momento, el Buen Pastor, que vino “…a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10), los había estado buscando todo el tiempo.

El Espíritu había estado influyendo en Daniel, en ocasiones como cuando Roberta lo había llevado a los jardines del templo o cuando el padre de Roberta había bendecido a los hijos de ellos. Aunque se habían mudado varias veces, cada vez que cambiaban de residencia se encontraban por casualidad con los misioneros, y en ocasiones estudiaban con ellos.

Más tarde, después de mudarse una vez más en 2006, se encontraron con unos antiguos compañeros de la escuela, Dan y Lisa Nathan, que eran miembros activos de la Iglesia. Daniel y Roberta se acababan de mudar dentro de los límites del barrio al que iban los Nathan.

Durante tres semanas, Roberta eludió la invitación de Lisa para ir a la Iglesia con ella. “No quería tener que explicar mi situación”, comenta. “Pero decidí que quería que mis hijos fueran a la Primaria”.

Al poco tiempo, Daniel y Roberta empezaron a reunirse otra vez con los misioneros. Daniel comenzó a asistir a la Iglesia, donde un buen maestro de Principios del Evangelio marcó la diferencia. Las maestras visitantes iban a la casa de ellos todos los meses. El matrimonio incluso llegó a conocer al élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, en una reunión especial.

Por las experiencias que tuvieron, Roberta ve evidencia de que el Padre Celestial había preparado a “una gran cantidad de personas buenas que nos ayudaron”.

Meditar sobre sus caminos

Mediante varias experiencias y personas, el Padre Celestial había proporcionado a Daniel y a Roberta oportunidades para que “[meditaran] bien sobre [sus] caminos” (Hageo 1:7). Pero tenían que “[encomendar] a Jehová [su] camino” (Salmos 37:5) antes de que pudieran hacer algún adelanto.

“Sabía que mis caminos no eran Sus caminos”, dice Roberta (véase Isaías 55:8–9), “pero no sabía cómo conectar los dos”.

El momento decisivo llegó cuando los misioneros pidieron a Daniel y a Roberta que decidieran a dónde querían ir, en el aspecto espiritual, y qué era lo que tenían que hacer para llegar allí.

“Cuando finalmente decidimos que lo que queríamos era estar donde conduce el sendero del Señor”, explica ella, “comenzamos a considerar lo que se requeriría para seguir ese sendero y llegar allí”.

Los meses siguientes, Roberta se esforzó por dejar de lado las malas decisiones de su pasado y regresar al camino del cual se había alejado hacía más de una década. Al igual que el desviarse del sendero del Evangelio cuando era una adolescente comenzó con decisiones pequeñas, el regreso de Roberta hacia el sendero comenzó al hacer cosas aparentemente pequeñas cada día.

“Cuando comencé a tratar de hacer las cosas básicas todos los días: la oración personal y familiar, leer las Escrituras, llevar a los niños a la Iglesia y ayudar a los demás cuando podía; sentía que el Padre Celestial velaba por nosotros y escuchaba nuestras oraciones”, dice Roberta. “Nuestra familia era más feliz”.

Esas pequeñas elecciones ayudaron a fortalecer a Daniel y a Roberta para cuando llegó el momento de tomar las decisiones más grandes. Decidieron casarse; luego, casi un año después de que Daniel y Roberta comenzaron a reunirse con los misioneros, el deseo de estar juntos como familia para siempre llevó a Daniel a bautizarse.

Finalmente, después de dos años de tratar de poner en armonía sus acciones diarias con lo que querían para el futuro, Daniel y Roberta se sellaron en el templo, y así realizaron el sueño que ella había tenido desde su juventud.

Vivir hoy para la eternidad

Como parte del plan del Padre Celestial, Daniel y Roberta tienen la oportunidad de decidir cada día el camino que escogerán: el de ellos o el de Él. El matrimonio es ahora más consciente de la dirección en la que sus elecciones diarias los llevarán.

Por experiencia personal, saben lo fácil que es desviarse del camino cuando las decisiones diarias se toman sin considerar el efecto que tendrán en nuestro destino eterno. Pero también están agradecidos de haber aprendido, por experiencia propia, que hay una manera de volver.

“Sé que el Señor me ama y quiere que regrese, porque Él puso en nuestra vida a las personas que conocimos a lo largo del camino y que nos ayudaron a volver”, expresa Roberta. ”Él nunca se olvidó de mí durante la época que estuve alejada de la Iglesia”.

Gracias al amor y al sacrificio expiatorio del Buen Pastor “[puede dejar] el malvado su camino y… [volverse] a Jehová, quien tendrá de él misericordia, y… será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).

Ahora el matrimonio Nepia trata de mantener su enfoque en donde quiere estar. “Cuando uno se da cuenta de que hay más en la vida que el ahora”, dice Daniel, “eso cambia nuestras decisiones”.

Fotografía por Adam C. Olson.

Fotografía del Templo de HAMILTON, NUEVA ZELANDA por Michael McConkie © IRI.